Las artes plásticas en el ochocientos uruguayo abordan, en un principio, el registro de costumbres locales y la práctica del retrato. En este último rubro, extranjeros como el francés Amadeo Grass y el genovés Cayetano Gallino, se presentan como sus más calificados cultores.
El público consumidor de retratos pertenece a la clase patricia –sobre todo europeizada luego de la “Defensa”–, prefiriendo un estilo que mixtura lo romántico con reminiscencias neoclásicas.
Por otro lado, artífices como Irigoyen y Besnes realizan un arte cándido y desprejuiciado, que se movía fuera de las diferencias artificiales entre “arte” y “artesanía”, en la que los episodios históricos, retratos o paisajes se resuelven de modo directo y sin engolamientos, en casos con tosquedad.
Más tarde, Juan Manuel Blanes inaugura la corriente “docta”, según Gabriel Peluffo, dentro del arte nacional, adaptando los cánones europeos a la simbología histórica patria.
En ese marco de la pintura histórica y patriótica, pero con una estilística preacadémica, se inscribe la obra de Josefa Palacios, una de las más antiguas pintoras de Colonia del Sacramento de las que se tiene registro. Su padre fue Pedro Antonio Palacios, español avecindado en la ciudad, que contrajo matrimonio en 1798 con Rosa González Amores.
Los González Amores eran una familia de comerciantes. Una hermana de Rosa se casó con el inglés Miguel Hines (presunto hijo ilegítimo del rey Jorge IV de Inglaterra), figura de arraigo en la vida pública y económica del departamento de Colonia.
Su hijo, nacido en 1820 y llamado como el padre, se destacó como concertista de piano y compositor, pese a quedar ciego desde temprana edad. La vida de Miguel Hines ha sido reconstruida en la biografía novelada “La Corona hecha pedazos” de Horacio Bustamante (Javier Vergara Editor S. A, Buenos Aires, 1991).
No consta la fecha de nacimiento, aclara el investigador Jorge Frogoni, de Claudia Josefa Palacios González, hija del matrimonio. En el censo de Colonia hecho en 1836, figuran en la calle Real dos Josefa Palacios, una de 38 años y la otra de 16 años. El periódico “El Comercio del Plata” de 1849, citado por el historiador Augusto Schulkin, expresa que la pintora fue una niña precoz, que a los doce años manejó con soltura tanto el lápiz como el pincel.
Este dato, además de su casamiento a mediados de la década de 1850 con el abogado español Manuel Gómez de la Gándara, llevan a deducir la juventud de Josefa Palacios en esos años, lo que hace más probable asumir que tendría 16 años en 1836 y que nació en 1820 (su fallecimiento en 1881 u 1882 –se desconoce el acta de defunción– vuelve más verosímil esta hipótesis). Luego de casarse vivió en Montevideo y más tarde se trasladó a Buenos Aires.
En su juventud practicó el arte de la miniatura y en 1854 realizó un lienzo de tema histórico sobre el desembarco de los Treinta y Tres Orientales. A diferencia del cuadro de Blanes, el desembarco no ocurre en la playa sino en un monte, paisaje que J. Frogoni considera más fiel a la verdad histórica del episodio. De 970 x 1.220 mm, su técnica algo ingenua e improvisada, carece de la perfección académica de Blanes, aunque se destaca su vitalidad y frescura.
Jose Palacios retrató también al poeta Francisco Acuña de Figueroa, que se declaraba su admirador. Sus cuadros no llevan firma ni fecha de realización, por lo que se hace difícil identificarlos.
En 1884, encontramos en la prensa indicios de manifestaciones pictóricas en Colonia del Sacramento. Se trata de la rifa de un cuadro al óleo representando a los amantes griegos Hero y Leandro, ejecutado por Onésimo Lenoble. La misma tendría lugar “el primer Domingo de febrero próximo” en la Confitería Oriental, siendo convocados los habitantes de esta ciudad y otros pueblos.
A finales de la década de 1880, el pintor Domingo Rondinelli fue contratado para realizar un cuadro de la resurrección para la parroquia de Colonia. En la oportunidad también hizo un retrato del cura, que en ese momento era José Juri. Terminadas estas obras partió para Buenos Aires a bordo del vapor “Lafayette”.
