Imaginate que en el cielo, sobrevolando en círculo sobre tu cabeza, hace rato que hay tres aves enormes. Sus alas desplegadas miden unos cuatro metros. Y son carroñeras. Ahora imaginate que tenés una herida importante. No sabés si lograrás llegar a volver con los tuyos para que te presten auxilio y te unten con extractos de esas plantas curativas que tan bien te hicieron en el pasado. Ah, hablando de pasado, imaginate que todo esto se desarrolla hace unos 13.000 años, a fines del Pleistoceno.

Seguro, entonces, la frase “con ustedes, el buitre del trueno” no te causaría tanto entusiasmo como cuando hoy la leés al hojear la edición en papel de este diario o escroléas la nota en tu celular. Pero sí, eso que está sobrevolando imaginariamente sobre tu cabeza es un buitre que tiene una envergadura mayor que la de un cóndor andino. Y hoy, gracias a un reciente trabajo paleontológico, sabemos que esos carroñeros inmensos vivieron en nuestro territorio entre 30.000 y 10.000 años antes del presente, ya que eso es lo que reporta un reciente artículo titulado algo así como “Un buitre inesperadamente grande (Aves: Cathartidae) del Cuaternario de América del Sur”, publicado en la revista Biología Histórica.

Firmado por Washington Jones y Andrés Rinderknecht, del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), Martín Ubilla, del Departamento de Paleontología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (donde también investiga Jones), y Raúl Vezzosi, de la Universidad Autónoma de Entre Ríos e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina, el trabajo nos abre la puerta a pensar que la escena imaginaria propuesta podría efectivamente haber sucedido a individuos de los grupos de pobladores originarios de este continente, que llegaron aquí hace al menos unos 16.000 años. Es que el fósil encontrado en Canelones desata un nudo en la garganta de paleontólogos de Argentina y otras partes de América del Sur que han encontrado una serie de fósiles de aves carroñeras que por su tamaño parecen cóndores, pero que a todas luces sostienen que no son de cóndores. ¿Será que se trata de estos “buitres del trueno”, como los bautizamos en esta nota, a falta de un nombre científico asignable al fósil?

Para contestar a esta interrogante y levantar vuelo hacia nuestro pasado fósil, ya mismo salimos al Museo Nacional de Historia Natural para dejar que Washington Jones y Andrés Rinderknecht nos vuelvan a deslumbrar con secretos de nuestras aves prehistóricas. Pero antes hagamos una breve parada previa.

Como habrán notado, el título del artículo científico habla de los catártidos (Cathartidae), a los que en lenguaje común y corriente se les denomina buitres del Nuevo Mundo. Se trata de un grupo de aves carroñeras que hoy está representado por siete especies. De mayor a menor tamaño tenemos al enorme cóndor andino (Vultur gryphus), el cóndor californiano (Gymnogyps californianus), el jote real de las selvas brasileñas (Sarcoramphus papa), y luego los más pequeños buitres de cabeza roja (Cathartes aura), negra (Coragyps atratus) y amarilla (dos especies, Cathartes melambrotus y Cathartes burrovianus). De todos estos catártidos, hoy en nuestro país viven los buitres de cabeza roja, que son los más comunes de ver, los de cabeza negra y los de cabeza amarilla de la especie Cathartes burrovianus.

En una nota anterior, ambos investigadores reportaban la presencia en nuestro país de lo que denominamos superbuitres. Hoy aquellos superbuitres quedan pequeños al lado del catártido cuyo fósil guardan en el armario metálico dedicado a los holotipos de paleontología, es decir, el mueble con sus tesoros más preciados, ya que con ellos es que se han descrito nuevos géneros y especies.

Andrés Rinderknecht y Washington Jones.

Andrés Rinderknecht y Washington Jones.

Foto: Alessandro Maradei

¿De dónde viene el fósil que da inicio a tanto revuelo?

