Hay dos cosas que Homero Jaurés Viera de Castro, de 72 años, recuerda cada día de su vida. El 311, su número de preso, y los gritos de dolor que entraron por sus oídos cuatro décadas atrás. Viera cayó preso en abril de 1972 y perdió su libertad por 12 años y cuatro meses. Formaba parte del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros (MLN-T), y salió de la cárcel el 15 de agosto de 1984.
Homero nació en Montevideo unos meses antes de que Uruguay se consagrara campeón del mundo en el famoso Maracanazo. Fue el 14 de enero de 1950, fruto del amor entre Homero Viera Carbajal y María Lidia de Castro Tur, Maruja.
Homero padre fue un comerciante de Rosario perteneciente a la familia de rematadores neohelvéticos Carbajal. También fue un reconocido dirigente del Partido Socialista (PS) de Colonia en la década del 40, siendo edil departamental y candidato a diputado. Maruja, en tanto, era ama de casa y durante algunos años años fue corresponsal de la vieja Radio Berna, hoy Radio del Oeste.
Homero Viera de Castro asegura que siente la vocación política desde antes de nacer y que sus primeros años en la niñez lo marcaron para siempre. Su padre falleció en 1951 luego de sufrir un accidente de tránsito en la entrada a Rosario, cuando él tenía un año de vida.
“Después de la muerte de papá, mamá fue una asidua concurrente al Centro Socialista de Rosario. Por su veta paterna recibía todos los días el diario El Plata y mensualmente el diario El Sol que dirigía el doctor Emilio Frugoni del (PS). “Aprendí a caminar en ese queridísimo comité que a su vez era el sótano de un amigo que lo prestaba, el doctor Norberto Faedo. Aprendí a caminar ahí. No tenía edad y en algunas elecciones -creo que fue la del 58 con 8 u 9 años - me quedaba ahí cuidando y manteniendo los papeles porque el resto de los militantes socialistas tenían que salir a visitar las mesas de votación”, recuerda. Pero su vinculación con el socialismo nació mucho antes. Su abuelo Amador de Castro, nacido en España, fue un comerciante conocido del medio rural de Puntas de San Juan. El segundo nombre de Homero -Jaurés-, fue tomado por su padre en honor al escritor socialista francés Jean Jaurés. Homero tiene dos hermanas mellizas: Flor, que falleció el año pasado, y Presea, que aún vive.
Homero fue a la escuela N°4, recuerda a muchos compañeros y maestras de la época, pero a una de ellas de manera muy particular: Marita Celano, que “fue mi segunda mamá, de a ratos”, destaca. Tras la etapa escolar sus estudios siguieron en el liceo de Rosario.
En su época juvenil trabajó en la escribanía Borrás y en la vieja Tienda Nelson, de Nelson Goldansky.
Tiempos difíciles
A fines de la década de 1960 y siendo muy joven comenzó su militancia política activa en el PS, y en 1971 adhirió a la fundación del Frente Amplio (FA). Un año después se sumó al MLN-T. Y ahí comenzaría otra historia.
Para Viera, Uruguay tuvo un quiebre el 6 de diciembre de 1967 con la muerte de presidente de la República, general Oscar Gestido, que provocó el ascenso al poder de Jorge Pacheco Areco. Ahí comenzó una situación difícil y de altísima confrontación, en un Uruguay que sufría crisis de todo tipo, con la prohibición de varios partidos políticos y de medios de prensa, entre otras cosas.
A esa altura, Homero tenía 17 años. “En ese periodo de dos o tres años de frenéticas discusiones políticas, me uno al MLN-T. Estuve en ese accionar hasta que me detuvieron en 1972”.
Por entonces el MLN-T sufría un desgaste importante en sus estrategias política, sindical y militar, y el movimiento “estaba siendo duramente golpeado”.
