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En ciencia muchas veces se trata de tirar de una punta interesante para terminar dando con cosas sorprendentes. En esta ocasión, el tirar de una punta no fue en sentido figurado.
En dos colecciones arqueológicas privadas, dos puntas de piedra que habían sido colectadas en la cuenca media del río Negro esperaban a que un equipo de investigación se fijara en ellas. Habían sido fabricadas por indígenas hace entre 10.000 y 500 años para cazar. Su destino era el de ser colocadas en puntas de proyectiles: una, en el extremo de algo así como lanzas que eran arrojadas a buena distancia con artefactos denominados atlatls o propulsores; la más pequeña, probablemente en la punta de una flecha arrojada con arco.
Una de las puntas mide apenas poco más de tres centímetros, la otra casi el doble, pero su tamaño no es lo llamativo. Las dos son oscuras y, al mismo tiempo, traslúcidas. Los ojos de la ciencia las vuelven a hacer brillar, como en el pasado seguro lo hicieron los ojos de quienes las tallaron golpeándolas para darles su forma y filo. ¿Estarían acaso fabricadas con obsidiana, un tipo de roca muy preciado pero que no se encuentra en afloramientos y canteras del territorio uruguayo? De ser así, ¿de dónde venían y cómo llegaron hasta aquí? ¿Qué nos diría esto sobre los pobladores originarios de estas tierras?
Todo eso es abordado en un reciente artículo científico titulado algo así como “Movilidad, circulación y transporte a larga distancia de materias primas exóticas en América del Sur: registros de puntas de obsidiana patagónica en Uruguay”. Firmado por Rafael Suárez, Julia Melián y María Arbiza, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República (Udelar), Mariela Pistón, Javier Silva y Ricardo Faccio, de la Facultad de Química de la Udelar, y James Davenport y Michael Glascock, del Centro del Reactor de Investigación de la Universidad de Missouri (MURR), el trabajo tira de ambas puntas y desata una nueva madeja para aumentar la comprensión de nuestros antepasados.
Así que, una vez más, salimos disparados como proyectil indígena al encuentro de los expertos en puntas y tecnologías líticas Rafael Suárez y Julia Melián, ambos miembros también del Programa de Investigación sobre Prehistoria Temprana en Uruguay.
Rafael Suárez y Julia Melián.
Foto: Alessandro Maradei
De puntas, coleccionistas, estudiantes y ciencia
“Este trabajo forma parte, junto con otros que venimos desarrollando, de una investigación más amplia acerca de la movilidad y el transporte de rocas”, comienza diciendo Rafael Suárez. Es que, como dice, “las rocas silicificadas que usaban estos grupos indígenas para hacer sus artefactos, principalmente puntas, son portables, se pueden mover de un lado al otro y, por lo tanto, son excelentes indicadores para ver justamente la movilidad de estos grupos, ya que es posible identificar de dónde provienen”.
Ilustra a la perfección lo que acaba de decir un trabajo que publicaron en 2024, en el que reportaban que nuestros antepasados no eran nada haraganes: para fabricar sus puntas de lo que se conoce como tecnología Cola de Pescado, hace poco más de 12.000 años, estos pobladores de nuestro territorio recorrían cientos de kilómetros para procurar las rocas que más apreciaban, aun pese a tener otras de gran calidad mucho más cerca.
“En este caso, de las miles de puntas que existen y que se han recolectado en el río Negro medio, identificamos algunas que potencialmente podrían ser de obsidiana y que estaban en dos de las colecciones privadas contemporáneas más importantes que hay en Uruguay”, prosigue Rafael. El asunto es que ese tipo de rocas no están disponibles en nuestro territorio. “La obsidiana es una lava volcánica que se enfría muy rápidamente, es un vidrio volcánico. Y dado que cada erupción volcánica es única, la obsidiana es una de las rocas que permiten identificar con buena precisión su lugar de origen”, comenta.
El trabajo está protagonizado en concreto por dos puntas de obsidiana. Una viene de la colección de Washington Aizpún y la otra de la colección de Séptimo Bálsamo. Son dos puntas muy distintas, y en el trabajo agradecen a ambas familias que “generosamente accedieron a prestar las puntas de proyectil de obsidiana de sus colecciones para su análisis”.
