La percepción de la policía, en estos momentos, está envuelta en varios debates. Esto no sería un rasgo distintivo de la actualidad, sino que podemos rastrearlo desde el siglo XIX, viendo su manifestación en la prensa del departamento de Colonia. En aquellas páginas surgen, envueltas en la polémica, las imágenes del “buen” y “mal” funcionario policial.

Reconoce la investigadora argentina Mariana Galvani, retomando el postulado del “aspecto ignominioso” de la fuerza pública planteado por Walter Benjamin, que se establece un “doble vínculo” de la sociedad con la policía “exigiéndole rigor y acusándola cuando lo aplica”. El mantenimiento del orden y la adecuada gestión del espacio público, todo dentro de pautas civilizadas, serán elementos valorados como positivos en el accionar policial; mientras que se tomarán como negativos los excesos represivos. Estos serán los aspectos que vamos a analizar.

El “buen” policía

En los periódicos de base colorada y procaudillista se aprecia una valoración sumamente positiva de la policía y del Jefe Político. En relación a lo partidario se elogia al jerarca policial por presentarse como un líder de la agrupación a nivel local, garantizando el triunfo de la misma por su influjo en las elecciones. En lo relativo a la seguridad se lo estima como un garante del orden. En su trato con los vecinos, finalmente, se lo pondera como “cumplido caballero”. La policía, de esta manera, es percibida desde varios periódicos como representante partidaria y, desde este lugar, como custodia del orden social y estatal.

Durante la década de 1860 El Eco de la Campaña, medio de prensa en extremo oficialista, inaugura algunos de estos elementos. En su primer número se informa de una tertulia celebrada en los salones de la Comandancia, realizada para festejar la inauguración de la imprenta, con la que era editado El Eco, y del muelle. Para la concreción de estos proyectos fue fundamental la iniciativa del poder estatal y del jefe político coronel Felipe Arroyo. En números posteriores se hace mención de “espléndidos bailes” hechos en la jefatura, a los cuales asistieron Arroyo y su esposa. La gestión del jefe político es en extremo elogiada, trascribiéndose con regularidad sus edictos y resaltando lo adecuado de su control a la criminalidad. Cabe referir que la transcripción de edictos será común en la prensa decimonónica, siendo una manera de difundir y afianzar la estatalidad en el territorio.

Ante la denuncia del montevideano La Opinión Nacional, señalando la existencia de numerosos robos en el departamento –atribuidos a desertores argentinos escapados de la isla de Martín García–, el periódico coloniense resalta lo exagerado de esta información. Apunta que solo hubo dos casos de abigeato “cuyas causas se siguen ante el juzgado ordinario de esta ciudad”, agregando que jamás “ha estado el Departamento más tranquilo”, ya que la “vigilancia de las autoridades es cual nunca se tuvo”. El coronel Arroyo, por lo tanto, “debe estar tranquilo y muy satisfecho a su modo de proceder”. A fines de setiembre, sin embargo, corrían rumores de que iban a destituirlo, lo que motivó la queja de los vecinos. Arroyo prosiguió en el cargo y para diciembre se encontraba recorriendo la campaña departamental. Renunció al poco tiempo por motivos de salud, en abril de 1867, falleciendo el 24 de junio de ese año.

La situación de pacificación rural que intentaba trasmitir a sus lectores el periódico colorado, tenía al parecer sus bemoles, publicando el mismo medio de prensa la noticia de un asesinato ocurrido el 27 de setiembre en una estancia de Miguelete. El asesino, no obstante, ya había sido capturado. Al ocurrir en octubre del año siguiente un nuevo asesinato en la misma estancia, se señaló al respecto que la campaña necesitaba una “legislación especial y una organización policial que garanta la vida de sus habitantes”, organización que hasta el momento se echaba en falta. Sin embargo, el medio de prensa afirmaba que no solo se debía perseguir a los “vagos y cuatreros de chiripá”, sino también a los de levita, ya que “no moraliza ni produce los efectos que son necesarios”, si únicamente se persigue y castiga a los pobres. En este comentario puede percibirse la impronta del caudillismo del Gral. Flores, tendiente a beneficiar a los sectores populares.