“Todo comienza gracias a Cristhian Lavitola, que este año se fue a vivir a España, que vivía a orillas de Canelón Chico”, comienza diciendo Andrés.

“Allí, hace como 100 años, se colectó un fémur de mastodonte enorme, que es el que está en exhibición en el Museo Nacional de Historia Natural. De hecho, hay un camino que va desde la casa de Cristhian hasta el río que se llama Camino del Gigante o Camino al Gigante, porque, según él averiguó, justamente hace muchísimos años apareció un gliptodonte en donde terminaba el camino”, sigue el cuento Andrés.

Cristhian estaba entonces en el lugar adecuado y, además, tenía la pasión adecuada: disfrutaba enormemente de salir a buscar fósiles por esa zona donde miles de años atrás gigantes habían hecho de las suyas. Y de hecho, esa pasión lo había puesto en contacto con Andrés. “Una vez cada tanto iba a su casa a ver y clasificar los materiales que había colectado”, narra.

En una de esas visitas, en 2023, Cristhian le mostró a Andrés las piezas más llamativas que había colectado desde su último encuentro y, tras clasificarlas, el paleontólogo le preguntó si había encontrado algo más. Cristhian sacó entonces de un cajón algunos pedacitos de fósiles de esos que por lo general quien los recoge no abriga mucha esperanza de saber a qué bicho pertenecieron, dado que están muy fragmentados y desgastados. Pero claro, con el ojo biónico para detectar fósiles increíbles, la cosa es distinta.

“Al ver los fragmentos, enseguida reparé en uno y le dije que ese pedacito de hueso era el fósil más importante que había encontrado”, cuenta Andrés, quien en milisegundos ya había armado el puzle paleontológico en su cabeza. “Ahí mismo le dije que ese era el hueso de un buitre gigante”, dice con contagioso entusiasmo.

Así como Batman compartiría de inmediato con Robin cualquier novedad excitante, Andrés no demoró un segundo en contactar a su compinche de aventuras en el mundo de la paleoornitología, es decir, el estudio de las aves del pasado, Washington Jones. Juntos han publicado trabajos sobre aves del terror, caranchos gigantes, aningas enormes, pingüinos y los ya mencionados superbuitres. “De inmediato, llamé a Washington y le mandé una foto”, cuenta Andrés.

Uno mira el fósil y no resiste preguntarle cómo es que se dio cuenta de que aquello era un fósil de un buitre gigante. “Sabía que era un fósil de un tarsometatarso”, dice en referencia al fragmento de poco más de cuatro centímetros de ese hueso que las aves tienen en sus patas y que, si lo lleváramos a nuestras manos mamíferas, vendría a ser como la muñeca (en nosotros tarso y metatarso son dos huesos distintos). “Por el tamaño, no podía ser de otra ave que de un buitre muy grande”, dice con la naturalidad que cualquiera tendría al diferenciar una manzana de una sandía.

Dado que el fósil venía de sedimentos de la Formación Dolores, con dataciones que andan entre los 30.000 y los 7.000 años antes del presente, y puesto que en esa localidad donde se colectó el fósil se encontraron animales que se extinguieron hace unos 11.000 años, como el oso de cara corta Arctotherium, Andrés considera que ese fósil tendría una antigüedad de entre 30.000 y 10.000 años.

Comparación de fósil con varios tarsometatarsos de buitre de cabeza roja. Foto: gentileza Washington Jones.

Comparación de fósil con varios tarsometatarsos de buitre de cabeza roja. Foto: gentileza Washington Jones.

Cuando el pasado tiene sentido

“Este huesito demuestra que el pasado tiene sentido”, dice Andrés en referencia a que prácticamente habían anticipado que un buitre enorme como el que el fósil evidenciaba tendría que estar en Uruguay y en América del Sur.

