“Paso por la feria a comprar unas mandarinas y estoy por ahí”, escribe por Whatsapp. Todos los sábados, la feria se instala cerca de la casa donde se crio, ubicada en San Salvador, entre Salto y Martínez Trueba, en el barrio Palermo.
Este mediodía, como casi todos los días, camina por Isla de Flores hasta otro hogar suyo: la Casa de la Cultura Afrouruguaya, donde actualmente se desempeña como secretaria general y docente, entre muchas otras tareas.
“¿Por qué no aprender algo que te nace?”, dice sobre su taller de baile para mujeres de más de 50 años. “Yo no doy una clase de puro baile. La persona que quiera aprender a bailar va a salir bailando, pero la palabra es fundamental. Yo doy una clase integral”, aclara, y el detalle la define como ninguna otra cosa.
El miércoles 24 a las 20.00, con un acto en el teatro Solís, Julia Isabel Chabela Ramírez Abella (1958) será declarada Ciudadana Ilustre de Montevideo. Una distinción de la Intendencia capitalina con la que reconoce su obra artística y su activismo contra el racismo, y su reivindicación de la cultura y los derechos de la población afrodescendiente, con especial énfasis en la defensa de las mujeres.
Quien aún no la escuchó puede ir a la búsqueda de su disco De tambores y amores (Perro Andaluz, 2016). Su carrera musical comenzó con el piano, y siguió desde el lugar de cantante, poeta y tamborilera hasta consagrarse como figura de la música uruguaya y su carnaval. Es, además, una apasionada de la historia. Trabaja como concejala vecinal del barrio Palermo y le preocupa que algunos se quejen por “ruidos molestos”, para referirse “al sonido de los tambores que es parte de nuestra cultura”.
Sobre esta época entiende que la obsesión por Instagram y las imágenes está creando una realidad “muy lejos de la verdadera realidad”, y que hay mucha gente que “consume por consumir y no para construir”.
Los domingos de tarde atiende el merendero Líber Martínez. Por estas horas, prepara con especial esmero el próximo concierto del grupo vocal Afrogama en el Solís. De su poesía escrita, tal vez su pasión menos conocida, mantiene reserva. Con gentileza, conversó con la diaria.
¿Cómo reaccionás a este reconocimiento de Ciudadana Ilustre?
No es algo que yo esperara en mi vida. Porque ni siquiera lo pensaba, como cualquier otro ciudadano de Montevideo. Vos vas por la vida intentando crear y realizar cosas. Nunca pensando en una especie de devolución. A nosotros nos enseñaron a pensar en la acción. Hay que hacer esto, y hay que hacer lo otro. Yo me crie en hacer, y vivo en el hacer. Nunca me crie en el recibir. A mí me han entregado varios reconocimientos a lo largo del tiempo. El último que recuerdo es el Premio Nelson Mandela, en 2021. Y no dejan de sorprenderme las cosas que me dicen en esos eventos. Porque yo no sé cuál es mi excepción.
Lo mío siempre fue mirar hacia adelante, y la gente con la que me junto piensa igual. Entonces la sociedad le tendría que dar reconocimientos a todos. No es para ponerme en una falsa modestia. Pero somos muchas las personas que trabajamos para que la sociedad sea diferente, mejor.
Hicimos otra entrevista en 2020. Ese día me contaste muchas cosas de historia que desconocía. Recuerdo haber pensado: “Eso en la escuela no me lo dieron”. ¿Cómo te formaste vos en historia de la raza negra en Uruguay?
Lo que vos dijiste. Es que no te lo dieron, y en los libros hay una enésima parte de lo que debería estar. Entonces nosotros, para construir nuestra propia historia, tenemos que apelar al relato oral que, apunto, es válido, al contrario de lo que dicen muchos historiadores.