Al iniciarse 1867 se renuevan los cruces con medios de prensa capitalinos. En una carta aparecida en El Siglo se afirmaba que la policía había intervenido en las elecciones, haciendo que “todo el pueblo” se abstuviera de votar. El Eco de la campaña sostiene que esto es “una inculpación gratuita”, dado que la policía “no ha intervenido para nada y ni se acercó á la Iglesia donde estaba la mesa” y que la “autoridad de este pueblo no pesa sobre él.” Como puede verse el periódico colorado ofrecía un fuerte blindaje ante todo atisbo de crítica. Al asumir un nuevo jefe político y luego de su recorrida departamental, vuelve a destacarse que “reina la mayor tranquilidad”.

La publicación de los movimientos de cárcel de julio y agosto tiende a reafirmar esta impresión. Este periódico, el primero del departamento, fue un constante defensor de los intereses de la jefatura, resaltando su efectividad en el mantenimiento del orden, sobre todo el rural. Con todo, ante cierto accionar de la policía, no dudó en manifestar sus reparos. Sus bases ideológicas, según se destaca, eran pro coloradas y procaudillescas. El Cnel. Arroyo, como compadre de Flores, mereció por esto sus simpatías.

En la década de 1880 se renovarán las apreciaciones positivas, ahora enfocadas hacia los hombres próximos al coloradismo militarista del Gral. Máximo Santos.

En 1881 El Orden, publicado en Colonia después de haber aparecido en Carmelo, se perfiló como un férreo defensor del santismo. La jefatura política, a cuyo frente se encontraba el Cnel. Benigno Carámbula, fue objeto de desmedidos aplausos. Desde sus páginas se aseguraba que “[n]uestro departamento es quizás el más tranquilo de la República”, destacando el “respeto de las autoridades” y la “represión” operada contra “el vicio y las malas costumbres.” El último parte policial remitido al ministerio hacía sido “sin novedad”, ya que “la moralidad y garantías en el departamento honran á Carámbula y al Gobierno”. En este mismo sentido, en una nota enviada por el corresponsal en Nueva Palmira, se destaca la gestión del subdelegado Capitán León Carámbula, afirmándose que: “Hace más de un mes que no tenemos entrada de persona alguna en la cárcel; y esto prueba acabadamente que el bandido se detiene de cometer proezas y el vecino honrado goza de las garantías que quiere, desea y les son conferidas por las Leyes del País”.

La correspondencia concluye reiterando que “como dicen algunos diarios de la capital, el Departamento de la Colonia, es el más tranquilo de toda la República”.

En marzo de ese año El Orden, escribiendo en contra de la prensa de oposición, aseguró que Carámbula no sería destituido ni removido, ya que los cargos que se le imputaban fueron “totalmente destruidos”. Desde La Tribuna Popular de Montevideo, en relación a las vinculaciones de la Jefatura con el partido colorado, se denuncia que en Rosario la policía está “organizando una especie de partido colorado”, con el fin de actuar en las elecciones. El corresponsal de ese pueblo se apresura a desmentir el hecho, aclarando que la crítica proviene de “la mano de un blanco intransigente”. En un número posterior la propia comisión del partido aclara que “no es cierto que la autoridad ejecutiva del Departamento tenga la más mínima injerencia é influya en nada con la Comisión Provisoria del Partido Colorado que funciona en esta ciudad [Rosario]”. Esta obstinada defensa del titular de jefatura hizo que el montevideano La Razón sostuviera que El Orden era un “órgano del Gefe [sic] Político de la Colonia.”

El periódico El Noticiero de Rosario por su parte, en marzo de 1894, celebra la llegada del nuevo Jefe Político coronel Luis Queirolo, calificándolo de “excelente sujeto” y deseando que se haga “acreedor á las simpatías de que gozaba su antecesor el Coronel Tezanos”. Las cualidades personales, dirigidas al buen relacionamiento con la sociedad, según vimos en otros medios de prensa, tenían un peso fundamental en la valoración del desempeño policial. Por eso la defensa del buen funcionario de policía, resaltando sus méritos personales.

