“Me gusta pensar que la música no sólo es para escuchar, sino también para ver. Eso es lo que hacíamos con Closet”, dice Camila Sapin. Claro que, desde aquellos tiempos en los que la banda exhibía un estudiado desparpajo hasta nuestros días ha corrido mucha agua bajo el puente.
Sapin cantó (y canta) con todo y con todos. De niña compartió escenario con Ruben Rada, Mariana Ingold y Osvaldo Fattoruso, luego fue parte de Closet y puso su voz al servicio del reggae, el rock y el candombe junto a Congo, Alberto Mandrake Wolf, Emiliano Brancciari y Sebastián Teysera. La lista es más larga, pero para qué. Además, se entreveró en las bacanales musicales de Martes on Fire y entrenó cantantes para concursos de talentos en televisión, por nombrar algunas de sus actividades. Camila se hizo de un nombre con esa flor delicada y frágil que algunos llaman prestigio.
Pero le quedaba pendiente el proyecto personal, y tuvo que seguir pasando agua bajo el puente. Primero el no me animo, después el no tengo tiempo, luego la maternidad y algún hueso roto, y ahora sí, las canciones.
Un disco puede ser muchas cosas pero, por ahora, sólo tiene canciones, y eso no es poco. De cualquier forma, aquello que conocemos como álbum, y que puede venir en un trozo de vinilo prensado, en una cinta enrollada dentro de una cajita, en un círculo de plástico y aluminio que lee un ojo láser o una combinación de ceros y unos alojada en una plataforma web, no le quita el sueño. Pero las canciones van saliendo, y eso es lo que, de momento, más importa.
Te vas a estrenar como solista a lo grande.
Este era el año de empezar con mi proyecto solista con fuerza. En un momento pensé que se había terminado todo por la pandemia, pero me di cuenta de que no tenía por qué arruinarse. Quería hacer una presentación grande, potente. Me rindió el receso porque me dio margen para armarlo bien, componer los temas. Me potenció porque me dio el tiempo para enfocarme.
Cuando tenés muchos trabajos vas postergando tus deseos personales. ¿Cómo fue encarar, al fin, la parte compositiva?
Como que antes no confiaba en mí, en lo que tenía para decir, para mostrar. Sentía que no estaba bueno, nada me convencía. Tenía material pero no lo mostraba, y un día decidí hacerlo. Saqué “Mover” y quería hacer un video polenta. Eso fue en 2018. Pedí apoyo al Fonam [Fondo Nacional de la Música], me lo dio, y quedé embarazada. Y en el video había que mover, bailar, y ya no me cuadraba, así que pedí una prórroga. Me la dieron por un año, y cuando podía hacerlo me fui de viaje y me quebré una pierna. Eran todas contras. No había manera. Y bueno, me recuperé y lo hice a fines de 2019. Salió a principios de este año, y tenía muchas ganas de ponerme a sacar cosas. Ese fue el puntapié inicial. Primero no me animaba, dudaba, y cuando me decidí a mostrar lo que tenía no lo pude hacer. Ahora no quiero perder más tiempo. Estoy haciendo muchos temas, tratando de trabajar en lo musical pero también en la parte visual, mover las redes sociales, que es muy importante y suma un montón. Hay que estar ahí, no te queda otra opción.
¿Qué era lo que no te convencía de tus composiciones?
Es que siempre estuve en proyectos colectivos. En Closet éramos una banda, y la composición colectiva es distinta. Cuando es tu nombre y son tus letras, es lo que vos decís, es muy personal. El otro día veía una entrevista de [la cantante argentina] Cazzu, en la que decía que es muy difícil separar al artista de la persona, que todo lo que digas será juzgado. Yo no tengo su nivel de exposición, pero sé que el uruguayo es crítico, que exige estándares en la letra... Yo, con lo vocal, con las melodías, me siento cómoda, porque soy cantante de toda la vida, pero la escritura es mi parte más débil y es la que estoy tratando de desarrollar. Siento que tengo mucho para decir, pero me cuesta el cómo. Eso me daba un poco de vergüenza, porque es algo muy íntimo; la mayoría de las canciones que hago son vómito, son todo verdad, y me cuestiono si decir todo eso.
Hasta dónde vale exponerse tanto...
Exacto. Es esa falta de creérsela que tenemos muchos. Lo veo en el canto, con mis alumnos. Esa falta de ego. Y creo que tenés que mostrar tu don, sea el que sea. Si está bueno, dale con confianza. Si lo mostrás con seguridad, si es genuino, a alguien le vas a llegar. No podés pretender gustarle a todo el mundo o hacer algo que sabés que va a gustar pero no lo sentís escribir sobre algo que rinde pero que a vos no te importa.
¿De qué te interesa hablar?
Muchas cosas son muy personales, como las relaciones, las cosas que pasan. Pero también hablo de unificar; veo que la sociedad está muy dividida, muy blanco y negro, y me interesa hablar de eso. Yo estoy en el medio porque, por suerte, toda la vida me vinculé con gente muy distinta. Tengo al Peke [Peke 77, que está grabando en el estudio que Camila tiene junto con Pedro Alemany, su pareja] acá, en mi casa, todo el día trabajando con Pedro, y tengo gurisitas de los colegios más high de Carrasco. Me gusta vincularme con gente muy distinta, y me manejo. Sin embargo, hay gente que no puede, que tiene una barrera. Hay mucha violencia. Hice un tema, “Soy como vos”, que habla de eso. Somos distintos pero somos iguales, nos corre sangre del mismo color. Esas temáticas me atraviesan bastante. La igualdad, la inclusión, la no discriminación, el racismo, el machismo. Pero, a veces, me cuesta abordarlas. Estoy intentando escribir mejor. De hecho, hice algunas colaboraciones con otras artistas para adquirir otras habilidades y nutrirme. Cada vez que componés con alguien aprendés un montón. Y es una búsqueda nueva. Tirarme al agua y ver qué sale.
