Voy en el ómnibus y suena una canción que conozco, pero es diferente porque es un cover en un género relativamente nuevo para mí, la plena. En Venezuela, de donde vengo, el mismo tema lo recuerdo como parte del repertorio de la cumbia más sonada. Me doy cuenta de que esa música me lleva al libro que me acompaña en este viaje, Todo el bien, todo el mal..., de Antonio Barral, y encuentro el nexo. Lo que suena primero en un transporte público, luego en mi recuerdo, ahora lo veo escrito en la página 43 de este libro: “Yo te deseo que seas feliz, / y tú al leer mi carta final / comprenderás que no rompí el juramento…”. La triangulación sonora me hace sonreír. Puede que el azar me haya unido estos tres vértices de la realidad, pero lo cierto es que ese ritmo bailable lo vinculé con la literatura. En esta novela el juego intertextual se construye dialogando con un abanico de letras de canciones populares que, al parecer, suenan en distintos países latinoamericanos; un vínculo con un tipo de música que no es muy común encontrar en las narrativas uruguayas, y menos si quien escribe es un autor francés.

Todo el bien, todo el mal... es una novela armada sobre varios ejes capitales: el amor, el viaje, la espera y el lenguaje. Hay un narrador de origen francés que rememora y va contando la historia de encuentros y desencuentros con su amada ecuatoriana, que arranca en su juventud, en octubre de 1975, en Quito, y termina en diciembre de 2009, en París. Una historia de 34 años que da no sólo para hablar del amor en sus múltiples facetas a medida que el tiempo va moldeando la identidad de sus protagonistas desde la compartida timidez adolescente hasta el anhelo del narrador por estrenarse como escritor y la vehemente militancia ecologista de su amada. Y en el medio de esta historia que siempre empieza y demora en cerrarse, viajes, muchos viajes, matrimonios frustrados, hijos, melancolía, deseos en espera, amantes, sexo, intereses multinacionales, conspiraciones, miradas y discusiones políticas y sociales sobre Ecuador y América Latina entrado el siglo XXI; un idilio amoroso que va luchando para mantenerse en pie a medida que transcurren las horas de unas vidas que se buscan a sí mismas.

Un detalle nada menor es que Todo el bien, todo el mal... es la primera novela en español de Antonio Barral. En el ambiente literario montevideano su nombre ya era reconocido como traductor y como un intermediario entre algunas editoriales de Uruguay y de Francia. Historias del Uruguay (2018), con textos de Fernanda Trías, Martín Lasalt, Horacio Cavallo, Ramiro Sanchiz, Martín Bentancor y Rosario Lázaro Igoa, publicado en francés por la editorial Latinoir, se debe a su gestión. También facilitó el camino para que Jacques Aubergy tradujera Pichis (2016), de Martín Lasalt, y La novela del cuerpo (2015), de Rafael Courtoisie, entre otros proyectos que se van gestando entre las dos lenguas.

Barral intenta hablar, mediante una voz literaria, de su experiencia en los países mal llamados del Tercer Mundo, desde adentro de una lengua que no es la suya. En esta ocasión, el cambio de idioma, al menos en el plano de la literatura, transita en un sentido contrario al habitual: dejar el francés y hablar en castellano, un gesto político nada desdeñable. Más allá de las opiniones políticas encontradas en la novela, lo radical es hablar de un contexto –en este caso, el latinoamericano– usando su lengua y, dentro de esta, apropiándose de otro lenguaje más, el de la música popular, para hablar desde las entrañas de una actitud frente a las adversidades de la vida. Algunos nombres de los capítulos prefiguran esta indagación por parte del autor: “El amor en tiempos de canción protesta” o “El amor en tiempos de tecnocumbia”. Incluso, el término “rockolera” no sólo refiere al aparato que reproduce música, sino a un género musical típico de Ecuador. La rockola, en esta novela, es el rescate y la traslación a la literatura del corazón de esa música que palpita con el desamor, el despecho y la melancolía.

Pero hay un paso más en la estructura de esta narración. La historia está contada desde una inusual segunda persona, siendo a un tiempo protagonista y testigo de la historia; digamos, una voz homodiegética, otra rareza, sobre todo si recordamos que Barral se estrena como escritor en otro idioma. En voz del personaje encontramos la siguiente declaración: “Me volví un activista del pluralismo lingüístico”, y es allí donde se centra su atractivo, en el mestizaje de lenguas y culturas como una forma de rebelión contra un sistema de parcelas que nos aíslan. Lo plural como respuesta literaria y existencial.

Todo el bien, todo el mal.... De Antonio Barral. Montevideo, H Editores, 2019. 210 páginas.