“Seguramente debe haber otras puntas de obsidiana recuperadas en nuestro país, pero hasta ahora hemos identificado sólo estas dos”, reconoce Rafael, quien hace tiempo que tiene una obsesión al hacer investigación: incorporar en ellas a estudiantes de grado, de manera que sean parte también de la publicación de los artículos científicos que se produzcan (si bien no hay una regla general para esto, quienes suelen participar en las investigaciones son más bien estudiantes de posgrado, es decir, de maestrías o doctorados). En esta ocasión, esa preocupación de Rafael tuvo una vuelta de tuerca peculiar.
“En este caso la estudiante de grado que participa es María Eugenia Arbiza, que es nieta de Washington Chito Aizpún, uno de los coleccionistas que tenía una de estas dos puntas de obsidiana”, comenta. “De alguna manera ella está siguiendo los pasos de su abuelo, está continuando el legado que él dejó, que es muy importante, porque armó una de las colecciones más magníficas que hay en Uruguay”, dice Rafael, que incluso recuerda a su estudiante de cuando en 2007 fue a visitar a Aizpún para registrar las puntas que tenía en su colección, sobre todo las puntas Cola de Pescado, que eran las que estaba estudiando en ese momento.
“Hoy ella sigue con la tarea que inició su abuelo. Esperemos que termine la carrera”, deja escapar Rafael. “Varios estudiantes, lamentablemente, se desestimulan y hay que estar continuamente arriba de ellos para que puedan seguir enfocados en la carrera”, reconoce. Hacerlos participar en la aventura de la investigación y de la generación de conocimiento nuevo es una excelente estrategia.
Las dos puntas y su antigüedad
Según reportan en el artículo, la punta de obsidiana de la colección Washington Aizpún fue recolectada en la zona de Rincón del Bonete, es triangular y apedunculada, es decir, sin pedúnculo o sin “tallo”. Mide 6,07 centímetros de largo, 2,8 cm de ancho, tiene un espesor de 0,88 cm y pesa 14,5 gramos. También reportan que “presenta una cicatriz de lasca perpendicular en su extremo distal, indicativa de una fractura por impacto, probablemente causada por actividades de caza”, y que “no muestra evidencia significativa de rejuvenecimiento”.
Punta triangular apedunculada y vista a trasluz. Foto: gentileza de Rafael Suárez
Por su parte, la punta de obsidiana de la colección Séptimo Bálsamo es corta y pedunculada, es decir con “tallo” o pedúnculo. Reportan que de largo mide 3,12 cm, de ancho 2,02 cm, de grosor 0,82 cm, y que tiene un peso de 4,2 gramos. A diferencia de la perteneciente a la colección Aizpún, esta sí presenta características que permiten pensar que “ha experimentado un alto grado de rejuvenecimiento”, lo que implica que sus bordes fueron afiliados y trabajados varias veces para que siguiera siendo efectiva para la caza y otros usos.
¿Qué antigüedad tienen estas puntas? Dado que fueron recolectadas en superficie en las proximidades del río Negro, fuera de contexto arqueológico, la forma de aproximarse a cuándo fueron confeccionadas viene del hecho de que las puntas conformaban tecnologías que los pobladores de América del Sur fueron adoptando en distintos períodos. Algo así como saber que el parabrisas trasero partido al medio de un Volkswagen escarabajo indica que es de procedencia alemana y de entre 1948 y 1952, las distintas puntas, por su forma, presencia o no de pedúnculo, técnica de tallado y demás, pueden agruparse en contextos tecnológicos adoptados en determinadas coordenadas temporales.
“La punta triangular apedunculada se corresponde, por tipología y morfología, a puntas que serían tempranas, de un entorno de entre 11.000 y 9.000 años antes del presente, de acuerdo con lo que sabemos de dataciones de otras regiones de América del Sur”, afirma Julia Melián. Efectivamente, en el trabajo señalan que “comparte similitudes tecnológicas y morfológicas con las puntas triangulares apedunculadas recuperadas durante el Holoceno temprano en la Patagonia”.
“Es una cronología estimativa. Estas puntas en nuestro país vienen de superficie, no fueron recuperadas, por lo menos que sepamos, de contextos arqueológicos, por lo que no tenemos fechados concretos”, aclara de todas maneras Julia.
