“Cuando dirigís la mirada hacia un lugar, se vuelve como la punta de un hilo del que tirás y se abre un mundo. Cuando descubrí esas cosas me di cuenta de que la supervivencia estaba cerca”, reconoce Magela Ferrero en una nueva edición de f/22 Fotografía en profundidad, el recordado ciclo coproducido por el Centro de Fotografía (CdF) y TV Ciudad, que después de ocho años y más de 200 programas, vuelve a acercarnos a un sinfín de entrevistas a fotógrafos y realizadores, esta vez a cargo de la guionista y escritora Inés Bortagaray. Los primeros capítulos de este regreso, además, refuerzan uno de sus mayores hallazgos, ya que la conversación no salda las interrogantes, sino que, a medida que las responde, las va sosteniendo: es que a veces la fotografía, como el arte, se vuelve un misterio constante.

Esta nueva temporada, que se transmite por TV Ciudad los viernes a las 21.30, se repite los domingos a las 17.00 y luego se sube a la web del CdF, hace foco en artistas y fotógrafos uruguayos que vivieron el mundo analógico y debieron adaptarse al digital. Junto a Bortagaray, y desde la azotea del CdF, con Montevideo como escenario, los primeros invitados de este año han sido, además de Ferrero, Diego Velazco, Andrés Boero y Arauco Hernández.

Historia oral

El director del CdF, Daniel Sosa, cuenta que en 2007 decidieron asumir el desafío de comenzar el ciclo como parte de un proceso de crecimiento, ya que ese año el centro también organizó la primera edición del festival de fotografía Fotograma, y fue invitado al Foro Latinoamericano de Fotografía. “De modo que era el comienzo de una nueva etapa del CdF, de reconocimiento interno, y de saber quiénes somos en la fotografía, tanto en Uruguay como en la región”, dice. Hoy el CdF cuenta con un importante acervo, un centro de investigación, festivales y galerías a cielo abierto, talleres y jornadas, programas barriales y publicaciones variadas, además de un edificio (el ex Bazar Mitre, en 18 de Julio 885) de cinco plantas dedicado a la preservación, exposición, investigación y difusión fotográfica.

En sus comienzos, las metas fueron claras: uno de los principales objetivos que asumió el centro fue promover el acceso a contenidos y a fotografías históricas y contemporáneas, para que así todos pudiéramos reflexionar sobre nuestras herencias y nuestro presente. Sosa recuerda que en ese entonces, luego de un habitual ida y vuelta entre el CdF y TV Ciudad –dos instituciones municipales con una historia cercana–, surgió la idea de generar una coproducción de programas televisivos sobre fotografía que familiarizaran a la ciudadanía con esta disciplina, a la vez que generaban un registro de la historia de la fotografía uruguaya. “En ese momento éramos conscientes de que no existía documentación del pasado lejano ni cercano. Y si bien al libro de historia de la fotografía recién lo pudimos publicar en 2011 [Historia y usos sociales 1840-1990], sabíamos que había una historia oral que se repetía en bares, sobre quién había sido tal, y qué cosas se habían hecho, pero no había documentación escrita salvo algunos folletos”. Esta historiografía fue otra de las funciones que asumió el programa.

Así, el medio comenzó a mostrarse frente a la cámara y a acercarse a distintos públicos. Los primeros ciclos estuvieron a cargo de referentes como Diana Mines y Roberto Schettini, y la comunicadora Julieta Keldjian, especializada en preservación audiovisual. A medida que los ciclos se fueron modificando, la experiencia se ha vuelto “increíble y de gran aprendizaje”, admite Sosa. Luego, cuando se centraron en la historia de la fotografía, se sumó Magdalena Broquetas, una investigadora del CdF, que entrevistó a fotógrafos contemporáneos uruguayos, mostró archivos y accedió a distintos procesos que evidencian cómo se generan los productos fotográficos, profundizando en el trabajo detrás de las exposiciones o realizaciones fotográficas.

Así, cada temporada se fue transformando e imponiendo sus propias dinámicas. Algunas pasaron a ser conducidas por Diego Vidart, Pablo La Rosa y Magdalena Gutiérrez, y “el programa pasó a ser realizado con el CdF, con el apoyo de TV Ciudad”. El director recuerda que, con el tiempo, el programa viró hacia lo internacional, con énfasis en la fotografía latinoamericana, ya que “la idea de hacer un producto televisivo es estar pensando siempre en el formato, en cómo sale, en cómo se ve y se acerca a la fotografía, en el contenido”.