En aquella época –a propósito de pintura sacra– había unos ángeles decorando el techo de la iglesia, los cuales, según un cronista, eran de factura regular o mala.
Un lustro más tarde, en 1895, salió a publicidad en el periódico El Departamento un aviso del pintor Zunini ofreciendo sus servicios: “Juan P. Zunini/ Pintor/ especialista en la imitación, decoración y recuadratura/ Se ocupa de toda clase de trabajos concernientes al ramo de pintura, garantiendo su perfección, los que efectuará á precios módicos./ Sus trabajos de pintura no sufren deterioro alguno./ Las personas que deseen utilizar sus servicios pueden dirigirse á su casa habitación, Calle 18 de Julio, esquina Artigas”.
En noviembre de ese año el artista llevó a cabo una exhibición de sus obras en los escaparates de la tienda “El Águila”. Se trataba de dos cuadros representando unas guirnaldas, hechos sobre cristal esmaltado. Anunciando esta “exposición” se comentó en el mismo medio de prensa: “El autor de esta obra de verdadero arte, es nuestro apreciable amigo Juan P. Zunino[sic], el que como se sabe permaneció algunos años en Montevideo contrayéndose al estudio de el difícil arte de la pintura. No tenemos duda alguna que así que sean conocidos por nuestro público aquellos cuadros, no faltarán interesados en comprarlos, pues se trata de una adorno para una sala, pintado con delicado gusto como sabe hacerlo el hábil hijo de este pueblo Juan P. Zunino[sic]”.
En 1896, otra vez este órgano de prensa anunció a los colonienses: “El aventajado dibujante al lápiz y retratista al óleo, don José Calzada, encuentrase de paso en esta ciudad hospedado en el Restaurant del Ruso, donde acepta cualquier trabajo que se relacione con su profesión”. Esa noche, sábado 15 de febrero, Calzada mostraría tres escudos, el Oriental visto de frente, el Italiano a la izquierda y a la derecha el Español. Dicho cuadro se exhibiría en la vidriera de la sastrería “La Protectora”, quedando puesto en rifa a 30 centésimos el número.
En la edición del 4 de marzo vemos en “El Departamento” cómo el pintor se convierte en estafador. Calzada, asegurando que estaba establecido en Rosario, dijo que iba para allá con la intención de regresar pronto.
Puesto a disposición del comerciante Pedro Romans, éste le encomendó un despacho en aquella villa, donde tenía sucursal. Le entregó una carta a Calzada, donde se requería al que estaba al frente de la otra casa comercial, a la postre sobrino suyo, le diera al pintor todo el dinero que pudiera reunir, que fue la suma de 98 pesos. Pero… “Calzada se ‘equivocó’ al tomar en el Rosario la diligencia que viene á Colonia, embarcándose en la que hace la carrera para San José y de allí a Montevideo”. Con sorna el periodista de “El Departamento” concluía su artículo: “Como se ve el dibujante al lápiz se transformó en dibujante de pesos”.
Pese a este episodio fraudulento, la población de Colonia mantuvo la confianza en los artistas que aparecían y la propia sastrería “La Protectora” se prestaba para una exposición más. En 1896 se exhibió en sus escaparates un retrato al lápiz ejecutado por Víctor Pazos, “el que ha sido trabajado por la Asociación Internacional de Bellas Artes, establecida en Nueva York”.
El retrato, que tenía gran parecido como se menciona en la prensa, “demuestra ser un trabajo de litografía y no al lápiz como lo es” (“El Departamento”, junio 3). Pazos aceptaba pedidos, cobrando por cada retrato 6 pesos y medio –libre de porte– “pagadero adelantado”.
En la década de 1890, conforme al aumento de interés por la actividad teatral, el empresario Enrique Carballo estaba construyendo un teatro. Para decorar este “pequeño coliseo” llamó de Buenos Aires al pintor escenógrafo Enrique Peró. Este pronto dejó todo terminado, estrenándose el teatro con la actuación de una compañía de zarzuelas de Montevideo.