Yo también he leído mucha cosa, y he sacado mis conclusiones. A lo largo de la vida tuve la suerte de hablar con un montón de gente sobre historia. En los últimos años, además, entablé un contacto muy fluido con gente de Brasil. El hecho de que muchos afrouruguayos seamos descendientes de afrobrasileños también te da otro conocimiento y acercamiento al sistema de esclavitud paralelo que hubo en Latinoamérica.
Y entonces, aprendés con personas, con cosas escritas y con diferentes autores, porque también está eso. En la educación formal te muestran algunas. Yo soy educadora en la educación popular. Ahí aprendí que había otros autores, que podías apelar a otros, y encontrar fichas de otros que muchas veces no trascienden. La Biblioteca Nacional está llena de cosas.
Parece que la historia es algo que siempre te interesó. ¿Dónde identificás los primeros aprendizajes importantes?
En mi casa se hablaba mucho. Mis padres eran muy lectores los dos.
Cuando yo era chica, ninguno de los dos había terminado la escuela. Mi mamá la terminó cuando nosotras la terminamos; ella en la escuela nocturna. Mi viejo terminó la escuela después de que murió mi mamá. Ella murió bastante joven. En ese momento mi viejo dejó de beber y empezó a estudiar. No me da vergüenza decirlo, ¿eh? Para nada. Terminó la escuela y fue al liceo y pudo hacer otras cosas que no había podido hacer en su juventud.
Los dos nos contaban muchas cosas. No existían los celulares en aquella época. La familia, cuando se sentaba a la mesa, comía y hablaba y, en general, en el grupo nuclear de mi familia se hablaba mucho del negro, específicamente de la situación del negro.
Nunca me voy a olvidar de eso. No sé si en otras familias negras se hablaba, supongo que sí. Y eso, todo es transmisión gratis. Todos coincidían en la misma cosa: el dolor de la esclavitud. Eso también te va creando formas de acercamiento.
Hace poco tiempo falleció nuestro amiguísimo Jorge Bustamante, que era genealogista. Él siempre estaba estudiando. A mí, por ejemplo, me llevó a descubrir a mi antepasado africano. ¿Sabés lo importante que fue eso? Vi escrito el nombre de mi tatarabuelo, pasado al español, Juan Antonio Correa. Encontrarte con tu pasado puede ser una gran sorpresa, y te ayuda a aceptar y a convivir con ese dolor que también te trae.
¿Cuándo te enteraste lo de tu tatarabuelo?
Jorge murió en 2020, así que fue alrededor de 2018. En ese momento era el secretario general de la Casa de la Cultura.
Yo tuve la suerte en la vida de conocer a un Agapito Carrizo, a una Gladys López que era su esposa, ya fallecidos ambos, que tenían un gran registro de la historia. Carrizo era ateo, pero había estudiado las religiones y la parte ideológica de cada una. Gladys también; era impresionante lo que sabían.
Él fue quien nos introdujo a muchos en todo lo relacionado con África. Murió muy joven, a los 55. Dejó un libro que todavía nadie editó.
Este año se festejan los 300 años de Montevideo. En una edición del programa Malaika, mirando más allá, y a propósito de un reclamo al Parlamento, advertiste: “El colectivo afro es tan antiguo como la propia ciudad de Montevideo. Incluso antes, en 1860, cuando se creó la Colonia del Sacramento, junto con los portugueses llegaron personas esclavizadas. Entonces, somos parte constructora de este país”.
Esta tierra era de los portugueses. Después fue la manzana de la discordia entre los portugueses y los españoles. Todos esos esclavistas e imperialistas que querían tener su reino después que habían torturado y matado a los dueños de esta tierra, que eran los pueblos originarios. Eso también es parte de nuestra historia.
Los pueblos originarios y los africanos se juntan en los quilombos. Esa palabra tan maldicha en nuestros días: el relajo, el quilombo, todo lo malo. Se juntan en los quilombos como organizaciones de vida fuera del mundo hegemónico. Entonces, muchos de nosotros tenemos origen africano y de pueblos originarios.