“¿Por qué? Porque habíamos encontrado huesos de aves que tenían el tamaño de un cóndor, pero que no eran exactamente iguales a los de un cóndor. Habíamos planteado que en lugar de cóndores serían buitres gigantes, ya que explicar la presencia de un cóndor en este territorio sería complicado, ya que son animales que precisan grandes alturas y viento para poder alzar vuelo, entre otras cosas”, sostiene. “Por otro lado, si hoy tenemos buitres, que son aves que carroñan animales de cierto tamaño, en el pasado, cuando había animales muchísimo más grandes, lo predecible es que hubiera buitres mucho más grandes”, agrega.

En el trabajo que publicaron en 2020 sobre los superbuitres sostenían que serían aves de un tamaño similar al del cóndor californiano. Pero dados los huesos que tenían a disposición (una fíbula, una fúrcula y un tibiotarso), el dúo dinámico de la paleoornitología y sus colegas no podían descartar que estas aves no fueran en realidad más cercanas a los cóndores que a los buitres de cabeza roja, negra o amarilla de nuestros días.

“Sospechábamos que pudiera no tratarse de cóndores y que fueran buitres de cabeza roja o cabeza negra gigantes, lo que implicaría una línea evolutiva distinta, pero era algo que con los materiales que teníamos no se podía demostrar, ya que osteológicamente los buitres y los cóndores son muy parecidos”, explica Andrés.

“Sin embargo, a nivel óseo, buitres y cóndores presentan algunas diferencias, como por ejemplo en el tarsometatarso”, dice entonces Washington. ¡Bingo! Por eso Andrés le había dicho a Cristhian que probablemente aquel fuera el fósil de mayor importancia de todos los que había encontrado en la zona de Canelón Chico. ¡Justo era el que podría determinar la condición buitresca o condoresca de las grandes aves de carroña que venían registrando!

Bamboleio, bamboleia, porque a mi fósil yo le pido que camine así

“Si hay un hueso de un tipo de buitre cuya porción distal es diferente de todos los demás buitres y de los demás cóndores, es este”, enfatiza Andrés con el fragmento de fósil en la mano. “Si Cristhian o nosotros hubiéramos encontrado otros huesos completos de este animal, como fémures o tibias, no habría forma de zanjar esa cuestión de si eran más buitres o cóndores”, reconoce. Todos entonces debemos agradecer que Cristhian haya sido uno de esos coleccionistas de fósiles que suman mucho a la ciencia del país, ya que sin pestañear donó el fósil al MNHN para que fuera estudiado.

“Cuando lo trajimos al museo y lo empezamos a analizar con Washington, nos convencimos de que no se parecía en nada a un tarsometatarso de un cóndor, porque es aplanado y muy chato. No tenía que ver con un cóndor californiano ni con un cóndor andino”, dice Andrés. “El tarsometatarso de un cóndor andino es mucho más redondeado, mientras que este es mucho más aplanado”, confirma Washington.

En el trabajo hay un gráfico que muestra un corte transversal a escala del tarsometatarso de distintas aves donde, incluso a ojos de alguien no especializado en el asunto, es claro que el fósil encontrado en el Canelón Chico es más similar al de un buitre del género Cathartes, como sería el caso del buitre de cabeza roja, que a los otros géneros de catártidos entre los que están los cóndores.

Comparación de corte transversal de tarsometatarsos de catártidos. Tomado de Jones _et al_, 2025.

Comparación de corte transversal de tarsometatarsos de catártidos. Tomado de Jones et al, 2025.

Aquello ya les indicaba algo importante. “Le pregunté a Washington si acá teníamos algún buitre que caminara raro. Me contestó que sí: el buitre de cabeza roja camina con las patas como arqueadas”, dice Andrés, que se pone a imitar la postura del ave parándose como si estuviera montando un caballo imaginario. Sus piernas se separan en las rodillas y se vuelven a juntar a la altura de los pies, formando algo así como un par de paréntesis vacíos: ( ).

