Una nueva edición del encuentro Sustainable Brands se desarrolla este miércoles en el Solís con el #somos regeneración. La sorpresa es encontrar un perfil como el de Magda Choque Vilca en ese panorama de conferencistas: “Es el capitalismo”, comenta a las risas la ingeniera agrónoma. “La culpa la tienen mis papas”. Es que esta jujeña cobró notoriedad por haber impulsado la recuperación de variedades de papas andinas y yacón del norte argentino.

¿Cómo se trabaja por la biodiversidad? En su caso es a través de la difusión y de nuclear productores. Cree que sin la “suma de integralidades” es imposible modificar circuitos económicos. “Gracias a Dios, o a los apus o al Pachacútec, se van sumando experiencias. Nunca me hubiera imaginado estar ahí. Pero son sumatorias de vida. Y para mí es un honor y un placer. Por otro lado, cuando mi abuela iba a ir a un sitio donde no sabía cómo se iba a manejar, decía ‘es un lugar de interesante conversa’”.

Con influencias aymaras y quechuas, afirma que los pueblos originarios de todas partes tienen “la lógica de la vida por delante” y que la alimentación es algo que nos atraviesa. En 2009, en su provincia, consiguió que se fundara la Escuela de Cocinas Regionales, donde se dicta la primera tecnicatura sobre esa área temática. “Las lógicas económicas nos han llevado a ser homogéneos, pero en realidad somos heterogéneos, y qué bueno que lo seamos, que tengamos diversidad para comer, de cultura alimentaria, de construcción del gusto. En esa diversidad me parece que generamos los espacios de encuentro. Por eso creo que hablar de lo ancestral no es hablar sólo de lo que pasó sino en qué cosas podemos proyectar lo que queremos que pase”.

¿Cómo llegaste a ser la reina de la papa andina?

Los latinoamericanos nos tenemos que sentir súper orgullosos. América le ha dado al mundo el tomate, el chocolate, el maíz y la papa. El noroeste argentino es como un banco vivo de genes y tiene más de 62 variedades. Mi trabajo ha empezado porque en algún momento fui ingeniera agrónoma (ahora ya no sé qué soy).

Trabajé en la conservación de las papas, de la mano del uso y del consumo. Entonces, el mote viene de la primera vez que comercializamos a Buenos Aires. Teníamos que reunir papas de acuerdo a las condiciones que nos pedía el mercado, de determinado tamaño. Para eso había que separar las papas, y así terminamos de cargar el camión con 30 toneladas. Juntar esa cantidad... de puro valientes dijimos que sí.

Llego a la gendarmería y a veces pasa que uno tiene que demostrar todo el tiempo que es inocente. Dicen que paremos, porque pensaban que eran papas que venían desde Bolivia. Me mira a mí el gendarme y dice ‘las bagayeras para este lado’. Yo agarré y le dije ‘¿Cómo bagayera? Yo soy la reina de todas estas papas, que son nuestras’. Pobre, no le quedó ganas de volver a decirme nada.

¿Continuaste en el negocio o sos activista? ¿Cuál es tu lugar?

No, se hizo la primera experiencia, se abrió el camino para la comercialización y después, obviamente, cooperativas, redes. Como en todas las cosas de la vida, a veces la mirada de los otros vale más que la nuestra: que las papas vayan a Buenos Aires, que se haga una presentación, sirvió un poco para fortalecer la autoestima del productor y a partir de allí se instaló la papa andina –en realidad, acá se llamaba papa criolla– como un circuito desde lo local, lo regional y lo nacional. Lo mío más que nada fue una estrategia, abrir puertas en el circuito económico convencional, para un producto que venía de una mirada arraigada en otros conceptos, en el campo, en el folclore. Muy asociado quizás a una región, pasó a ocupar otros espacios, espacios gourmet. Pero básicamente hizo que los productores volvieran a producir más papas, que también la gente se interesara en otras variedades, que se abrieran mercados para esas variedades, y hoy puedo decir que me siento una constructora más de que haya varias instituciones que estén estudiando, varias cooperativas que las estén comercializando, y sobre todo que los productores tengan un sentido de pertenencia y de validación de un producto en su territorio.

