Con una trayectoria de más de 20 años, Fernando Henry continúa ubicado al margen de la escena, casi en el under del under. Sin embargo, desde esa condición orejana no deja de crear. Es un músico, artista visual y poeta que, a sus 41 años, acumula una vasta discografía y participa en diferentes proyectos colectivos, ya sean personales o como instrumentista. Publicó dos libros de poesías, expuso sus ilustraciones y pinturas, y continúa investigando, porque, para él, “todas las formas de arte son el mismo lenguaje”. Y, a pesar de que se define como “vago para grabar”, acaba de editar su octavo álbum solista.
La semilla de La región favorita se plantó en octubre de 2017 en Playa Verde, en la casa de Diego Presa, donde también estaban Fabián Cota y Guillermo Wood, todos miembros de Buceo Invisible, banda que fue parte de este trabajo, a quienes los unen la amistad y los cruces artísticos. En esa oportunidad grabaron las voces, los coros, las guitarras y un charango, y Presa ofició de productor y arreglador vocal. De las 17 canciones preseleccionadas registraron 15, siempre apostando a primeras o segundas tomas, en busca de la emoción genuina. De estas, 11 conforman el álbum.
Como una pócima de cocción lenta, la creación continuó durante tres años. Cota tomó la jefatura de la cocina y las canciones “se fueron vistiendo” con la participación y los arreglos de los músicos ya mencionados, Antonio de la Peña en batería y Pablo Gómez en teclados. En este periplo el autor se hizo tiempo para editar otros dos discos: uno con el power trio Ganges, que habían comenzado a grabar en 2006 y retomaron 13 años después, y Los pájaros prehistóricos (2018), un “acto de amor” y un homenaje a los cantores latinoamericanos que lo formaron “como músico y como persona”: Simón Díaz, Violeta Parra, Víctor Jara, Daniel Viglietti, Gustavo Cuchi Leguizamón, Leda Valladares y Atahualpa Yupanqui, entre otros.
Alguien gritó mi nombre, resonó siglos atrás
El disco empieza en el arte de tapa, con una ilustración de su padre, el arquitecto Héctor Horacio Henry: un collage de paisajes en base a dibujos realizados en un setentero viaje de arquitectura, que da cuenta de cómo podría ser materializado ese territorio predilecto: “Ese sitio hacia donde ir que no se sabe si es real, si es un lugar físico o mental, existencial, espiritual. Cada uno tendrá su región favorita y sabrá darle una ubicación en su universo”.
Las primeras luces del disco aparecen con “Tus nombres”, un tema que quedó afuera de Para iluminarme (2012) y del celebrado disco que compuso junto con Lucas Meyer y Pau O’Bianchi en 2015, en el que una guitarra brillante da paso a la voz calma y declamada de Henry y luego la banda completa la balada. El pulso sube con “El día que nacimos”, la primera de varias coautorías: es un poema de Santiago Barcellos que Henry viste con ropajes spinetteanos y toda la orquesta le cabe en las seis cuerdas. La obra termina de amanecer en “Iruya”, “un tema pop pero extraño en sus formas rítmicas y cambios armónicos”, compuesto a partir de varios poemas que Wood escribió durante un viaje por el norte argentino. Wood, además, aportó su voz de roble hueco, una pincelada oscura en la claridad, que advierte: “Seguramente el aloe pueda curar un recuerdo / seguramente el aloe pueda curar el recuerdo”.
Desde el punto de vista musical, los tonos regionales comienzan a escucharse en “Para cuando oscurezca”, una milonga introspectiva inspirada en la poesía homónima de Marcos Barcellos, también de Buceo Invisible. La siguiente canción, que da nombre al disco, integró originalmente su libro El cántico de los delirios (2016) y tiene “una letra muy potente, llevada a lo Neil Young”, para decir: “Hoy el espíritu de mi perro se vistió con flores y guirnaldas para pasarme a buscar / Pasearemos hasta olvidar los huesos / La vereda de cera o la región favorita”. Fer Henry asegura que “La misa de soles” “es una oración de luz, como dice la letra”. De hecho, la luz y su ausencia impregnan todo el disco. La introducción rememora la impronta de Eduardo Mateo y, hacia el final, aquellos “candombes beat de guitarras abiertas”. En la coda suena en segundo plano el piano de Cota, como si se tratara de una evocación de las orquestas de Manolo Guardia o Panchito Nolé.