“Eso les da un andar en el suelo medio bamboleante”, explica Washington tratando de contener la risa por la imitación de Andrés. “Más que caminar, van dando saltitos. Huesos como el fémur y el tibiotarso son más relevantes para darnos una idea del tamaño de las aves, mientras que el tarsometatarso nos muestra más sobre su forma de vida”, agrega.

“Le pregunté si teníamos esqueletos de buitre de cabeza roja en la colección del museo”, retoma el relato Andrés. “Entonces, ese tarsometatarso fósil, que era tan distinto al de otros buitres y a los de los cóndores, púmbate, era casi idéntico al del buitre de cabeza roja, salvo que mucho más grande”, comenta. “O sea que este fósil o se trata de un linaje de buitres gigantes similares al buitre de cabeza roja, o es un tipo de buitre distinto que, al igual que el de cabeza roja, tiene la misma estrategia de caminar así”, señala Andrés.

“Pero la felicidad no siempre es completa ni tan fácil”, lo ataja Robin, digo Washington. “Al principio pensábamos que estábamos seguramente ante una nueva especie o un nuevo género, pero cuando fui al Museo de Historia Natural del Instituto Smithsoniano y empecé a estudiar los esqueletos de los cóndores californianos, vi que también tienen tarsometatarsos achatados y algunos detalles que se parecen un poco al de nuestro fósil y a los de los buitres de cabeza roja”, complejiza. Y el asunto es que, según algunos ornitólogos, el buitre californiano está más emparentado con el cóndor.

“Podría ser una especie de cóndor californiano que tenga las patas más que parecidas a las de un buitre de cabeza roja, que también está en América del Norte. Pero como el buitre de cabeza roja es el que está acá, uno piensa que sería más un buitre de cabeza roja gigante”, señala Andrés. Washington, para que conste en actas, señala que aun así “no se puede abandonar ninguna de las dos opciones”.

Todo eso en el artículo ya se refleja en el “inesperado” del título. Y el lenguaje científico aclara más el panorama: tras analizar el fósil al detalle, reportan que sus características “lo distinguen del actual Vultur”, que es el género sólo del cóndor andino, y no del californiano. Así las cosas, de lo que sí podemos estamos seguros es de que no es un cóndor Vultur. Pero ¿qué es entonces?

Parte de un fósil de Buitre Gigante que vivió en Uruguay.

Parte de un fósil de Buitre Gigante que vivió en Uruguay.

Foto: Alessandro Maradei

¿Una nueva especie de carroñero? ¿Un nuevo género?

Si fuera un buitre de cabeza roja gigante, puede ser o bien un animal de la misma especie que el actual, y que en el pasado era más grande, o, por el contrario, podría tratarse de otra especie, aún no descrita, emparentada o relacionada con los Cathartes actuales. Washington desarma la primera alternativa: “Está fuera del rango de variabilidad conocido para los buitres de cabeza roja. El tamaño lo ubica dentro del rango de un cóndor andino”.

“Pero claramente no es un cóndor andino. Al ave que se parece más, en cuanto a la forma de este tarsometatarso, es al buitre de cabeza roja, y si bien tiene alguna similitud también con el cóndor californiano, es mucho más parecido a un buitre de cabeza roja”, comenta Andrés, que agrega un punto más que relevante.

“Todo esto viene a sumarse a todo lo que hemos venido reportando, junto con otros colegas, sobre animales carroñeros en el Pleistoceno. Se suponía que no había muchos carroñeros, pero en estos últimos años ya hemos descrito una nueva especie de gran carancho, Caracara major, el ave del terror Psilopterus, los superbuitres, y ahora esto, que tal vez sea lo más importante”, apunta Andrés. ¿Por qué esto puede ser lo más importante? “Porque hay muchos restos de catártidos en el registro fósil de América del Sur que se piensa que, como son fósiles grandes, podrían ser de cóndores”, responde Andrés.

