Al arquitecto Diego Morera le interesan las plataformas digitales y el vínculo que establecen con la ciudad. Dicho de otro modo, Morera quiso meterse con el factor tiempo, especialmente con cómo lo entiende una entidad digital, de manera asincrónica, y las fricciones que esto genera en el espacio. Por ejemplo, cómo un algoritmo decide a quién mandarle hacer algo. Comenzó a profundizar en estas ideas hacia 2020, cuando cursó un máster en Comunicación Arquitectónica en la Universidad Politécnica de Madrid, y puso el foco en Deliveroo, una empresa inglesa de delivery de comida, con presencia en varios países. “Luego comencé mi doctorado y estoy estudiando las implicaciones espaciales de las plataformas digitales entendidas como infraestructura urbana. Hice el recorte, en particular, en tres casos del Cono Sur con sus particularidades. Por un lado, Pedidos Ya, que nació en Uruguay en 2009 y, aunque se diversificó, comenzó con la entrega de comida pronta. Hice trabajo de campo sobre la startup chilena Cornershop, que tuvo un boom con el estallido de la pandemia, la compró Uber y tuvo una expansión regional. Funciona gestionando el envío de un avatar a un local para que haga las compras que uno haría, por ejemplo, de ropa, repuestos de bicicleta, comida para el perro o el surtido del supermercado. Esto vino asociado con el surgimiento de varios supermercados fantasma. El último caso que tomo es Mercado Libre, en Buenos Aires, que lo voy a hacer este año, pero ya sabemos el impacto grandísimo que tiene sobre la logística y el consumo de bienes”.
Morera señala lo novedoso que es empezar a entender estas plataformas desde el lugar que ocupan: “Comúnmente se está discutiendo bastante desde miradas que tienen que ver con lo legal, con la precariedad laboral, pero no tanto desde lo espacial”, observa. “Es algo fundamental en este tipo de plataformas, entendiendo que operan en nuestras ciudades, en nuestros espacios domésticos, en nuestras rutinas cotidianas, que tienen una implicancia espacial”, sostiene.
Hacer ciudad
Como explica Morera, estos servicios se estructuran en grandes conglomerados. “Investigando, empecé a descubrir un esquema que se repite bastante: desde el momento del pedido de la comida hasta el consumo, que implica una indexación de los restaurantes, o sea, que el restaurante tiene que volverse un índice buscable en internet, lo que implica que se empiece a presentar de cierta forma, que tengan cierto tipo de nombres para que sean más fáciles de encontrar (es muy común que ahora los lugares se llame Sushi algo, Pizza no sé qué, Empanadas tal, como para que no haya confusión)”, comparte. Parte de su hallazgo fue dar con una suerte de métrica del apetito, que marca en qué zonas falta abastecer de ciertos platos mientras indica cómo promocionarlos: a qué hora y a qué tipo de usuarios se les sugiere comer una hamburguesa a determinados horarios (porque ya lo han hecho). Lo anterior nutre el fenómeno de los restaurantes digitales, es decir, “que no tienen sede física reconocible, que pueden estar en cualquier lugar y que en realidad venden sus productos a través de internet. Hay de muchos tipos: pueden estar ubicados en una cocina fantasma (que los hace más viables y abarata costos), en un garaje o en un restaurante que ya existe pero que emite otra marca o concepto, como ellos le dicen, para comercializar otra oferta”. Ya que se arriendan en modo cowork, la arquitectura de estos sitios tiende a ser genérica y el modelo de negocios promueve propuestas descartables, es decir, tiende al recambio si no funciona. “Todo esto”, agrega Morera, es “atravesado por algoritmos y datos en tiempo real que vuelve actualizables los menús. Esto significa que si un producto no se vende, se saca del menú; si otro se está demandando, se puede agregar o se pueden ir probando ingredientes”.
La multiplicación de estas cocinas fantasma empezó a dar problemas, según pudo constatar durante su residencia en España: “Por ejemplo, en Barcelona se empezaron a regular, en Madrid las querían prohibir, pero no pudieron, hay conflictos con los vecinos, porque de repente hay 39 cocinas en una misma manzana... Se está volviendo un tema de opinión pública”.
Por otro lado, el asunto del reparto es algo mucho más notorio a escala urbana. “Es una dinámica a la que tal vez ya nos acostumbramos, pero es bastante nueva para las ciudades”, dice. Y finalmente el consumo, que, como recalca el investigador, “genera nuevas ritualidades domésticas”.
“Lo que me interesa en particular de todo esto es cómo las plataformas digitales en el mundo ya son entendidas, en ciertos ámbitos, como infraestructura urbana. Es decir, así como están los caños que llevan el agua, los cables que llevan la luz, el teléfono, las antenas de celulares, internet... son infraestructuras que uno puede ver en la ciudad. Si alguien te pone un semáforo, podés ver si sirve o no, podés opinar como vecino. En cambio, es muy difícil debatir sobre las plataformas digitales, que en su mayoría son privadas y en cierta forma invisibles y difíciles de entender (porque nadie entiende cómo toma las decisiones un algoritmo)”. En su intento de visibilizarlas, quiere hacer accesible la posibilidad de pensar en ese terreno.
