La agricultura en la región de Colonia desde la etapa colonial ha sido un factor de importancia. Tanto portugueses como españoles hicieron convivir las tareas campesinas con las ganaderas. Eso hizo que desde temprano, y por el lado lusitano, surgieran las actividades de molienda y producción harinera. En 1694 el gobernador Naper de Lencastre instaló un molino en el arroyo de La Caballada, trayendo a su vez, familias de labradores.

Sin embargo, el principal desarrollo agrícola se produjo en el siglo XIX con la llegada de los inmigrantes. Esto llevó a la aparición de numerosos molinos tanto hidráulicos como a vapor en las últimas décadas del mil ochocientos. Como en varias sociedades agrícolas, el molinero, a la vez dueño de tierras y comerciante, se convirtió en un personaje de prestigio en la sociedad departamental.

Ocupó cargos públicos y se valió de sus redes de contacto campesinas para presionar a nivel estatal. Pero los agricultores, que necesitaban sus beneficios, mantuvieron hacia él una posición de desconfianza. Como miembro de la élite, el molinero tuvo que enfrentarse a otros integrantes de ella y a los sectores populares. Su rol hegemónico se debe, insistimos, al alto peso de la agricultura en el departamento de Colonia.

En la década de 1830 estaba creciendo la zona de chacras en torno a Colonia del Sacramento y Carmelo. En ese marco, el comerciante y propietario Estevan Nin estableció un molino de agua en el Arroyo de La Caballada.

Pero el mayor auge agrícola y molinero se dio en la segunda mitad del siglo. En paralelo al desarrollo del comercio portuario en la década de 1860, en el marco de la administración de Venancio Flores y la guerra del Paraguay, creció la producción agrícola debido a las colonias de inmigrantes.

En 1857 la cosecha de trigo fue de 7.211 fanegas (una fanega de trigo equivale a 105 kilos). En 1877, dos décadas después, ya se calculaban en 70.000. En 1881 el cálculo del periódico “El Orden” las estimaba en 94.000. En 1892 ya llegaban a las 262.666 y en 1894 las fanegas cosechadas pasaban del medio millón (756.047). Aunque en 1892 la superficie cultivada solamente con trigo equivalía a un escaso 7% de la superficie del departamento, desde la década de 1880 cada vez más tierras se destinaban a la agricultura (en el 1900 la superficie cultivada sólo con trigo llegó al 16 %).

En las colonias Estrella y Tirolesa, cerca de Carmelo, desde 1882 a 1883 el número de chacras había aumentado en 240, empleando algunos labradores máquinas segadoras. También la tierra había aumentado de valor. En el paraje Las Flores donde “la agricultura, poco a poco, sigue invadiendo los campos de pastoreo”, según un corresponsal en la zona del periódico “El Carmelitano”, los arrendamientos de tierra llegaban en 1884 a 2 pesos por cuadra, y cerca de Nueva Palmira y Carmelo a 4 o 5 pesos. Varios campos vendidos a 8 pesos la cuadra alcanzaron ese año a los 15 pesos.

A este fenómeno no era ajena la expansión de los colonos valdenses por el departamento, estimulando la agricultura. Diversos propietarios empezaron entonces a fraccionar sus tierras, y algunos comerciantes las adquieren para luego dividirlas y arrendarlas o venderlas. Tal es el caso de los comerciantes Gastelú Hermanos de Carmelo, que habían adquirido en 1884 la estancia “Santa Rita” sobre el arroyo de Las Vacas para destinarla a la colonización. En ese ámbito de expansión agrícola y comercial se acrecentó la instalación de molinos.

En 1860 en Carmelo existían dos molinos hidráulicos que exportaban harina. En 1882 funcionaba un molino a vapor, con una molienda anual de 3.500 fanegas, y otro de agua, además de dos atahonas. En 1877 había en Rosario cinco molinos a vapor, con una capacidad de molienda diaria de 20 a 40 fanegas. En el pueblo y sección de Nueva Palmira se contaba en 1884 con cinco molinos: tres a vapor, uno de viento y otro hidráulico. Desde 1883 comenzó a trabajar un molino a vapor en Colonia del Sacramento, establecido por los italianos Cutinella.

Nombres como los de Luis Nin, José Artola, los Bigni (padre e hijo), Felipe Fontana y los Bonjour son algunos de los referentes empresariales más importantes en este rubro. Felipe Fontana, que tenía su establecimiento en Nueva Palmira, encargó en 1884 a los Estados Unidos un motor de alta y baja presión para la molienda del trigo y maquinaria para una fábrica de pastas. También construyó un muelle que era de uso público, al hallarse en mal estado el estatal. Tenía tres desgranadoras a vapor, con una capacidad de 70 fanegas por hora. Su estímulo a la agricultura, por otra parte, era constante.

La consolidación y ampliación de sus negocios se basaba en su capacidad de incentivo y relacionamiento con los agricultores y el Estado. La cosecha, la producción y la comercialización pasaban de alguna forma por sus manos, siendo una pieza clave de estos circuitos.