“Hay muchos materiales en Argentina o Venezuela que no se sabe bien de qué es. Son [huesos] muy grandes, en el rango de los cóndores, pero los mismos autores afirman que no son de cóndor”, agrega Washington. “Y este es el fósil de una ave carroñera muy grande de la que sabemos que no era un cóndor”, dice Andrés.

“Entonces este trabajo tiene la virtud de invitar a que todos estos materiales que están dispersos sobre aves grandes como un cóndor, pero que no son cóndores, puedan apuntar a la existencia de una misma especie, o una misma forma de ave carroñera que hoy es desconocida y a la que hoy no podemos asignar una especie. Pero esa especie o forma está más emparentada, seguramente, con los buitres de cabeza roja”, señala Andrés.

¿Podría ser especie nueva pero del género Cathartes como los buitres de cabeza roja y amarilla? “Podría ser del género Cathartes, podría ser del género Gymnogyps, como el del cóndor californiano, con el que tiene algunas similitudes, o podría ser de un género nuevo. Por eso no lo denominamos”, dice Washington. “Casi con seguridad se trata de un género nuevo por el tamaño que tiene, y también porque presenta una serie de mezcolanza de características, algunas similares a Gymnogyps y muchas similares a Cathartes”, aventura.

“Como el género está en duda, podríamos haber propuesto un epíteto específico y poner un signo de pregunta junto al género. Eso se hace, pero preferimos no ir por ese camino”, confiesa Washington. Lo que dice es que, por ejemplo, podrían haber propuesto que se trataría de un buitre del género nuevo “Gigacathartes (?)”.

“Si tuviéramos más huesos, o un hueso de tarsometatarso completo, tal vez podríamos arriesgar una asignación, pero proponer un taxón nuevo a partir de una cosa tan fragmentaria bloquea que lo demás paleontólogos puedan luego hacer una asignación a partir de fósiles más completos que encuentren”, comenta Andrés.

“Lo importante aquí no es la especie o el género, sino lo que nos dice este fragmento de hueso es que hay un grupo de aves carroñeras y gigantes que no están reconocidas en el registro fósil de Uruguay. Eso además viene a confirmar las sospechas de otros paleontólogos de la región que decían que había un carroñero tipo cóndor que a todas luces no era un cóndor. Eso es lo realmente importante de este fósil”, reafirma Andrés.

El buitre del trueno, un carroñero inmenso

Cuando hablamos de los hallazgos de sus fósiles de superbuitres, Andrés y Washington dijeron que tendrían un tamaño similar al de un cóndor californiano. Pero el buitre de Canelón Chico sería más grande todavía. Washington y Andrés, junto con sus colegas del artículo, hicieron algunas estimaciones de masa para el buitre de Canelón Chico, pero no las publicaron en el trabajo dado su carácter bastante especulativo. Washington dice que en función del fósil que tienen, y tomando el asunto con pinzas, podría ser un ave que pesara entre 13 y 14 kilos. Un buitre cabeza roja actual anda entre 1 y 2,5 kilos. Por su parte, los machos de cóndor andino andan entre los 13 y los 15 kilos, mientras que los cóndores californianos andan entre los 7 y los 14 kilos.

“Esa estimación de masa no es buena, entre otras cosas, porque esta sería la medida más grande para toda la muestra, entonces eso impide hacer una correcta regresión, ya que tu incógnita queda en el extremo de esa regresión. Eso sería una extrapolación y no es confiable”, ataja Washington.

Aun así, el buitre de Canelón Chico podría, siempre en condicional, llegar a pesar unos 14 kilos. ¿Y qué pasaría con su envergadura, el largo entre la punta de un ala y la punta de la otra?

