Quizás muchos no sepan quién es Roy Berocay, pero seguro la mayoría conoce al Sapo Ruperto, el personaje de literatura infantil que creó hace más de 30 años y que lo llenó de lectores y premios. Pero además de escritor ‒y periodista‒, Berocay también es músico, cultor del rock y blues clásicos, y supo despuntar ese vicio en varias bandas, sobre todo en El Conde de Saint Germain y La Conjura, aportando su voz, su guitarra y su pluma.

Ahora Berocay se la jugó y lanzó El replicante, su primer disco solista. Se la jugó porque publicar un álbum básicamente a sólo voz y guitarra, casi sin adornos, con 65 años, no es para cualquiera. El músico se pone ahí adelante, en la trinchera, con su voz madura y cascada, se desnuda artísticamente, sin poses, y brinda 14 canciones, en su mayoría nuevas. Pero la que abre el disco no podía ser otra que “Game Over”, una vieja, porque sus versos exudan actualidad e incluso pueden ser reinterpretados más certeramente que en su contexto original. “Hay tantas preguntas, tantas vidas videogame, / pasamos de pantalla o perdemos el tren. / Vacío y distancia, lo que es y lo que fue. / Nada nunca se termina, sólo comienza otra vez”.

“Game Over” fue editada originalmente en Pequeños infiernos (1999), el primer álbum de La Conjura. En aquella época no existían las redes sociales y los videojuegos eran el entretenimiento tecnológico por excelencia, pero hoy es difícil no leer “pasamos de pantalla” en un sentido más literal, ya que, como nunca, vamos del celular a la tablet, de la tablet al smart tv y así, con la distracción de turno ante nuestros ojos. En eso del vacío y del nunca acabar subyace aquello que decía Guy Debord sobre el carácter tautológico del espectáculo, que es “el sol que no se pone jamás en el imperio de la pasividad moderna”. “Todas las palabras no reflejan tu voz, / se pierden lejanas, como fotos al sol”, dice el estribillo, que refleja como nada el ruido en el que (sobre)vivimos.

“Game Over” es una de las seis canciones del álbum que no fueron compuestas en 2020, y entre las rescatadas hay una de 1976, que hasta hoy permanecía inédita (“Sueña”). De todos modos, aunque haya un lapso de más de 40 años entre algunas canciones, obviamente hay una homogeneidad estética porque todo fue grabado en Las Toscas, donde vive el músico, entre mayo y junio del presente y pandémico año. El estilo de toda la música del disco es de un folk sin vueltas, la mayoría de las veces arpegiado y las otras con rasgueado rústico que puede remitir a Neil Young (la armónica de “La plaza” termina de dar ese aire al canadiense).

¿Te acordás, hermano?

Las ocho canciones frescas del disco fueron compuestas entre marzo y mayo, es decir, en el período de más encierro que nos regaló la pandemia, así que Berocay aprovechó el cautiverio. Excepto en “La guita”, que, como “Game Over”, podría ser tranquilamente de hace más de dos décadas ‒o de mañana‒, entre las canciones cultivadas en los últimos meses hay un evidente peso del ayer, como si Berocay hubiera pasado raya para poner en negro sobre blanco cómo ha sido su vida. Hay, además, algún dejo de melancolía en varias melodías que abrazan esa idea y que hacen que este disco, por más que no tenga un pulso rítmico de raíz criolla, sea bien uruguayo.

“Dicen que esta noche toca Silos, / así que hay que prepararse. / Vamos todos en un COPSA, / en Atlántida es el baile”, canta Berocay en los primeros versos de “Silos”, oda a una banda de hippies que tocan alguna de Creedence y varias de Santana. Uno de esos hippies era el creador del Sapo Ruperto, ya que Silos fue una de las bandas que integró de joven, y por eso es la canción con pulso más rockero del disco, por más que tenga el mismo estilo folk que el resto.

“La abuela” es otra canción que ‒obviamente, ya desde el titulo‒ remite al pasado más íntimo de Berocay, pero, pese a lo que se podrían imaginar, no es esa la que se lleva la medalla dorada a la más melancólica, sino “Espalda con espalda”. Sobre un arpegio medio tristón de llevada a lo “Landslide”, de Fleetwood Mac, canta sobre formar una familia en medio de la dictadura, con el arte como salvavidas: “Ahí entre paredes, con guitarras y alegrías, / libros y canciones, toda esa poesía. / Algunos escenarios, mucha policía, / pero al final llegamos a aquel nuevo día”.

No estamos en dictadura, ya no hay tanques en las calles, pero vaya si todavía quedan cosas por las que resistir. Es así que “La resistencia”, con música un poco más luminosa, está ligada a “Espalda con espalda”, pero desde el hoy o el pasado mañana. Es un llamado a no rendirse ante los idiotas que coronan al rey, los espejos de colores y los dioses de turno, con los afectos como contención y escudo.

“Ícaro”, la más poética del álbum, es otra que viene del primer disco de La Conjura, y en versión desnuda sigue siendo tan conmovedora como antes. “El pasajero”, también de aquel debut, es la que le da el cierre redondo a este trabajo solista de Berocay. “Madre, contame un cuento, / necesito algo en que creer. / Padre, dame tu afecto, / necesito algo en que creer. / Maestra, explique el mundo, / necesito algo en que creer. / Profesor, muéstreme el rumbo, / necesito algo en que creer”.

Durante los 50 minutos que dura el álbum podemos dejar el nihilismo de lado, y aunque al final descubramos que todo fue una ilusión, momentos que se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia, el viaje vale la pena. Berocay se despachó con un disco personalísimo que, pese a la canción que le da título, no tiene replicante.

El replicante. De Roy Berocay. Edición independiente, 2020.