La ciudad la hicieron los pueblos originarios y los esclavos. ¿Quiénes construyeron las iglesias, quiénes construyeron el hospital Maciel? Todo el mundo le hace amén a Maciel, y era un esclavista. Entre la parte militar y la parte religiosa, que eran las que primaban, se organizaba la política y la reglamentación de todo.
Por ejemplo, ¿quién recibía la educación? Se hablaba de los vecinos. ¿Quién tenía esa categoría, o calidad? Para ser vecino en Montevideo tenías que ser una persona casada y tener una propiedad. Ningún esclavo, obviamente, podía calificar. Y tampoco ningún liberto, que eran pocos. Las mujeres se podían comprar la libertad por manumisión, no pagaban tu libertad, compraban la libertad de sus hijos.
En las Instrucciones de 1813 se habla de la tierra para los negros libres, porque ya existían algunos libertos. Sin ir más lejos, Ansina.
¿Qué sabés sobre Ansina?
Empezó siendo un liberto. Después, mediante el engaño lo esclavizan, porque su madre no había comprado su libertad. Cuando Artigas lo ve, eso está en el libro de Óscar Montaño; lo compra y le da la libertad. Artigas en aquel momento tenía ideas liberales. Y Ansina se viene con él, siendo una persona tres años mayor que Artigas, y alguien que conocía mucho la idiosincrasia de la gente, tanto de los negros como de los indios. Igual que Artigas.
Hay otro detalle interesante: se habla del fiel servidor. Ansina fue el leal compañero de Artigas, que no es lo mismo. Está esa historia mediocre de Artigas hablando y Ansina como servidor de mate. Y la verdad es que Ansina era un asesor que manejaba varios idiomas. Artigas tenía reumatismo; en un tiempo le costaba mucho moverse. Él era los ojos de Artigas, y muchas veces, también los oídos. Fue un gran espía, y una persona muy respetada. Le decían el tío Ansina.
Yo estoy en la Comisión Pro Monumento Comandante Ansina. A muchos nos enferma esa estatua infame que hay ahí frente a Tres Cruces de un moreno sentado, que hasta la lanza le robaron. Hace un tiempo que estamos detrás de un monumento digno para Ansina. Un monumento ecuestre, como corresponde, que tendría que estar en la plaza Independencia. Él también fue un héroe a caballo, un comandante, por más pobre que fuera, que tuvo que dirigir y mandar. Por algo en 1900 hubo una persona que se preocupó tanto de sacarle el nombre particular [Joaquín Lenzina] y ponerle el nombre de Ansina. Nuestros héroes negros no son reconocidos por la sociedad uruguaya y por la educación formal.
¿Cuáles son los recuerdos más lindos de tu niñez y juventud?
Mi casa, mis hermanos, mi madre, mis amigas, mis amigos. Tengo la fortuna de tener varios buenísimos amigos y no me quiero olvidar de nadie. Vivir en amistad y vivir en familia, eso no se paga con nada. Yo tuve la suerte de tener a mi madre y a mi padre juntos, que otros no tuvieron, por diferentes razones, y que por lo regular los antepasados nuestros no las tienen, porque nosotros, en el sentido genérico, somos hijos de las violaciones. Las mujeres como jefas de familia: siempre tenés la abuela, como en mi caso, que llevo su nombre.
Julia Ramírez era tremenda. Nos sabía educar bastante bien a nosotros. Aunque no nos gustara, como a todos los niños.
Siempre pienso en mi familia, en mi tía Carmen y, sobre todo, en mi tía Sofía. Era un matriarcado: pocos hombres, pero mucho amor en esa familia. Pobreza, sí, económica, pero no de la otra. Y también, mis amigas, la Edi y su hermana, y mi tío, y el Daniel Vera, amigo desde la adolescencia. Yo venía mucho acá a Ansina, íbamos a Acsun [Asociación Cultural y Social Uruguay Negro], siempre caminando, siempre sin un peso.