“Si fuera del tamaño de un cóndor actual, entonces tendría una envergadura mayor”, dice sin dudar Andrés. “Uno a veces pierde referencia del gran tamaño que tiene el macho del cóndor andino. El cuerpo es casi del mismo tamaño que el cuerpo de una persona adulta. Son tan grandes que tienen problemas para volar. Tanto que los indígenas, para determinados rituales, los capturan vivos de una forma tan sencilla como increíble: ponen un bicho muerto para que el buitre baje y lo coma, y cuando queda con el estómago lleno, el cóndor ya no puede remontar vuelo y entonces lo agarran”, cuenta. “Si estos buitres fueran grandes como un cóndor, ¿cómo harían para volar en esta región, donde no hay grandes alturas como en la zona andina donde viven los cóndores?”, pregunta Andrés.

“En la Patagonia sí aterrizan en zonas de baja altitud, pero para despegar aprovechan que allí siempre hay mucho viento. Pero acá no tendrían ni grandes alturas ni vientos como los de la Patagonia”, complementa Washington. “Por todo eso, sospechamos que estos bichos tendrían proporciones diferentes a las de un cóndor andino. Si bien podrían tener un peso similar, seguro tendrían un cuerpo más chico pero las alas mucho más grandes. Eso es lo que pasa con los teratornítidos. Teratornis es el ave famosa de América del Norte que ahora apareció también en América del Sur”, resume Andrés.

El Teratornis del Pleistoceno norteamericano, que era enorme y se estima que pesaba unos 15 kilos, ha dado origen a la leyenda del thunderbird el ave del trueno. Es un ave que tiene alas más grandes que las de un cóndor pero el cuerpo más chico.

“El cóndor andino tiene una envergadura de unos tres metros y medio. Este buitre tendría una envergadura más cercana a los cuatro metros”, conjetura Washington ante mi insistencia. “Eso es súper especulativo”, se ataja. Y entonces tenemos claro cómo bautizar al megabuitre de Canelón Chico: ¡el buitre del trueno!

Comparación de tamaños.

Comparación de tamaños.

El buitre del trueno y las cuestiones gremiales

Para los zoólogos, los gremios son grupos de especies que comparten un cierto nicho ecológico. En este caso, el buitre del trueno estaría afiliado al Gremio de los Carroñeros Unidos.

“Hay estudios que hablan de que dentro de ese gremio el tamaño marca la jerarquía de quién accede a la carroña primero. Como este era un buitre muy grande, seguramente tuviera la prioridad al carroñar”, lanza Washington. “Los otros carroñeros van a esperar a que este gran buitre coma, y después se acercarán para tener su parte del botín. Eso es lo que se ve actualmente en los buitres de África y en los de América del Sur”, comenta.

“El gremio de los carroñeros debía de ser enorme. Me atrevería a decir que en América del Sur, durante el Pleistoceno, el gremio de carroñeros era mucho más variado que lo que se ve hoy en África, donde hay unas cuantas especies”, dice convencido Washington.

La vez pasada, cuando hablamos de los superbuitres, me decían que el carancho hoy logra imponerse ante los buitres cabeza roja pese a ser más pequeño. ¿El carancho gigante, Caracara major, se habría impuesto a este buitre del trueno o se hubiera ido al mazo también? Los dos se ríen.

“Se las pelaría, seguro”, dice Andrés sin dudarlo. Es que el Caracara major tendría unos cuatro kilos, y el buitre del trueno de Canelón Chico, 14. Así las cosas, sería el rey del gremio de las aves carroñeras. “A un carroñero así, no habría otra ave que le hiciera frente”, señala Washington.

Por eso la recreación que acompaña a esta nota, más allá de los errores que pueda contener al tratar de reconstruir a un animal que no conocemos, no es acertada: de haber estado el buitre del trueno carroñando a un toxodonte, el pequeño buitre de cabeza roja jamás hubiera osado pararse allí. Miraría de lejos y sólo luego de que su gigante colega se hubiera saciado habría comenzado a picotear.

