Los poemarios de Sonia Calcagno y José Arenas comparten varios puntos: desde su edición artesanal y la cualidad de ser ambos narradores además de poetas (Arenas, incluso, habla de una “narrativa poética”) hasta una enunciación bastante despojada, atenta a los aspectos formales. En los dos se presenta una “historia” o “historias” que subtienden e hilvanan todos los poemas.
Desde un texto de contratapa la escritora Patricia Díaz Garbarino expresa que Calcagno construye un universo poético “que se caracteriza por una constante reflexión acerca del tiempo: la imposibilidad de recuperar el pasado”. El libro, haciendo honor a su título -Velas de leves barcos-, elabora una navegación por los recuerdos del padre y la madre, ofrecidos como “fantasmas familiares” (poema IX). El primer texto, de una serie de 40, da la tónica del libro:
I Como cicatriz del padre, el silencio de su madre, las fantasías. Velas de leves barcos.[…]
Las imágenes del padre y la madre van a ir emergiendo a través de símbolos marineros, en que los progenitores a la vez se confunden con el mar y los barcos. El motivo del viaje será constante, desarrollándose en la soledad (“II- Aquella mujer, sola / rastro, rostro en la arena” […]). La poeta viaja por su memoria, pero a la vez sus evocaciones flotan o navegan por espacios que apenas los apresan. En su enunciación tan justa y sintética se insinúa un papel conflictual de la memoria: apenas atrapa ya tiene que soltar.
Los poemas, así, aparecen como leves bocetos, en que las figuras brillan en un momento fugaz. El poema IV resulta sintomático: “Convoco nostalgias,/ vienen flacos espectros”[…]. Es que los recuerdos son como esos “Negros perros hambrientos en la calle” (poema V), que ya no reconocen al hablante. El poemario está por lo táctil, asumiendo las representaciones, formas y modos de la naturaleza (“Inmensidad del río / frío como madre / Cielo gris. Lluvia calma” […]”, poema XXV). Lo sensorial, sobre todo visual, junto a un verso musical, marca el libro.
Sin embargo, ese rescate de lo cotidiano, con una lograda imaginería de los sentidos, se esfuerza por conservar y perpetuar la memoria, dado que el “oscuro traidor el corazón” (poema XL) es presa del olvido. Una historia íntima, próxima y a la vez lejana, se insinúa en el libro. Arte de finura, nostalgia y despojo.
Teoría de la milonga
Arenas, por su parte, marca una preferencia formal y ontológica por la milonga. En la “copla por la milonga”, el poeta se siente cómodo, marca sus límites con los bordes -siempre cortantes y peligrosos- de la poesía. La concentración formal de la composición, aunada a su métrica y musicalidad, pautan para el autor, en declaración estética y nostálgica, un regreso “a la belleza” entendida como subversión. Es que en tiempos del despilfarro informal, sirve volver a esa contrapoesía que es hoy lo formal. La ironía -cómica y trágica-, que deslinda su declaración de principios, se prolonga a cada texto.
Los poemas trazan un recorrido existencial, cultural e histórico por el género milonga, donde se interroga a los diferentes escenarios y voces acerca de la posibilidad discursiva y ontológica de la milonga como enclave personal. Por eso el primer poema, elevando la música a tabla de salvación, irrumpe:
y si a veces se me abre el pecho pidiendo auxilio se me enguitarra la lengua plegaria en clave de trino […]
Arenas, como músico y tanguero que es, sabe ejercitar la modalidad poética elegida –la milonga- al enfrentarla a situaciones extrañas y hasta inéditas, para regresar y construir, en el cuerpo del texto, un armazón clásico en el estilo, apegado al rigor y la concreción. La milonga, de ser “tragedia griega con cuerdas”, pasa a avizorarse como melodía en la Edad Media “trovando por pan y vino” hasta que “y con laúd o guitarra / con romance con estilo / lo verán cantando penas / que ya todos han tenido”, haciendo de la milonga una cosmovisión universal. Por eso el poeta la valora como su modo natural de sentir.
Desde lo íntimo, en las trampas del lenguaje y la fragilidad de lo vivido, la milonga, límite y liberación (“pentagrama libertario”), da las pautas para revelar/velar la/s historia/s personal/es. Es que el poeta, en la confrontación con el mundo, genera sus narrativas y sus milongas: “Y cuando salgo a la calle / a perderme gota a gota / vuelvo a casa en solitario / llenísimo de milongas”.
Ese puede ser el secreto del autor (“un libro que es un secreto”): ir recopilando un conjunto de relatos, para luego destilarlos en su soledad. Quizás sea eso la milonga, un vagar por experiencias múltiples brillantes o lastimeras, para después resumirse en una forma compacta con rigor de canción. La milonga, en estos textos, enfrentada a las ambigüedades del signo y el ser, sabe recuperar los sobresaltos y pasiones del mundo. Porque hay todavía “en los clavicordios criollos / osamentas de teclado”.
Sonia Calcagno, Velas de leves barcos, Colonia, Olaya Ediciones, 2020, 68 páginas. José Arenas, Teoría de la milonga, Montevideo, Ediciones del Demiurgo, 2021, 46 páginas.