“Cuando, hace muchos años, me propuse la idea de armar la historia de la música en el Uruguay”, decía el musicólogo e investigador Lauro Ayestarán en 1959, se encontró con que “faltaba un pedazo capital del alma de nuestra cultura, de esa alma que no se refleja a través del documento escrito de la música culta, sino que estaba en la voz eterna, permanente, del pueblo”. Así fue como se le ocurrió completar esa visión “de lo que somos en el mundo en materia musical”, acercándose al pueblo y tomando esa verdad “que quedaba entrañada en su voz”. Entre 1943 y 1966 –cuando falleció, a los 53 años–, Ayestarán recorrió el país grabando la voz del paisanaje y los vestigios de “nuestro presumible folclore”. Es que, para el musicólogo, el nivel cultural de un pueblo no se medía por lo que consumía, sino por lo que producía en los actos de creación estética, en la ejecución y la investigación.
Convencido de la necesidad de intervenir en la construcción de un futuro, y en un presente que se consume a medida que se formula, en 2009 Coriún Aharonián creó el Centro Nacional de Documentación Musical Lauro Ayestarán (CDM) y fue su director honorario hasta que falleció, en 2017. Además de rescatar y difundir el legado de Ayestarán, el CDM, retomando su espíritu de labor musicológica, se proyectó como un acervo dedicado a recoger la memoria de las músicas del país: “Es muy importante que el país tenga documentación, que [Eduardo] Fabini no sea un mero billete de 100 pesos, sino que, además, sea alguien que se escuche y cuya obra se conozca. Que el docente pueda manejar información y documentación –a la que es muy difícil acceder– sobre todos aquellos que han ido construyendo a este país en materia cultural”, decía Coriún a la diaria hace unos años, insistiendo con que el centro debía ofrecer materiales que permitieran dialogar con la memoria.
“Tenemos un sistema que está pensado para manejar la parte de biblioteca, lo que son libros y archivos de distintos formatos, desde documentos de textos manuscritos hasta cintas, videos, fotos y archivos digitales que son piezas únicas y deben tener un tratamiento y una información propia. Y la idea es contar con las personas y el tiempo suficiente para que en el futuro esto se pueda vincular con el sitio web” (al que ya se han transferido varios archivos), dice el compositor Fabrice Lengronne, integrante del equipo y creador de la base de datos del CDM. Como apunta Viviana Ruiz –cantautora, docente de Historia e integrante del CDM–, uno de los objetivos del centro es aportar a la investigación y generar insumos para aquellos que estén trabajando sobre determinados temas.
Una exposición histórica
Entre 1943 y 1966, Ayestarán se dedicó a estudiar con rigor la música popular nacional: grabó unas 3.000 composiciones musicales recorriendo el Uruguay profundo en tren, ómnibus y carreta; produjo audiovisuales y cientos de documentos sonoros, fotografió a músicos de campo adentro con una sensibilidad y profesionalismo sorprendentes; y realizó fichas, transcripciones y diarios de viaje que registraron la existencia de diversas manifestaciones locales.
Este año, el CDM y el Centro de Fotografía (CdF) volvieron a editar en forma conjunta el fotolibro Músicos. Fotografías del archivo de Lauro Ayestarán (2016), que reúne 116 fotografías y una serie de documentos y objetos que lo convirtieron en un verdadero hallazgo.
A su vez, esta prodigiosa alianza entre el CDM y el CdF volvió a montar la exposición fotográfica Músicos, de 2013 (cuando se exhibieron más de 80 fotografías de Ayestarán en la Fotogalería del Prado), que estará hasta el 16 de noviembre en el Bazar del CdF (18 de Julio 1360), y, en paralelo, una muestra itinerante que recorre el interior acompañada de una charla inaugural (hasta fin de mes estará en Salto, y luego cambiará de ruta hacia Florida, Piriápolis y Maldonado).
