En abril la discusión sobre la conveniencia de utilizar localizadores inteligentes fue retomada a raíz del lanzamiento del AirTag de Apple. Este dispositivo (que, como todos los de la compañía, sólo es compatible con otros aparatos con su sistema operativo) está diseñado para añadirse a objetos como llaves, mochilas o billeteras, y poder así encontrarlos con facilidad desde el teléfono o laptop. La diferencia está en que en vez de recurrir al sistema GPS, el AirTag utiliza la banda ultraancha (UWB) y recurre a la comunidad de usuarios de dispositivos Apple, generando una suerte de red de dispositivos que detectan cuando un AirTag está cerca.

A principios de mayo el portal Applesfera destacaba que todo iPhone, iPad o Mac en un radio de 100 metros de un AirTag es utilizado como baliza para enviar su información a la red y así establecer la localización del objeto buscado. Luego, mediante la aplicación “Buscar”, el usuario se puede ir aproximando y activar un sonido intermitente para facilitar su ubicación.

El AirTag es una novedad por su uso de la red, pero no es el primer localizador inteligente. Al momento de su lanzamiento ya existían otras opciones que también son compatibles con dispositivos Android, como los rastreadores Tile, el Samsung Galaxy SmartTag, el Chipolo One o el Curve. Con mayor o menor duración de batería, algunos recurren al GPS, otros, como los de Samsung, utilizan el mismo método de Apple de recurrir a la red de usuarios, otros más utilizan una tarjeta SIM y bluetooth o datos móviles. La función, en todo caso, es la misma: ponerlo en algo que se pierde seguido para poder encontrarlo con mayor facilidad.

Gente que busca gente

Ahora, ¿qué pasa si esto se utiliza con personas? En el caso del AirTag, por ejemplo, Apple no lo recomienda y, aunque plantea que no se debe utilizar para rastrear personas sin consentimiento, no hay una prohibición de hacerlo.

Es cierto que si el dispositivo pasa más de tres días lejos del iPhone de su propietario emitirá un pitido y enviará notificaciones a los dispositivos cercanos avisando que están siendo rastreados por un AirTag. Sin embargo, un padre puede poner el dispositivo en la mochila de su hijo y utilizarlo para rastrearlo, y el AirTag probablemente vuelva a estar cerca del iPhone paterno antes de que pasen tres días. A su vez, al no utilizar GPS, si la persona se dirigiera a un lugar que se aleje más de 100 metros de un dispositivo Apple dejaría de ser útil.

Sin embargo, dentro de esos tres días y en zonas donde existen dispositivos de Apple sí puede utilizarse como un dispositivo de espionaje, de modo en que los otros localizadores también. Al respecto, un periodista de El Confidencial de España hizo un experimento a fines de abril: colocó un AirTag en la mochila de su jefe y pudo ver su recorrido durante un día entero alrededor de Madrid, a excepción del momento en que el hombre subió a un metro. Recién a las 24 horas llegó una notificación avisándole que estaba siendo rastreado.

(In)seguridad

Ya en los primeros días desde su lanzamiento se generaron dudas sobre la seguridad del AirTag de Apple. El 8 de mayo el experto en ciberseguridad alemán Stackmashing anunció que había conseguido engañar al dispositivo y manipular sus funcionalidades.

Tanto Stackmashing como el estadounidense Colin O’Flynn, coautor del libro Manual de hackeo de hardware, han publicado diferentes videos en sus canales de YouTube mostrando cómo lograron desmontar el dispositivo y reprogramarlo a su antojo, reiniciando y cambiando la programación interna del microcontrolador.

En paralelo a la tecnología, aumentó la vigilancia. Si bien esto era visto como una imposición de los estados a los ciudadanos, en algún momento, a inicios del siglo XXI, fueron los propios ciudadanos quienes empezaron a ceder privacidad a cambio de más comodidad y de la sensación de poder controlar su seguridad.

Muchas compañías lograron capitalizar esto. Una de ellas es Apple, envuelta en el escándalo de las filtraciones de Edward Snowden en 2013, cuando este reveló que la compañía era una de las colaboradoras de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense en el proyecto de vigilancia Prism.