Bigni, Vigny y el incendio del molino

Los hermanos Bonjour, en Colonia Valdense, tuvieron una casa comercial y un molino, además de barcos propios. La casa Bonjour perteneció a la antigua firma “Lorenzo Muñoz y Rivadavia”. En 1891 los Bonjour se hicieron cargo del establecimiento, importando maquinaria agrícola y comerciando con cereales. En los años 1894 y 1898 su giro anual alcanzó los 220.000 pesos. La casa Bonjour Hermanos, según Barcón Olesa, mantenía todo el comercio de la Colonia Valdense. Poseía un embarcadero en el puerto Concordia, teniendo dos barcos, el pailebot “Artesano” y el pailebot-goleta “Eduardo I”.

Los hermanos eran propietarios del “Molino Valdense”, con una producción de 35 a 40.000 fanegas anuales (210 fanegas diarias promedio) y que exportaba al resto del país y al Brasil, siendo el más importante de la región. La empresa fue fundada por Juan Daniel Bonjour, nacido en Bobbio (Italia) en 1813 y muerto en Uruguay en 1899, quien arribó al país y a Colonia Valdense en 1860, adquiriendo chacras y tierras de estancia, donde luego colocó más de 14 familias de colonos.

Con el capital reunido, junto a sus hijos, construyó en 1876 el molino, que funcionaba de forma hidráulica y, desde 1889, con una máquina a vapor, para suplir el agua en los tiempos de seca. Una diversificación económica similar, aunque quizás más conflictiva, tuvieron los Bigni y Luis Nin.

En los años de 1860 Luis Bigni arrendaba en Rosario un molino que pertenecía a Luis Nin (emparentado con Estevan Nin). Bigni le debía varios alquileres al propietario, y en 1864, en medio de la invasión de Flores al país, contrató a algunos criollos y al Batallón Suizo del mayor Bion para que protegieran el edificio (quienes fueron cercados y tiroteados por las tropas gubernistas).

Bigni, de origen italiano pero radicado en Francia, llegó al Uruguay en 1854. En 1872 compra un campo sobre el río Rosario. Años más tarde, en 1876, será integrante del Consejo Auxiliar de Nueva Helvecia. Su hijo, Luis Vigny (que así firmaba) instaló un molino en 1873 en los campos paternos. Este, cerca del paso de La Tranquera, será el tristemente conocido “Molino Quemado”. Funcionó de 1876 a 1881, en que fue destruido por un incendio. Conocemos su trayectoria histórica en detalle gracias a las investigaciones del profesor Omar Moreira.

Vigny ocupaba un puesto público como Teniente Alcalde, subordinado al Juez de Paz de la villa La Paz. Sin embargo, algunas personas de la clase alta de Colonia Suiza, solicitaron en 1881 (una semana antes del incendio, el 7 de marzo) su destitución. En el periódico “El Republicano” de Rosario apareció esta crítica, la cual transcribimos in extenso por su caracterización del personaje:

“Este funcionario sin igual en nuestro Departamento va adquiriendo una celebridad poco común y sus actos como Teniente Alcalde, como agente de diarios, como ex – Comisario, como ciudadano legal, como extranjero con papeleta francesa y como incomparable mareante de los hoteles, almacenes, ferreterías, etc. etc. que saben vender al fiado llama la atención de todo vecino honrado que se preocupa en lo más mínimo de la moral pública y de los intereses locales de esta jurisdicción. Este Alcalde […] firma Luis de Vigny y es hijo del vecino conocido por Don Luis Bini, molinero de agua en la Tranquera. Este hijo aristocrático de un padre tan democrático debe ser muy poco escrupuloso para cambiar su nombre y su nacionalidad en un momento oportuno y con todo esto prueba la nobleza de sus sentimientos y la firmeza de su carácter. Su popularidad y las numerosas relaciones que mantiene en la capital quedan probados por los frecuentes avisos y llamamientos en los diarios de aquella y su crédito parece ilimitado, puesto que las cuentas que tiene en muchas casas van a quedar abiertas mientras viva el muy honorable e ilustre Teniente Alcalde Luis Vigny y sus infelices acreedores”.

Como era de esperar, ante tales acusaciones, Vigny entabló juicio. El “aristocrático” Luis Vigny contaba con buena confianza y crédito libre entre el comercio de Montevideo, lo que demuestra su reputación en los medios locales y nacionales y el posible éxito de sus negocios. El resquemor de los vecinos de Nueva Helvecia, además de basarse en su conducta y despreocupación por los intereses de la zona, se debió, afirma Moreira, al peaje por el uso del puente sobre la represa.

Después del incendio del molino, Vigny logró del gobierno una concesión de ocho años para recaudar estos derechos de tránsito. Otra vez víctima de la fatalidad, el puente quedó arruinado por una tormenta. Al poco tiempo pierde el pleito contra los suizos y es embargado.