“Por su parte, la punta pedunculada es más reciente. Por investigaciones que se han hecho sobre ellas en la Patagonia, podrían datar de entre 4.000 y 500 años antes del presente. Ese es más o menos el período de estas puntas pedunculadas”, dice Rafael, que afirma que ese trabajo confirma lo que venían reportando en otras investigaciones.
Punta pedunculada de obsidiana. Foto: gentileza de Rafael Suárez
“Previamente hicimos un trabajo, también con Julia, sobre las puntas triangulares apedunculadas de América del Sur y su amplia distribución, en el que tratamos de ir contra la tendencia de algunos investigadores de mirar el ombligo de la región en donde investigan”, amplía Rafael. ¿Cómo es eso de dejar de mirarse el ombligo?
“Por ejemplo, en la Puna de Atacama se habían definido un tipo de puntas triangulares apedunculadas, en Pampa se había definido otro, y así en Patagonia, en Piauí y demás”, explica. “Cuando tuve la oportunidad de ir al desierto de Atacama y ver las puntas triangulares apedunculadas que tienen ellos, me percaté de que acá tenemos las mismas. Entonces hicimos este trabajo de integración a nivel regional de toda América, en el que vimos que estas puntas no están solamente en cada región. Nuestro trabajo vendría a ser una ‘contrarregionalización’ para este tipo de puntas, y destacamos que eran compartidas por grupos que explotaban ambientes muy abiertos que facilitan la caza. La punta de Atacama es muy comparable con las de nuestras planicies o las de la Pampa”, señala. Aquí nuevamente sucede algo similar.
Volvamos a las puntas de obsidiana. En el artículo publicado hablan de dos, pero las cosas no siempre fueron así, lo que confirma que los trabajos académicos también son narraciones en las que quienes escriben cuentan sólo aquello que creen que será relevante para el editor de la revista. Vayamos a eso.
¿Son realmente de obsidiana?
Julia cuenta que si bien la discusión de si hay o no afloramientos de obsidiana en Uruguay lleva su tiempo, “lo que es claro es que no hay reconocida oficialmente una cantera concreta de obsidiana en Uruguay”.
“Cuando dimos con estas y otras puntas que parecían ser de obsidiana, dijimos de tener precaución, ya que, por un lado, no tenemos afloramientos de ese material y, por otro, estas rocas, a ojo pelado, pueden confundirse con otras materias primas, como las riolitas muy oscuras”, confiesa Julia. Así que se propusieron ver la forma de confirmar si eran o no de obsidiana.
“Ahí fue que nos pusimos en contacto con la Facultad de Química, y lo primero que hicimos, en 2024, fue un testeo con difracción de rayos X con Ricardo Faccio”, relata Julia. “Esa técnica permite conocer la estructura microscópica de los materiales en general, en nuestro caso, de la materia prima de estas puntas”, agrega.
“La obsidiana es una roca amorfa, ya que sus minerales no llegan a formar cristales perfectos en el plano de lo atómico. Se forma por erupciones volcánicas, y cuando la lava sale del volcán y por alguna razón se enfría muy rápidamente, por ejemplo por contacto con agua fría, ese magma no tiene el tiempo suficiente para organizar su estructura microscópica en cristales. La difracción de rayos X nos permitía hacer un primer chequeo, porque si estos materiales tenían una estructura cristalina, teníamos que descartar que se tratara de obsidiana”, explica Julia.
El difractor de rayos X, hábilmente operado por Ricardo Faccio, mostraría determinados picos si los minerales estaban organizados en cristales. Unas curvas más planas apuntarían a una materia más desordenada. Pusieron entonces varias puntas sospechosas de estar hechas con obsidiana en el aparato de la Facultad de Química. Nervios.
“Ese primer testeo nos permitió descartar otras piezas que también consideramos que podían llegar a ser de obsidiana, y nos quedamos sólo con esas dos puntas”, dice Julia, que luego hace una confesión: “Rafael me había apostado que varias no eran de obsidiana, y efectivamente no lo eran”.
“Le aposté un mes de mi sueldo de dedicación total”, ríe Rafael, que se quedó entonces con las dos puntas de obsidiana que pensaba y con todo su dinero. Ahora podían dedicarse a investigar de dónde venían esas puntas hechas con rocas que no había en todo nuestro territorio.
