Que fútbol, que natación, que danza, que el taller de teatro y el de lectura. Que las clases de inglés y las de portugués. Y así, sucesivamente. La agenda de muchos niños no termina cuando suena el timbre que marca el fin de la jornada en la escuela. Tampoco sus exigencias.
El comienzo del año lectivo genera en los estudiantes preescolares y escolares una serie de cambios asociados a su cotidianidad que pueden impactarlos de diversas formas. A los más pequeños, según explicó el psicólogo Michel Dibarboure, empezar las clases puede provocarles un malestar asociado a la separación de sus padres y su núcleo familiar. Pero en los más grandes este cambio en la rutina suele ser positivo y llega acompañado de inquietudes como quién será la maestra, con qué compañeros les tocará en la clase, qué actividades tendrán.
Lo que sucede es que a medida que corren los días en el calendario, las responsabilidades de muchos escolares aumentan. Porque además de tener que cumplir con las tareas curriculares, sienten que tienen que rendir en las actividades deportivas o artísticas que realizan a modo de hobby.
¿Es perjudicial que los niños tengan actividades fuera de la escuela? No. Lo que sí puede tener un impacto negativo es someterlos a una “sobrecarga de actividades que no dé lugar al ocio y al descanso”, explicó Dibarboure, y agregó: “Ahí es cuando aparecen los niños de agenda, quienes muchas veces están sometidos a exigencias en las que se espera que rindan y no cuentan con lugar para el juego, clave para el desarrollo saludable y estructurante de su psiquismo”.
Para el magíster en Psicología y Educación es importante que al pensar en una actividad extracurricular para los niños, los padres evalúen si se trata de una opción que realmente disfruta su hijo. Consultarles qué es lo que quieren hacer y qué les divierte es un buen norte.
Detectar y afrontar
Si bien solemos asociar el estrés con el trajín de la vida adulta, los niños también pueden padecerlo. Dibarboure lo explica con lo que reconoce como “manifestaciones de malestar subjetivo”. Estas señales de alerta -dependiendo de la edad- se pueden dar mediante trastornos del sueño y la alimentación, manifestaciones conductuales como inquietud, irritabilidad y quejas frecuentes, dolores de estómago y de cabeza, y dificultades en el rendimiento escolar.
“Estas manifestaciones pueden tener múltiples causas: problemas en el hogar, conflictos entre los padres, exigencias a las que son sometidos los niños, y cambios en la cotidianidad”, dijo el psicólogo.
Más allá del comienzo de clases, algunas de las otras variables que pueden afectar a los más pequeños son la separación de los padres, la pérdida de un familiar o de una mascota, el nacimiento de un hermano e incluso el comienzo de las vacaciones.
Además de las manifestaciones del estrés infantil que ejemplificó Dibarboure, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por sus siglas en inglés) indica que en niños en edad escolar se pueden presentar reacciones como retraimiento, agresividad, temores exacerbados, agitación y sentimiento de culpa.
Rendir y rendir
Uno de los principales motivos de malestar y frustración en algunos niños está asociado a las calificaciones. Es que el rendimiento académico es indicador de éxito o fracaso para muchos. Dibarboure señaló que esto ocurre porque muchas veces se trata de escolares cuyas familias le dan un gran valor al conocimiento. Y, si bien hacer hincapié en la importancia del aprendizaje es positivo, es necesario que el niño sepa que sus padres también valoran que tengan momentos de disfrute y de compartir con sus compañeros.
A su vez, el psicólogo recordó que también es importante que los niños puedan desarrollarse en otras actividades, aparte de la escuela, en las que se puedan sentir valorados, como los deportes o las disciplinas artísticas. “Los niños necesitan de la mirada del adulto. Una mirada que los reconozca, que los valore, que los haga sentir importantes. Entonces, si hay actividades diferentes a las escolares, en las que puedan también sentirse valorados, el peso que les dan a los resultados académicos va a disminuir y no va a ser tan frustrante si no se sacan excelentes notas”, agregó.
Los niños son niños y por eso, remarcó el profesional consultado, no pueden ser medidos con la misma vara que los adultos, que tienen que mostrarse eficientes en su trabajo de determinada forma. “Está bien incentivarlos a ser responsables, pero que no sientan que son un fracaso para los padres si no rinden como ellos quieren”, dijo, y alertó: “Muchas veces los adultos quieren que los niños realicen los deseos que ellos no pudieron lograr en su infancia y superen las frustraciones que ellos tuvieron como alumnos, pero de esta manera no se está viendo al niño como tal, sino como una extensión del adulto”.