En la recomendadísima muestra que se encuentra en la planta baja del CdF se pueden ver joyitas como el retrato de Ovidio Terra, un hijo de esclavos oriundo de la costa brasileña de la laguna Merín, que era acordeonista de bailes; Aquino Pío, otro acordeonista de bailes que había sido peón de estancia; niñas de una escuela de Maldonado que juegan y cantan, “Déjenla sola”; una cuerda de tambores del Conventillo Mediomundo; José Pepino Ministeri, el director de la murga Los Patos Cabreros; payadores y llamadas callejeras. Además, esta selección de fotografías incluye objetos como su grabador Butoba de cinta magnética, transcripciones manuscritas de melodías, carpetas con materiales de investigación y la posibilidad de escuchar grabaciones de campo, siempre en diálogo con las imágenes.
Sobre la muestra itinerante, otro de los integrantes del equipo, Federico Sallés –músico–, contó que hubo una gran recepción, y que en cada lugar las personas se sorprenden con las imágenes, y se alegran de que la exposición circule por el interior. “En todos los encuentros y las salas surgen conocidos o familiares de los músicos retratados. Y han aparecido, incluso, algunas de las personas grabadas por Ayestarán, sobre todo en el caso del cancionero infantil”, dice.
Ruiz agrega que esto es parte de las devoluciones a las locaciones, algo que la muerte temprana le impidió a Ayestarán poder concretar. Para la docente, “esto genera un diálogo de cada lugar con su pasado y, por ejemplo, en Aguas Corrientes, demostró lo viva que estaba esa música en el recuerdo de los asistentes, por la emoción que tenían al escuchar los ejemplos grabados en ese lugar”.
Para el cantautor y secretario ejecutivo del CDM, Rubén Olivera, este sólo es uno de los aspectos que se vinculan a un archivo que estuvo “quieto durante tanto tiempo”, dice, ya que recién este año, el CDM está comenzando a trabajar con los documentos de Ayestarán que estaban en la Sala de Musicología del Museo Romántico, que fue creada por musicológo, “a partir de un convenio que hicimos con Andrés Azpiroz (director del Museo Histórico Nacional). Aharonián insistió en ese papel a cumplir por el CDM, como algo vivo, activo, peleador”, dice, y reconoce que muchos se asombran cuando se enteran de los coloquios, los libros, las actividades y las exposiciones que organiza el centro.
“Es algo que debería ser nuestro punto de partida como país en materia musical y cultural, pero recién se está reconociendo algo que debería haber sido apropiado hace muchísimo tiempo”, advierte Ruiz.
Proyección
El proyecto del CDM se basa en el espíritu latinoamericanista de Ayestarán. Cuando se le preguntaba a Arahonián cómo definía su legado, más allá del registro de la música popular, él lo resumía en “tener una actitud ética”: “El eje de todo es su implacable actitud ética y la aplicación de lo ético a cuanta cosa hiciera. Después de observar su rigurosidad, estamos obligados a mantener ese nivel sí o sí”, decía.
Años después, Lengronne ratifica esa apuesta: “Esa línea ética es nuestro horizonte. Lo que sí ha cambiado es que se ha abierto a muchas más cosas a medida que fueron ingresando otros archivos y otras unidades de trabajo. Hoy el CDM no sólo es Lauro Ayestarán; también son muchos otros fenómenos musicales que tienen la misma necesidad de estar conservados y organizados, y de ser difundidos. Nosotros lo hacemos a partir de los pocos medios con los que contamos. El archivo de Ayestarán representa 40% del archivo, o sea que hay un 60% que corresponde a otros archivos más pequeños. Esta diversidad empieza a dar una idea del panorama de la música uruguaya, que no sólo es la que se produjo entre 1935 y 1966, y ahí hay mucho por hacer”.
“Este espíritu institucional, del que sentó las bases Coriún, es el que nos permite seguir trabajando”, dice Sallés, y observa que se ha generado “un convencimiento, una pasión y una tranquilidad por el trabajo, además del compromiso. Ese espíritu nos permite seguir trabajando, a pesar de los obstáculos a los que nos enfrentamos. Y es el que, en el caso de los coloquios internacionales que hemos realizado, por ejemplo, acerca al CDM a una cantidad de personas dispuestas a colaborar honorariamente”.