¿De dónde vienen las dos puntas del río Negro?
Los rayos X volvieron a ser protagonistas para evacuar esta interrogante. Pero esta vez el aparato, la técnica y los expertos fueron otros.
“Con las dos puntas que seguían en competencia, pasamos a la fluorescencia de rayos X, también en la Facultad de Química, en este caso trabajando con Mariela Pistón y su equipo”, cuenta Julia. “Con la fluorescencia de rayos X ya no estamos hablando de conocer la estructura, sino los elementos que forman la roca, la composición química de la materia y en qué cantidades están esos elementos”, explica. Para eso se requería ayuda internacional.
“El aparato de la Facultad de Química no estaba calibrado para analizar obsidiana”, dice Rafael. ¿Cómo resolver el tema? Llamando a su colega Michel Glascock, también autor del trabajo, del Departamento de Antropología de la Universidad de Michigan, donde funciona un Reactor de Investigación y trabajan con muestras isotópicas variadas.
“Michael Glascock es uno de los especialistas más importantes de obsidiana de América. Lo contacté para ver si podíamos hacer este trabajo en conjunto y calibrar el aparato de fluorescencia de rayos X. Se mostró muy receptivo, nos contactó con James Davenport, quien también firma el artículo”, agrega Rafael. Así fue que les enviaron 15 muestras del Reactor de Investigación de la universidad de ambos, MURR, por su sigla en inglés.
“De esta manera terminamos haciendo un trabajo interdisciplinario, no sólo con gente de acá, sino también con gente muy importante del exterior en relación con la obsidiana. Como era un tema que aquí no manejábamos, quisimos asesorarnos y trabajar con especialistas que tienen un gran reconocimiento a nivel mundial”, finaliza su paréntesis Rafael. Julia retoma el relato.
“Lo que nos permitió la fluorescencia de rayos X fue determinar elementos traza, elementos que aparecen en cantidades muy pequeñas pero que son importantes porque justamente terminan configurando lo que vendría a ser la huella química de la obsidiana”, dice. “La relación entre esos elementos presentes en las puntas, por ejemplo entre el bario o el circonio, permiten compararlas luego con las fuentes de obsidiana de América del Sur de los que ya se conoce esa huella química y matchear las fuentes”, señala Julia.
“Lo bueno que tienen estas técnicas para este tipo de materiales arqueológicos de valor patrimonial, tanto la difracción como la fluorescencia de rayos X, es que son técnicas no destructivas. Podemos obtener información sobre la composición o la estructura química sin dañar las piezas, que es una cosa bastante importante en nuestro caso”, apunta Julia. “Obviamente que no queríamos dañar ninguna pieza, más aún cuando ni siquiera son nuestras”, acota Rafael.
Al comparar las características de la obsidiana de las puntas del río Negro con las de 25 afloramientos de la Patagonia y de la región andina, el equipo tenía todo pronto para determinar el lugar de procedencia de cada una.
“Algo que saltó a la vista enseguida fue la gran cantidad de circonio que tenía la punta pedunculada, que llegaba casi a las 3.000 partes por millón”, remarca Rafael. “Esa cantidad sólo aparece en dos canteras de obsidiana del norte de la Patagonia, las de Telzen/Sierra Negra, y según nos comentaba Glascock, también en una cantera de África. De esa forma, no quedaba duda de a qué cantera pertenecía esa pieza”, dice Rafael, dando a entender que es claro que la de África quedaba descartada.
En efecto, en el trabajo reportan que “la punta pedunculada presenta una relación circonio/rubidio característica de la fuente de obsidiana Telsen/Sierra Negra”, que se ubica en el noreste de la provincia argentina de Chubut, en Sierra Negra, próxima a la localidad de Telsen, en lo que sería la Patagonia central.
Por su parte, reportan que la punta triangular apedunculada, la más antigua, presentó una relación entre el bario y el circonio consistente con “las obsidianas de Cerro de las Planicies/Lago Lolog”. Dichas canteras se ubican en el norte de la Patagonia, concretamente en el sur de la provincia argentina de Neuquén.
¿Alguno de esos resultados los sorprendió? ¿Esperaban que vinieran de esos lugares? Algo de eso hubo, porque estas puntas de obsidiana marcaron un peculiar récord.
