Al convivir con nosotros desde hace 20.000 años o más, evidentemente es ventajoso para los canes adaptarse a nuestras rutinas. El caso de los perros callejeros de Moscú puede servir de ejemplo. Hace unos años el comportamiento de estos caninos a la hora de enfrentarse a las cambiantes formas de vida del ser humano llevó a estudiar su capacidad de observación y análisis. Con base en experiencias previas, los perros suelen adaptarse al mundo que los rodea.

Al parecer, esos moscovitas de cuatro patas han aprendido a aprovechar las bondades del sistema de transporte, usando el metro en beneficio propio. Y no sólo para resguardarse del inhóspito invierno, sino también para trasladarse desde la periferia de la ciudad, donde descansan, hasta la zona céntrica, donde logran hacerse de alimento.

Este comportamiento adquirido consiste en amanecer en las áreas industriales de la ciudad, esperar el metro que se dirige hacia el centro, subirse y bajarse en el lugar indicado, donde además se concentran los puntos de interés turístico. Cuando el día termina y su apetito ya es una anécdota, los perros retornan a sus lugares de descanso nuevamente utilizando el metro.

Según algunos autores, esta extraña conducta (inusual ya que la mayoría de las especies se mantienen próximas a donde obtienen su alimento y no viajan diariamente) comenzó a principios de los 90, cuando los complejos industriales se reubicaron en la periferia. 30 años después, aproximadamente unos 500 perros se valen de este método para sobrevivir en Moscú.

Pero lo más llamativo no es el hecho de que usen el metro, sino de que lo hagan con criterio. La mayoría escoge subirse con mayor frecuencia al primero o al último vagón, ya que estos suelen transportar menos personas. A su vez, se cree que los perros reconocen las paradas por su olor, el tiempo estimado de viaje y por asociar el lugar indicado con la voz que anuncia a los pasajeros el nombre de la estación donde se encuentran.

En 2007 fue colocado en el metro de Moscú un monumento a un perro al que la gente llamaba Málchik (“niño” en ruso), titulado “Compasión”. La estatua fue instalada en un paso subterráneo junto al vestíbulo de la estación Mendeléievskaya, donde hace varios años fue apuñalado un perro callejero. Este llegó a vivir alrededor de tres años en uno de esos pasos donde, además de resguardo, había logrado torcer la mano de los técnicos que trabajaban allí, que lo alimentaban frecuentemente.

Un día una modelo paseaba junto a su mascota en el metro y, al ver al perro callejero, incitó al suyo a que atacase al pobre Málchik. Pero lógicamente los perros que viven en las calles de Moscú no se comen ninguna y, así como el visitante avanzó sobre él, del mismo modo se retiró tras ser mordido “en defensa propia”. Frente a todo pronóstico, la mujer no tuvo mejor idea que sacar un cuchillo de su cartera y comenzó a apuñalar al perro del metro frente a los atónitos transeúntes. Lamentablemente poco se pudo hacer y Málchik murió.

Cuando la noticia tomó estado público, toda Moscú pasó de la indignación a la expectativa por lo que resolvería la Justicia. Los medios se agolparon en los tribunales judiciales para informar que los peritos en el tema dictaminaron que la modelo (que para ese entonces ya había sido arrestada) sufría alteraciones mentales, por lo cual debería ser internada para su correspondiente tratamiento.

Poco tiempo después, un grupo de escritores y artistas, figuras del teatro y de la música del país solicitó a la gerencia del metro que apoyara la idea de instalar un monumento al animal asesinado que, además, simbolizara el respeto que merecen los perros callejeros.