Se nos había terminado la posibilidad de militar, porque había empezado la dictadura, y ya arrancamos para eso. Y ahí fue donde entramos a ver otra manera de vincularse con otros afros que no eran de acá del barrio.
¿Dónde habías empezado a militar?
Yo era una piba que iba al liceo Varela, y estaba en toda la movida contra lo que después fue la dictadura. No faltaba a una asamblea; en segundo ya era delegada, y después se nos vinieron encima. Fui hasta cuarto al Varela; después hice preparatoria en el Zorrilla, y ahí ya cambió toda mi historia.
¿Y entonces encuentran ese lugar?
Sí, al principio iba sola a Acsun, después con mi hermana, con mis amigas y con Daniel, que era el amigo por excelencia. Nosotros veníamos acostumbrados a una cuestión de construcción y de lucha. Y en Acsun venía más por el lado de organizar bailes que se hacían por identidad étnica. Teníamos 15, 16 años.
Inmediatamente después, me voy para el Grupo Bantú, casi por casualidad, y ahí aprendo mucho con Tomás Oliveira Chirimini. Bantú recién se salía del Teatro Negro Independiente, y yo fui a tocar el piano con una amiga que cantaba.
Por esa época tuve mi primera bandita musical. Yo tocaba el piano y mis amigos tocaban los tambores. Una vez íbamos a tocar a Melo, y fueron todos menos yo, porque había perdido un examen en el liceo. Mi viejo no me perdonaba una.
¿Cómo se llamó ese grupo?
El primero se llamó Bembas.
Sabía que habías estudiado piano desde chica. Así que, con esa banda, de alguna forma arranca tu carrera artística.
Y de alguna forma sí, porque yo empecé a cantar para acompañarme en el piano, y a su vez tenía la influencia de mi tía [la cantante Carmen Abella], y a mí me fascinaba su personalidad. Ella siempre era la culpable.
¿Cómo era la personalidad de tu tía?
Ella era la culpable, porque era la que siempre me protegía. Yo me llevaba muy mal con mi padre, y ella me defendía. Era la hermana de mi mamá. Vivía a dos cuadras de casa. En mi adolescencia era la persona que me comprendía.
Y después armás el grupo Amandla.
Amandla se crea a través de Agapito Carrizo, que era maestro de nosotros. Teníamos un programa de radio que se llamaba Candombe uno que fue el primer programa dedicado específicamente al candombe.
Y de ahí sale el Grupo Nosotras, pionero como grupos de mujeres tamborileras.
Y en realidad, sí. Te cuento: acá en Ansina, antes de que tiraran todo abajo a finales de los 70, con la Liber, una gran amiga, que es la madre de Daniel Vera, hicimos una comida de mujeres en el Club Tacuarí. Y había varias mujeres más grandes que nosotras. Por ejemplo, la Coca Casal, que fue una gran mama vieja, y Mabel Curimba. Ese día, había tambores ahí en el Tacuarí, y ellas, las más grandes, salieron a tocar. Y entonces nos dijeron: “Chiquilinas, ustedes tienen que empezar a tocar el tamboril”.
Nosotras, con mi prima Adriana, y con mi familia, cuando había un festejo, siempre se cantaba, y tocábamos el tambor arriba de la mesa, como podíamos. Pero a partir de esa reunión y del impulso de esas mujeres, arrancamos con el Grupo Nosotras.
En la música también tuve la suerte de encontrar muchos amigos. Malumba, por ejemplo, gran poeta y amigo de la adolescencia. Y después, Eduardo [Da Luz].
¿Cómo lo conociste a Eduardo?
En un espectáculo organizado por Acsun. Lo invitamos por teléfono al Club Treinta y Tres, que estaba en la calle Yaguarón. Resulta que arranca la actuación y tenemos un apagón. A él no le importó nada que no tuviera ni micrófono. Cantó con su guitarra, y nosotros quedamos embelesadas. Era una persona muy cálida.
