Los platillos de la batería de Domingo Roverano suenan apenas. Le dan entrada al saxofonista Raúl Lema. Suena “Peace”, la composición del estadounidense Horace Silver. Raúl mira a Daniel Rodons, le hace una seña y le da paso. La guitarra hace lo suyo. El sonido es finísimo. Daniel cierra los ojos y se balancea. Cuando la melodía levanta vuelo, el pianista Rodolfo Rolo Suzacq entra en escena. Juntos son Montevideo Swing, una de las bandas que los viernes hacen vibrar el sótano de Kalima Boliche, donde funciona el Hot Club de Montevideo (todos los viernes a las 22.00), la institución de jazz más antigua de América Latina. Se fundó en 1950 por el capricho de un grupo de músicos aficionados y, por entonces, no tenía sede. Cinco años después, se inauguró la de Guayabos casi Jackson, donde estuvo 25 años y llegó a tener 2.000 socios. Desde 1980 la sede fue la Alianza Francesa, hasta que en 2003 pasó a Kalima. En el Hot Club se formaron miles de músicos, y por Montevideo Swing, la primera banda de jazz de Montevideo que este año cumplió 36 años, pasó “una troja”. la diaria habló con su creador, Rolo Suzacq.
Al portero del edificio le alcanza con saber que uno va al sexto piso para adivinar que el pianista espera a alguien. Rolo aparece detrás del 602 con las cuerdas vocales a la miseria. En la cara le quedan huellas de la almohada.
Luisa Carmen Bó, su madre, tocaba el piano y la guitarra y cantaba. En el hogar de los Suzacq-Bó siempre sonaba una melodía clásica, una ópera o una zarzuela. Luisa se había emperrado en que su hijo fuera pianista. Es que el piano es una orquesta, dice. “Con una mano hacés la melodía y con la otra los bajos. La guitarra es más limitada, por eso la mayoría de los arregladores son pianistas”.
Rolo tenía apenas ocho años y ya tocaba el piano cuando Louis Armstrong vino al cine Plaza de Montevideo. Fue la única vez que lo vio y no se acuerda, porque en ese entonces no era consciente de quién era el trompetista. A los 19 escuchó por primera vez a Ray Charles y le partió la cabeza. No había cumplido 20 cuando formó Sunian, su primera banda, con Beatriz Nicolini en la batería y Gustavo Antúnez en la guitarra. Ver a una mujer en una banda, por esos años, era raro. Y encima, batera. En aquella época Rolo tocaba el acordeón a piano. “Me había aburrido de los estudios clásicos, y mis padres me trajeron un acordeón de Italia de 120 bajos, cuando lo normal era de 80”.
Ahí fue cuando arrancó en serio, y ya no paró nunca, salvo en un cortísimo tiempo, en 1969, cuando no había pianos eléctricos y se desanimó. “Dejaba el teclado con gotas de sangre de darle duro”, se ríe. Después tocó el bajo eléctrico y el saxofón, que le dieron una formación orquestal para ser, más adelante, arreglador.
“Yo a la música la vivo”, dice, mirando el tríptico en blanco y negro que adorna el living: Art Tatum, BB King y Miles Davis. Cada uno en un cuadro, y en ese orden. Enfrente, en un armario antiguo de madera, conserva 1.400 vinilos y más de 100 CD de música clásica, blues y rock and roll. Pero Rolo no pasa el día escuchando música. Ni tocando el piano. “Ese asunto de los tipos que ni almuerzan porque pasan, por ejemplo, con el violín en la falda, es un mito. Mentira que tocás las 24 horas”.
Echarse a volar
Los primeros afiches con las imágenes de The Beatles que salieron en el Río de la Plata los tiene Rolo en una de las paredes del dormitorio. En otra, un cuadro de Ray Charles. “Los Beatles nos llevaron de la mano. Con cada long play que salía nos iban mostrando por dónde había que ir. Ahora no tenés un líder, por eso en el jazz se da lo que se llama fusión de fusión: porque no aparecen tipos con una propuesta nueva estéticamente agradable, o desagradable, como pasó con el free jazz en la década de 1970 con John Coltrane”.
¿Por eso te desanimaste, musicalmente hablando?
Claro, porque además esto de hacer jazz es una pasión. Si mirás lo económico te retirás, porque no compensa lo que ganás con el tiempo que tenés que invertir para tocar bien. Yo hace 40 años que estoy en esto y sigo aprendiendo. Nunca terminás de dominar el instrumento. Imaginate: que un maestro como Dizzy Gillespie diga que la trompeta es infinita, ¡a la pipeta! El círculo en el jazz es muy pequeño. Para lograr una buena improvisación tenés que hacer una iniciación de años. Además, el jazz dejó de ser música popular en los 40 con el bebop, con Charlie Parker y otros. Fue otra cabeza que produjo un cambio grande en el jazz.
Lo decís con enojo.
Sí, es que con el swing de la década del 30 el jazz era masivo: en Nueva York había bailes de 200 personas, hasta que Estados Unidos entró en la guerra y el asunto se desinfló. No se conseguían saxofones ni trompetas porque todo el metal se destinaba a tanques de guerra y armas, y los discos hicieron así [da vueltas los pulgares y chifla].
¿Cómo aterriza el jazz en Uruguay?
El jazz acá llegó antes que yo [se ríe]. El Hot Club se fundó cuando yo tenía un año, en un sótano del bar de un gallego, y en los 60 y 70 fue un período bastante flaco.
¿Y cómo llegás vos?
Es una historia de varios intentos fallidos; era una especie de cofradía. No era fácil entrar, primero porque había que tocar bastante. Además, yo traía fama de blusero, y en aquellos años los que tocaban jazz en el Hot Club te miraban por arriba del hombro, como si fueras un músico inferior. Finalmente, uno me abrió la puerta.
Siempre hubo rivalidades entre el jazz y el blues.
Sí, siempre. Se dice que el músico de jazz es más capaz porque toca una música más compleja.
¿Y es así?
Un blues tiene tres tonos y el jazz tiene una variedad armónica mucho mayor. Pero el drama no está en la cantidad de acordes, sino cuando improvisás. Improvisar arriba de un blues es más fácil.
¿Primero te aprendes la partitura y después lo coloreás?
Ahí está. El jazz tiene una libertad que no ofrece otra música. Cuando aprendés el tema podés arreglarlo como quieras. Después tenés la improvisación, en la que disfrutás de esa libertad para hacer lo que quieras y es válido, pero hay que hacerlo con buen gusto.
¿Improvisar es componer?
Sí, pero cuando improvisás hacés frases y las componés, pero te salen una vez y chau. En el propio ensayo, cuando cada músico se destaca, hace solos distintos, porque es el desafío. Tiene que ser capaz de variar lo que improvisó.
Y en ese solo influyen las emociones...
Sí. Además, algunos cuando tocamos le bajamos la persiana al mundo y entramos en otra galaxia.