En sus tres jornadas laborales –26, 27 y 28 de junio– en Montevideo, la amabilidad de la gente y los autos “viejos y pequeños” llamaron su atención. En su sábado libre, cerca del teatro Solís, con la adición de una temperatura inusualmente baja, imaginó una ciudad vacía –muy distinta a la superpoblada Bogotá, donde ya no queda espacio para quienes buscan una casa con jardín– y reparó en las sobrias columnas que sostienen la “ecléctica” arquitectura, alrededor de la plaza Independencia.

María Mercedes Jaramillo nació en Bogotá, y vivió hasta los 15 en el piso 24 de unas torres que miran a la Plaza de los Toros. “Me quedo con el centro histórico, la Ciudad Vieja y la Candelaria”, cuenta sobre los lugares preferidos de su ciudad. “Me encanta que tenga asiento contra unos cerros orientales que siempre puedes ver; disfruto de cada pedacito de naturaleza en Bogotá, especialmente de los humedales”, destaca.

Jaramillo es una arquitecta y urbanista, cuya mirada e intereses políticos y sociales resultan inabarcables, aunque también pueden resumirse en una de sus frases: “Siempre estoy pensando en Colombia”. Comenzó su carrera en la empresa de transporte público Transmilenio, estudió y trabajó por más de una década en París, y su labor en la administración pública de Bogotá le valió el reconocimiento de loeb fellow de la Universidad de Harvard, donde actualmente continúa su formación profesional.

Desde 2021 a 2023 se desempeñó como secretaria de Planeación de Bogotá, designada por la alcaldesa Claudia López, y fue encomendada a “combatir la pobreza, la feminización de la pobreza y el hambre generados por la pandemia de covid-19”.

El desafío la impulsó a diseñar Bogotá Reverdece (2022-2025): un nuevo plan territorial con énfasis en la preservación de la estructura ecológica de la ciudad, que es, a la vez, una política social en la que se destacan: un ingreso mínimo garantizado, un sistema de cuidados, y la provisión de un millón de empleos y un millón de viviendas.

Llegó invitada por la Intendencia de Montevideo (IM), en el marco de las actividades de los 300 años, y como voz referente en el continente, en los preparativos de un nuevo plan de ordenamiento territorial de la capital uruguaya.

Brindó una conferencia sobre Bogotá Reverdece, visitó la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Udelar, y participó en talleres y recorridas por la ciudad, junto a un equipo del Departamento de Planificación de la IM. Además, conversó con la diaria.

¿Con qué te quedaste de tu encuentro con el equipo de la IM?

Me gustó mucho la importancia que el equipo de Planeamiento le da al proceso que inicia (hacia un nuevo plan de ordenamiento territorial), entendiendo que hay que intentar superar la planeación sectorial. Es decir, la movilidad no puede estar desconectada del hábitat, y ambas tienen que pensarse junto al desarrollo económico, para conseguir una planeación más sistémica del futuro de Montevideo. Esto implica muchísimo ánimo de coordinación interinstitucional y voluntad de escucha de las necesidades ciudadanas.

Desde tu experiencia en la gestión pública, ¿qué es lo más importante para poder avanzar con un plan como Bogotá Reverdece?

El gran reto es que los tiempos políticos, los técnicos y los de la ciudad son discordantes. Para que una visión política pueda concretarse en un período tan corto, tienes que llegar, más o menos, con las ideas claras sobre lo esencial.

En el camino surgen muchas cosas que no habías pensado; desde una pandemia hasta asuntos que no necesariamente habías previsto, como una crisis social y económica en pospandemia. Y hay que ajustar, ¿no? De repente hay cosas que pasan de ser importantes a urgentes. No puedes llegar al poder a entender qué es lo que hay que hacer.

¿Cuánto modificó Bogotá la pandemia? ¿Y en qué forma?

Creo que la experiencia fue similar en todas partes del mundo. Pero sin duda el rezago de pobreza fue importante. Bogotá volvió a tener una situación de pobreza que no había tenido en los últimos 20 años, quizás. Hablamos de gente que no podía comer tres veces al día. Y eso no lo habíamos tenido en Bogotá durante el siglo XXI.