Ruiz destaca esa postura ética vinculándola a una “mirada amplia y diversa” en materia musical, y comenta que en el trabajo del CDM, “se puede ver que la diversidad de temas en los que se viene profundizando está estructurada sobre un mismo criterio conceptual; no son algo disperso. Esto es parte de esa herencia que viene de Ayestarán y de Coriún”.
Rubén Olivera puntualiza que un gran impedimento para este tipo de instituciones es la locación, ya que cuando les ofrecen grandes archivos no pueden aceptarlos por falta de espacio. Y si bien “esto genera la dispersión de archivos por no tener un local apto, desde el año pasado comenzamos a pensar en el relevamiento de los archivos musicales del país. Para eso estamos armando una ficha para enviar a determinados lugares y saber qué hay en el país y en dónde. Me acuerdo de alguien que estuvo dos años buscando dónde estaba el archivo [Gerardo] Matos Rodríguez, hasta que se enteró de que estaba en el Centro de Documentación de AGADU. Es un poco ridículo que suceda eso en un país de este tamaño. Algo similar sucede con un proyecto que tiene Federico, que consiste en un sistema de información geográfico para georreferenciar el archivo de Ayestarán. Pero estamos esperando para su financiación”.
¿Y el siguiente coloquio? “Por ahora está en duda”, responde, y admite que es una de las cosas que más lamentan, “porque son un verdadero aporte a la sociedad. Ya se han ganado un nombre y son encuentros muy esperados que nuclean a mucha gente especializada. Se han hecho coloquios sobre colonialismo, música entre África y América, música indígena, música e infancia y tango. Se editaron libros con las ponencias (próximamente, el de música e infancia) y también están digitalizados en nuestro sitio”.
Hito candombero en la música uruguaya
El CDM, junto al sello Ayuí, acaba de editar el disco Pedro Ferreira, el Rey del Candombe y su Orquesta Cubanacán. Grabaciones originales 1957-1962, con lo que se llena, dice Olivera, “una laguna en la música uruguaya”: “Los que componían candombe hasta ese momento eran blancos que decían ‘baila, baila, negrito’”, siempre abordándolo desde afuera, y respondiendo “a la caricatura blanca. Ferreira fue el primer compositor de los 50 que empezó a hablar ‘desde adentro’, con un lenguaje propio. Por ejemplo, ‘y todo el mundo goza al compás de los cueros’, de ‘La llamada’, no es una expresión de blanco. Algo fascinante de la época, además, es que acá la música tropical empezó con la gente bailando candombe, además de intentar bailar los géneros caribeños. La de Pedro Ferreira es la orquesta fundacional que todos mencionan. Él componía para la comparsa Fantasía Negra, que tuvo un famoso quinquenio (1954-1958), en el que la comparsa salió primera con él componiendo y dirigiendo. Y compuso muchos temas, muchos candombes que se cantan ahora y no se sabe de dónde vienen. Es desconocido masivamente, así como lo era Amalia de la Vega en el canto antes de que se le dedicasen las jornadas de Patrimonio de este año”. En esa línea, cuenta que Ruben Rada, por ejemplo, viene de la escuela de Pedro Ferreira. “Es histórico, y la salida de este disco cambia la música de Uruguay, en el sentido de que habrá una edición bien hecha de alguien que marcó un sendero. Como sucedió con la edición de Candombe!, con el jazz en el candombe de vanguardia de Manolo Guardia, Daniel Lencina y Heber Escayola. Después muchos decían: ‘Ah, Jaime Roos viene de acá’. Sí, viene de ahí... Es como llenar casilleros”.
Charla informativa
Como parte del ciclo Referentes de la música popular organizado por el TUMP, el 4 de noviembre a las 19.00 (en AGADU, Canelones 1122), Rubén Olivera y Viviana Ruiz darán una charla informativa sobre Lauro Ayestarán y sus aportes fundamentales para el conocimiento de las músicas en Uruguay, y una semblanza de Amalia de la Vega y su discografía, además de hablar sobre el CDM como difusor y generador de recursos para el docente y el aula.