El último año del mil ochocientos vio todavía una exposición más, efectuada por el dibujante Ricardo Aguilar, oriundo de Colonia y con formación en Buenos Aires. Destacando sus buenas dotes de copista, menciona el periódico “El Intelecto”: “El menor rasgo, el más tenue golpe de sombra, acusan alma de artista y conciencia plena del manejo del lápiz y el esfumino”.
El periodista que escribe la nota, que conoce a Aguilar desde las aulas escolares, le aconseja para extender su radio de acción que se mude a una población más grande, como Montevideo, San José, Paysandú o Rosario. Según esta indicación, a pesar de su expansión el medio coloniense era todavía pequeño para sustentar plenamente las manifestaciones artísticas.
Para 1908 este artista se desempeñaba como fotógrafo y realizaba postales de excursiones y festejos patrios. Era común, según Juan A. Varese, que los fotógrafos recorrieran todo el departamento de Colonia y que tuvieran varios emprendimientos. No sólo ofrecían servicios de fotografía y pintura, sino que abarcaban otros rubros como los de platería y joyería, en el caso de José D’Angelo en Colonia del Sacramento desde la década de 1880, o los de barbería, mercería, perfumería, venta de ropa y lecciones de mandolina y guitarra, como fue el caso de Enrique Genuario en Nueva Palmira a partir de 1906.
En 1909, finalmente, vemos en “La Colonia” un aviso del artista Remigio F. Rodríguez, que confeccionaba cuadros al óleo: “Paisaje general de establecimiento, con sus casas, árboles y anexos del natural, en tela de un metro, 2 ó más, todo en orden, certeza en los colores y gran proporción, como así de personas. […] Nada hay bajo el sol que no sea fácilmente imitado./ Es responsable y no entregará á nadie cuadros que no tengan su debida perfección, ya sea en los colores como así en la forma y perspectiva”. Se lo podía encontrar en el restaurante “Royal”, de su propiedad, donde brindaba hospedaje y preparaba “cocina Italo-Oriental”.
Sobre todo lo apuntado hay que hacer algunas precisiones: 1)La predominancia de los temas religiosos, históricos o de símbolos nacionales, junto al retrato. 2) La valoración del parecido, de la buena “imitación” a las figuras naturales, siguiendo los cánones del arte occidental desde el siglo XV, reafirmados por las academias decimonónicas; además, la fotografía empieza a difundirse en el departamento de Colonia a partir de la década de 1860 –en esos años el fotógrafo Felipe Aldanondo ofrece sus servicios– teniendo una difusión lenta, marcada a su vez por el carácter artesanal que comparte con la pintura, dejando un amplio campo libre para el retrato pictórico “fiel” a su modelo. 3) La actividad de artistas aficionados, como Josefa Palacios, junto a otros profesionales, casos de Zunini y Pazos; la alternancia de artistas locales con los foráneos (pintores itinerantes); o los lugares de estudio y radicación que abarcan tanto a Montevideo como Buenos Aires (contactos habituales por el trajín de la diligencia o los barcos). 4) Un público consumidor preferentemente burgués, integrado sobre todo por comerciantes, ya que los pintores exponen en comercios, dado la ausencia de sitios de exposición específicos, siendo verosímil que los propietarios también fueran sus clientes; por otro lado, el episodio de Calzada y Romans, evidencia este vínculo; además el costo de un retrato, seis pesos, era prohibitivo para las clases populares, cuyos salarios en ocasiones, llegaban a esa suma. 5) La modalidad de la rifa, como forma de acceder a una clientela.
Ya en el siglo XX, en las décadas de 1940 y 1950, el ambiente local sufrirá una inmensa conmoción artística al instalarse como profesores de UTU y Secundaria, los creadores Rhod Rothfuss y María Freire. Esta última, a través de exposiciones liceales, difundirá el arte abstracto en Colonia.
Con posterioridad, en las décadas de 1980 y 1990, será enorme la proliferación de inquietudes plásticas en Colonia y el departamento, que aunque en casos adquieran gran brillantez, mantienen todavía un lastre de provincianismo.