Mapa de canteras de obsidiana y puntas de Uruguay. Tomado de Suárez et al 2025
Obsidianas lejanas
“Los resultados sorprenden un poco porque en ninguno de los dos casos se trata de las canteras de obsidiana más cercanas a nuestro país”, desliza Rafael. “Las canteras de la Patagonia cuyana están muchísimo más cerca, a unos 900 o 1.000 kilómetros”, puntualiza Julia.
Las canteras de Telsen/Sierra Negra están a unos 1.400 kilómetros de la zona del río Negro de donde proviene la punta más pequeña, mientras que las del Cerro de las Planicies/Lago Lolog están aún más lejos, a unos 1.600 kilómetros. Pero claro, esas son las distancias lineales. “Si se hubieran traído a través del interior del continente”, dicen en el trabajo, “las fuentes más cercanas habrían requerido un recorrido de entre 1.620 y 1.750 km”. La ruta costera “habría implicado un transporte de aproximadamente 2.100 km”.
“Las distancias a las que están estas canteras superan bastante las distancias para el transporte de obsidiana conocidas en América del Sur. De hecho, son comparables con las distancias más grandes de este tipo de transporte en el mundo”, comenta Julia.
“En América del Sur, las canteras de obsidiana desde donde se había registrado una mayor distancia de transporte era las de la Pampa del Asador, en el centro sur de la Patagonia, donde se reporta que se habrían recorrido 800 kilómetros desde ellas al sitio arqueológico donde se encontraron materiales con obsidiana”, puntualiza Rafael. “En este trabajo estamos casi duplicando ese rango de movilidad y de transporte. Como decía Julia, estamos en el rango de las distancias de transporte más importantes a nivel mundial”, agrega.
En el trabajo esta marca de transporte de obsidiana entre la Patagonia y el río Negro medio sólo es superada por un caso registrado en Estados Unidos. Obsidiana procedente de la cantera Wagontire, en el estado de Oregon, “fue encontrada en un sitio sumergido en el lago Huron, a más de 4.000 km de su fuente”. Todas las otras marcas reportadas en el trabajo fueron superadas.
Les pregunto entonces si para América del Sur estamos ante el récord de transporte de obsidiana. Los dos asienten con la cabeza. “Si bien la distancia de Oregon es una de las más importantes del mundo, esta debe ser una de las más importantes de todo el hemisferio sur”, afirma Rafael.
Más allá de los récords: puntas que apuntan a redes de intercambio de nuestros antepasados
Julia igual pone el tema en su debida perspectiva: “Todo esto es interesante no sólo por esta marca de la distancia más larga, sino por lo que significa. Es improbable que este aprovisionamiento tenga que ver con un uso tecnológico de la materia prima, porque no tiene sentido que se aprovisionaran de una roca que está a 1.600 kilómetros”.
“También es improbable que ese transporte haya sido directo, que estos grupos hayan ido hasta la Patagonia a aprovisionarse por mano propia de esta obsidiana”, remarca Julia. “Esto nos está hablando de que en América del Sur no teníamos grupos que estaban aislados y que cada uno estaba en su chacrita con sus materias primas, sino que había relaciones e intercambios a grandes distancias: intercambio de bienes, de conocimientos y de personas”, agrega.
Lo que dice Julia refuerza lo que contaba Rafael respecto del trabajo anterior sobre las puntas triangulares apedunculadas: lo que observan apunta nuevamente a la necesidad de tener una mirada suprarregional. Si este material recorrió 1.600 kilómetros, los grupos que habitaban aquí compartían con los de otras partes del continente varias cosas y estaban comunicados. Esa comunicación intangible, que se habría dado durante miles de años, es materializada de sopetón por dos puntas encontradas en el río Negro que hicieron un largo viaje desde Chubut y Nequén.
“Sí, esto nos vuelve a mostrar que estos grupos se estaban comunicando. El transporte debe haber sido interétnico, distintos grupos las habrían transportado desde la cantera en la Patagonia hacia la Pampa argentina, y de la Pampa habrían venido hacia Uruguay. No vemos este transporte como algo directo de un único grupo, no es que fueran desde Uruguay a aprovisionarse a estas canteras y volvieran transitando esos 1.600 kilómetros”, asiente Rafael.
