Pocos apellidos están tan vinculados a la música uruguaya como Magnone e Ibarburu. La protagonista de esta entrevista convive con ambos con tanta naturalidad que nadie que se la cruce alguna soporífera tarde por las calles de los barrios Sur y Palermo podría pensar que esa mujer menuda, que vive ahí nomás, es historia viva. Esas mismas calles, por las cuales también deambulaba Eduardo Mateo en la década del 80, inspiraron, entre otras canciones, “Siestas de Mar de Fondo”, una postal barrial que llegaron a ensayar juntos y cuyo registro casero en un casete sobrevivió al polvo y las mudanzas.
Estela y Eduardo se conocieron en 1983, durante la grabación del disco Siempre son las 4, de Jaime Roos, en el que el trío Travesía –formado por Magnone, Mayra Hugo y Mariana Ingold– participaba en la canción “Quince abriles”. Esa fue la semilla que hoy, más de 30 años después, sigue dando flores. Escuchen lo que pasó.
¿Cuál es el plan para el jueves?
La idea es presentar el disco entero tal cual como lo grabamos, porque es un disco que está muy producido, con secuencias, y los músicos que participamos somos tres nada más, [Fabián] Marquisio, [Pablo] Moyi Figueira y yo; en el álbum también hay unos solos de trompeta de Eric Wangesteen, que es un trompetista americano casado con una uruguaya y que en verano viene a Maldonado, entonces lo pescamos para la grabación; en mis últimos tres discos lo agarré. Después vamos a tocar más temas, ya que hace pila que no toco; vamos a hacer un show bastante largo para aprovechar.
La pandemia te encontró con un disco recién editado, a diferencia de muchos que aprovecharon para grabar. ¿Qué hiciste en este tiempo?
Me agarró con el disco recién salido, sí. Pero estuve componiendo algunas cosas para el segundo disco de Villazul, que está en proceso. Y después, estudiar y trabajar en línea en el Museo [y Centro de Documentación] de AGADU [Asociación General de Autores del Uruguay], por suerte puedo hacer cosas desde casa.
Hace unos días hablaba con Malena Muyala sobre el rol que están ocupando las mujeres músicas en preservar la memoria, y ella destacó tu tarea en AGADU: ¿de qué va?
El objetivo es guardar la memoria de los creadores, es lo que hace ese museo. Sobre todo el centro de documentación, porque el museo no es muy grande. Toda la parte de partituras, fotografías, discos, programas, afiches, tiene una biblioteca de arte, es realmente importante el archivo que hay ahí. Y bueno, a mí me encanta eso de andar hurgando en las memorias. Ahora de lo que tratamos es que todo lo que se pueda esté en línea, hay un catálogo que se puede consultar y recibimos pila de consultas del exterior, sobre todo mucha cosa de tango; ahí está el archivo Matos Rodríguez, ahora tenemos la colección de Horacio Loriente, que fue uno de los coleccionistas más importantes, hay una biblioteca de tangos que donó Doris Puga, parte de su propia biblioteca, y se fue ampliando.
Has dicho que te sentís mucho más cómoda componiendo música que letras.
Sí, la música me sale con mucha más facilidad, las letras me dan mucho más trabajo. De hecho, una gran parte de mis canciones que son con letras de otros: este disco son todas letras de Mateo, tengo otro con letras de [Mauricio] Rosencof, y después con otros autores. Las letras son muy inspiradoras para componer música.
¿Cómo es ese proceso?
Siempre he trabajado así: tengo la letra y de ahí surge la música. Tengo sólo un tema al que yo le hice la letra, un tango que hice con mi hermano Alberto, que se llama “La trampa”, pero por lo general es al revés: yo pongo músicas a letras de otros.
¿En qué andaban cuando grabaron ese ensayo de “Siestas de Mar de Fondo” que aparece en el disco?
