El novelista José Saramago, cansado de las hostilidades de sectores políticos y religiosos conservadores que se ganó en su país natal por la publicación de El evangelio según Jesucristo (1991) y sus exhaustivamente proclamadas simpatías comunistas, decidió, un buen día de los tempranos 90, instalarse en la isla canaria de Lanzarote, junto con su esposa y traductora española Pilar del Río. En esa isla donde vivió sus últimos años concibió obras como Ensayo sobre la ceguera (1995) y Todos los nombres (1997), y también sus diarios personales, publicados en vida como los Cuadernos de Lanzarote (1997; 2002).

Los volúmenes que recogen este diario, publicados en español por Alfaguara, constan de dos tomos, además de un par más que recopilan publicaciones de su blog personal, titulados El cuaderno (2009) y El último cuaderno (2011). Al parecer, según el prólogo de su traductora y compañera de vida, Saramago habría hecho mención a la existencia de un último cuaderno ya en 2001, pero su ubicación permaneció ignota durante los 20 años siguientes a su escritura. Hasta que en un relevo de las distintas computadoras utilizadas por el autor, realizado para una recopilación de charlas y conferencias, fue hallado el archivo titulado Cuaderno 6, publicado el año pasado con el llamativo título de El cuaderno del año del Nobel.

Al igual que los volúmenes anteriores, este es un diario personal, pero no íntimo. En el momento en que escribe estos diarios, Saramago, pese a haber iniciado su carrera literaria muy tardíamente, gozaba de reconocimientos, premiaciones y éxitos de ventas a nivel mundial en vida, por lo que la narración de su cotidianidad se encuentra siempre enlazada a su vida pública. Como él mismo escribía en los primeros Cuadernos, una confesión no es lo mismo que un diario, aunque a veces se cuela en este.

En El cuaderno del año del Nobel no hay confesiones. Los momentos más líricos, las evocaciones, recuerdos y momentos de reflexión, parecen puestos allí solamente para que el libro siga cumpliendo con los requisitos para ser considerado un diario. Saramago parece haber concebido sus diarios un poco como un conjunto de anotaciones a su propia obra y su carrera pública. El único momento en este volumen en el que habla de algo que podría afectarlo personalmente es cuando se refiere a la muerte de la grabadora portuguesa Ilda Reis, en donde, luego de establecer una semblanza, afectuosa pero no apasionada, anota: “Estuvimos casados veintiséis años. Tuvimos una hija”.

Fuera de ello, gran parte de este diario consiste en transcripciones de artículos y conferencias publicados por el autor durante 1998, incluidas las palabras que pronunció en la ceremonia de entrega de su premio Nobel (instancia de la cual, pese a que en su título la edición de este libro lo usa notoriamente como llamador, no sabremos mucho más que lo que ya sabíamos, excepto por una entrada anecdótica en la que se narra la sorpresa de un lector al encontrar al recientemente galardonado escritor comprando calcetines en El Corte Inglés de Madrid). La parte más interesante, quizá, sea la correspondencia con los lectores, a la que da gran protagonismo, y algunas anotaciones más (aunque muchas veces salpicadas en entrevistas transcriptas) sobre el proceso creativo de algunas de sus obras más reconocidas. Más allá de eso, lo que más abunda son fechas de conferencias y presentaciones, noticias encontradas en los medios, y lecturas y relecturas.

Vemos desfilar nuevas contingencias de las mismas viejas obsesiones, ya consignadas en los anteriores Cuadernos: Fernando Pessoa y sus heterónimos, la herencia cultural judeocristiana, la literatura latinoamericana del boom (influencia muy evidente en la obra de Saramago), Luís de Camões y la identidad portuguesa, Portugal y Europa, Portugal y España, el Quijote, el problema del autor y el narrador, el futuro del comunismo después de la caída del bloque soviético, el arte y la cultura renacentistas...

Obviamente, el compromiso ideológico de Saramago se aplica coherentemente a cualquier hecho que observa. Puede ser interesante, a la luz de los acontecimientos actuales, revivir los primeros días de la revuelta zapatista de Chiapas, o las idas y vueltas de las negociaciones de Portugal frente a la Unión Europea, incorporación geopolítica que nuestro escriba lusitano siempre vio con gran escepticismo. En particular sus reflexiones en torno al asumido fracaso del modelo soviético y la necesidad de no sucumbir a la idea tan en boga del fin de la historia, mientras observa a los teóricos y políticos de izquierda rendirse a la incuestionabilidad del capitalismo y la democracia representativa como único sistema plausible y realizable, pueden llevar a un interesante rastreo del origen de las problemáticas político-ideológicas actuales. Probablemente, no obstante, leídos en su momento, sólo hubieran engrosado la lista de reflexiones de intelectuales veteranos que, admitiendo el fracaso del socialismo real, solamente atinaban a decir que el capitalismo seguía siendo malo, sin tener mucho más que agregar como alternativa.

Quizá lo más llamativo del anecdotario biográfico sean los avatares de la negativa del Ayuntamiento de Mafra (escenario de una de las novelas más emblemáticas de Saramago, Memorial del convento, de 1982) a la iniciativa, presentada por la dirección de la Escuela Superior de dicha localidad, de ponerle a la institución el nombre del novelista, importante aporte para entender las antipatías políticas que anteriormente habían llevado a Saramago a autoexiliarse en Lanzarote.

Al igual que el resto de los Cuadernos, este volumen funciona como una entrada al mundo personal e intelectual de Saramago. No obstante, cuesta un poco no ser malpensado y no ver aquí una necesidad de sus albaceas de mover un poco ese legado, más que un genuino afán de mostrar aspectos realmente poco conocidos hasta ahora de la obra y la figura del autor de Ensayo sobre la ceguera. Hasta se puede desconfiar del carácter de hallazgo sorprendente que Del Río da a la apertura del archivo titulado Cuaderno 6, atendiendo a la costumbre predominante entre los herederos de producciones intelectuales con buenos dividendos en copyright, que suelen administrar el lanzamiento de publicaciones póstumas a cuentagotas y en forma un tanto desordenada, cosa de no dilapidar ese patrimonio antes de que sus derechos de explotación de la propiedad intelectual original caduquen.

Pero ya se sabe que los fans, siempre hambrientos, agradecen estos pequeños y racionados regalos. Suponemos que los de Saramago no serán la excepción en este caso.

El cuaderno del año del Nobel. De José Saramago. Traducción de Antonio Sáez Delgado. Madrid, Alfaguara, 2018. 264 páginas.