Con “Vivir en otro” comienza un bloque de decidido abordaje folclórico; se trata de otra poesía de Santiago Barcellos, que el músico acompaña con charango y voz y que arrima un poco de aire cordillerano, a pesar de no apelar a ninguna de las formas rítmicas que se pueden asociar a este instrumento, como un huayno o un carnavalito. “Las alas de Yupanqui” es el único instrumental del disco y un homenaje al músico argentino, “un guiño a la forma del toque de Atahualpa, esa búsqueda de sacar el sonido a la madera”, y fue grabado en una sola toma, en la mañana y con las ventanas abiertas del improvisado estudio para que se escuchara el bordoneo del canto de los pájaros. “Niño de la luna” y “Tonada de las luciérnagas” son “temas hermanados” que remiten a Leda Valladares, una de sus referentes. Henry se mueve por el territorio folclórico con soltura y sapiencia, a la vez que da cuenta de una búsqueda más existencial que costumbrista. Y, aunque no se siente folclorista, reconoce que siempre abreva de esas aguas.
Ni bien comienza a sonar “Tala y ocaso” entendemos que el disco atardece. La guitarra remite al principio, mientras escuchamos: “Este es el final de tu historia, hombre de las mil ilusiones”, que compuso a los 17 años y era parte de una ópera rock de clara influencia pinkfloydiana. El autor no recordaba toda la letra y debió reescribir una frase que opera como sentencia: “Ahora que los soles duermen nadie lo llora / porque no hay nadie que se parezca tanto a la lluvia”.
La copla te acuna
Henry empezó a estudiar guitarra a los 13 años con Jorge Alastra y a los 15 ya tocaba en vivo. Pero esta historia comenzó antes, en aquellos cumpleaños familiares en los que el niño despuntaba sus ganas de llamar la atención, cantando temas del Sabalero o Los Olimareños, y en la banda que formaba con sus hermanos y primos, vestidos con pequeños trajes y guitarras de durabol, haciendo las veces de John, Paul, George y Ringo. Igual de importantes resultaron una vecina chilena que le hizo conocer los discos de Violeta Parra, Víctor Jara, Inti Illimani, Quilapayún, Rolando Alarcón, Tito Fernández, Payo Grondona y Los Jaivas, entre otros, y los veranos en la casa de su abuela en Salto, cuando las siestas sofocantes invitaban a rodar vinilos de folclore uruguayo y argentino en un viejo tocadiscos de valija.
La región favorita da cuenta de este camino vital. Una obra breve y contundente en la que se ven reflejadas con armonía y equilibrio las dos corrientes que signan la música del cantautor: el rock anglo que nace con los Beatles y la música de raíz folclórica de nuestro continente. Una forma de zurcir universos en principio disímiles, que no abunda en nuestro cancionero y que quizás tenga en Gastón Dino Ciarlo uno de los principales antecedentes.
Al igual que el dibujo de la portada, el disco es un collage de experiencias, colaboraciones, instrumentos, influencias, como una terminal en la que confluyen los vínculos artísticos y emocionales del músico, con túneles que han resonado siglos atrás y otros que surgen de un disco anterior, o de un libro, o de los amigos.
La región favorita está disponible en plataformas digitales y casetes, y también se podrá escuchar en discos compactos, edición demorada por la pandemia actual. Mientras tanto, el autor no para de hacer y proyectar.
La región favorita, de Fernando Henry. Montevideo, 2020. En Spotify.