“Empecé cantando con Rada y Mariana Ingold haciendo música popular, pero amo el funk, el soul, el rhythm & blues; me gustan cosas de trap... Si querés ser un artista que está investigando es difícil quedarte sólo en un género”.
Por un lado, no se puede decir cualquier cosa en cualquier género y, por el otro, a vos te afecta el prejuicio: si hacías candombe con Mandrake no me podés vender soul, o al revés...
Yo no me encasillo. Me gusta tanta música distinta, y canto todo el tiempo cosas tan distintas. Empecé cantando con Rada y Mariana Ingold haciendo música popular, pero amo el funk, el soul, el rhythm & blues; me gustan cosas de trap... Si querés ser un artista que está investigando es difícil quedarte sólo en un género. Pero es imposible satisfacer a toda la gente. Lo importante es que lo que haga me guste, porque voy a ser yo quien se pare en el escenario a defender esa música.
¿Es fácil satisfacerte a vos misma? Sabiendo que no todos podemos ser Fernando Cabrera, por ejemplo.
Sí, tal cual. Eso es lo que me paralizó mucho tiempo. El miedo, esa cosa de sentirme menos que otros. Pero ya no lo pienso. Si lo que creé lo hice con sentimiento real, qué importa si no soy Fernando Cabrera. Está mal eso que tenemos los humanos de estar comparándonos todo el tiempo. Miramos más para afuera que hacia adentro, y es difícil, porque es más fácil decirlo que hacerlo. Es una lucha del día a día. Lo veo en las redes sociales, donde estamos midiendo el éxito por los likes con terrible ansiedad.
¿Te podés desenchufar de la rutina de estar midiendo el éxito?
Sí. Pero yo estoy empezando de cero, de nuevo; mi “éxito” es muy relativo. Me lo tomo tranqui. Es un proceso. Para mí es un renacer. Sí tengo una carrera, pero mi proyecto solista, como Camila Sapin, nace ahora. Lo de La Trastienda es el parto de algo nuevo, de mi nuevo yo artístico, que antes fue de otras formas. Esto es otra cosa. Mi nombre, las letras, todo es mío, y es distinto de lo que viví antes. Así que todavía no puedo ponerme a exigir ese tipo de detalles, de ver si soy exitosa o no.
¿Qué expectativas tenés de este nuevo camino?
Por ahora es todo apuesta y riesgo. Es inversión. Quiero volver a hacer lo que hacíamos con Closet, una apuesta a lo visual. No sólo escuchar música, sino también verla. Eso me encanta, y me gustaría poder llegar a hacer un show a lo grande. Sé que tengo que ir de a poco y remar, y el rédito económico, por ahora, no se va a ver. Pero invertir en eso es regar la plantita para que crezca, y veré hasta dónde lo puedo aguantar. Por suerte trabajo mucho con las clases de canto, y eso me da un respaldo para poder hacer otras cosas. Para quien sólo labura de sus canciones es mucho más difícil.
¿Qué pasa con estas canciones? ¿Va a haber un disco?
Estoy medio new age. No sé si será porque me vinculo con mucha gente joven y veo cómo se manejan, pero no me estresa tanto tener un disco. Me gusta la chuchería de tener un disco físico, pero no estoy pensando en eso. Estoy haciendo canciones; me interesa más generar temas que el formato en el que salgan. Me encantaría tener un disco, pero no es mi meta principal.
Volvimos a la época previa a los long play, cuando lo que importaba eran los singles.
Claro, esa cosa más unitaria, más temática, si se quiere, ahora tiene menos importancia. Veo que las nuevas generaciones por ahí no se sientan a escuchar un disco, pero vas sacando singles, generando una campaña visual, con videos, y la gente escucha esos temas. Capaz que lo que hago es lo que están haciendo los artistas jóvenes: sacar los temas de a uno. Después publicás un disco y son las mismas canciones, con dos o tres agregadas. Además, si me ponía a esperar a sacar un disco, no sacaba nada.
Y la apuesta es a shows impactantes.
Ojo, si me dejás te hago todos los temas con la guitarra, muy depre... Amo la música popular, amo a Cabrera. Pero me encanta lo otro. Y me pasa que mis alumnas adolescentes escuchan toda música de afuera. No tienen referentes en Uruguay. No hay esa cosa de la figura de la estrella soul, pop o rock. No se copan. Lo que más cantan es Julieta Rada, que es lo más parecido. Faltan temas power, con voz que pele, otra explosión que buscan los adolescentes para cantar. Eligen Adelle, Dua Lipa, Billie Ellish, nada uruguayo. Yo les muestro canciones de Alfonsina, Papina de Palma, Julieta Rada. Muchas se copan y agarran, pero les cuesta, no se sienten identificadas. Con Closet jugué mucho a eso. Capaz que de entrada me veías y era un pollito mojado, pero me divertía comerme el escenario. Eso marcó un diferencial escénico, me parece. Y atrae a la gente. Los uruguayos somos medio aburridos, sí, pero nos gusta lo picante, lo distinto, algo que llame la atención. Lo criticamos, pero lo vemos. De Closet decían cualquier cosa, pero se quedaban mirando. En un Pilsen Rock se preguntaban de qué estábamos disfrazados, pero nos miraron igual.