Me imagino que algunos efectos de la pandemia recién ahora se pueden ver.

Es posible. Hay unos efectos que son menos visibles en la ciudad, pero sí, por ejemplo, son muy visibles en el mercado inmobiliario.

Nosotros tuvimos que tomar medidas, incluso en el plan de ordenamiento territorial, para que edificios de oficinas que ya estaban vacíos o se iban a quedar vacíos pudieran tener otros usos.

Acá, por ejemplo, el teletrabajo quedó bastante instalado, incluso en oficinas estatales.

Claro, y eso es una buena cosa en una ciudad como Bogotá. Tenemos tal grado de congestión y de tráfico que, si no tienes que ir a una oficina que está a 15 kilómetros de distancia todos los días, todo el mundo gana.

En productividad, la ciudad gana. Pienso que en todas partes del mundo, y esto no necesariamente está relacionado con la pandemia, hay unos asuntos que nos son comunes. La urgencia del cambio climático es un hecho, y que estamos excesivamente atrás en atender los compromisos que los países habían adquirido al respecto. Eso también debería  preocuparnos muchísimo.

La inteligencia artificial es otra forma de aproximación tecnológica al mundo que creo que nos va a cambiar la vida de forma dramática en los próximos años.

Este año comenzaste una beca en la Escuela de Diseño de la Universidad de Harvard. Uno imagina que es un lugar a la vanguardia de los grandes temas de la humanidad. ¿Qué me podés contar al respecto?

Los dos temas que están más, evidentemente, sobre la mesa, en términos de agenda política, pero también en términos de agenda de innovación, tanto social como tecnológica, son esos dos que acabo de mencionar: cambio climático e inteligencia artificial.

Por otra parte, creo que el tema político de Estados Unidos va a entrar en una fase muy crítica que nos afecta a todos. Con el debate [Trump y Biden] de hace un par de noches, la cosa se puso seria.

¿Cómo creés que va a afectar a Latinoamérica?

Bueno, de manera muy general, yo diría que Latinoamérica vive afectada por las decisiones de Estados Unidos, no solamente, pero en una gran parte.

Y ese es un tema que me ha tenido cabezona todo este año. Los latinoamericanos tenemos un continente maravilloso, y unas oportunidades innegables. Todo lo que necesita un colectivo humano para estar bien en el planeta está aquí. Pero fuera de eso, compartimos una lengua, una historia que por supuesto es distinta, pero es similar.

Brasil habla portugués, pero ellos también pueden hablar español. Siento que deberíamos estar pensando como colectivo. Una cosa es que Uruguay se piense solo, con su tamaño, y otra cosa es que se piense junto con Colombia, que no es tan pequeño, pero sigue siendo pequeño, a la escala mundial.

Otra cosa es pensar que somos 650 millones de latinoamericanos y que si tomamos decisiones colectivas podemos incidir en el mundo y defendernos.

Y hoy tendríamos algunas ventajas para que eso se articule más fácil, ¿no? La tecnología, por ejemplo.

Lo que pasa es que también tenemos unas estructuras patriarcales y coloniales todavía muy vigentes. Pienso que la forma de organización de nuestros países, con nuestros límites, no nos está funcionando.

De los uruguayos se dice que pueden ser muy conservadores a la hora de implementar cualquier cambio. En ese sentido, ¿cómo dirías que se definen los colombianos?

Colombia es un país muy grande y diverso. Pero, sobre todo, es un país con unas brechas demasiado grandes entre colombianos. No sé si hay una forma de sentirse colombiano, pero si hay una cosa que nos une, o que nos es común a todos los colombianos, y es que, de alguna forma, todos somos víctimas de una violencia que ha durado demasiado tiempo, y eso hace que Colombia sea un país traumatizado.