Se centra en los casos del hemisferio sur, ya que es donde puede configurar un aporte: “Hay bastante bibliografía sobre lo que se llama la amazonización de las ciudades en contextos anglo, y hay bastante teoría sobre cómo se materializa la infraestructura que sostiene internet, a nivel global, pero no estaba encontrando mucho que hable desde una perspectiva espacial desde el sur”.
Decisiones transnacionales y prácticas replicables
“Me interesa cómo estas cosas, que parecen ingenuas o que aparentan ser soluciones no muy criticables, porque son innovadoras, también tienen una mirada de ciudad muy fuerte y terminan construyendo un tipo de ciudad. Alguien decide para qué son programadas. Si, por ejemplo, fuera para fomentar los cuidados o cierto tipo de disfrute del tiempo libre, sería una cosa. Pero si se programan para generar un mundo más eficiente en el sentido productivista, o un mundo más acelerado en el que, como no tengo tiempo, necesito comer rápido, terminan creando distintos tipos de ritualidades y de espacialidades. Entonces, si una app te dice que el producto de un supermercado te va a llegar en 15 minutos, esos 15 minutos en algún lado pasan, y algún cuerpo y algún espacio afectan”, apunta, antes de soltar ejemplos. “Se está hablando del urbanismo de la última milla, que es el urbanismo con relación a cómo un producto hace el último tramo. La logística cubre que lleguen los productos de alimentos a las zonas más grandes. Pero cómo llega eso a la casa de alguien en 15 minutos implica que haya, por ejemplo, un supermercado fantasma escondido a diez cuadras de tu casa. Sería imposible pensar que eso puede funcionar si no hay cambio urbano y espacial”, plantea.
“Todo esto se enmarca en una economía de la invisibilidad. Entonces, muchas veces se generan espacios que son invisibles a los ojos, que las empresas prefieren que, si se mantienen tras una fachada medio ciega, si nadie se entera de lo que pasa adentro, es mejor, porque no llama la atención, la gente no se cuestiona. No quiere decir que lo que pase sea bueno o malo, pero es mejor intentar no ser visto para evitar problemas”.
Para el doctorando ya no tiene sentido hablar de estrategias locales cuando las plataformas extrapolan datos y comportamientos de los clientes, lo que provoca cambios en tiempo real. Cita el caso de Pedidos Ya, “el emblema del emprendedurismo uruguayo”, que “fue adquirida por DeliveryHero, un gigante alemán, y pasa a cotizar en la bolsa de Fráncfurt en conjunto con otras empresas, que tiene como prioridad los países emergentes. Entonces, hay un intercambio de información de empresas de delivery que operan en países emergentes y que, además, son compradas en su mayoría por capitales de Estados Unidos, Inglaterra, Países Bajos, Sudáfrica y Hong Kong. Se testea cómo funciona un supermercado fantasma en tal país y de repente se prueba en Uruguay. De acá se sacan conclusiones y se llevan a otro país”.
Diego Morera no pretende demonizar las plataformas digitales, sino analizarlas en conjunto. “Creo que los ejemplos más claros son Uber o Airbnb. De repente, Uber cambió la forma en la que nos transportamos, como sistema urbano, en todas las ciudades, de una forma bastante violenta, imponiéndose, cambiando normativas, que puede tener beneficios pero también puede ser cuestionable. Airbnb cambió la forma en la que viajamos, en ciertas ciudades de Europa ya son inhabitables los centros, porque todo se alquila. Esos son los extremos de este tipo de práctica. No creo que sean buenas ni malas; creo que tienen que poder discutirse”, insiste.
Uno de los métodos de acercamiento que utiliza es trazar una cartografía de la implicancia urbana en las ciudades en las que operan. De ese modo, en Montevideo pudo ver la distribución de las empresas que figuran en Pedidos Ya, en qué barrios están, en cuáles no, la cantidad de posibilidades que tiene un usuario de Punta Carretas frente a la que tiene un usuario de la Unión o del Cerro. Tanto cuantificar y localizar puntos de intensidad en el mapa no parece arrojar sorpresas: “Como imaginarán, replica esquemas espaciales y de distribución de la riqueza que ya conocemos”.
Al mismo tiempo, busca entender cada especificidad que a nivel de usuario presentan estas apps. También se entrevistó con repartidores e, incluso, en Santiago de Chile, salió junto con los repartidores. Mantuvo charlas con un programador, con una diseñadora, con la encargada de los textos, con un sociólogo y con una arquitecta especializada en el impacto de los shoppings de Santiago. De ese modo trató de “generar un repertorio de discursos amplio de distintas personas vinculadas a la empresa”, lo que complementó con pedidos de visita a los lugares de trabajo, además de relevar los discursos oficiales. “Mi aporte es intentar reconstruir arquitectónicamente este tipo de fenómenos. O sea, podría haber una escala urbana, una escala discursiva, una de ritualidades y prácticas, y una edilicia, concreta, muy arquitectónica en términos convencionales”.
En Chile esto se tradujo en abordar un supermercado fantasma instalado en el shopping más grande de ese país. Al continuar el estudio en Montevideo, Morera detectó una concentración de cocinas fantasma en el barrio Reus y La Comercial. ¿Por qué están allí? ¿Qué dimensiones tienen? ¿Cómo se iluminan? ¿Cómo se ventilan? ¿Quién entra y quién no? ¿Cómo es trabajar allí? “Mediante un modelo de reconstrucción 3D uno estudia y aprende”.