Un invernáculo es un recinto cubierto donde pueden controlarse las condiciones en que crecen las plantas, protegerlas de la acción del frío, si es necesario, brindarles un mundo aparte. Para Santiago Dieste (Montevideo, 1984) era básico ubicar su obra reciente en un ámbito verde, y el Jardín Botánico lo cobijó. Vaciados sonoros invita al encuentro con el sonido interior de los árboles mediante un recorrido intimista por el invernáculo. La instalación, realizada en el marco de la Maestría en Arte y Cultura Visual de la Facultad de Artes de la Universidad de la República, se presenta el 27 de febrero y permanecerá abierta al público los fines de semana de marzo. “Escribí la tesis como si fuera una caminata por el bosque, donde cada árbol es un proyecto de investigación propio que analizo. Asumo el invernáculo como una metáfora de la maestría: es un espacio cerrado que habilita y cataliza la existencia de especies en un entorno en el cual no serían viables”, indica el creador.
Dieste visitó muchas veces el Botánico, en distintos momentos del año –eso genera diferentes luces y estados en los árboles, asegura– y a horas dispares. Decidió trabajar a partir de evocaciones: son árboles en los cuales jugaba de niño o zonas en las que sus hijos lo hacen ahora. En concreto, las especies escogidas para la instalación fueron un mataojo, las palmas, la galería de cipreses que está a mano izquierda, cuando se ingresa al parque por la avenida 19 de Abril, un olmo, un conjunto de robles, un anacahuita y un álamo.
Se define como un escultor al que le interesa el gesto marcado en la obra y le preocupan las tensiones. “Defiendo la práctica de la escultura como oficio, de hacer, de trabajar, del taller, de la herramienta, de la mano. Este nuevo camino me obligó a transitar este límite de asumir el sonido como material escultórico. Entonces, esta cuestión de modelar el sonido, o de seguir trabajando con el espacio como material escultórico pero ahora desde una nueva herramienta. Esa es una práctica de confín –retomando a Marina Garcés–, que me lleva a trasmutar el taller en el bosque. Las caminatas contemplativas son una nueva herramienta, y el sonido es un nuevo material de trabajo”.
Dimensión interior
Como es natural, esa búsqueda demandó un instrumental adecuado, para el caso, lo que llama “un estetoscopio de árboles”. Estuvo más de dos años para desarrollarlo: habría que haberlo visto escuchando los sonidos de su estómago con un estetoscopio prestado, mientras tomaba agua, por ejemplo; después probó cuánto alcanzaba a registrar si rascaba maderas, hasta que recurrió a la ayuda de expertos: al luthier Andrés Mera, al ingeniero de sonido Martín Rocamora y a su tutor de tesis, Lukas Kühne. En cualquier caso, la portabilidad del aparato era fundamental. El dispositivo final fue fabricado con piezoeléctricos y micrófonos de contacto. “De esa manera logro captar lo que ocurre en el interior del árbol. Es una herramienta que me permite apoyarme sin incidir en la grabación con mis movimientos: colocar un piezoeléctrico, que es un elemento que traduce fenómenos físicos a impulsos eléctricos, a esos impulsos, hacerlos pasar por un grabador y recuperar ese sonido. También se puede conectar directamente a un amplificador en vivo”, cuenta. “A diferencia de otros proyectos de arte sonoro que abordan el tema botánico, tomo directamente el sonido, no lo hago pasar por ningún aparato que lo musicalice. Hay muchos antecedentes de investigación que otorgan a las vibraciones que captan del árbol frecuencias o sonidos propios de la música, entonces el árbol ‘compone’. No es mi caso. Lo que me interesa es recuperar el sonido del interior como otra forma de aproximarnos a lo íntimo y de hacerlo visible”.
¿A qué suena el recorrido de la savia, el eco de la madera? “Depende del árbol”, responde el investigador. “Los de madera más dura tienden a tener sonidos más agudos; los de maderas más blandas tienden a tener sonidos más graves. Es un sonido crujiente, que evoca el agua. No son sonidos regulares, y están muy vinculados a situaciones del entorno, porque dependiendo del día, si es ventoso, si llovió, o incluso si está cargado de hojas, se puede hasta sentir como un líquido que fluye por dentro del árbol”.
Santiago es nieto de Eladio Dieste y aunque el reputado ingeniero murió cuando él tenía 15 años y sus asuntos vocacionales no estaban tan claros, advierte en su familia un legado humanista, una preocupación por lo colectivo que cada cual aplica en su área.
Hace seis meses Dieste encontró el invernáculo algo caótico. El techo que cubre la vieja estructura que un siglo atrás llegó de Francia estaba deteriorado, pero fue reparado, igual que las paredes exteriores, y se tomó la precaución de colocar malla sombra para los meses de más sol, contó, porque levantó mucha temperatura y algunos árboles se quemaron.
Para los visitantes, la experiencia que se inaugura el lunes consistirá en un recorrido por “un espacio recortado del ambiente, donde hay una temperatura y un nivel de humedad muy distinto, eso ya condiciona al cuerpo de una forma. Visualmente es un lugar impactante, porque tiene colores, texturas, que no son las de las plantas regulares en el Jardín Botánico. Durante ese recorrido uno puede empezar a percibir un sonido, dejar de percibirlo, ir caminando y que más adelante aparezca otro. La instalación está diseñada para que no se escuchen permanentemente los sonidos”, dice, y adelanta que la intención es generar cierto extrañamiento, ya que no se sabe cuándo ocurrirá cada uno ni de dónde provendrá. La consigna es dejarse llevar por lo que evoquen.
Un abordaje del espacio
Santiago Dieste tiene un vínculo de larga data con la madera, tanto tallada como en ensamblajes. Suele repetir como un mantra los procedimientos, ese es su método, y aprendió que a la larga una experiencia se desborda en otra. “Tengo dos líneas de investigación. Una es Con forma de aire, en la que utilizo desechos, los relleno de cemento pórtland y de esa forma recupero su espacio interior. El otro proyecto se llama Brote de furia y trabaja con los cortes que hacen los aserraderos para el mayor aprovechamiento de la madera. Les aplico a los troncos el mismo tratamiento y a partir de ahí me imagino una reacción del árbol. De esa manera produzco y conquisto el espacio interior a partir de los troncos”, explica. En Vaciados sonoros siente que se combinan esas dos facetas. “Son el aporte para que esta síntesis ocurra. Aquí recupero el espacio interior sin la necesidad del corte ni de la intervención física”.
Sabe que de algún modo esta instalación dialoga con “cierta vuelta a la naturaleza, que se evidencia en una necesidad de tener un vínculo de otra forma, con diferentes enfoques, y han aparecido un montón de experiencias con las que habíamos dejado de conectar”. Pero Dieste distingue uso de vivencia: “Que habitemos los parques no quiere decir que conectemos con la naturaleza”.
Vaciados sonoros pretende ser “una experiencia inmersiva que abraza las capas de la profundidad, nos transporta a los instantes de la vida humana en los que observar, escuchar y sentir es clave para dejar nuestro cuerpo sonar en el mundo. Es una reflexión que rastrea la memoria y reconstruye la historia en las sonoridades del espacio emancipatorio, del juego y la creación”.
Vaciados sonoros, de Santiago Dieste, se inaugura el lunes 27 de febrero a las 18.30 en el invernáculo del Jardín Botánico de Montevideo (19 de Abril 1811) y luego permanecerá abierta al público sábados y domingos de marzo de 16.00 a 19.30.