¿Bienes de lujo? ¿Souvenirs? ¿Amuletos de estatus?
Volvamos sobre un punto que Julia mencionó: estas puntas de obsidiana, tanto la triangular apenduculada que los indígenas del río Negro usaron entre 10.000 o 9.000 años antes del presente, como la pequeña pedunculada que fue usada probablemente hace entre 4.000 y 500 años, seguro no obedecían a una necesidad tecnológica.
“Estas obsidianas tienen una importancia simbólica y social probablemente asociada al prestigio que pueda llegar a dar a su poseedor”, comenta Julia. Rafael amplía diciendo que “más allá de la economía y la tecnología, este transporte nos habla de un bien con valor simbólico, más aún para el territorio de Uruguay, donde hay importantes canteras que proporcionan materia prima de gran calidad”.
“Aquí, en una pequeña región, tenían a disposición jaspe, ágata, caliza silicificada, arenisca silicificada, silcretas y riolitas de la mejor calidad en América del Sur. Ingresar con una pieza de estas, fuera el grupo que fuera que las haya traído u ofrecido, que hayan sido un bien de intercambio o un regalo para una determinada persona implica que tuvieran cierto valor más allá de lo meramente económico o tecnológico. Para nosotros, se trata de piezas que tienen un valor social y simbólico trascendente”, remarca Rafael.
Lo que dicen es un granito de arena más en la gran duna de evidencia que apunta a los pobladores de estas tierras como gente no sólo con agencia, sino con sistemas culturales, tecnológicos, sociales y de valores bastante más complejos de lo que por mucho tiempo nos contaron. La idea de seres primitivos es incompatible con la de tener a disposición gran cantidad de rocas de calidad, pero conservar una punta que fue acarreada por más de 1.600 kilómetros. No era gente que sobrevivía sólo con lo que precisaba: tenían una cultura que a estas puntas les daba un valor sobre el que hoy apenas podemos hacer conjeturas. Si partimos de que no eran distintos a nosotros, que apreciaran algo que no necesitaban, como cualquiera de nosotros atesora algo que no precisa porque uno o el grupo social le atribuye un valor que el objeto no tiene, es totalmente comprensible.
¿Una punta de obsidiana sería entonces un lujo? ¿Era un objeto suntuario y, por lo tanto, un marcador de estatus, como tener hoy un Lamborghini descapotable? ¿Confería poder como hoy tener una barra de oro?
“Incluso en la punta pedunculada se puede observar que tiene un alto grado de rejuvenecimiento”, dice Julia. “Eso indica que fue mantenida, tuvo una larga vida útil, seguramente pasó por muchas manos en ese transporte por grandes distancias, más allá de que nunca vamos a llegar a saber bien quiénes la tocaron, quiénes la rejuvenecieron, quiénes la reavivaron. Pero de lo que podemos darnos cuenta cuando observamos una punta tan mantenida, es que fue un proceso largo, que esa punta vivió bastante hasta llegar a nosotros”, señala.
“La punta fue utilizada en reiteradas ocasiones de caza. Lo contrario sucede con la otra, la triangular y mucho más antigua, que está muy poco utilizada”, complementa Rafael. “Se nota que tiene un daño por impacto en la punta, pero después no fue reavivada. También presenta una característica a resaltar. Tiene todo un borde, una arista, en la que se observa una gran abrasión y pulimiento”, dice. “Seguramente esa punta estuvo en algún bolsito de cuero o algo que hizo que esa arista se perdiera y hoy la veamos pulida”, remarca.
“Más que bienes de lujo, diría que son souvenirs. Así como podés comprarte el imán de Wyoming, traerlo y ponerlo en la heladera, como algo exótico que exhibís pero para lo que no hay ninguna necesidad, algo así podría haber pasado. Cualquiera que viera esa punta se daría cuenta de que estaba hecha con una materia prima desconocida por casi todos los talladores de Uruguay”, redondea Rafael.
“Seguramente fueron intercambiadas entre distintas personas con cierto poder y cierto prestigio social. De un cacique, o de un jefe a otro, fue transportándose hasta que llegó a Uruguay y de esa manera luego se perdió, quedó en el registro arqueológico, y miles de años después los coleccionistas lo encuentran. Hoy nosotros las estamos analizando y estamos pudiendo avanzar con esta investigación”, afirma Rafael.
