Que de entrada sea difícil delinear con precisión una etiqueta de género literario a Zúriák, de Nelson Traba y Willni Dávalos, es más bien una virtud. Podemos decir, para no demorarnos en reflexiones sobre la tipificación, que es una novela, pero nada complaciente con la idea que tradicionalmente tenemos de este género. Cierto, hay un puñado de anécdotas, personajes y un entramado que hace posible seguir una narración, aunque esta sea fragmentaria, ensamblada desde los más diversos puntos de vista, atravesada por registros del lenguaje que sobrevuelan la urgencia comunicativa y reconquistan valores sonoros, posibilidades metafóricas y el ritmo de una prosa atravesada por un tono lírico que le da una fuerza abrumadora, capaz de retratar un episodio humano y reflexionar sobre él sin perder la musicalidad. Este es un libro móvil, inquieto, mutante, que vibra en un espacio intermedio. ¿Novela uruguaya, prosa peruana? ¿Importa acaso? Y es que hasta el renglón geográfico se ve alterado para aquel que quiera hacer un tradicional ejercicio taxonómico. Uruguay y Perú como contexto dentro de Zúriák forman otro horizonte al componer un nuevo suelo, un ambiente más acorde para este tipo de textos. Recordemos: es un libro hecho por dos poetas; es el diálogo creativo entre dos poetas, uno de Cusco, otro de Campodónico. O mejor, es el juego verbal y escrito entre un hijo de Blanca Varela y otro de Marosa Di Giorgio. Estamos ante una forma de autoría compleja poco común en el ámbito literario, en comparación con otras artes. Reinaldo Ladagga dice al respecto: “Toda producción de arte es producción de más de uno”. No se podría esperar menos de dos poetas que son dos constelaciones, dos multitudes que cuentan una historia a la par que la cantan, y el tránsito por esa ruta y lo que nos traen también se puede atender como consideraciones sobre la literatura, acaso la ejemplificación de una categoría poco explorada y explotada.

Zúriák habla, entre otras cosas, de la orfandad, y un grupo de niños que viven en uno de estos hogares destinados a cobijar huérfanos serán sus voceros, los protagonistas de un desamparo que inaugura sus vidas ya signadas tempranamente por la vulnerabilidad y lo trágico. Es el relato de vidas marginales, de familias disfuncionales, de niños expulsados de la norma, abandonados a la caridad y al poder institucional, por ejemplo, el de la iglesia católica. Son los niños perdidos para un mundo sostenido por la base de la producción y el consumo, infantes como objetos del deseo de hombres que acechan y ejercen su poder. Esta galería de personajes encarna esa intemperie cruda e inmediata, pero despojada de toda luz romántica. Por eso en el libro no hay interés en organizar el pasado o el futuro en experiencias coherentes y secuenciales, sino en subrayar distintos presentes en el tiempo.

En estos huérfanos lo luminoso y puro se confunde con la oscuridad que no esconden; son atrevidos exploradores de esos puntos en apariencia extremos y alejados. No es casual que la sensualidad sea otro de los ejes del libro, la sexualidad descubierta en estos claustros vigilados, la naturalidad de estas exploraciones propias de la edad con aquello que se tiene a mano. Acá el lenguaje no olvida el cuerpo. Lo corporal y mental en un mismo plano, lo reflexivo y descriptivo caminando al mismo son, lo simbólico y lo literal conviviendo en un mismo párrafo. Reitero: en Zúriák no hay obediencia a los límites en ninguno de sus formatos; es polifónico, abierto, desenfadado, un caleidoscopio del ser abandonado al mundo, expuesto, desnudo. No es tanto la obsesión de contar una historia, sino de mostrar las relaciones que hay entre todos estos chicos desamparados, y entre estos y los adultos. En este sentido, uno de los tantos lazos es el del maltrato, por eso habrá un juicio a un adulto por abusar de un menor.

Pero esa red de vínculos que se va desarrollando a lo largo del libro va dejando estelas de preguntas que se pueden aplicar incluso fuera de la ficción: ¿cuál es la relación de nosotros con el mundo adulto? ¿Cuál es el lugar que ocupamos en el mundo? Pues esa orfandad también puede verse como la experiencia del sujeto que ha perdido la fe en ideologías, dogmas religiosos, leyes sociales, creencias que ponen en marcha la sociedad. Sin duda, la famosa metamorfosis de los grandes relatos, el natural desplazamiento del centro que sostenía los discursos y el sentido de la vida social. Bajo esta luz, Zúriák es un parcial retrato espiritual del presente. Libro familiar y foráneo a un tiempo, es admirable por la capacidad de relacionar a través de la diferencia. A fin de cuentas, es la obra de unos extranjeros en el extranjero, más emparentada con la poesía, siempre foránea por su vínculo con el lenguaje, a diferencia de la literatura comercial, cuya palabra escrita parece moverse bajo la presión de la sociabilidad. Y no es que Zúriák sea una negación de la literatura ni caiga en manidas resoluciones ya explotadas por las vanguardias y sus herederos, entusiastas de una ilusoria radicalidad, pues acá hay reescrituras, metaliteratura, citas y hasta un guion. No es lectura de entretenimiento, es recuperación de lo que tenemos y olvidamos, es luz sobre lo que queda al margen: ¿quién se acuerda de estos niños abandonados, de los que sufren? Los que no recibieron amor tienen ahora en Zúriák toda la atención del lenguaje sugestivo. Escuchemos, pues, lo que este coro de infantes feroces tiene que decir de nosotros mismos.

Zúriák. De Nelson Traba y Willni Dávalos. Montevideo, Yaugurú, 2018. 150 páginas.