En tu vida, la acción política y el arte siempre fueron a la par.
Ahora se llama artivismo; me hace mucha gracia. Fue lo que hice toda mi vida, lo que hicimos muchos. Si vos escuchás la música de Miguel Ángel Herrera, o a Carlitos Silva, Néstor Silva, Eduardo da Luz, todo eso siempre fue activismo.
Y nosotros nos criamos de ese modo. Viendo cosas y cantando sobre ellas.
No hablamos sobre carnaval.
Ah, sí. Mirá, yo siempre estuve de acuerdo en sacar la comparsa en carnaval. Pero no para que desapareciera la comparsa, que quede claro eso; sino para que la comparsa tuviera el lugar de relevancia que debe tener fuera del carnaval.
La comparsa es una expresión cultural muy completa que, entre otras cosas, incluye el desarrollo de tu cultura. El carnaval la pone a competir con unas reglas que la limitan por todos lados y tenés que ganar con otro grupo que seguramente es tan bueno como el tuyo. El Estado uruguayo debería tener políticas para la cultura afro fuera del carnaval.
La comparsa es una institución del Uruguay, y por tanto corresponde que tenga una casa, una sede propia. Un espacio para desarrollar su cultura. En los 60 estaba, por ejemplo, Negrocán, donde hoy es Casa de Andalucía; ahí estaban Cheché Santos y Ruben Gallosa, y cuando vinieron los militares les sacaron todo y los obligaron a irse.
¿Cómo nació Afrogama?
Afrogama nace en 1995. Yo estaba en el grupo de mujeres de Mundo Afro que creó mi hermana mayor, Beatriz [Ramírez, declarada Ciudadana Ilustre en 2018]. Ella, en el año 92, después de muchos sacrificios para poder lograrlo, llega a la primera reunión de mujeres afro, que se hace en República Dominicana. A partir de ahí es que se celebra el 25 de julio como Día de la Mujer afrodescendiente y de la diáspora.
Después de todo aquello por el “descubrimiento de América”, encuentro de culturas y no sé cuánto, las mujeres, que siempre han sido tejedoras, arman su propio encuentro de mujeres afro de toda América Latina, de África y de Norteamérica también, para ver cómo estaban las mujeres en cada país. Mi hermana vuelve asombrada, porque las situaciones de las mujeres de los países más desarrollados eran las mismas que vivíamos acá. Ahí se arma la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora. Mi hermana después pasa a ser vicepresidenta de educación de Mundo Afro, y yo me pongo al frente del grupo de mujeres de la institución. Ya veníamos haciendo actividades desde el 92, por ejemplo, una murga-candombe de mujeres, cosas que íbamos creando, porque siempre es necesario crear.
En el 95 hicimos una selección de temas, y cantamos por primera vez Afrogama. Casi enseguida de eso, viene Rigoberta Menchú a Montevideo, y nos preguntan si queríamos ir a cantar en un evento para ella, y dijimos que sí. Claro que no teníamos ropa ni nada. Fuimos, y desde ahí nos empezaron a llamar de distintos lugares.
Era una gran oportunidad para decir nuestras verdades, porque en las organizaciones mixtas, muchas veces los compañeros no dejan; no es que te digan: “No hables”, pero no le prestan atención a lo que hablás, no te consideran; entonces decidimos contar nuestras cosas cantando, y nos dimos cuenta de que nos escuchaban.
¿Qué significa la música para vos, más personalmente?
Para mí ha sido la salvación de mi vida, desde todo punto de vista, porque es lo que me saca y lo que me pone, la que me saca de los malos momentos y la que me pone en los momentos más críticos, y siempre el candombe, por encima de todo. Yo escribí una canción que hice para unos espectáculos que organiza mi hijo Diego y que dice: “Vos sos candombe, el que me atrapa y me libera”.