Estados Unidos no tiene rivales en la construcción de leyendas. Pero en la gran manzana, cuna de héroes si los hay, se camufla como local una estatua ubicada en el Central Park que desde hace más de 90 años honra la labor de un perro llamado Balto. Hecha en bronce por el artista neoyorquino Frederick Roth, la escultura refleja la figura de un husky siberiano y a sus pies hay una placa en la que se observa en relieve un grupo de perros arrastrando un trineo, con una breve semblanza: “Dedicado al indomable espíritu de los perros de trineo, quienes llevaron la antitoxina 600 millas sobre el hielo, a través de las traicioneras aguas y tormentas de nieve del Ártico desde Nenana para el alivio de los afectados de Nome en el invierno de 1925. Resistencia Fidelidad Inteligencia”.
Hacia enero de 1925, en la ciudad de Nome, Alaska, se instaló una epidemia de difteria, una enfermedad infecciosa aguda que puede ser letal si no se aplica un tratamiento a tiempo. Para colmo, las reservas comenzaban a escasear. Para evitar más muertes, la población necesitaba antitoxina y la ciudad más próxima, Anchorage, se ubicaba a unos 1.600 kilómetros de distancia. El problema era el clima: las rutas estaban intransitables, y tampoco los barcos podían comunicarse a causa de las tormentas invernales. Quedaban pocas alternativas para que la solución llegara en tiempo y forma. En realidad, quedaba sólo una: ir en tren hasta Nenana, ciudad próxima a Nome, y de ahí continuar en trineo tirado por perros, haciendo relevos hasta el destino final.
La “carrera del suero a Nome” o “gran carrera de la misericordia”, como se dio a conocer, contó con unos 20 mushers o guías de trineo y unos 100 perros. La distancia a vencer eran aproximadamente 1.000 kilómetros. Todo esto amplificado por la reciente aparición de la radio, que transmitía el recorrido a miles de personas, incrementando la epopeya.
El 2 de febrero, Gunnar Kaasen y sus perros de trineo, comandados por Balto, llegaron a Nome con la antitoxina de la difteria. Las primeras palabras del guía pusieron la piedra fundamental para alimentar la leyenda. Al bajar del trineo, Kaasen declaró: “No podía ver el rastro. Muchas veces ni siquiera pude ver a mis perros. Por lo que, cegado por el vendaval, confié en Balto, mi perro guía. Ni una sola vez dudó”.
Pero la vida del héroe es complicada, ingrata, y más si el héroe es un perro y vive en los años 20 del siglo pasado. Tras el temerario suceso, Balto y los sobrevivientes caninos pasaron a ser un espectáculo de feria, con todo lo que ello conlleva: exhibición, maltrato y hambre. En 1927 un empresario de Cleveland decidió poner fin a tan inmerecido final y los compró, los llevó a su ciudad y vivieron hasta su muerte en una especie de retiro. Balto falleció el 14 de marzo de 1933, con 14 años.
Pero esta historia tiene un lado B. Si bien Balto y compañía fueron imprescindibles, la carrera del suero no se hubiera concretado sin dos piezas clave: un inmigrante noruego y Togo, un perro de 12 años. Al dividir el trayecto en etapas, las autoridades decidieron que Seppala, un buscador de oro que terminó criando perros de trineo, recorriera con ayuda de Togo el tramo más largo (unos 270 kilómetros) y más peligroso. De hecho, el estrecho era denominado “la fábrica de hielo” y, a pesar de eso, se le confió la tarea de atravesarlo a un perro de 12 años de edad porque tenía un talento que el resto no. Era muy hábil para encontrar la distancia más corta entre dos puntos.
Así, con temperaturas que rondaban los -35 °C, Togo se encargó, instinto mediante, de guiar el convoy sorteando espuma, nieve y vientos que hacían imposible ver el camino. A 125 kilómetros del objetivo, Seppala le pasó la posta a otro guía que trasladó la medicina unos 50 kilómetros más, y los 80 kilómetros restantes fueron comandados por Kaasen y el perro Balto.
Ser el último en llegar, sumado a la manija mediática, hicieron que Balto fuera visto como el único héroe en este lío, dejando en segundo plano a los demás animales, pero sobre todo al veterano de 12 años que anduvo firme en el peor tramo. En 2001 se inauguró una pequeña estatua de Togo en el Seward Park de Nueva York (cuyo nombre se debe al secretario de Estado que compró Alaska a Rusia en 1868), y a fines de 2019 surgió una petición en Change.org para sustituir la estatua de Balto, luego de que se conociera la historia real de la hazaña.