La novela que inspiró la película que hoy se estrena nació como publicación episódica en Talón de Ulises, suplemento cultural del periódico Primera Hora de San José. En ese entonces se llamaba Fichas, y con ese nombre ganó una mención en el XVII concurso Narradores de la Banda Oriental. En 2010, ya como La noche que no se repite, fue publicada en Lima por la editorial Altazor, y desde 2015 integra la colección Cosecha Roja de la editorial Estuario, en la que Pedro Peña (San José de Mayo, 1975) publicó también los títulos de la serie protagonizada por Agustín Flores –Ya nadie vive en ciertos lugares (2010), No siempre las carga el diablo (2011), Tampoco es el fin del mundo (2012) y A veces tarda, casi nunca llega (2014)– y la colección de cuentos fantásticos Mito (2013).

La noche que no se repite es una novela breve, vertiginosa y divertida, y aunque se parece mucho a la película que terminó inspirando, también mantiene con ella algunas diferencias. El crimen original (el robo al gordo Pablo) es, de algún modo, más inocente en la novela, y eso hace que los improvisados delincuentes se vean arrasados por la cadena de acontecimientos no tanto por torpes cuanto por abombados. Un matiz, apenas, pero que da a la historia una coloración levemente cruel. Para conversar sobre la novela y sobre la circunstancia de que haya terminado en la pantalla grande, hablamos con Pedro Peña.

¿Estás contento con la película? ¿Te gusta que la novela haya sido llevada al cine?​

Es un honor que gente de cine se haya interesado en mi trabajo para hacer con él una película. No es lo más usual en el ambiente literario, aunque ha habido algunos casos similares. Estoy muy contento también con el proceso. Hubo un mes de rodaje allá por 2015 que fue una especie de revolución para el ambiente artístico maragato. Muchos gurises jóvenes interesados en aparecer, muchos castings previos, una gran movida de producción que instaló la idea de que proyectos de este tipo eran posibles también en una ciudad como San José. Eso es lo que te acaba dejando la mayor felicidad. Y saber que a partir de la película, y aún sin que se haya visto todavía en los cines, ya hay gente que cruzó el charco para participar en producciones en Buenos Aires o en series de Montevideo. En cuanto a la película en sí, como producto final, tengo que decir que, claramente, es otra apuesta, y como tal elige algunas aristas de la historia que pueden parecer más problemáticas y violentas. Pero respeto mucho esa decisión, puesto que ya no es mía como objeto estético. Es de otros. Es muy dinámica y, como planteó Agustín Acevedo Kanopa [en la diaria del fin de semana], va directo a ser uno de los films más polémicos y, tal vez, más divertidos.

¿Tuviste participación en el proceso de la película?

Intervine en el proceso pero más bien desde afuera. Básicamente, me mantenían informado de los progresos y de algunos cambios que eran necesarios a nivel de la historia para pasar de lo literario a lo cinematográfico. En general, como cada expansión de la historia venía justificada por una necesidad narrativa, acordamos en todo. Sólo tuvimos una diferencia importante, una propuesta de cambio que a mí me parecía demasiado significativa, y que resolvimos tras una conversación franca y abierta. Siempre la relación con Manuel y Aparicio fue muy positiva y fraterna.

Hay cierto parentesco entre tu novela y Los trabajos del amor, de Damián González Bertolino (Estuario, 2015). Entre otras cosas, además, ambas fueron publicadas en revistas o suplementos antes de llegar al libro. ¿Estás de acuerdo con la comparación? ¿A qué te parece que se debe?

Digamos que hay apuestas con cosas en común. Pero hay que reconocer que la escritura de Los trabajos del amor juega con otras coordenadas literarias; hay otra aproximación al lenguaje y un enfoque distinto desde lo argumental. La de Damián es, claramente, una gran novela. La noche que no se repite es, probablemente, una linda historia, muy dinámica, que ha tenido el infortunio de tropezar con mis limitaciones.

Tus historias policiales son, en general, muy uruguayas, pero esta es especialmente local y es, sin embargo, la primera que se publicó en el extranjero. ¿A qué atribuís esa facilidad para llegar a otros contextos?

La noche que no se repite ha tenido la fortuna de encontrar siempre buenos lectores. Tengo correos electrónicos y mensajes de gente que la ha leído en situaciones y horarios de lo más desacostumbrados. La empezaron como sin querer y luego no la pudieron dejar hasta que la terminaron. Esa es la gran virtud de la novela: uno se interesa por estos personajes sencillos y sus desventuras, y quiere saber en qué va a parar todo. Y eso es bastante universal, porque además, creo yo, está narrada en un lenguaje sencillo y con un nivel de localismo que puede resultar entre aceptable (es decir, no demasiado lejano) y atractivo para un lector foráneo.