“Lo importante es que las personas transportan los objetos, pero las personas no viajan 1.600 kilómetros, sino que viajan 200 o 500 kilómetros, y de esa forma se van distribuyendo esos artefactos”, dice Julia.
“Lo que viaja es la tecnología, lo que viaja son las piezas, los bienes. Las personas son las que los transportan. El objeto nos sirve porque nos da la información, pero detrás de ese objeto había personas. Como antropólogos y arqueólogos, lo que queremos ver son esas personas que están detrás de esos objetos”, enmarca Rafael. “En este caso nos imaginamos que son personas que tienen cierto poder, cierto prestigio en su grupo, encuentran algo, saben que lo pueden manejar, que lo pueden llevar, que es algo raro en otro lugar, y entre ellas se van intercambiando. De esa forma se va moviendo la pieza, se va moviendo la tecnología y se van moviendo las personas también”.
“Es como una gran internet del pasado”, lanza Julia. “Vamos dejando atrás esa idea de grupos aislados en sus regiones y en sus ambientes. Esto nos permite pensar el pasado de grupos en movimiento que intercambian conocimientos y que, igual que ahora, tienen también curiosidad por intercambiar y este interés por cosas distintas”, afirma.
“Otra lección que nos deja este trabajo es que en un primer momento se decía que los grupos tempranos eran los que tenían mayor movilidad, los grupos del Pleistoceno final y el Holoceno temprano. Aquí vemos que durante el Holoceno medio, y durante el Holoceno final también, los grupos que usaban las puntas pedunculadas pequeñas también se movieron y transportaron objetos a grandes distancias. Si bien decimos que lo que se mueve son las personas y no los objetos, estamos viendo que ese movimiento es importante entre grupos con afinidad cultural”, enfatiza Rafael. “Acá también aparecen esas puntas triangulares pequeñas, lo que quiere decir que estos grupos humanos estaban conectados a lo largo de una región muy amplia, en la que compartían conocimiento, compartían bienes, seguramente compartían personas, y había relaciones interpersonales”, esboza.
Lo que dice Rafael es algo que muestran también trabajos sobre genes, tecnologías y el maíz, por decir algunos. Este “contagio por proximidad” es el que explica la expansión y adopción de tecnología y cultura a lo largo del globo. Nadie sostiene que quienes domesticaron las semillas de cereales en Medio Oriente las llevaron ellos mismos, a pie, hasta Europa. Hubo un contagio entre grupos próximos que terminaron expandiendo una serie de cultivos y animales domesticados por amplias zonas del globo. Lo que Rafael, Julia y sus colegas ven no es otra cosa que eso mismo: los seres humanos hace miles de años, si bien formaban grupos, y está esa cosa de la aversión a los que no son parte del grupo propio, también tienen una relación con otros grupos, con quienes intercambian genes, bienes y tecnología.
“Todo lo que vemos es intercambio, intercambio e intercambio. Hoy el intercambio se da de otra manera, por ejemplo, como decía Julia, con internet, pero en ese momento no había otra que patear e intercambiar las cosas como se podía”, coincide Rafael.
Cada comunidad de arqueología y antropología estudió a los pobladores tempranos de esta región de acuerdo con lo que tenía dentro de su territorio. Estas puntas nos ponen en otro lugar: había comunidades más unidas de lo que nuestras fronteras actuales nos han permitido ver. “Como venimos manejando desde hace tiempo, las regionalizaciones, en relación con la arqueología y con los tipos de puntas que se proponen, son más aparentes que reales”, dice Rafael. “Este es un aporte en este sentido y está confirmando otras ideas que ya habíamos planteado previamente. Eso es lo más estimulante y lo más interesante de este viaje arqueológico que estamos haciendo”, dice mientras uno apenas puede contener la alegría de que su trabajo nos permita transitar ese viaje con ellos, aunque sea desde el asiento del acompañante curioso.
Artículo: Mobility, circulation and long-distance transport of exotic raw materials in South America: Records of Patagonian obsidian points in Uruguay
Publicación: Quaternary Science Reviews (julio de 2025)
Autores: Rafael Suárez, Mariela Pistón, Julia Melián, Javier Silva, Ricardo Faccio, James Davenport, María Eugenia Arbiza y Michael Glascock.
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