Recuerdo haber escuchado casi a diario expresiones como “no te dejes lamer por ese perro, andá a saber qué hizo antes” o “qué chancho, ¡eso no!”. Con los años, y dada mi profesión, pude acercarme más a las interrogantes que ponían en duda la condición sanitaria de mi mascota. Sin embargo, no cambié mucho la forma de relacionarme con ella: ahora era un chancho con conocimiento de causa.

Los perros y gatos tienen comportamientos que para nosotros son incomprensibles, asquerosos y hasta innecesarios. Uno es el hábito de ingerir materia fecal, sea propia o ajena. Se lo denomina coprofagia y puede ser normal pero inaceptable para sus dueños o puede ser la punta del iceberg de enfermedades severas. Se evidencia más en perros, y es más común que ingieran sus propias heces que las de extraños.

Por qué lo hacen

Simple exploración: El perro observa, olfatea, escucha, toca y prueba cosas para investigar y entender el mundo que lo rodea. Así que probar la materia fecal puede ser un aspecto normal y necesario con un fin meramente exploratorio. Esta conducta se expresa más en animales jóvenes, y si le sumamos un ambiente no muy rico en estímulos (jaulas, patios estériles), puede usar el sentido del gusto en mayor medida para calmar su comportamiento innato.

Algunos investigadores han postulado que tiene que ver con el crecimiento del animal. El desarrollo neurológico se relaciona con componentes que se encuentran en altos niveles en la materia fecal. Sin embargo, esta teoría no está del todo aceptada por la comunidad científica.

Comportamiento maternal: Hasta cierta edad, los cachorros necesitan ser estimulados por el lamido de la madre para orinar y defecar, ya que no pueden lograrlo por sus propios medios. Una vez que lo hacen, es natural que la madre ingiera la materia fecal para mantener el lugar limpio.

Gusto: En la boca y en la lengua existen receptores que se estimulan con la textura, sabor y olor del alimento. Eso hace que disfruten su ingestión. Aunque suene incomprensible, la materia fecal –sobre todo la de gatos– cumple con estos requisitos y a los perros les gusta.

Hambre: Pueden hacerlo simplemente porque tienen hambre. Muchas veces su ración no es la adecuada, la frecuencia no es la debida o la cantidad resulta insuficiente. Además, los que sufren de problemas intestinales o pancreáticos pueden necesitar más nutrientes que los que reciben.

Llamado de atención: Si cuando el perro come la materia descubre que con eso logra llamar la atención de los dueños, puede recurrir a esa táctica en los momentos que quiera ser el centro.

Otros: Los animales que sufren de ansiedad crónica, cualquiera sea su origen, pueden utilizar esta conducta como mecanismo de defensa.

Al igual que las personas con compulsión oral, los perros pueden tener una derivación de esta enfermedad en la ingestión de materia fecal como válvula de escape a los estímulos antigénicos.

Factores que influyen: Los animales que viven en un ambiente pequeño tienen más probabilidades de expresar esta conducta.

Los que tienen fácil acceso a la materia fecal de los gatos también corren riesgo.

Una dieta incompleta tanto en calidad como en cantidad aumenta las chances de aparición de este comportamiento.

Enfermedades que dificultan el funcionamiento de su sistema digestivo juegan un papel importante.

Qué hacer

Debido a que siempre puede haber causas médicas y son en general las que justifican el síntoma, acudir a una consulta es primordial. Debemos asesorarnos, además, sobre tipo, cantidad y frecuencia alimenticia que necesita la mascota para estar seguros de que las necesidades nutricionales están cubiertas.

La presencia de parásitos en el tracto intestinal puede contribuir a un desequilibrio aunque el alimento sea de buena calidad.

Luego de que las posibles causas médicas fueron contempladas, podremos tomar medidas para eliminar el comportamiento.

» Reducir la disponibilidad de materia fecal limpiando luego de que defeca.

» No permitir las salidas sin nuestra presencia si el animal aún no defecó.

» Colocar las bandejas sanitarias de gatos en lugares donde el perro no llegue.

» En los paseos, usar bozal de canasta o dogal, de modo que luego de defecar no pueda acceder a ella, y premiarlo con algo rico. El animal interpretará que luego de defecar tendrá una recompensa y no estará atento a sus heces.

» Debemos enriquecer su ambiente. Juguetes y comida escondida son adecuados.

» Si bien estas medidas son sólo orientativas, existen técnicas más elaboradas que se acoplarán a cada caso para tener un éxito mayor. Si el problema lleva ya un tiempo, la resolución puede ser más compleja.