El panorama poético departamental cuenta con numerosos autores de obra destacable aunque poco conocida. Este es el caso de los escritores considerados. Ambos, con una obra profusa aunque despareja, se hacen merecedores a una mayor atención por parte del público lector. Su entrega a la poesía y su innegable oficio, pulido a lo largo de los años, son los rasgos que los vinculan y por los cuales hoy queremos evocarlos.
Cultor del soneto
Pablo Siglo fue un ferviente apasionado del soneto y sin duda su principal cultor a nivel departamental. Esta cualidad es la más notoria y marca su sello literario personal.
El autor, nacido en Carmelo como Dante Pegazzano Leys en 1913, falleció en la misma ciudad a principios de los años 2000. Durante sus estudios secundarios tuvo como profesor de literatura al historiador y poeta Natalio A Vadell, quien lo estimuló para iniciarse en la poesía.
Desde sus iniciales La ruta inmóvil y Pescador de sueños, aparecidos en la década de 1960, hasta el año 1998 publicó unos 12 libros, incluyendo Breve antología personal (1992). Si bien en su mayor parte son de poesía, en algunos incursionó en la narrativa, el ensayo y la crítica literaria, como en Raíces de poesía negra en los poemas de Nicolás Guillén (1997), donde, a la vez que analiza la estilística del autor, repasa los conflictos raciales y sociales vividos en el Caribe.
En este libro, asimismo, figuran dos preocupaciones que serán constantes en la lírica del escritor: el culto de la forma y el abordaje de los problemas sociales. En relación al primer punto, el historiador Hugo Dupré, en su Carmelo. Historia de ciento cincuenta años (1966), da cuenta de la preferencia de Pablo Siglo por la poesía simbolista y en especial por Julio Herrera y Reissig. Transcribe a propósito un poema que muestra esta doble filiación:
“INVERNAL.
Llora el sauce en sus rústicos misales
amarillo dolor enmohecido.
En el quieto remanso han encendido
su luz azul los cirios siderales.[…]”.
Dupré destaca también el tratamiento de temáticas sociales.
En una entrevista realizada por Javier Andrade en 1998 para la Revista U, el autor recalca que el poeta “debe ser una persona comprometida con la sociedad” y que a la vez produce “versos que rimen, con esa musicalidad que necesita la poesía para ser tal”. Estas son, por cierto, las mayores fortalezas y debilidades de Pablo Siglo.
La forma soneto, con su rima consonante, muchas veces le obliga a un esfuerzo de retórica donde se pierde todo lirismo. Su logrado oficio, en algunos textos, no logra disimular un desarrollo temático que es o muy prosaico o en extremo abstracto.
En otras ocasiones, cuando aparecen rasgos simbolistas e incluso formulismos a lo Herrera y Reissig, le falta densidad y oscuridad, esa veta “nocturnal” que Amir Hamed le atribuye a una corriente medular de la poesía uruguaya, la cual inicia con el poeta de la Torre de los Panoramas.
En su “Historia del soneto”, que aparece en su libro Los ecos del silencio (1998), puede verse esa escritura cerebral y exterior, en cierta medida prosa versificada, que caracteriza buena parte de la obra de Pablo Siglo: “Fue allá en la corte de los Barbarrosa/ donde Lentini Giácomo, el poeta/ iluminado en hora venturosa/ concibe del soneto la receta.[…]”.
Cuando trata temas sociales su expresión adquiere mejores tonos. Su libro Poemas de la mano izquierda (1993), por el manejo de motivos populares y una dicción más simple, se posiciona como su obra más lograda. Estos cuartetos que transcribimos completos patentizan una construcción poética de mayor plasticidad y sentimiento:
“YARAVI.
La tarde tiene una pena
que quiere olvidar con vinos,
el viento llora en los pinos
con las voces de una quena.
Allá por los altos cerros
y las profundas quebradas
llegan las sombras cansadas
con un concierto de perros.
Un indio montaña abajo
marcha con penas y cabras,
y una angustia sin palabras
sigue goteando un badajo.
Indio, sombras y montaña
tienen su dolor en mí;
indio, dolor y montaña
son plástico yaraví.”
Pablo Siglo fue un poeta caudaloso, por lo que tal vez poco de lo mucho que escribió esté completamente conseguido. Una nueva selección crítica tendrá que encargarse de esta tarea de cernido; por estas calidades esporádicas, vale la pena de ser emprendida.
