Si uno recorre la ciudad de Edimburgo, capital de Escocia, y decide visitar el museo Huntly, que guarda y expone objetos e historias relacionadas con el pasado de la ciudad, podrá encontrar entre su colección un collar y un plato de comida para perro y una placa de bronce con la siguiente inscripción: “Greyfriars Bobby, autorizado por el alcalde, 1867”.
Aunque resulte llamativo que un museo guarde como parte de sus reliquias las modestas pertenencias de un perro, más lo es la forma en que los funcionarios del lugar explican los motivos por los cuales esas pertenencias están allí. Para ellos, “si la fidelidad tuviese nombre, todos los ciudadanos de la ciudad deberían llamarse Bobby”, y lo dicen pensando en un perro que permaneció junto a la tumba de su dueño hasta su propia muerte.
Según parece Bobby era un perro de raza skye terrier cuyo tenedor era un policía de nombre John Gray que, tras morir a causa de tuberculosis en el año 1858, fue sepultado en el cementerio Greyfriars. Luego de las cuestiones protocolares de un entierro, el perro acampó junto a su tumba y nadie fue capaz de moverlo por los siguientes 14 años, lo que lo popularizó entre los empleados de la necrópolis primero y la población en general después como Greyfriars Bobby.
Tal comportamiento llevó a que los habitantes de la ciudad se hicieran cargo del alimento e incluso de construirle una especie de refugio para su resguardo. Con el paso del tiempo, aunque su leyenda tomaba forma, Bobby carecía de alguien que se hiciera cargo frente a las autoridades. Para colmo, hacia 1867 promulgaron una ley que obligaba a registrar a todos los perros, y los que no cumplieran con la norma iban a ser eliminados. Por tal motivo, sir William Chambers, que desempeñaba funciones similares a las de un alcalde, decidió pagar el registro de Bobby y confeccionó un collar con una placa de bronce con la leyenda “Greyfriars Bobby from the Lord Provost - 1867 - licensed”.
El 14 de enero de 1872 el famoso perro murió y fue enterrado junto a la puerta de la Greyfriars Kirkyard, una parroquia que se ubica a la entrada del cementerio, cerca de la tumba de quien fuera su único dueño. En su lápida puede leerse “Que su lealtad y devoción sean un ejemplo para todos nosotros”. Hasta el día de hoy los visitantes dejan palos y otros juguetes para perros en su honor.
Un año después de que estirara la patita, lady Burdett Coutts, primera baronesa Burdett-Coutts y una de las mujeres más ricas de Reino Unido, ordenó construir una estatua de bronce junto al puente George IV, sobre una fuente de granito. Originalmente, además de homenajear al perro, pretendía ser una especie de bebedero, con una parte superior para ser utilizada por personas y otra inferior para los perros.
Tan perfectas eran la historia y la fama del cuzco que muchos investigadores, seguramente sin nada que hacer, decidieron corroborarla. Parece que en el siglo XIX muchas ciudades europeas (y sus cementerios) se vanagloriaban de historias sobre perros que esperaban incondicionalmente la llegada de su responsable. Estos repetidos relatos atraían al público y, de hecho, patrocinaban indirectamente el lugar en cuestión.
En aquella época se disparaba una salva de cañón desde el castillo de Edimburgo a las 13.00 en punto para que todo el mundo supiera a qué hora ir a almorzar. Ni lerdo ni perezoso, Bobby se dio cuenta de la jugada y cruzaba la calle hacia el Greyfriars Palace, un antiguo restaurante que recibía a los trabajadores de la zona. Estos comensales veían al perro salir del cementerio, pedir alimento y volver rápidamente al lugar donde descansaba su amigo. Lo más asombroso era que volvían cada día a contemplar la escena.
En 2011 la Universidad de Cardiff publicó una investigación que sugería que la de Bobby era en realidad una historia ficticia –un perro callejero entrenado para permanecer en el cementerio– creada por empresas locales para aumentar el turismo y, por ende, sus ingresos.
Lo cierto es que el Bobby está ahí y su fama sigue creciendo ya que, para suerte del perro y obviamente de los negocios de la zona, junto al cementerio se encuentra el colegio George Heriot’s School, lugar en el que JK Rowling se inspiró para crear la famosa escuela de magos de la saga de Harry Potter.