El problema de traducir poesía es una de las cuestiones más interesantes para lingüistas y poetas. La eficacia de una composición poética se asienta en la materialidad misma de la lengua, su musicalidad, sus giros conceptuales y connotativos propios, y es prácticamente imposible una traslación fiel sin sacrificar, justamente, eficacia poética. Por eso no pocos lingüistas, poetas y traductores consideran que, directamente, la poesía es intraducible, y todo intento de traslación idiomática derivará, finalmente, en otra creación, un texto completamente nuevo, lo cual exige su propia cuota de talento poético a los traductores.

Estos tres volúmenes recientemente publicados por Solazul Ediciones en su colección de plaquettes Postal de Poesía prefieren llamar “versiones” a los textos de Kavafis reescritos en castellano por Circe Maia y a los de Emily Dickinson por Gastón Figueira, así como Roberto Mascaró, al revisitar al sueco Tomas Tranströmer, se inclinará por el término “re-creación”.

La figura de Emily Dickinson (1830-1863) tiene mucho de enigmática. Por expresa voluntad, sólo publicó dos de sus aproximadamente 1.800 poemas en vida, y todos los intentos de sistematizar y ordenar su obra son póstumos. No se casó ni tuvo hijos, y hacia el final de su vida fue recluyéndose cada vez más en la casa paterna, hasta que en sus últimos años no salía siquiera de su cuarto. Según la lectura biográfica que uno elija, se la ha interpretado o bien como un ser etéreo y un tanto monacal, o bien como un temperamento reticente a los convencionalismos sociales, entre ellos el matrimonio, y hasta se ha especulado con algún vínculo lésbico, con lo que su figura se incorporó en forma inesperadamente aggiornada a ciertas narrativas LGBT. Lo cierto es que esta personalidad evasiva y misteriosa suele darles también no pocos de dolores de cabeza a editores y traductores cuando simplemente intentan publicar su obra, viéndoselas con colecciones de manuscritos garabateados en hojas sueltas, sin fechar, y con caprichosas puntuaciones y construcciones métricas sobre las que es difícil juzgar si obedecen a una intencionalidad de experimentación formal o, simplemente, a que la autora nunca pensó en una forma definitiva de los textos con vistas a su publicación.

Las versiones que se recopilan en esta plaquette fueron originalmente publicadas en una edición de su poesía y correspondencia a cargo del traductor, el poeta y ensayista uruguayo Gastón Figueira, en Montevideo en 1984. Las versiones parten de la premisa de mantener métrica y rima, estrategia que últimamente ha caído en desuso. No obstante, mantienen cierta frescura y espontaneidad “de borrador” muy propias de los textos de Dickinson, muchas veces traicionados en este sentido por anteriores y posteriores ediciones en lengua original o traducidas. Apena un poco que en esta selección no se incluya al menos alguna nota biográfica sobre el traductor y sobre su esforzada empresa editorial, ya que, además, también es un gran mérito de Solazul Ediciones haberla rescatado.

El griego Constantin Kavafis (1863-1933) tampoco publicó su obra en vida, aunque sí la fechó y ordenó, e incluso hizo tiradas muy reducidas para amigos y conocidos de algunos de sus textos reunidos. En este caso, Circe Maia se encarga de traer sus palabras al castellano, a la vez de introducir la antología con un conciso prefacio en el que expone ciertas consideraciones sobre la obra de Kavafis y sobre las problemáticas de traducir poesía.

Según Maia, entre los criterios para la antología, “un elemento fue la vivacidad con la que el pasado aparece y adquiere de pronto una actualidad sorprendente, inesperada”, con lo cual hay un predominio absoluto de uno de los registros más característicos de la poesía de Kavafis, los textos de temática histórica, en los que los referentes de la tradición helenística desde los tiempos homéricos hasta el ocaso bizantino se revisitan en una búsqueda de la dimensión intemporal y universal de la experiencia humana. Como siempre, la poesía de Kavafis, una exquisita combinación de erudición y sencillez expresiva, transmite esa vitalidad y actualidad a la que se refiere Maia, aun cuando el lector no tenga demasiados conocimientos sobre los episodios históricos a los que se refiere. Por otra parte, respecto de los referentes históricos, la traductora también agrega una serie de notas al final, también muy breves y concisas, para los lectores ávidos de contextualización o, simplemente, de conocimiento. Es difícil no pensar en la propia labor de Maia como poeta, también con una búsqueda de los tópicos universales sobre la condición humana a través de un lenguaje depurado de desbordes retóricos y que resulta, para el caso, en un gran entendimiento entre poeta y traductora.

En el caso del sueco Tomas Tranströmer (1931-2016), ganador del premio Nobel de Literatura en 2011, hay una relación particularmente directa con el traductor. El uruguayo Roberto Mascaró fue, durante décadas, amigo personal del poeta y autor de la mayor parte de sus traducciones al castellano publicadas tanto en Uruguay como en otros países de habla hispana. Las traducciones de Tranströmer hechas por Mascaró generalmente han sido escritas en estrecha colaboración entre traductor y poeta, por lo que existe una incidencia del autor en la forma en que sus textos fueron reescritos en nuestro idioma.

Podría decirse que Tranströmer cultiva una poesía que busca meticulosamente todo lo que puede contener un instante. Mediante la evocación vívida de una experiencia presente, la contemplación de un elemento de la naturaleza o de una acción cotidiana, en las palabras de Tranströmmer pasado, presente y futuro se aglutinan, fundiendo lo efímero y lo perdurable, y llevándonos a interrogarnos sobre la condición humana en torno a estas inexorabilidades.

En Bálticos, publicado en lengua original en 1974, Tranströmer vuelve a sus interrogaciones habituales, pero les aporta un dinamismo no tan habitual en su obra. Por medio de la deriva vital de un abuelo, marino del Báltico, construye un epos, una narrativa que contrasta con el tono más reposado y estático de otras composiciones pero logra el mismo efecto de fusión de lo presente, lo tangible, con lo ausente o evocado, volviendo corpórea esa cosa etérea llamada tiempo. A su vez, la naturaleza, generalmente amable, proveedora de un marco contemplativo en la mayoría de la obra del sueco, aparece aquí como un elemento disruptivo y un tanto amenazante, que lo pone en necesaria tensión con lo humano.

Cabe destacar, teniendo en cuenta la poca presencia en nuestro mercado de buenas traducciones de poesía, la incorporación de estos títulos a la colección Postal de Poesía, orientada hacia la publicación de este género en un formato accesible y, a la vez, estéticamente cuidado.

Poemas, de Emily Dickinson, traducido por Gastón Figueira, 28 páginas. Tanto como puedas, de Constantin Kavafis, traducido por Circe Maia, 36 páginas. Bálticos, de Tomas Tranströmer, traducido por Roberto Mascaró, 28 páginas. Solazul Ediciones, 2019.