Ya desde la época colonial, la clase comercial del departamento de Colonia parece haber sido el grupo hegemónico, incluso por encima de los estancieros. Esta realidad se puede constatar en el siglo XIX, pero las estructuras coloniales ya otorgaban una base para su realización.
En esta zona del país no existieron latifundios tan grandes –si descontamos las posesiones de los jesuitas- como en otras regiones de la Banda Oriental. Los estancieros, por otra parte, convivieron con un grueso núcleo de agricultores, tendiendo a fragmentarse los dominios territoriales.
Las propiedades medianas y pequeñas llegaron, de esta forma, a predominar. Otro elemento –y sin duda, no menor- fue la penetración del capital mercantil en el campo.
Tanto Narbona, la Orden Jesuita, como Francisco de Medina con su saladero manejaron sus establecimientos rurales con un espíritu empresarial, volcando su producción a los mercados regionales y americanos. Esto fue haciendo que la actividad agraria se estructurara en torno a las villas y sus puertos, colocando a los comerciantes –desde los grandes barraqueros a los pequeños pulperos- como árbitros de la sociedad rural y urbana.
Patricios y extranjeros
El patriciado local, que surge a fines del siglo XVIII, está compuesto especialmente por comerciantes. Al darse una escasa división del capital, numerosos comerciantes fueron a su vez estancieros y saladeristas. Carlos Real de Azúa al referirse a las actividades económicas del patriciado nacional destaca: “Estancia, saladero, muelle y flota constituyeron así una secuencia que se produjo desde el siglo XVIII y alcanzó varios éxitos sorprendentes”.
El comerciante coloniense Manuel Barrero y Bustillo poseía un almacén, un matadero, una calesa y varias estancias. Mantenía negocios con Buenos Aires a través de Escalada, Santa Coloma y Rozas. Otros estancieros y saladeristas vinculados al tráfico comercial, como Bonifacio La Canal y Melchor Albín, también abastecían el mercado porteño.
Los comerciantes, como grupo de poder, ocuparon asimismo los principales cargos públicos. Al iniciarse la república, y según consta en los censos de la época, su rol continuaba siendo preponderante.
Sin embargo, además de los nombres que pertenecen al patriciado local, comenzaron a figurar otros de extranjeros. Desde la década de 1820, en plena Cisplatina, actuaba en Colonia del Sacramento el inglés Tomás Bridgman, quien estimulaba el comercio con su patria. Por esos años estaba además el también británico Juan Hill, que abrió en 1821 una casa de comercio en la misma población. Franceses, italianos y españoles aparecieron en la década de 1830 en los quehaceres comerciales, desplazando al patriciado o sumándose a aste.
¿Cómo acumularon su capital inicial estos comerciantes? Su origen radica tanto en la propia actividad como en otras relacionadas (por ejemplo, la artesanal). Los españoles Orfila se enriquecieron practicando el cabotaje entre Colonia y Buenos Aires, a la vez que el italiano Repetto prosperó en tareas vinculadas al puerto.
La casa de negocios de Pedro Indart, fundada en 1877 –una de las más importantes de Rosario-, se inició 20 años antes con un modesto taller de herrería que atendían Indart y su esposa. Al tiempo, dada la magnitud de sus negocios, se improvisó como banco agrícola.
A su vez, el español Bernardo Paz –que mantuvo una casa de comercio en La Paz hasta 1875- comenzó como dependiente de un comerciante de Tarariras y como trabajador-asociado del molino de Luis Nin en Rosario.
Debido al boom del ganado lanar y a la expansión de la agricultura, numerosos comerciantes se dedicaron a la compraventa de frutos del país. Así lo hicieron las casas rosarinas Viuda Indart e hijos, José María Garat y Lizundia y Urriticochea.
En otros casos se conjugaron las actividades comerciales con las industriales, aunque dirigidas estas últimas a los productos alimenticios. Los italianos Assandri, Benedetti, Cutinella y Peila, de Colonia del Sacramento, son ejemplo de esto.
Múltiples actividades tuvo don Bernando Larralde en Colonia del Sacramento: barraca de frutos del país, almacén de ramos generales, flota de barcos propia (Buen Padre y La Flor Coloniense fueron algunos) y bodega (utilizando viñedos propios). Realizó asimismo préstamos a los agricultores.
Recuerda Domingo Maddalena que los “créditos a los agricultores eran otorgados en condiciones ampliamente liberales, es decir, sin sobresaltos, con amplios plazos de un año para el otro en casos fortuitos justificados, por enfermedades en la familia, malas cosechas motivadas por las temibles y terribles invasiones de la langosta u otras plagas agrícolas…” (La Colonia, 22 diciembre, 1970).