En abril de 1972 los tupamaros estaban cada vez más expuestos a las detenciones y debían desarrollar una forma de vida rudimentaria, especialmente en las localidades más pequeñas del país, donde resultaban más fácil de identificar.
“En el momento que ocurre mi detención, junto a otro militante teníamos definido que en los próximos 15 días deberíamos pasar a la clandestinidad. Necesitábamos documentación falsa y cambiar de lugar”, cuenta.
“Una noche había que trasladar compañeros que estaban a campo hacia otro lugar porque corrían peligro si se quedaban ahí. En ese contexto planeamos el traslado de las personas que estaban en situación de riesgo hacia otra parte del país donde probablemente les pudiera ir mejor. Fuimos en dos vehículos y no llegamos a destino”, relata.
En efecto, todo salió mal para los intereses de Viera y sus compañeros. En un operativo de ruta, funcionarios de la Jefatura de Policía de Trinidad los detuvieron. Fue en un sitio cercano a las rutas 3 y 23. La vida de Homero cambió drásticamente.
Primero fue a parar al cuartel de Trinidad, después a Durazno y luego al Penal de Libertad. Todo el periplo duró 12 años y 4 meses. “En (el Penal) Libertad me torturaron intensamente. Tuve voluntad, tuve miedo siempre, tuve miedo de morir y no sentí que me iban a doblegar fácilmente. Todas las cosas van juntas. Toda esa situación fue muy tremenda”, recuerda. “La cabeza... de a rato es como una borrachera, muchos días parado con golpes permanentes”.
Viera dice que nunca olvidará lo que “entró por los oídos”. “El dolor, los gritos de la gente que estaba siendo masacrada al lado mío. Las golpizas impresionantes similares a las que recibí yo”, enumera.
Viera habla de esas experiencias tremendas con un dejo de emoción. “Las primeras veces capaz que no hacía tanto ruido. Fue en un chiquero de chancho, con un tipo de golpiza tremendamente bestial. No sé cuánto tiempo duró pero fue bestial. Después vinieron otras, plantones, ataques al propio cuerpo, parado, desgastado y esposado, con perros para lastimar. Esas cosas fueron tremendas pero lo que pasó debajo de la capucha fueron los gritos de dolor”, rememora, mientras toma un sorbo de agua.
Estando preso, en 1973 nació su primer hijo, Homero Mario, quién le ha dado a su, hasta el momento, única nieta, Carmela.
En la cárcel aprendió a pintar con óleos; dicen los que saben que sus cuadros son hechos con una técnica de buena calidad: “Fue prácticamente magia”, comenta, sonriente.
“En mi vida anterior era un tipo totalmente torpe con las manos en ese aspecto”, cuenta. Diestro por obligación, hoy reflexiona: “Me crie en la década del 50, estaba prohibido escribir con la zurda así que preparate para la escuela y cambiá de mano, una cuestión que se hace con muchos mimos pero definitivamente es a prepo”. Fue anulada la posibilidad de expresarse con la izquierda, pero “para todo lo demás fui zurdo”, asegura.
En la prisión el militante rosarino también también hizo muchas artesanías, que regalaba a sus amigos. A Viera le gusta trabajar con las maderas, y acostumbra a hacer muebles y algunos adornos, además de reparar las cosas que se rompen en su casa.
Vuelta a la vida
Una vez liberado de la prisión, en 1988 nació su segundo hijo Nicolás, actual diputado por el Frente Amplio (FA) por el el departamento de Colonia. Finalmente, en 1991 su tercera hija, Analía.
En democracia, el militante pichonero retomó la actividad política. Primero fue edil en la Junta local de Rosario entre 1995 y 2000. Y en el año 2005 resultó electo diputado por Colonia por el Movimiento de Participación Popular (MPP) – lista 609 del FA.
