El fin de semana se retomó la actividad de campaña electoral en Estados Unidos. Desoyendo múltiples recomendaciones de especialistas, Donald Trump organizó un acto en el Bank of Oklahoma Arena en Tulsa, Oklahoma. Allí, el presidente norteamericano se despachó con anuncios bastante polémicos, como que ordenó que se bajara el ritmo de testeo de COVID-19 para que no se encontraran tantos casos positivos. Sorprendió que no hiciera mención alguna a la fecha, el 19 de junio, en la que se conmemora el fin de la esclavitud en el país, sobre todo porque estaba en la ciudad que en 1921 fue escenario uno de los mayores ataques de blancos contra negros, conocido como “la masacre de Tulsa”. También lanzó comentarios directamente racistas cuando denominó al coronavirus “kung-flu”, un juego de palabras entre el arte marcial chino kung-fu y flu (gripe en inglés).
Sin embargo, una de las cosas del acto que llamaron la atención es que asistieron apenas unas 6.200 personas, según datos del departamento de bomberos local. Este número resulta bastante bajo teniendo en cuenta que el aforo del recinto es de unas 19.000 localidades. Y es más asombroso si se tiene en cuenta que la jefatura de campaña había anunciado que habían recibido más de un millón de solicitudes de entradas, lo que hizo que se tuviera que prever un espacio fuera del recinto para acoger a una gran multitud.
La pregunta es obvia: ¿qué pasó? Y la respuesta suena un poco rara: los grandes responsables son fanáticos del k-pop (pop surcoreano) y usuarios adolescentes de la plataforma TikTok.
Todo empezó en la cuenta oficial de la campaña de Donald Trump. Allí se solicitaba a los seguidores del presidente que utilizaran sus teléfonos para registrarse y obtener entradas de forma gratuita. A partir de ahí, los k-popers compartieron esta información y llamaron a sus compañeros para hacerse de esas entradas, aunque no tenían intención de concurrir, sino de dejar un lugar vacío. Luego los tiktokers se plegaron a este llamado y terminaron de inundar el sitio con solicitudes de asientos.
El éxito de la iniciativa está basado en el conocimiento de estas comunidades del funcionamiento de las plataformas. Según declarara el youtuber Elijah Daniel a The New York Times, estos grupos tienen una gran facilidad para intercambiar información entre ellos y saben cómo potenciar el alcance de los videos para lograr sus objetivos.
K-popers y tiktokers unidos jamás serán vencidos
Esta no fue la primera vez que grupos de k-popers actuaron desde Twitter para empujar acciones sociales. Durante las movilizaciones en condena al asesinato de George Floyd, ocurrido en Minneapolis, estos fans se dedicaron a “tapar” todos los hashtags racistas con imágenes animadas y fancams (videos tomados por fanáticos en recitales de las bandas que siguen). Fue algo similar a la iniciativa que hizo que cayera la aplicación que la Policía de Dallas había diseñado para denunciar actividades ilegales o sospechosas durante las protestas.
No obstante, sus acciones no se limitan a “molestar” a nivel de redes sociales. A principios de junio, la banda surcoreana BTS donó un millón de dólares para el movimiento #BlackLivesMatter. Sus seguidores, autodenominados ARMY, se organizaron para recaudar fondos y lograron alcanzar 1,3 millones de dólares, una cifra 30% mayor.
Lo que nos demuestra este tipo de acciones es algo que no debería sorprendernos: el poder que las redes sociales pueden tener en, valga la redundancia, la vida social. Otra cosa que nos demuestra es que ellas les dan un poder real a generaciones que en otras épocas tal vez estaban más invisibilizadas o a las que se les otorgaba una importancia relativa.
Una pequeña molestia final para la campaña de Trump: TikTok, la aplicación para compartir videos cortos más popular entre niños y adolescentes (ya hablamos de ella) tiene su origen en China, el país al que el candidato republicano insiste en colocar como potencia enemiga de Estados Unidos.