Un plano cenital del lago Burley Griffin, en el centro de Canberra, muestra el desplazamiento limpio de un kayak que parte las aguas a ritmo sostenido. La que rema acompasadamente es una mujer de aspecto deportivo. Parece concentrada en el ejercicio, pero eso no le impide ver que algo raro está pasando en la orilla: acaba de aparecer el cuerpo de un hombre joven con el vientre abierto al medio, como un pescado eviscerado y devuelto a las aguas. Es el comienzo del trailer de Secret City, una miniserie australiana que tuvo su primera temporada en 2016 y acaba de estrenar la segunda, también de seis episodios. Tanto una como la otra pueden verse en Netflix.

La mujer que habíamos visto en el tráiler arrima la pequeña embarcación a la costa y se acerca a fisgonear, pero rápidamente es descubierta por el policía que custodia el cadáver y que la reconoce como Harriet Dunkley, periodista de un importante periódico político y responsable de un escándalo reciente en el que se vio comprometido el senador Max Paxton, actual ministro de Defensa de la Corona.

La historia se desarrollará entonces hacia adelante –con la investigación que Harriet decide comenzar pese a la desconfianza de su editor–, y los espectadores nos iremos enterando progresivamente de que su inclinación a meterse donde nadie la llama y a hacer públicos los asuntos secretos de los integrantes del gabinete ya le han acarreado problemas de credibilidad.

Secret City es un típico exponente del género que podríamos describir como “de intriga política”: durante la primera temporada se despliega el conflicto de intereses entre China y Estados Unidos en torno a los territorios en disputa en el mar de China meridional (una zona por la que pasa todo el comercio entre Oceanía y el sudeste asiático) y en la segunda se destapan los acuerdos secretos entre Estados Unidos y Australia para intervenir militarmente en Pakistán con la excusa de combatir el terrorismo. Pero claro, ninguna miniserie de televisión puede aspirar a cautivar a su público sólo con grandes intrigas de política internacional, y esta tampoco lo hace. Para que los espectadores nos enganchemos desde el primer episodio, la trama incluye asuntos más cercanos a la vida de cualquiera: conflictos en el trabajo, amores desencontrados, traiciones, crimen y tratamientos de cambio de sexo. El gran tema, sin embargo, es el de la libertad, y lo fácil que es perderla a manos de los que dicen cuidarla. Detrás de todas las conspiraciones lo que hay es un avance imparable de las agencias de espionaje, que tanto sirven para bombardear a distancia una aldea de la frontera paquistaní como para escuchar las conversaciones de todo el mundo, monitorear la vida dentro mismo de los hogares o hacer desaparecer, mediante intervenciones remotas, los documentos comprometedores de cualquier terminal de computadora. Para reforzar esa sensación (que, por otro lado, cualquiera que haya oído hablar de leyes antiterroristas puede haber experimentado si se tomó un par de minutos para pensar en el asunto), abundan las tomas desenfocadas, los planos aéreos y en picada (que dan la impresión de saltar desde el satélite hasta la cama del pobre infeliz que está siendo vigilado) y las escenas vistas directamente a través de cámaras espías.

El elenco, encabezado por Anna Torv (Fringe, Mindhunter), es solvente y creíble, y ayuda a sostener una historia que no se alarga innecesariamente. Una mención especial merece Damon Herriman (el Charles Manson de Quentin Tarantino) en su rol de la agente especial Kim Gordon, ex marido de Harriet Dunkley reconvertido en “mejor amiga”.

Secret City. Australia, Foxtel, 2016-2019. Con Anna Torv, Dan Wyllie, Jacki Weaver, Marcus Graham. Basada en las novelas The Marmalade Files y The Mandarin Code, de Chris Uhlmann y Steve Lewis. Dos temporadas. Disponible en Netflix.