Eso es algo que no sabemos decir suficientemente, tampoco sabemos muy bien cómo tratar. Pero es real. Eso tiene, por supuesto, consecuencias prácticas muy complicadas. Por ejemplo, en relación con la confianza que tiene la gente en el futuro.

Los colombianos viven como al día, ¿sabes? No somos capaces de pensar en el futuro porque nunca sabemos si vamos a llegar allá. Nunca creemos que vayamos a tener una pensión. Vivir así es muy azaroso, pero creo que esa es la realidad de casi todos los colombianos.

¿Y eso cómo influye en la participación social?

En una gran desconfianza. Los colombianos tenemos una crisis de confianza frente a las instituciones, frente a los vecinos, frente a los servidores públicos, frente al futuro, frente a todo. Y eso es terrible porque cuando el nivel de desconfianza es tal, no logras movilizar a la gente, a la hora de un proceso electoral, o en el proceso de construcción de país, en un proceso de perdón y de reconciliación. Y por eso tenemos un país tan dividido, con tantas dificultades para implementar el acuerdo de paz que firmamos. Eso es terrible.

Sin embargo, lo bueno de esto es que Colombia es un país realmente resiliente. Tiene una gente berraca, capaz de salir adelante, gente que disfruta el momento, porque no sabe qué viene después, y eso también es muy lindo. Creo que es una característica poderosa de los colombianos y las colombianas.

Te decía que nos veíamos como conservadores, también de la mano de una valoración de nuestro patrimonio. Por eso es que cuando te contaba más temprano que había barrios en Montevideo que se conservan igual que hace 30 años, en mi caso, lo decía como algo positivo.

Uno tiende a leer mucho sobre la necesidad de cambios en las sociedades. Se habla de progreso, crecimiento, desarrollo, pero lo que queda claro en este momento es que el planeta nos está diciendo que no es necesario nada más.

Le estamos haciendo daño a nuestra casa y eso solamente va a volver contra nosotros. De hecho, ya empezó a pasar. En ese mismo espíritu es que estoy pensando que necesitamos organizarnos como latinoamericanos, pero no para seguir creciendo, sino para eliminar la brecha que existe entre los más ricos y los más pobres.

Precisamos un modelo distinto en el que ustedes tienen amplia ventaja. Por ejemplo, una cosa que me ha fascinado en estos tres días en Montevideo es el tema de las cooperativas de vivienda, y la posibilidad de la propiedad colectiva.

Es una forma de aproximación no solamente a la vivienda, sino a otra forma de vida, que deberíamos adoptar en todo el continente, y particularmente, pensando en todas aquellas personas que están excluidas de la posibilidad de acceder a un hogar propio.

A propósito de acceso y posibilidades, uno de los pilares de Bogotá Reverdece fue la concreción de un ingreso básico garantizado.

Sí. La pandemia ajustó por ahí, digamos. Generó la necesidad de implementar el ingreso mínimo garantizado para combatir el hambre, que, repito, no habíamos tenido en los últimos 20 años.

Nos tocó inventarnos una forma de transferencias monetarias, que implicó bancarizar a un millón de personas en Bogotá, una ciudad con gran dinamismo económico, pero con un alto porcentaje de informalidad. Para lograrlo hubo que implementar una encuesta exhaustiva, de manera de llegar primero a aquellos con mayores urgencias.

Esas acciones quedaron instaladas y mejoraron el registro social. Lo mismo pasó con otra política social complementaria que es la del Sistema Distrital de Cuidados, que también surge un poco a raíz de la pandemia, aunque ya estaba planificada, y era un compromiso político de Claudia [López] con las mujeres de la ciudad.

Desde hace un buen tiempo se hablaba en Colombia de la necesidad de medir y de reconocer ese trabajo no remunerado que ejercen las personas cuidadoras.

En Bogotá, las personas cuidadoras de tiempo completo sin remuneración pasaron de 900.000 a 1,2 millones entre 2019 y 2020, por efecto de la pandemia. En ese momento se hizo evidente un asunto que no necesariamente teníamos tan en la cabeza cuando de cuidado se trata, que es el tema de la proximidad.