En esta movida por las papas, ¿qué etapas fuiste superando?

Mis hijas tenían cinco años, yo tengo 36 años de casada... hará casi 30 años que empecé. Me recibí de ingeniera agrónoma en una época en que hablar de la biodiversidad era como hablar de objetos voladores no identificados, porque la lógica del campo venía por más kilos por hectárea, más pesos por kilo. Lo segundo es que soy mujer y en muchos sectores –va a sonar duro lo que voy a decir, pero es real–, las mujeres no pensamos, existimos. Entonces, mostrar que podía haber un diálogo desde diferentes partes, de construcción de conocimiento integrado e integral fue un desafío. El otro fue pensar que la agronomía no estaba sola, sino que llegaba de la mano de la cocina, de la tecnología. Y que nuestra tarea no termina en el campo sino que esta se reproduzca de la mano de un comensal, de alguien que sepa quiénes y cómo somos. El cuarto desafío fue decir ‘soy de Jujuy, estudié en Jujuy y me quiero quedar en Jujuy’. Por último, algo de lo que me siento orgullosa es de utilizar el rol de las mujeres rurales como pioneras y nodrizas de las semillas, porque eso no está visibilizado. No tenemos ni noción de quién conserva las semillas para que podamos disfrutar. En este momento estoy en Tilcara, la capital del mundo.

Sos descendiente de los nativos de la Quebrada de Humahuaca, esa que nombraba la canción de María Elena Walsh.

Por la vaca de Humahuaca... Soy orgullosamente descendiente de la estirpe del cacique Viltipoco. Mi papá tiene 23 generaciones acá. Para mí es un honor muy grande, y también en eso he tenido que deconstruirme y volver a construirme desde muchos lugares. Al principio, quizás, en mi adolescencia, era toda una reivindicación de cosas que no viví pero que pasaron. Después fue amigarme con lo que pasó, sabiendo que no puedo hacer nada, pero que sí puedo reinterpretarlo para posicionar mi identidad.

“La sensibilidad no es algo que me descalifique sino que me aterriza en territorio”

El perfil de un ingeniero suele ser muy racional mientras que se les atribuye a los pueblos originarios un costado más intuitivo. ¿Cómo conviven esos dos clichés en vos?

El primero en mostrarme que la vida es una sola y está llena de literalidades fue mi papá. Me acuerdo que había terminado la primera colecta de las papas, tal cual había hecho en la facultad, bolsita, etiquetado. Vine y saqué no sé cuántas veces fotos y no salieron, salían veladas, oscuras, por la mitad... en esa época, allá lejos y hace tiempo, usaba rollos. “Parece que estas papas no se quieren fotografiar”, le digo en tono jocoso. Y él me dijo: ‘¿vos le has pedido permiso a las papas para fotografiarlas?’. Mi primera reacción fue reírme, porque yo no iba a estudiar seis años para pedirles permiso. ‘Si no lo creés, no lo hagás’, dijo casi con enojo. Y quién soy yo, yo honro la Pachamama, y hasta el día de hoy me emociono, porque les puse papel picado, les hablé, y puedo asegurar que saqué las fotos más hermosas.

A partir de ahí quiero conversar mi lado de cosmovisión, de pensar que las cosas son seres, que las estrellas nos hablan, y eso no se contradice con que yo sea científica. Al contrario, me suma poder ver que hay intangibles, y que la sensibilidad no es algo que me descalifique sino que me aterriza.

¿Heredaste recetarios, de tu abuela, por ejemplo?