Invirtieron también en tierras y mantuvieron negocios con el Estado. Si su postura al principio fue audaz y agresiva, luego se volvieron conservadores, colocando sus ganancias en negocios de seguro rendimiento y bajo riesgo.
Su rol hegemónico, la protección dada por el Estado –sobre todo después del militarismo- y la prosperidad comercial debida al cabotaje y a la ampliación del mercado interno hicieron que la clase comerciante se enriqueciera con relativa facilidad. Pese a estas ventajas, no se ocupó de cimentar su situación como grupo dominante, dejando las puertas abiertas para que capitalistas foráneos –de la región o del país- instalaran empresas industriales de enorme infraestructura.
Los puertos y el mercado
Como ha destacado Alcides Beretta Curi, el mercado uruguayo del siglo XIX fue “raquítico” (por la escasa población, especialmente urbana) y deficientemente articulado debido a la falta de un sistema de comunicaciones racional y eficiente.
Si bien el departamento contaba con varios centros poblados y adecuadas comunicaciones fluviales (no así las terrestres), estas limitaciones estuvieron presentes. Después de la Guerra Grande se constituyen algunas sociedades de cambio –con el fin de emitir moneda menor- y así incentivar el comercio al menudeo. En la década de 1860 se construyen muelles, comenzando una etapa de despegue en el tráfico portuario.
A los puertos del departamento arribaban barcos provenientes de otros puntos del país, de Argentina, Gran Bretaña y Paraguay. Felisberto Isbarbo, encargado de la Sub-Receptoría de Carmelo, en informes remitidos al periódico El Carmelitano plantea que de 1866 a 1874 se ha recaudado 28.757 pesos, y de 1875 a febrero de 1884, 108.546 pesos. Atribuye este aumento a las “muchas facilidades que sin perjuicio de la renta se le ha dado al comercio local y de cabotaje”. En 1884 se calculaba el comercio de exportación e importación del mismo puerto en 1.400.000 pesos.
En el primer trimestre de 1884 las receptorías del departamento habían recaudado 17.859 pesos, estimándose que el monto impositivo de ese año llegaría a 60.000 pesos. En mayo de ese año habían exportado por el puerto de Carmelo: 1.288 cueros vacunos, 97.390 kilogramos de harina, 15.244 kg de lana, 5.986 hectolitros de trigo, entre otros productos.
En agosto de 1885 salieron del puerto de Rosario 29 buques para Montevideo, conduciendo: 11.459 hectolitros de trigo, 21.584 kilos de cueros lanares, 71 cerdos en pie, 1.015 kilos de harina, etcétera; y 18 buques para puertos argentinos, transportando: 2.287 toneladas de piedra, 120 toneladas de arena y 4.000 adoquines.
Este tipo de tráfico era común en ambos puertos (la piedra y los adoquines –aunque no constan en el registro anterior- eran rubros claves en las exportaciones del puerto de Carmelo). Según puede verse, las exportaciones vinculadas a la ganadería y la agricultura eran diversificadas. Además, considerando el monto de las recaudaciones, desde los años de 1860 al 80, el movimiento comercial al parecer había aumentado.
Otro elemento que apoya esta percepción es la construcción de muelles. En Nueva Palmira en 1884 el molinero Felipe Fontana y el comerciante Andrés Pérez Vila edificaron muelles propios para sus negocios. Por su parte, desde Colonia Francisco Gibbs, a nombre de Nicolás Herrera y Cª., solicitó en 1883 establecer corrales y un muelle para la exportación de ganado.
Sn embargo, las deficiencias en las comunicaciones constituyeron frenos para este auge. En 1884 los vecinos de Carmelo (comerciantes, industriales, agricultores y ganaderos) solicitaron al presidente de la República, Máximo Santos, que canalizara el arroyo de Las Vacas. Al año, los comerciantes de Rosario, pidieron lo mismo para el río Rosario, requiriendo la habilitación del puerto del Sauce.
El movimiento de los puertos sufrió también sus altibajos. En 1896 el puerto de Colonia del Sacramento contó con una gran afluencia de buques, pero otros años, debido a la falta de balizamiento del canal de salida, el tráfico fue menor, teniendo que competir con el puerto del Sauce.
El tránsito terrestre era aún más complicado. El Orden en 1881 se quejaba del mal estado de las vías públicas: “Buques hay que tienen que permanecer 15 y 20 días en un puerto esperando las cargas de cereales que se exportan ya para el exterior ó para los puntos del alto Uruguay. Esa demora la motiva el retardo de los vehículos que conducen aquellos productos puesto que necesitan tres veces más tiempo en el tránsito terrestre”.