Esto se pone en evidencia, en el mismo número, en la carta que “varios vecinos” publican, rebatiendo las críticas hechas por El Departamento de Colonia, al comisario Cnel. Vera. Según se menciona Vera es apreciado en Rosario y todo el Departamento, como “hombre delicado, como militar de orden y como funcionario cumplidor”. La crítica, al parecer, solamente revela la “pasión personal y la intención de herir al atacado con frase torpe saturada de insultos”. El asunto respondía a rencillas de “familia política” –el partido colorado–, en que un escribidor de “filiación tajista” desde Colonia del Sacramento –en alusión a El Departamento–, señalaba las supuestas “inconsecuencias políticas del Subdelegado de Policía del Rosario”. Todo era, al parecer, “por el puesto público”.

Los círculos colorados del departamento, a través de la prensa y tomando a la policía como centro, ventilaban de este modo sus conflictos personales. La percepción de la buena o mala actuación policial, por lo mismo, dependía de las elecciones políticas de los funcionarios. Los redactores de los medios de prensa, con evidentes simpatías e intereses partidarios, no resultaban para nada imparciales a la hora de ponderar unas y otras.

El “mal” policía

La imagen del “mal policía” aparece como en negativo, en relación a la construida sobre el “buen policía”. La filiación partidaria y el mantenimiento del orden, son presentados desde la prensa opositora a la situación, como abusos y excesos. El mal funcionario mezcla lo partidario con lo estatal y se extrema en el control y represión de la inseguridad, resultando esta combinatoria la clara trasgresión de pautas civilizadas. Con la irrupción del militarismo latorrista se detectan algunos medios de prensa que cuestionan el accionar policial. En las páginas del Archivo Policial se pueden visualizar las repercusiones, a nivel de la propia fuerza, de estos señalamientos.

En octubre de 1876, desde Carmelo, se menciona que el periódico local La Libertad denuncia el enfrentamiento entre la policía de campaña y unos soldados, ocurrido en un establecimiento de baile. El subdelegado Servando N. Pereyra, sin embargo, señala que lo “relatado por La Libertad es bastante exagerado”. En nota que le dirige un subalterno, asimismo, se sostiene que el gacetillero del periódico juzgó el suceso por simples “informes propalados en el pueblo”. El jefe político Máximo Blanco le había solicitado al subdelegado de la 3era Sección (Carmelo), las aclaraciones del caso. La estrategia fue relativizar el hecho, reduciéndolo a meros rumores pueblerinos. Esta modalidad, según la documentación contenida en el Archivo Policial, será recurrente en la relación entre la prensa y la policía.

Al comenzar la década de 1880, con el santismo, volvemos a encontrar en el Archivo Policial, las repercusiones que provocan las denuncias de la prensa entre las diversas autoridades, tanto departamentales como nacionales. El Ministerio de Gobierno, el 23 de mayo de 1882, le escribe a Carámbula acerca de la denuncia de un periódico de Carmelo, contra el Comisario José Romero, a quien se acusa de haber muerto de dos balazos a un preso que conducía para Colonia. Desde el gobierno central se exige que se efectúen las indagatorias pertinentes. El manejo de la información, o su desconocimiento, es lo que se pone sobre el tapete, tensando las relaciones entre los distintos órganos estatales. Esta tensión de los actores involucrados era otro resultado habitual, además de la desestimación de los hechos, que ocasionaba el accionar de la prensa. La información brindada por el medio de prensa, con todo, al parecer era falsa.

Mientras que durante la etapa santista varios medios de prensa, colorados y adictos a la Jefatura, extremaron sus halagos al régimen y la policía, tras su caída empezaran a escucharse voces discordantes. Estas tanto provinieron de medios decididamente opositores, por ser blancos o constitucionalistas, como de colorados independientes. La mayor libertad de expresión, propiciada por el Civilismo, sin duda alentó este viraje.

Uno de estos medios de prensa críticos fue El Independiente, aparecido en Rosario, cuyo editor responsable era Telmo E. Martínez. En sus páginas realizará varias denuncias, marcando el mal comportamiento y la deficiente gestión de la policía local. En el editorial aparecido en el primer número, se resalta que se mantendrá “bien alta la bandera del pueblo”, no sirviéndose a “ningún credo ni círculo político”, ni vinculándose con “tal ó cual funcionario”. La transición al civilismo y el descredito del santismo, motivaban el cambio. Los guardias civiles, se comenta en julio de 1888, casi todas las noches están “inspirados por el Dios Baco”, sacando “sus machetes á relucir.” Resulta interesante destacar que el alcoholismo de la policía será un motivo de queja recurrente en la prensa, apelando a la imagen del dios Baco, como no tal sutil eufemismo, en varias notas. Esta entrega al “Dios Baco” definirá al mal funcionario policial, como un hombre irracional que no puede dominar sus impulsos, tanto estén marcados estos por el hedonismo o la ira.

