El día del patrimonio, este año, está dedicado al “vino como tradición: inmigración, trabajo e innovación” y al reconocimiento a personalidades como Francisco Vidiella y Pascual Harriague, quienes iniciaron la producción moderna de vinos en Uruguay.

Durante el siglo XVIII, tanto en la Colonia del Sacramento portuguesa como en la estancia jesuítica, luego conocida como Calera de las Huérfanas, se desarrolló la producción de vinos, según los tipos y cepas del momento. En ese entonces, destacaba la producción de la región de Cuyo, cuyos caldos competían en el mercado local con los traídos desde España. Las reformas borbónicas, sin embargo, privilegiarían los vinos peninsulares, afectando a los hechos en América.

Estos antecedentes del siglo XVIII, tanto en Colonia como en todo Uruguay, no tendrían continuidad en el siglo XIX. La moderna vitivinicultura comenzaría en la segunda mitad de 1800, de la mano de inmigrantes que aclimatarían diversas cepas europeas. Importante serían los esfuerzos de Vidiella y Harriague. Este panorama ha sido investigado por el historiador Alcides Beretta Curi y su equipo de trabajo, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, que hasta el momento han escrito cuatro tomos de la historia del vino en Uruguay.

En el departamento de Colonia la producción de vinos se origina por la década de 1850, junto al desarrollo de las estancias-empresas ovejeras y la fundación de colonias agrícolas de inmigrantes suizos y valdenses. Al finalizar el siglo, su desarrollo ya era importante. En dos años, de 1895 a 1897, las plantas de vid aumentaron de 908.709 (en 179 hectáreas) a 1.100.796, con la producción de unos 360.000 litros de vino. En 1899 los Anales de Ganadería y Agricultura revelaban que Colonia ocupaba el segundo lugar en la producción nacional, con 63 viñedos en explotación.

Uno de los principales viñedos se encontraba en los establecimientos Los Cerros de San Juan de Lahusen. En 30 hectáreas contenían 155.000 vides de Harriague y Bourgogne. El empresario estadounidense Benjamín D Manton, en su quinta del Real de San Carlos, se dedicó también al cultivo de la vid y a la producción de vinos, cosechando en 1896 unas 19 pipas de vino. Sus vinos, incluso, resultaron premiados en su país natal. Algunos comerciantes, como José María Garat, de Rosario, también se dedicaron a la vitivinicultura. En 1901 se contabilizaban 93 viñedos (en una superficie de 443 hectáreas) que habían producido 862.211 kilogramos de uva, con los que se fabricaron 471.790 litros de vino.

En Colonia Estrella, próxima a Carmelo, durante el 900, se encontraban los viñedos de Dionisio Gnosini, de tres hectáreas, y de Juan Larrieu, de una hectárea. Después, y hasta el presente, cobraría empuje la bodega de Antonio Cordano, quien estaba establecido con una casa de comercio.

Al comenzar el siglo XX, la mayor producción de vino se ubicaba en Nueva Helvecia, aunque toda correspondía a pequeñas bodegas familiares. En 1910, debido a la plaga y a disposiciones estatales, declinó. En esos años, sin embargo, el interés en la vitivinicultura estaba muy presente, al punto de que el polifacético intelectual (periodista, humorista y poeta) Washington J Torres da una charla pública al respecto.

Durante las primeras décadas del siglo XX, predominan las bodegas familiares, las cuales se extienden desde Colonia Estrella hasta San Pedro y el Caño, entre otros lugares. A partir de la década de 1930, algunas declinan y otras se convierten en bodegas industriales.

Un cambio importante ocurre en Carmelo en la década de 1950, cuando surgen las bodegas de Irurtia y Zubizarreta, que trasladan el eje de la producción de vinos hacia la zona oeste del departamento. A nivel local también ocurre una transformación en los usos de los suelos, pasando la zona del Cerro de albergar canteras de piedra a ser terreno apto para los viñedos. Este despegue de la vitivinicultura se incorporó a la identidad local, y así surge la Fiesta de la Uva como celebración de este derrotero productivo.

En la actualidad, en Colonia Estrella y otros puntos del departamento de Colonia han aparecido bodegas boutique, que apuestan a una producción más fina y exigente. Los vinos de Colonia, sin duda, se encuentran entre los mejores de Uruguay, y abonan una historia que comienza en la segunda mitad del siglo XIX, de la mano de grandes emprendedores como Lahusen y de pequeñas bodegas familiares como las de Cordano.