Así surgieron las manzanas del cuidado. Fue la forma que encontramos para territorializar el Sistema Distrital de Cuidado en Bogotá.

¿Cómo funcionan?

Las manzanas son, esencialmente, un área caminable de más o menos 100 metros de diámetro, con servicios para tres tipos de poblaciones que necesitan cuidado: niños, niñas, personas mayores, y personas con discapacidad.

Pero eso no es lo más novedoso. La innovación es que en la misma vecindad, a veces en el mismo edificio, el distrito presta servicios para las mujeres cuidadoras simultáneamente. Y además para los hombres en la familia.

¿En qué consisten los servicios para las mujeres cuidadoras?

Por ejemplo, lavanderías de ropa gratuitas en donde las mujeres llevan la ropa y el jabón de la ropa, la dejan ahí y el municipio la lava, la dobla y se la entrega. De esa forma la cuidadora ganó tres horas de vida diaria. Por el contrario, habría pasado tres horas lavando ropa a mano en su casa.

Pero fuera de eso, esa mujer puede llevar a su hijo, o a su nieto, a ese mismo lugar, a un servicio de cuidado profesional, mientras ella va a una consulta jurídico-social porque tiene alguna situación de violencia intrafamiliar, por ejemplo. O aprende inglés ahí mismo, o aprende a montar en bicicleta ahí mismo, o toma clases de yoga, o de zumba, aprende a sembrar una huerta urbana, o simplemente puede quedarse mirando al cielo, si eso es lo que quiere.

Eso les cambió la vida a las mujeres. Cuando arrancamos habíamos pensado que íbamos a tener seis manzanas de cuidado. Pero fue tanto el éxito que terminamos el gobierno con 21 manzanas funcionando. Hoy Bogotá ya tiene 23 y en el plan de ordenamiento, quedaron programadas 45 en total.

Pero hay un tercer componente de la manzana del cuidado que tiene que ver con la transformación cultural.

¿De qué se trata?

Necesitamos pasar de una sociedad machista a una sociedad menos machista y ojalá no machista. Pero eso implica cambiar la mentalidad de hombres y mujeres.

Te hablé de un servicio para las personas que son sujeto de cuidado y un servicio para las cuidadoras. La tercera parte de las manzanas de cuidado es que los hombres de las familias pueden ir a aprender a cocina, o peluquería, para que puedan peinar a sus hijas, por ejemplo. Eso va más lento, pero al día de hoy, hace cuatro días que visité una manzana de cuidado, me dieron las últimas cifras y me dijeron que ya había 5.000 hombres que habían tomado esos servicios. Eso es poquísimo en Bogotá. Pero ahí vamos.

¿Cuál dirías que es el mayor aprendizaje que te ha dejado hasta ahora tu pasaje por la función pública?

Formulando el plan de ordenamiento territorial de Bogotá, tuve un encuentro con la comunidad muisca. Sin duda fue la conversación más difícil que me tocó afrontar, pero también la más enriquecedora de mis cuatro años de servicio público. Creo que incluso cambió mi práctica profesional.

⁠Los muiscas son, a diferencia de otros pueblos originarios de Colombia, urbanos. No porque hayan decidido serlo, sino porque la ciudad ocupó prácticamente todo su territorio ancestral.

En esa conversación, que espero retomar pronto, pasamos de la desconfianza, como punto de partida, al aprendizaje mutuo y a la construcción de acuerdos. En el proceso, y aquí hablo como individuo y no como autoridad de planeación, pude aprender a ver los sesgos que ellos insistían en hacerme ver.

Entendí todo lo ontológicamente conquistados que estábamos mi equipo, la institución que representaba, y yo misma, por el colonialismo y por un relato de país arcaico, incompleto y obsoleto. Tuve que desaprender mucho, para poder abrirle espacio a la posibilidad de seguir aprendiendo, no sólo de ellos, sino a partir de una nueva convicción: que aún no existimos como el colectivo que necesitamos ser.