La clave de lo épico en la música de Eté y Los Problems está en la intensidad de los shows en vivo y, sobre todo, en lo narrativo: desde dónde y para quién se narra. Si en la actualidad seguimos la senda de las mayores bandas de culto rockero, existen dos paradigmas distintos pero complementarios: La Vela Puerca y Buenos Muchachos. Las letras de La Vela Puerca, aun cuando parecen personales, siempre tienen una cualidad más amplia que hace que el “yo” del hincha devenga un “nosotros”. Buenos Muchachos, por su parte, es una banda cuyas letras tienen el beneficio secundario de una escolástica, un desciframiento de sagradas escrituras que premia a la interpretación personal del hincha, tal como sucede con muchos fanáticos de Los Redondos. En las presentaciones en vivo, ambas bandas tienen un efecto arrollador pero diferente en su público: en los conciertos de La Vela Puerca, decenas de miles de hinchas corean: “Me lleva la corriente, soy un feliz camarón / Que hay que apretar los dientes si viene de camaleón”, y hay una idea subyacente de que aquello, más allá de la metáfora, habla por todos, de que hay un saber general de lo que eso significa y que es más grande que ellos; en los de Buenos Muchachos, cada alma en el boliche canta a grito pelado: “Nunca aplastes corazones-camalotes”, y el costillar vibra porque cada uno se siente un intérprete único de eso que está cantando. Lo curioso de Eté y Los Problems es que sus composiciones y su dinámica en vivo están a medio camino entre el “nosotros” de La Vela y esa multiplicidad de “yoes” de los Buenos. Su importancia es casi antropológica porque, bien en el fondo, y pese a no estar tocando nada más complejo que simple rock, es el eslabón perdido entre estos dos arquetipos: el hijo no reconocido del under de los 90 y los anhelos truncados del delfín nunca nacido del Pilsen Rock.

El truco es que en Eté y Los Problems este “nosotros” está colocado por delante, pero a la vez suena personalísimo. “Fundación”, la mismísima canción que abre su último disco, Hambre (que se presenta mañana a las 21.00 en La Trastienda), apela desde el vamos a esta sensación de lo colectivo (“Acá podríamos fundar una nueva ciudad / con cada piedra en su lugar / sin nada que cambiar”), y cuenta con una coda en la que encontramos a un Ernesto Tabárez que, casi como un líder religioso, les advierte a los creyentes: “Nadie nos dijo que iba a ser fácil, / un pie delante del otro, / un pie delante del otro”. Es un tema tan arrollador –con un peso gigantesco del reverb en la batería, y en el que las reverberaciones se mezclan con coros mínimos y etéreos–, que parece difícil entender que sea el comienzo y no el fin de algo. Y es que, en realidad, “Fundación” comienza donde acababa El éxodo (2014), con aquellos personajes inspirados en la familia Joad de Las uvas de la ira (1939), de John Steinbeck (una familia destruida por las tormentas de polvo y la crisis de 1929, que emprende camino hacia el Oeste estadounidense), que al final del disco continuaban la peregrinación yendo río arriba y preguntándose: “¿Será eso una luz? Caminemos”. Hambre es el disco sobre lo que pasa con esa masa migratoria cuando termina por encontrar un lugar, pero más que un artificio narrativo, aquel éxodo y el nuevo asentamiento también son la historia personal de Tabárez, que pasa de vagar perdido entre varios sillones de amigos tras una separación (con canciones como “Objetos perdidos” y “Jordan”, de su disco anterior) a asentarse y convertirse en padre en este disco.

Casi perdido en la maraña de sonido, la canción termina con una descripción reducida a la base de dónde comienza la construcción de una nueva comunidad: “Juntar leña. Traer agua”. La sencillez casi budista con que se plantea la premisa parece demarcar un nuevo giro de la épica de Eté & Los Problems: ya no son los implacables, abstractos, profundos y casi programáticos versos como “Lustrar de filo la gema ardiente de lo que fue, / dejar al cuerpo cruzar a nado los tres silencios” (“Los muertos”, de su disco Vil, de 2011), sino “Ya comiste ¿Qué comiste? ¿Querés comer?”, de “Los Eucaliptus”, como escenificación destilada a lo más básico de la reunión de la banda luego de un momento cercano al quiebre.

Al contrario de casi todos los discos de rock, la profundidad de Hambre no está en la metáfora detrás de la imagen, sino en la literalidad escondida en lo aparentemente metafórico. En Hambre todo es, justamente, comer, hacer fuego, lavar ropa, vivir. La voz de Tabárez, a su vez, ha sido mejorada, pero de la manera en que uno afila una piedra golpeándola contra el borde de otra: es un filo irregular, sin chaira que lo alise; una forma de romperla sistemáticamente –toque a toque, cigarro a cigarro–, que permitió encontrarle nuevas oquedades a su gravedad (es raro escuchar Vil porque, al lado de su voz actual, la voz de Ernesto parece molestamente aguda, cuando está lejísimos de serlo).

En consonancia con la voz, Hambre es el disco en el que hay mayor producción de sonido, en el que el espacio que se genera dentro de los audífonos se amplía como si entre un disco y otro hubiésemos pasado del cuarto de las escobas a una catedral, y en el que se permiten incursiones de otros timbres y texturas, como el bombo legüero de estilo de chacarera en “Leiden”, que en su cierre marca, en espejo con el bajo, un pulso similar al de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, de Fito Páez.

Hay otras exploraciones que hacen de Hambre un disco sumamente heterogéneo (la base más electrónica de “Cacería”, la irrupción de una cuerda de tambores en “Ascensor” o unos vientos a lo “Can’t Hardly Wait”, de The Replacements, en “Al menos para vos”), si bien todo se une con la dimensión de una narración que va más allá y que, justamente, se adapta a esa idea de algo épico. Hacia el final, con “Bailemos” el disco cierra el círculo que se abría con la escena del merecido descanso bajo un árbol del primer tema, y traza una simetría con “El éxodo”; ambos temas están marcados por una dramática progresión similar a la de “Baba O’Riley”, de The Who (de hecho, el disco está lleno de este tipo de canciones hermanas o primas, como el ánimo nihilista de la espera de “Newton”, que tiene mucho de “El futuro”, de Vil, y de “Aparte”, de El éxodo).

“Bailemos” cuenta con algunos de los mejores versos que Tabárez haya escrito hasta la fecha: “El árbol serviría para armar / una fogata en carnaval / para que sepas dónde estoy / incendie todo el pueblo”. Es posible rellenar los espacios con la historia de amor de uno de los migrantes, pero no se puede dejar de sentir que en estos versos se guarda la relación básica de Eté & Los Problems con su público, una banda que sólo puede existir en ese exceso y que, para ser encontrada, en vez de enviar una bengala de reconocimiento, te incendia todo un pueblo.

Hambre. De Eté & Los Problems. Montevideo, Little Butterfly Records, 2018.