Un cliente concreta la compra de una boina mientras le comenta a Laura de los Santos y a su hija, Virginia Perdomo, que así deja de usar siempre el mismo gorro de lana. Supervisando levemente la operación, mientras juegan con cajas y retazos, dos gatas, Morena y Pelusa, deambulan por el atiborrado local de La Brujita. La tienda sobrevive hace cinco décadas a los cambios de Tres Cruces, que, pese a los nuevos edificios y el tráfico en aumento, en esas cuadras linderas a la plaza Seregni mantiene la vida de barrio. Un vecino veterano pasa a saludar y consulta si no se dejó olvidado el celular. La garúa de una mañana de lunes conspira contra la zafra de la tienda, claramente el invierno, o quizás alienta la compra de sombreros impermeables, que también hay.

Los artículos de confección nacional son mayoría, aunque conviven con algunos importados y antiguos remanentes de stock, fácilmente reconocibles por el apresto o lo tupido que es el tejido.

El toldito, la vidriera encajonada y el estilo de la cartelería delatan el tiempo que el comercio lleva allí. Laura vive en la casa de al lado, o mejor dicho, el local ocupa lo que era el garaje, reformado en la época en que inauguraron. Detrás, galpones con incontables sombreros.

El comercio original, que estaba sobre 18 de Julio, próximo a la iglesia del Cordón, data de 1967. Una década más tarde se mudó a la calle Haedo, esquina Requena. Su dueño era Víctor Saúl: venía de una familia que ya se dedicaba a las telas, traídas desde París, por ejemplo, y luego emprendió por su cuenta con una mercería. Viró hacia los gorros cuando un vendedor callejero le dejó una cantidad en consignación, cuenta Laura, su viuda. Y agrega, señalando un cartel con dibujos, que rescató de un depósito y puso en lo alto de un mueble, que fue una esposa anterior quien primero llamó a la tienda La Bruja y el Diablito.

Víctor comandaba todo hasta que hace cuatro años la atención quedó en manos de Laura y Virginia, que se toman con calma la indecisión de los clientes (porque las opciones son muchas). No existe el “prohibido tocar”; al contrario, probarse es menester. Cada cabeza es un mundo y el gusto se respeta. Ellas asesoran sobre modelos y usos, mientras revuelven de memoria en los estantes y bolsas, que no están identificados. ¿Qué eligen, en su caso, para llevar todos los días? “¡Ninguno!”, responde rápido la hija. “En casa de herrero...”. Igualmente, la madre tiene la costumbre de traer recuerdos de sus viajes. Como muestra, saca un colorido bombín boliviano, típico de chola paceña, y un diminuto gorro con un largo cordel, de origen griego.

Foto del artículo 'Una tienda con tocados para perder la cabeza'

Foto: Ernesto Ryan

En La Brujita se pueden encontrar complementos para el atuendo de hombres, mujeres y niños, en materiales que van de la gabardina a la lona, del fieltro a la lana, del jean al cuero. Incluso hay modelos inusuales, en cerdas de caballo, o unos hechos en fibras naturales, como algas, que consiguen a través de la Fábrica Nacional de Sombreros, ubicada en el Cerrito de la Victoria. Tienen para la vida cotidiana o profesional (kepis militares), para ceremonias y rituales (taqiyahs, kipás), para protegerse del frío o del sol, o para cubrir la cabeza en caso de enfermedad, como pueden ser turbantes. También ofrecen cambiar los recubrimientos interiores de sombreros por telas más suaves, como raso, o colocar armazones, para que no les incomode el contacto a los enfermos oncológicos. También pueden acceder a talles especiales para acompañar a quienes sufren hidrocefalia. Los contornos pueden variar hasta los 65 centímetros.

Lo que es mandato en un caso puede ser moda en otro, juego, disfraz o necesidad. Los buscadores de tesoros, sepan que en la tienda tienen piezas discontinuadas, con motivos y combinaciones de otro tiempo, tartán y pied de poule. Además, reciben encargos, que pueden quedar prontos en una semana, o prendas usadas, desgarradas o quebradas, porque se secaron, que envían a talleres para arreglar.

Hay personas que aprecian la nobleza de la línea Bigalli, en paño de lana importada de Ecuador, o que van especialmente buscando un clásico Panamá. “La gente conoce, lo paga, y no es lo mismo que uno chino”, aclara Laura. “La calidad cambia un montón”.

Igualmente, venden productos chinos, algunos bastante coquetos, porque tienen accesorios para diferentes bolsillos y expectativas: más o menos armados, acolchonados, con hebillas, con guardas, con o sin broche, simples Piluso (también conocido como pescador) o viseras. El costo no sólo radica en la tela, sino en el modo de fabricación, si es a máquina o a mano, si implica un lento y artesanal prensado con plancha a vapor. Algunos modelos se reconocen por la cantidad de pozos que tienen en la copa, como el “cuatro pozos” que utiliza la Policía caminera estadounidense.

Si bien no apuestan a los tocados de novia ni a los sombreros de noche, en general, suelen acercarse clientes que buscan qué ponerse para una fiesta temática —ahora que hay cierto revival de los años locos—, lo mismo que elencos de actores o músicos en procura de un gacho tanguero, y hasta hay un gran sombrero de ala, color punzó, que algún día abandonó un payaso.

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Foto: Ernesto Ryan

La gente de campo, que puede recurrir a una boina o a un regio sombrero de gaucho confeccionado en Brasil, y los abuelos, por costumbre y protección, cubren tradicionalmente una franja de habitués. Pero lo que cambió drásticamente a los usuarios, además de que “todo vuelve” y hay cierta tendencia a los tapados, chaquetones, gabardinas, a la sastrería, que va naturalmente bien con sombrero, fue la serie Peaky Blinders. Hace falta personalidad para escoger entre gorros de corte italiano, ruso o tipo Fidel, y las boinas de estilo británico —entre ellas, la inglesa de póker— calzaron a la perfección entre los más jóvenes. “Hace tres años fueron furor, ahora aflojó. Pero me da la impresión de que los chicos están más audaces”, observa Laura. Aparte, apunta que llevan las boinas cambradas, esto es, arqueando la pieza para ocultarse al modo de los villanos de la serie.

Por otro lado, están los que van con un sombrero que fue de un pariente querido, para adaptarlo o ponerlo a punto. Y también los que buscan un regalo de época para sorprender, como los modelos del Mundial de Fútbol del 80, o los que tienen inscripta la grifa Good Year.

Laura y Virginia no aprueban ni juzgan: “Lo que les digo a mis clientes es que es importante que se lleven algo que les guste. Como te sientas cómodo, lo vas a usar”. En ese mar de accesorios, “a veces prefiero mandar a hacérselos, porque es demasiado lo que tengo y se estropea mucho”, admite.

Por allí pasaron caras conocidas, como el dúo Larbanois-Carrero, el meteorólogo Núbel Cisneros y algún que otro ministro, aunque todos reciben el mismo trato (porque además Laura cuenta, divertida, que no suele reconocerlos).

Después de cada estación, la propietaria de La Brujita recomienda guardar los sombreros en cajas o colocando rellenos, para que no se aplasten ni pierdan su forma.

La Brujita (Eduardo Víctor Haedo 2166, esquina Requena, a pasos de la plaza Liber Seregni/ 2401 98 14) abre de 9.00 a 18.00.