Nueva etapa

En 2020 el CdF cumple 18 años, y durante este período de expansión, al que se arribó luego de un largo proceso que vivió la fotografía local, el centro ha ocupado un rol central. Esto “ha generado cambios importantes en la producción nacional, y ahora vivimos la instancia de acercar la fotografía uruguaya al exterior, después de trabajar durante tanto tiempo en cómo nos vemos internamente, y luego pasar a traer a fotógrafos e investigadores de la región, para acercar conocimientos y experiencias que sirvieran de reflejo, que fueran un modo de potenciar lo que ya se estaba generando acá de forma más embrionaria”.

De modo que tanto el festival como las publicaciones editoriales, el premio uruguayo de fotografía y el programa de televisión apuntan a mostrar el trabajo de autores uruguayos que ya cuentan con una obra consolidada, y de profundidad, “como para comenzar a mostrarla en el exterior”.

En este nuevo ciclo del programa dice que comenzaron a acercarse a la fotografía de cine, que tiene muchos vínculos con la fotografía fija y que muchas veces es desconocida. Por eso, “en estos 20 años en que la producción del cine uruguayo ha crecido tanto”, el equipo pensó que era necesario comenzar a mostrar a quiénes trabajaban detrás de cámara.

En este cruce de miradas, Sosa señala que el formato televisivo motiva distintas reflexiones o discusiones que luego quedan disponibles en el sitio web, donde el CdF, además, también pone a disposición todos los libros y las exposiciones que organiza, “lo que lo vuelve un gran acervo para el país y para Latinoamérica; con los ciclos dedicados a la fotografía latinoamericana nos ha pasado que, cuando Magdalena Gutiérrez llamaba a posibles entrevistados de distintos países, y les contaba que era para f/22, nos sorprendía que muchos ya conocían el programa, y algunos incluso los utilizaban para sus clases. Creo que ese es un valor muy importante, ya que todos somos muy conscientes de la importancia del archivo y sus usos, tanto en el presente como en el futuro”. Como ha planteado tantas veces el mexicano Fernando Osorio –un habitué en las actividades del CdF–, en el arte de la memoria, la imagen es una herramienta central, de modo que el patrimonio nos explica, y la conservación establece buena parte nuestra memoria e identidad.

Punto de encuentro

Inés Bortagaray cuenta que desde el comienzo se privilegió la posibilidad de mantener una conversación, “de sumergirse y seguir los meandros de la charla sin apuros, sin la necesidad de encontrar respuestas directas. Privilegiar esa búsqueda que a veces, en el intercambio, se vuelve más errática o azarosa”.

Frente a estas nuevas formas de interpretar o intervenir la realidad, ella quiso asomarse a los procesos creativos de los artistas. “Entender de dónde nacen las ideas, cómo son los trayectos entre una idea y una obra me interesa muchísimo”, admite, y reconoce que también le seduce la oportunidad de conocer cómo los artistas viven sus búsquedas; el hallazgo de su vocación desde la infancia, o quiénes, dentro de la familia, los impulsaron a encontrar esa sensibilidad.

Sobre las particularidades del ciclo, a Bortagaray le sorprendió cómo las figuras de padres o abuelos marcaron tantas trayectorias: “Muchas veces es un varón que, más que el oficio, cultivaba la afición por la fotografía, o tenía una cámara que después legaba. Y muchos artistas heredan de estos padres o abuelos la afición y la mirada, que luego cultivan, proyectan”.

De este “sintonizado y armonioso” trabajo en equipo también destaca su bellísima puesta en escena: por ejemplo, las obras de los artistas que se proyectan en la medianera, o el dron sobrevolando el ex Bazar Mitre, transformando al CdF en un personaje. “Uruguay tiene una cantera impresionante de fotógrafos, y a mí, desde un lugar aficionado y hasta paracaidista, la fotografía siempre me interesó”, dice.

Desde su “mirada de forastera”, entre los fotógrafos percibe cierto interés por establecer diálogos más abiertos con otras artes, donde la fotografía pueda ser interpretada, leída y conversada desde otros ámbitos, otras voces. Y eso es lo que sucede en estos encuentros de 30 minutos, en los que se retienen instantes y paisajes móviles, en los que se emprenden recorridos por distintos universos e historias mínimas, con esa cadencia tan propia de cuando la charla se distancia del trajín apresurado y cotidiano.