Pero la vuelta a la vida fuera de las rejas no fue fácil. Le costó mucho conseguir trabajo. “No había aquellas categorías que les ponían a los ciudadanos que en la dictadura estaban, pero en silencio pesaban”, confesó. Algunos amigos, a pesar de pertenecer a partidos políticos distintos, se jugaron en ayudarlo. Fue ahí que comenzó a trabajar en la vieja Confitería Vicuña en Rosario.
“No fue fácil, pasó casi un año para poder conseguir un trabajo formal y otros anexos a él. Colonia era un vergel en comparación con otros lugares del Uruguay, porque cuando las cosas andan recontra mal, en Colonia andan mal pero un poco mejor. Fue gradual, costó, me parecía un tiempo eterno para mi ansiedad”, agrega.
Posteriormente, con algunos amigos iniciaron un emprendimiento comercial de venta de productos de limpieza que lo mantuvieron varios años.
Actualmente está jubilado. Se dedica a estudiar temas de interés, a resolver su vida cotidiana y a militar en política.
También dedica tiempo a escuchar tango y música popular uruguaya. Además, admira a los cantantes españoles Ana Belén y Patxi Andión.
En su larga lista de afectos, recuerda con especial reconocimiento al profesor Omar Moreira, de quien fue muy amigo.
Sus pasiones
Rosario Atlético forma parte de sus pasiones. Su padre fue directivo de la institución y el amor por la camiseta nació allí, en su hogar. Federico Viera, su tío, fue un destacado delantero del club. “Le decían Pistola, por el impacto de su remate”, acota. Federico falleció a los 27 años, a raíz de una apendicitis, en su mejor etapa deportiva.
Homero ha integrado la comisión directiva de ese club en varios períodos, y en 2019, cuando la institución cumplió 100 años, ocupó la vicepresidencia, recuerda, orgulloso. También tiene un cariño especial por el estadio Sporting, que fue el lugar al cual sus padres lo llevaron cuando apenas tenía unos meses de vida.
Viera no cree en Dios ni fue bautizado. Sus padres elaboraron un testimonio escrito bastante curioso sobre las cuestiones de la fe: estamparon que Homero sería el encargado de decidir qué religión podría adoptar, en caso que así lo deseara. Él dice que su iglesia es la sede del Rosario Atlético, la cual visita todos los días.
En el arroyo Colla, a la altura del Puente de Piedra, Homero nada todos los días del año, sea verano o invierno. Recorre 500 metros por día en ese curso de agua. A los vecinos de la ciudad le llama la atención que el veterano dirigente se sumerja en el agua sin importarle la temperatura. La natación es el deporte que puede hacer después de haber sido operado de las dos caderas. Además, Homero cuida el lugar, limpia las malezas y estudia acerca de las inundaciones.
También le gustan el campo, los ríos, hace leña para el invierno y cocina con el fuego generado por esos troncos.
Dice que ahora también tiene tiempo para estudiar y leer muchas horas por día. Le gusta estar actualizado de los temas de política nacional e internacional, y particularmente, ahora está siguiendo la crisis de Rusia y Ucrania.
El amor por la lectura lo condujo a la escritura. Escribió un libro para la conmemoración de los 100 años de Rosario Atlético en 2019. Ese trabajo se llama Cuentos Azules. Se trata de 15 relatos cortos, autobiográficos, “pero en cada uno de ellos algo tuvo que ver Rosario Atlético”. Algunos de esos cuentos se desarrollan en la cárcel, otros en el mostrador, otros en la cancha de fútbol y uno en París. En la actualidad trabaja en otro proyecto editorial.
Homero sigue tomando mate con el termo de aluminio que fabrica la ex Fuaye, y hasta no hace mucho tiempo circulaba en un camión Ford de 1947, que terminó vendiendo.
El hombre pichonero afirma sentirse feliz al mirar el recorrido de su vida, y asegura haber desarrollado su trayectoria con tal intensidad que “haría cosas similares y corregidas si tuviera la oportunidad de nacer nuevamente”. “Es bueno marcar un norte si uno está convencido del mismo”, concluye.