En 1884 los vecinos del distrito de Miguelete solicitan a la Comisión Auxiliar de Carmelo que habilite un camino hacia para ese pueblo. Al no contar con esa ruta, los comerciantes de la zona tienen que traer sus mercancías desde Colonia, que está más distante. Esa amplitud y potencialidad, marcada por estas limitaciones, fue la que tuvo el mercado interno.
Inversiones
Los comerciantes invirtieron en tierras, participaron en negocios con el Estado y, en menor medida, se dedicaron a la actividad industrial. Los Orfila, Larralde, García y Mon y Gastelú, entre muchos otros, adquirieron propiedades urbanas y rurales (desde chacras a estancias).
Barrán y Nahum sugieren que la clase alta compró campos, tanto por el prestigio que estos daban como por ser un negocio seguro. “Se rendía un culto profano a la tierra”, mencionan. No obstante, otros comerciantes prefirieron especular con la tierra, fraccionándola y vendiéndola a los colonos agricultores.
Numerosos contratos –para alumbrado y limpieza- fueron celebrados con la Junta Económico Administrativa. Un negocio más lucrativo fue el arrendamiento del faro. El contratista cobraba un derecho de dos centésimos por tonelada para mantener el servicio, debiendo abonarle mensualmente a la Junta 200 pesos. En 1876 Latorre anuló el contrato, por lo que Manuel Repetto y Esteban Nocetti –encargados del faro- reclamaron por lo que consideraban un despojo a sus derechos.
Pocos matices, sin duda, tuvo el trato de los comerciantes con el Estado. La actividad manufacturera se dirigió a la fabricación de harinas y otros bienes alimenticios. El italiano Juan Peila fundó en Colonia el hotel Esperanza y un almacén de ramos generales. Luego instaló una fábrica de embutidos, otra de aguas gaseosas y una bodega.
Aunque algunos industriales lograron ampliar sus mercados y consolidarse, el desarrollo manufacturero fue bastante tímido y se mantuvo en muchos casos a un nivel artesanal (probablemente incidió en ello la competencia de Buenos Aires y Montevideo). La curtiembre y fábrica de jabones y velas de Camblone, en Carmelo, atendía pedidos de Nueva Palmira y Colonia. La fábrica de carruajes de Ahuntchain en Rosario exportaba a Paysandú, Durazno, Porongos, San José, Soriano, y hasta a Brasil y Argentina. Pero esas fueron contadas excepciones.
Valoración social
Dado su rol hegemónico, y especialmente en los ámbitos rurales, el comerciante parece haberse constituido en un referente para los otros grupos sociales. El periódico El Carmelitano en 1884 declaraba que para su clientela de chacareros y puesteros el comerciante Manuel Gavilán “es el mejor abogado, el mejor médico, el mejor juez, el mejor cura, etcétera, etcétera […] allí acuden en sus emergencias á consultarle todas sus cuestiones y asuntos y si hay dos enojados, él allá se las compone de tal manera, que los arregla y los hace amigos”. Más allá de las exageraciones del periódico, para la sociedad de campaña –como así también para la urbana- el comerciante fue un factótum, un hombre con ciertos conocimientos que podían competir con el de autoridades y religiosos.
Actividades culturales y masonería
Los comerciantes aparecen como fundadores de las sociedades recreativas y de bibliotecas populares. Colaboraron en diversos festejos, especialmente los del carnaval. Figuran también en las logias masónicas. En la década de 1880 se formaron las logias Solís de Colonia del Sacramento, Isis de Nueva Palmira y Esperanza de Carmelo. En 1881, tres de los siete miembros dirigentes de la logia Isis son comerciantes.
En un sermón de 1884 el cura párroco de Colonia atacó a la masonería universal, recomendando a las familias católicas que no compraran en los comercios cuyos dueños fueran masones. Una porción de vecinos respetables acusó por esto al sacerdote de calumnias e injurias.
Las grandes industrias
A finales del siglo XIX y comienzos del XX se instalaron las empresas extractivas de Walker y Lacaze, la textil de Salvo y la naviera de Mihanovich. Todos capitalistas ajenos al departamento. ¿Por qué la clase comerciante local no pudo desarrollar ese tipo de emprendimientos? Una mentalidad conservadora, carencia de capitales, los límites del mercado local y la imposibilidad de expandirse son algunas hipótesis que pueden argüirse. Pese a que el tema requiere mejores estudios, puede apuntarse como conclusión final que la estructura económica, comercial y agraria que se cimentó en la etapa colonial constituyó un trampolín y un freno para el grupo comerciante.