Desde fines del siglo XIX, las “fuerzas vivas” locales, y sobre todo el comercio, organizaban los festejos del carnaval. En Rosario, para 1898, según informa la prensa, una comparsa planificaba dirigirse al comercio para que cooperara con los gastos para el funcionamiento.

En Colonia del Sacramento las inquietudes iniciales para festejar carnaval surgían en enero en torno a las mesas de la confitería Stella, que desde 1923 perteneció a los hermanos Fontana. Allí se congregaban influyentes vecinos del ámbito político y comercial para intercambiar opiniones y formar una comisión.

Una convocatoria al público de 1926 citaba “al pueblo a una reunión que se efectuará el día jueves 14 del corriente a las 22 horas”. Firmaban, entre otros, Ángel Pérez e Hijos, Cutinella Hnos, Prandi y Landini, Fontana Hnos y Antonio Stella. En las comisiones formadas en otros años aparecen personalidades como Washington Barbot, Augusto Teisseire y Washington J Torres, el célebre Pajarito, este último casi siempre en calidad de secretario.

Constituida la comisión, se pasaba a procurar fondos para financiar los festejos, los cuales eran obtenidos por una partida dada por el municipio bajo el rubro “Fiestas de Verano, Carnaval y Turismo”. Esa contribución, en 1927, a través del Consejo Auxiliar, fue de 400 pesos, cifra importante para la época. También se recibían donaciones efectuadas por los comerciantes.

Enseguida se gestionaba ante el administrador de la usina eléctrica local, para que el alumbrado público continuara encendido durante las fiestas un poco más de lo acostumbrado, hasta la madrugada. Con él se trataba también la decoración lumínica de la calle General Flores.

A la Comisión Municipal de Fiestas de Montevideo se solicitaba el préstamo de elementos decorativos y vestuario para el cortejo del marqués de las cabriolas. Además, en la capital del país se alquilaban palcos, llegándose a los 40 en 1923.

En 1926 los palcos fueron construidos y montados por empresarios locales, Prandi y Rossi, por considerarse que sus propuestas eran más ventajosas. Por su uso ese año se cobró a las familias dos pesos por noche, mientras que aquellos que querían contar con un palco durante las cinco noches de carnaval debía pagar siete con cincuenta.

Corsos y disfraces

La comisión de carnaval mandaba imprimir afiches y requería la participación de la banda militar y del 7º de Infantería para el desfile.

Los bailes infantiles se hacían bajo el patrocinio de una comisión de damas. El programa de 1923 resultó de mucho interés por lo variado de sus actividades. Ofrecía para el domingo 11 de febrero, a las 17.00, reparto de juguetes a los niños en el palco oficial, a las 18.00, concurso de disfraces infantiles y a las 21.00, inauguración del corso, con la entrada del Marqués de las Cabriolas y su séquito.

Los días siguientes había concursos de baile en el teatro Stella, con premios a la mejor pareja y el mejor disfraz; concurso de comparsas, murgas y máscaras sueltas y concurso de vehículos.

El Marqués de las Cabriolas, que durante muchos años fue interpretado por Luis Martínez, apodado El Niño, llegaba al palco oficial, ubicado en la plaza 25 de Agosto, y pronunciaba un discurso humorístico con el que se daba por inaugurado el carnaval. Una crónica de 1915 cuenta que “el corso improvisado en la avenida General Flores se vio muy concurrido. Los vehículos fueron numerosos, y desde ellos se jugó con serpentinas en forma singular”. “Algunos carros”, agregaba el relato, “adornados con gusto, llevaban alegres máscaras que con su vocerío daban a la fiesta mayor animación. En las aceras el público era muy numeroso y correspondía al juego que, con flores y serpentinas, provocaban los concurrentes al corso”.

Otro dato pintoresco apuntaba que “el trayecto del corso fue recorrido por varias comparsas, entre ellas una murga, la cual cantó, frente a varios sitios de reunión, alegres y graciosos aires sevillanos”.

De esos grupos se mencionan, en 1911, Los Colonienses y Los Negros Libertados; en 1912, Los Locos Tranquilos; en 1914, Los Gauchos Patriotas y Los Pescadores. En 1919 aparecen Los Marinos Españoles, Esclavos Libertados y La Piolita, cuyas letras y música correspondían al periodista, poeta y músico Washington J Torres. En 1922, Partidarios de las Fiestas de Verano y Carnaval, Los Baturros, Profesores Mundiales y Milonguita en busca de Esthercita. En 1927 salieron La Pampa Grandiosa, Los Patos Cabreros y Atorrantes de la Luna.

Se entregaban premios a coches, carros y carruajes. En 1922 una crónica contaba que entre todos estos se destacaba “el auto de la familia Etchechury, que reproducía con acierto el faro de Colonia y el farallón”.

Las bandas y los bailes

Los festejos de carnaval contaban con buena música. La Banda Popular del maestro Benito Inquintanelli ofrecía retretas en la plaza 25 de Agosto. En 1923 amenizó los bailes populares del teatro Stella con una orquesta integrada por un piano, violín, clarinetes y pistón. El año anterior, para los bailes del mismo local se resolvió hacer venir una orquesta desde Buenos Aires.

En el Centro Unión Cosmopolita, en 1928, actuó la orquesta de Rossi, que interpretó “un variado repertorio de modernos bailables”.

En la Villa del Real de San Carlos también se pudo asistir a “estupendos” carnavales. El de 1911, organizado por la empresa Pereyra y Malet, tuvo lugar en la avenida Mihanovich. Un artículo periodístico de la época señala que “el fuerte viento apagaba los faroles de la luz Kison y gracias a las hogueras y antorchas que se quemaron, pudo imprimírsele al corso un buen aspecto”.

En 1929 una comisión vecinal armó en el cruce de las calles 18 de Julio e Ituzaingó un tablado al que tituló Los Charrúas. Allí el discurso de apertura fue dado por el “cacique Abayubá” y participaron con su música Los Maestros Parlante e Inquintanelli. Componentes del circo Río Branco, de paso en la ciudad, bailaron en el tablado el pericón, vestidos de gauchos, y fueron una de las atracciones principales de aquel carnaval.

El crimen de carnaval

Febrero de 1922. Por las calles céntricas de la ciudad, participando en la fiesta de Momo, desfilaba –entre otros vehículos– “el auto de la familia Etchechury”, adornado con una reproducción del faro y el farallón, que incluía “diversas embarcaciones en miniatura y las boyas luminosas a destello que marcan el canal de entrada al puerto y sitios peligrosos de esta parte del estuario”. Ese automóvil adornado sacó el primer premio, y un grupo de damas que viajaban a bordo representando a “las boyas” obtuvieron la mayor distinción de disfraces.

Una de ellas era la señorita Zulema Martínez, quien protagonizaría pocos días después de aquel desfile uno de los hechos más sangrientos en la historia de los carnavales colonienses. En la madrugada del 6 de marzo de ese año, en un baile del Centro Unión Cosmopolita, Martínez fue herida de bala por el alférez Leopoldo César Caetano, del 7º de Infantería.

Por trastornos psíquicos o por la violencia machista que surge ante el rechazo amoroso, o, quizás, por la explosiva combinación de ambos factores, el militar descargó su revólver contra la muchacha en medio de la fiesta. El vecino Leoncio Temes se interpuso en la línea de fuego y la bala disparada por Caetano le quitó la vida. Entre los gritos y las corridas de la concurrencia, el agresor completó su cuadro de destrucción: apoyó el arma contra su cabeza y se suicidó.