El encono del vecindario volvería a plantearse cuando en 1883 Vigny solicita la construcción de muelles en el río Rosario. Se argumenta entonces desde “El Pronóstico” de Rosario, que esa obra “causaría muchos perjuicios al comercio y á las industrias de las colonias de las costas del Río Rosario y sería por consiguiente de perjuicio y de retardo para el progreso del comercio é industrias generales de la República Oriental”.

Iguales esplendores y ocasos, aunque tal vez menos dramáticos, padecería el molinero Luis Nin. Cuando en 1881 se trabe en litigio con la Junta Económica Administrativa por los derechos de propiedad del molino y predio perteneciente a su pariente Estevan Nin en el arroyo de La Caballada, recordará desde las páginas de “El Orden” de Colonia, los servicios prestados a la agricultura en Carmelo y Rosario. “En el año 1852 pasé de la Colonia al Carmelo, pueblo que entonces contaba apenas 30 ó 40 casas, chacras muy pocas, y pobreza suma; allí establecí una casa de negocio en combinación con una grasería que puse en el Curupí […] Fui electo Alcalde Ordinario y presté mis servicios en ese puesto como lo hice en la Comisión A[uxiliar]”.

En la década del 60, como queda dicho, mantuvo un molino en Rosario (allí comenzó su carrera el español Bernardo Paz, que luego fue comerciante, administrador de correos y secretario de la Comisión Auxiliar en la villa de La Paz). En 1864 Nin estaba radicado en Montevideo, y en medio de la invasión florista, por su militancia blanca, se mantuvo fiel al gobierno. Su hija era prometida del agrimensor Fredolin Quinke, hombre de importancia en la Colonia Suiza. En 1876 Luis Nin figura como integrante de la Comisión de Obras Públicas de la Junta Económico Administrativa.

Sus múltiples vínculos con el aparato estatal, no impidieron que en 1881 se granjeara la oposición de la Junta. “Ahora juzguen las personas interesadas en la justicia y protección que se debe á los establecimientos, si es justo que la Junta deje libre á la rapiña y devastación á un establecimiento como el del Sr. Nin por una medida de enemistad y personalidad que anima á esos señores contra el Sr. Nin, que muchos adelantos ha hecho en bien del departamento y al país”, se escribe en “El Orden” (hoja que, obviamente, había tomado partido por el molinero).

Nin tenía en ese predio diversas especies arbóreas y frutales, incluso morera “para el gusano de seda”. El sueño de Nin de reconstruir el molino de su antecesor al parecer quedó inconcluso.

Los molineros de Colonia y la gestión de la cosa pública

Las redes sociales con el poder económico y político de Vigny y Nin, no evitaron que sus situaciones personales fueran delicadas, complejas. Su papel hegemónico los hacia blancos visibles de los ataques inter pares como de los sectores populares. Similar derrotero vital tendría José Artola, quién había adquirido el molino de Luis Nin en Rosario.

En 1878 se presentó ante la Junta E. A. de Colonia –declara domicilio temporal en la casa del importante comerciante Bernardo Larralde– y pidió que no se cierre un camino vecinal, según era la disposición de la Comisión Auxiliar de Rosario.

El cierre del camino va a incidir en el tránsito hacia su molino harinero, “del cual se han servido y se sirven más de cuatrocientos colonos haciendo la entrega de sus frutos en el referido molino, sin necesidad de rodear por la Villa del Rosario”. “La obstrucción de ese camino perjudica en gran manera a los vecinos de las colonias agrícolas Piamontesa y Canaria quienes sino se interrumpe la vía pública á que me refiero, concurren con sus frutos a la explotación de los mismos sin el menoscabo o desprecio, que pretende hacer la actual Comisión Auxiliar pues de lo contrario se tendría que andar más y por peor camino para ir al referido molino y viceversa”.

En carta posterior Artola menciona que los miembros de la Comisión Auxiliar están dispuestos en su contra, especialmente el vice – presidente (“personalidad bastante determinada y de no muy sanas intenciones”). En 1879 los colonos piamonteses se expiden diciendo que utilizan el camino desde 1859 para conducir el grano, confirmando así los argumentos de Artola.

La capacidad del molinero para presionar a la Junta mediante los agricultores, sus seguros y constantes clientes, es empleada para combatir a la Comisión Auxiliar. Su posible incidencia a nivel de las autoridades departamentales y su triunfo sobre las elites locales, podía depender de este apoyo de los grupos campesinos. Otros sectores populares, sin embargo, se hallaron en su contra.

En 1883 las lavanderas pedirán que la Comisión Auxiliar tome partido, ya que Artola con su represa, deja correr las aguas del río según su antojo. El conflicto, como en los casos anteriores de Nin y Vigny, también acompañó a este molinero.

La gestión de caminos, ríos y arroyos, circuitos comerciales, y de la cosa pública, se concentró de modo aleatorio o constante en estos empresarios molineros. Los respaldos o temores que concitaron en las clases dirigentes y subalternas, en un espacio donde la agricultura y su comercialización tuvieron un rol tan destacado, es un índice claro de sus grandes éxitos y fracasos.