En Colonia del Sacramento durante 1891, Julio C. Badín funda el periódico El Departamento. Simpatizante del Partido Colorado, será crítico, no obstante, hacia el oficialismo de turno. En su editorial argumenta que el Departamento por las “intemperancias políticas”, no disfruta hoy “de las primicias á que tiene derecho por su labor y sus producciones”; declarándose “esencialmente liberal” y opuesto al “absolutismo que nos quiere absorber”. Atacando el accionar de la policía reproduce dos artículos de El Porvenir de Carmelo: uno en relación a los desmanes del comisario urbano Diamantino Depré y otro sobre la desorganización policial y las deudas entre el comercio.

Con el pasar de los años su prédica en pos de mejoras policiales no disminuye, denunciando con este fin aún los más pequeños abusos. En octubre de 1895, a poco de asumir como jefe político Justo R. Pelayo, se lo ataca desde El Nacional de Montevideo, dirigido por Eduardo Acevedo Díaz, debido a sus inconsecuencias personales. Al parecer no cayó bien el hecho de que se abstuviera de sumarse a grupos o bandos locales. En contrario El Departamento elogia este proceder, reproduciendo una comunicación, fechada el 26 de junio, con los objetivos del jefe político, el cual afirma proseguir la labor de su antecesor el Cnel. Queirolo. En la misma se destaca el intento de “no cometer el menor abuso de autoridad”, ni “hacer uso de sus armas, sino en aquellos casos de agresión y peligro de la propia vida”. En este sentido se exhorta al pueblo para que, sin vacilaciones, exponga cualquier queja contra los “comisarios y demás agentes del orden público por faltas al cumplimiento de sus deberes ó abuso de la autoridad de que están investidos”.

En un número posterior se comenta que Pelayo tiene en su poder un documento firmado por Sergio Iribar, corresponsal de El Nacional en Carmelo, donde se retracta de todo lo dicho acerca del jefe político, quien fuera acusado de actos “inmorales y licenciosos”. Esto es percibido como un triunfo para El Departamento, el cual salió airoso de la polémica. El medio de prensa, al parecer afín a la nueva administración, le dirige una crítica porque trajo funcionarios ajenos al Departamento. Sus denuncias se extienden, asimismo, a administraciones anteriores, señalando que el ex Jefe Político Cnel. Tezanos impuso a los miembros de la Junta E. A. que él deseaba, influyendo en la elección.

A modo de cierre sirva ver la percepción que sobre el jefe político y la policía tuvo la revista satírica Bric a Brac en 1914. La nota, firmada por su director Aquilito Bonatardia –seudónimo del polifacético Washington J. Torres–, se pregunta desde su título si el Jefe Político Andrés A. Vera “¿se va?”.

“Ahora dicen que renuncia, que se va y que tendremos, cambio de decoración y escoba en los subalternos; y que la cosa no es broma y que esta vez es muy serio, más serio que el coronel, que es lo menos: serio y medio;–que hay motivos especiales, a los que no son ajenos, el fracaso electoral de sus prestigios añejos, y a lo cual puede agregarse, otro fracaso más serio: el de su administración, que ha pesado sobre el pueblo, por la virtud dolorosa de ejemplares subalternos, que casi forman legión en clase de analfabetos, contra los cuales no pudo, no puede (ni podrá hacerlo) reaccionar en beneficio de su acción, acción morbosa, simulando un sueño eterno”.

Ante este panorama se planteaba la incógnita: “¿Se irá Vera, de2 ‘endeveras’? o nos hará el cuento viejo, para dejarnos más tarde chupeteándonos el dedo?”. El Jefe Político, sin embargo, no se fue. El comentario de A. Bonatardia, pleno de ironía, desnudaba las rémoras que la fuerza policial venía arrastrando desde el siglo anterior. Los intentos de mejora, para ciertos observadores, como el director de Bric a Brac, solo habían operado en la superficie, sin remover una estructura institucional que parecía vegetar en un “sueño eterno”.