Un poeta coloniense
Fulvio Nelson Maddalena (1923-1998), nacido en Colonia del Sacramento y muerto en Montevideo, presenta una labor poética en ascenso, pero inconclusa hasta el final. Durante sus años de estudiante en el liceo JL Perrou, sacó junto a otros compañeros la revista Excelsior.
Radicado en Montevideo desde 1944 fue sobre todo conocido por sus programas radiales en CX 16 Radio Carve, entre los cuales cabe mencionar Cierta vez en un tiempo, El ´mundo de los poetas, La hora de los duendes y Alta sensibilidad. Materiales de estos ciclos aparecieron en sus libros de prosa, destacando Ahora, en algún lugar (1982) y Para contarle al viento (1995).
Su primer poemario Altos crepúsculos. Treinta cantos de amor, aparecido en 1946, posee marcados ecos nerudianos. Así lo explicita el propio autor: “Cuando tenía 15 años, leí por primera vez los versos de una gran poeta: Pablo Neruda, vena y voz, espejo y lámpara de las más recias y puras emociones del hombre”. El tema del mar y el amor, junto a una escritura torrencial, surge en estos primeros versos: “Honderos del ensueño,/ Tú y Yo,/ colgaremos una gota de sangre en cada cumbre./ Caracoles de furia,/ Tú y Yo,/ arrancaremos cada trozo de tierra para hacerlo nuestro[…]”.
En su siguiente libro, Un tiempo color angustia (1961), se retrae el influjo de Neruda, aunque se conserva el gusto por el poema largo, cierto tono declamatorio y altisonante y el manejo de imágenes complejas de raíz surrealista. El poeta coterráneo Gregorio Rivero Iturralde, en un artículo recordatorio publicado el 24 de mayo de 1998 en Últimas Noticias, señala esta transición: “Ya la voz del poeta ha madurado y sin duda se ha espesado en dolores y experiencias.[…] Ya no se trata de juveniles poemas de amor, muy en eco con los célebres ‘Veinte’ de Pablo Neruda, sino de cantos de dolor, de angustia, de denuncia y también, en el fondo, de esperanza”.
En estos poemas se abordan los conflictos contemporáneos, apareciendo diversas denuncias sociales. El texto “El ojo del monstruo”, inspirado en la escena final de La Dolce Vita del cineasta Federico Fellini, se abre con esta imagen: “El Ojo tremendo del monstruo/ tendido en la arena,/ mira/ fijo,/ inmutable,/ como una luz petrificada”, y se cierra con estos versos: “Mira/ LOS DESPOJOS DEL HOMBRE!”.
En “Carta a un poeta rebelde húngaro encarcelado” se explayan las situaciones de opresión que trajo la Guerra Fría: “Y ahora estás en un hoyo de sombras,/ masticando silencios,/ mordiendo uñas de pesadilla,/ Con una venda de hojalata en los ojos/ para que no veas el mundo.[…]” En este poema, como en mucho otros, aunque figuran algunos pasajes e imágenes de óptima factura, el tono retórico, de postulación de ideas y en caso panfletario estraga la expresión poética. Al igual que en Pablo Siglo, pese al oficio, hay una construcción del texto epidérmica, en buena medida exterior o decorativa.
En sus poemas inéditos Los duendes, a veces (1980, premio del Ministerio de Educación y Cultura) y Los sitios de la lluvia se estaba procesando una renovación de su enunciación poética, con una expresión más sencilla, en tono menor, más volcada a la imagen y a lo musical. El texto que da nombre al primer libro puede servir de ejemplo: “LOS DUENDES,/ A VECES/ extienden sus magias/ sobre la piel/ del mundo./ Alzan su espiga de luz,/ reabren el alma/ a la fiesta de los sueños/ Entran y salen de la vida/ en un viento libre/ que se parece al hombre./ Los duendes,/ a veces…”. Este lirismo más depurado, libre de elementos extra poéticos, lamentablemente no tuvo desarrollo. De ambos libros, asimismo, poco se conoció; se publicaron algunos poemas en la prensa y en antologías.
Al igual que con Pablo Siglo, este poeta merece un trabajo de rescate y criba de su producción.
En el tupido bosque literario de estos autores, sobra mucha hojarasca. Al retirarla, después de una lectura meditada y crítica, sin duda asomarán los mejores ejemplares de su obra, aquellos por los que corre la savia de su más auténtico estilo y expresión.