Si navegamos por internet buscando una raza para determinado objetivo, encontramos de todo. Es cierto que existen algunas más específicas que otras para distintos laburos, por ejemplo los border collie y su perfecta adaptación para arrear ovinos, pero cuando se apunta a la compañía hay mucho sanateo. No existe sustento académico para encasillar a una raza como buena con los niños, abuelos o parejas. Pero si mano a mano me preguntás qué opino del bóxer y de su relación con los integrantes de la familia, te digo que es un crac. En general es un buen bicho de compañía.

Hace unos 35 años mis abuelos tenían un bóxer blanco llamado Clay. Sin saberlo, ya sea por su color o por su nombre, ese perro describía, al menos en parte, la historia de su raza. En los estándares del bóxer, el color blanco no se acepta. Hasta no hace mucho tiempo, los bóxer blancos nacidos en criaderos tenían un solo destino: la muerte. Esa práctica aún puede verse excepcionalmente, pero ya no se hace a sabiendas de todos. Aunque siguen siendo rechazados por los que deciden quién entra y quién no a la raza, hoy por hoy estos cachorros son ofrecidos para que convivan con familias, trabajen en algún servicio o sirvan como perros de terapia.

El nombre Clay refería al legendario boxeador Cassius Clay, posteriormente conocido como Muhammad Ali, pero no por admiración hacia el púgil sino por las características del perro. “Los bóxer se llaman así porque boxean cuando pelean”, era lo que repetía mi abuelo. Y Clay tiraba bien las manos. Tan equivocado no estaba.

Existen al menos dos o tres teorías que explican el origen del nombre “bóxer”. Podría haber surgido en las calles alemanas, en épocas en las que las peleas de perros organizadas estaban en auge y aparecía en escena un perro ágil y musculoso que tenía por costumbre pararse en sus patas traseras y atacar también con las delanteras. La segunda hipótesis es un poco más convincente y tiene cierto sustento histórico. Los primeros ejemplares de la raza aparecieron a mediados y finales de 1800 en Alemania. Sus ancestros fueron de una raza ya extinta conocida como bullenbeisser o “mordedores de toros”, que era utilizada para la caza de ciervos y jabalíes, y para peleas. En el siglo XIX el maltrato animal no era tan polémico como ahora y las peleas con toros, osos y con otros perros eran atracciones válidas. Pasados los años las peleas se fueron perfeccionando, y si bien la raza utilizada rendía, no contaba con la agilidad que el combate exigía. Se necesitaban ejemplares rápidos y más pequeños para zafar de las embestidas de los toros. Ni tontos ni perezosos, los alemanes comenzaron entonces a cruzar los ejemplares que contaban con dichas características, dando inicio así a una nueva raza.

Al mismo tiempo, los cazadores que no utilizaban los perros para otra actividad que no fuera la caza empezaron a considerar a los de menor porte, porque, además de la agilidad, contaban con un hocico un poco más ancho que permitía una amplia distribución de los dientes, por lo que resultaban más efectivos para sujetar a las presas.

Con ese currículum, los bóxer comenzaron a ser utilizados por los carniceros, que no obtenían su materia prima de lo que hoy conocemos como frigoríficos. En esa época el frigorífico estaba en el fondo de su casa, en algún que otro campo. ¿Y quién mejor para arrear a esos futuros asados que un bóxer? Es más, los elegían también para persuadir violentamente a los que, por algún curioso motivo, no querían ser faenados. Al parecer, el mejor para hacer el trabajo era Boxl, que era la mascota de un carnicero de Berlín. Por su fama, Boxl comenzó a ser utilizado para identificar a todos los perros de la vuelta que compartían similitudes físicas. Lo insólito del caso es que Boxl, precursor del nombre designado a una raza pura recién salida del horno, significaba “mestizo”.

Durante la Primera Guerra Mundial los bóxer fueron utilizados para el transporte, más que nada para la mensajería militar. Se creó una especie de ejército para eso y únicamente los hijos de perros campeones en la materia podían conformar el plantel. Con ese fin, sus nacimientos estaban detalladamente controlados. Ya en la Segunda Guerra Mundial, no fueron la primera opción de los nazis, aunque también fueron usados para desempeñar funciones de transporte y como perros-bomba. Sí, Adolfo les enseñó a meterse bajo tanques de guerra y quedarse quietos. Lo que no les mencionó era que iban a llevar una bomba encima.

Gracias a estos veteranos de guerra fue que el bóxer cruzó el charco. Durante el conflicto, los norteamericanos los vieron pasearse por los campos de batalla e interactuaron con ellos. Lograron interceptar a unos cuantos perros mensajeros del equipo alemán y los hicieron pasarse a su cuadro. Esta especie de ayuda prestada en la guerra hizo que los yankees aceptaran el ingreso a sus casas de un perro alemán, aun estando en guerra con ellos.

Bóxer

El peso de esta raza ronda entre los 25 y los 33 kilos, y el promedio de vida no es de más de nueve años de edad. Enérgico y necesitado de espacio, ejercicios y momentos lúdicos diarios, tiene como principales problemas de salud el cáncer, cardiopatías, hipotiroidismo, epilepsia y displasia de cadera, entre otros.