La extinción del trueno

Para alivio de los ganaderos actuales, estos buitres enormes habrían comenzado a extinguirse cuando empezó a hacerlo la megafauna. Sin grandes herbívoros para hacerse el festín (y también grandes carnívoros, que muertos no son tan temibles como sin dudas debe haberlo sido el tigre dientes de sable de más de 400 kilos como el que se encontró en Colonia), su destino estaba echado.

“Hoy en día tenemos el problema de que la gente del campo no deja animales muertos en los campos, por buenas razones, porque si se te pudre el animal en un arroyo, te puede contaminar todo el curso de agua. Entonces hoy no tardan mucho tiempo en ir levantando los animales muertos”, sostiene Washington. “Hoy nuestros carroñeros se las arreglan con otras cosas, se adaptan a otro tipo de bichos muertos en la carretera, lo que sea. Pero aquello de dos o tres vacas muertas juntas en un mismo lugar, con 40 buitres carroñándolas, ya fue, ya no pasa más”, afirma.

“Los buitres tienen una función que, tanto aquí como en otras partes, se ha desfigurado un poco por acciones de los humanos. Lo que hacemos muchas veces deja a los carroñeros fuera del asunto, y eso puede traerles problemas, porque se tienen que adaptar a otras cosas”, sostiene Washington.

Para el buitre del trueno las cosas fueron más complicadas. Como si todas las carnicerías del barrio cerraran, la disminución de carroña disponible le complicó su dieta. Los buitres más pequeños la llevaron mejor. Aun así, un pequeño fragmento, recolectado por un entusiasta de los fósiles en Canelones y estudiado con detenimiento por paleontólogos de acá y de la vecina orilla, permite que el trueno de su aletear hoy siga vivo, al menos en nuestras cabezas.

Artículo: An unexpectedly large vulture (Aves: Cathartidae) from the Quaternary of South America
Publicación: Historical Biology (agosto de 2025)
Autores: Washington Jones, Andrés Rinderknecht, Raúl Vezzosi y Martín Ubilla.

Nada se compara a ti

“Aunque no lo puedas creer, ese pequeño fósil tiene plata atrás, por ejemplo, un pasaje y estadía en Estados Unidos”, dice Washington. No es que el fósil haya viajado en primera y se haya alojado en un all inclusive, sino que gracias a él, y a otros proyectos pendientes del estudio de aves fósiles, Washington viajó a su ciudad homónima para ir al Museo de Historia Natural del Instituto Smithsoniano y hacer comparaciones osteológicas.

En concreto, para este trabajo comparó el tarsometatarso de Canelón Chico con esqueletos de allí de todos los catártidos actuales (el buitre de cabeza roja, las dos especies de buitre de cabeza amarilla, el de cabeza negra, el jote real, el cóndor andino y el cóndor californiano), así como con esqueletos de águila mora (Geranoaetus melanoleucus), aninga (Anhinga anhinga), la cigüeña cabeza pelada (Mycteria americana) y nuestra cigüeña común (Ciconia maguari).

También los comparó con los de especies fósiles como el ave del trueno Teratornis merriami, pero estas no estaban en el Smithsoniano.

“Este año me fui también al Museo de Zoología de la Universidad de San Pablo, todo financiado por el proyecto de CSIC Paleontología de Vertebrados, que lidera Martín Ubilla”, dice Washington.

“El Smithsoniano fue abrumador. Era como estar en un hipermercado: había 150.000 esqueletos de las aves que se te ocurran. Era desesperante. Sacabas fotos, anotabas y trabajabas como una bestia. Y no te daba el tiempo. Además, perdí algo de tiempo porque tenía que visitar algunas de las salas de exhibición. Son tres pisos y los hice prácticamente corriendo”, confiesa. ¡Y eso que estuvo dos semanas! Gracias a esa visita, tanto esta como otras investigaciones lograron avanzar, y seguro serán objeto de futuras publicaciones que acrecienten el conocimiento de nuestra biodiversidad pasada.

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