Mi abuela era cocinera, daba viandas en Tilcara, y soy una heredera de esas memorias afectivas, porque la recetas no viene sólo con los gramos; tiene que ver con cuándo lo como, en qué época, en qué lugar, en qué presencia; eso le da otra dinámica a la comida. Normalmente los seres humanos celebramos con comida, y tiene que ver con la emoción que uno le ponga a su plato. Cuando cocino, puedo asegurar que tengo hasta mi música. Si hago picante, pongo cuecas, si hago locro, pongo zambas y chacareras, depende.

¿Qué posibilidad hay de que lleguen papas andinas a Uruguay?

Es un tema complejo porque así como los sistemas sanitarios están hechos para controlar, también fueron hechos para que las cosas no sucedan. Para pasar papas de Argentina a cualquier otro lado, tiene que pasar por un proceso cuarentenario. Imaginate una papa en una bodega 40 días, no te llega nada. Sin embargo, hay pequeños productores en Uruguay que ya están trabajando con algunas diversidades que más bien vienen de Chiloé, que se adaptan a las latitudes que ustedes tienen. Muchas veces uno no tiene lo que quiere pero tiene lo que puede. Imaginate que Holanda tiene casi 400 y ha basado su termoplasma en las papas de América. Es más, si en este momento querés entrar media papa a Europa vas presa. El año pasado Francia sacó una papa que se llama cherie, con forma de corazón. Esto es ya harina de otro costal.

¿Favoreció al interés por las papas el auge de la cocina peruana?

Sí y no. Los rioplatenses en general somos pueblos de papas, porque es uno de los mejores complementos de la carne. Una nutricionista me tiraría de la oreja, pero son los gustos, no estoy haciendo una valoración. De hecho, la Pampa, Balcarce y toda esa zona, da gran parte de su producción de papa a la industria. Es uno de los pilares económicos. También se suman esta serie de migraciones que hemos tenido, que han aportado su construcción del gusto. Gran parte de la diversidad culinaria de Perú está basada en la papa, porque tienen más de 3.000 variedades, a lo largo de casi toda su extensión, tanto en la costa como en la montaña. La cocina peruana tiene además una historia de fusión de culturas. Y se suma, también, que la papa es una de las pocas hortalizas que ocupan un lugar primordial en una multiplicidad de espacios de comida pronta. Y está incluso el vodka; la papa ocupa espacios de valor agregado. Eso en cuanto consumo alimentario; no nombremos los farmacéuticos.

¿Cómo te embanderaste con el yacón?

El yacón es diferente. Ese sí estaba a punto de desaparecer. Lo tenían sólo cinco familias, que lo habían conservado por puro amor nomás, porque el yacón se vendía mucho cuando pasaba el tren. En ese momento la disponibilidad de frutas o de fibras en la dieta era bastante limitada en la provincia. Y el yacón tiene una textura parecida a una manzana verde, y se puede conservar durante mucho tiempo. Es una raíz que se consume como una fruta –la cooperativa agrícola Portal del Patrimonio elabora jalea– pero ocupa otro sector, porque tiene unos azúcares que pueden ser consumidos por personas que tengan problemas con frutas con alto contenido de azúcar. No es que sea hipoglucemiante sino que los azúcares son de cadenas más cortas y más fácilmente digeribles.

Se recuperó y hay muchos estudios ahora, porque el yacón es un diamante en bruto. Para dar una idea, Australia intentó patentar el extracto de yacón, y gracias a una red internacional de protección y a la Universidad de Cajamarca, se pudo parar esa patente. Ahí entramos en otro terreno que es la biopiratería. Lo voy a decir con una frase de mi mamá: ‘El vivo vive del zonzo y el zonzo de su trabajo’.

Sustainable Brands Montevideo es parte de una red global de conferencias que incluye San Diego, Estambul, Turquía, Madrid, Malasia, Yokohama, París, Barcelona y Buenos Aires. Se presenta como “un encuentro de inspiración para tomar acción, aprendizaje y networking”. Tendrá lugar este miércoles en el Teatro Solís con la participación de 20 disertantes, 350 asistentes y 30 organizaciones y empresas aliadas.