Mateo caía a visitarme, caía por la casa de los amigos músicos, a tocar, a comer. Iba y me mostraba cosas, como me enseñó este tema, que lo grabé por casualidad. ¡Por suerte! No me acuerdo si quería que lo hiciéramos en algún momento o si no lo ensayamos con Travesía. Puse un grabador de casete con un microfonito y lo grabé para no olvidarlo. Y ahí quedó. Es más larga toda la grabación, se corta, él se equivoca y vuelve a empezar, agarré un pedacito donde está la canción entera y eso fue lo que puse ahí. En principio pensé hacerle cosas, producirle otros sonidos para que esté más dentro del sonido del disco; después dije: “No, esto tiene que estar así”.
¿Imaginabas en aquel momento que esas colaboraciones podían convertirse en un disco?
No, para nada. La primera letra que me dio Mateo debe haber sido en 1983, y después me fue dando salteadas. De las canciones que hice, sólo dos se las mostré a él, “Polaroid” y “Mensaje de abril”. Las otras me las fue dando a lo largo de los años y ahí estaban, les hacía cosas, las dejaba, las volvía a agarrar. Me costó un montón ponerles música a estas letras porque son muy particulares, no son un relato, son como imágenes, y el lenguaje está totalmente elaborado de una manera muy original de Mateo; le entendés todo lo que dice, pero las frases no tienen nada que ver con un desarrollo común, inventa palabras, verbos. Entonces me resultó difícil, pero finalmente lo logré; en 2018 terminé la última, rehice “Sueño de un escritor”, que la había grabado Laura Canoura, le agregué una parte de música, y ahí pensé en hacer el disco.
Igual hay una unidad, no sólo en el sonido que lograste sino en las letras, como si todo fuera parte de esa siesta barrial.
Las letras son todas de la década del 80, no recuerdo bien, pero “Siestas de Mar de Fondo” debe haber sido por el 83 o el 84, cuando vivía ahí, frente al club Mar de Fondo. Es bien barrio, el tema ese es un barrio completo, todo lo que cuenta. La idea que tenía era que el sonido del disco fuera así, medio onírico. Todo el tratamiento del sonido y los arreglos fueron para ese lado y me parece que se logró bastante eso, es una cosa medio como ensoñada.
Incluso las que ya habías editado las adaptaste.
Las cambié todas, les hice otros arreglos bien distintos, para que tuviera una unidad sonora.
¿Mateo te tiró algunas pistas?
No, nunca nadie me tiró pistas de las músicas que tenía que poner, siempre me dieron libertad, salvo cuando hice música para teatro, que ahí sí te dicen, es otra historia. Las letras tienen una música contra la que no podés ir, tenés que ir atrás de eso que te inspira.
¿Por qué crees que te las daba a vos estas letras?
La primera me la dio porque yo se la pedí [risas]. Estaba en esas épocas en que no te sale nada, que es una angustia espantosa, era cuando estábamos grabando el disco de Travesía [Ni un minuto más de dolor, de 1983], que él andaba en la vuelta siempre, le gustaba ir a ver las sesiones, y entonces le pedí si no tenía alguna letra y me dio “Polaroid”. Después me daba porque sí, igual que el Darno [Eduardo Darnauchans], que me las mandaba por correo, llegaba a mi casa un sobrecito con una letra del Darno adentro, no sé, tenía ese cuelgue. Mateo me las daba personalmente.
Era algo normal en esa época.
Sí, era un momento muy fermental, y además andábamos todos más o menos en la misma vuelta. Mateo, por ejemplo, los últimos años de su vida fue el músico de la casa en [el boliche] La Barraca, una época en la que por ese lugar pasábamos todos. Entonces nos veíamos pila todos, cuando tocaba otro íbamos todos siempre. Era medio familiar [risas].
Volviendo a las letras del disco, me llamó la atención cómo juega con recursos poéticos todo el tiempo, aliteraciones, metonimias.
No era ningún divague Mateo, sabía mucho. Además, me parece que era medio esponja, absorbía cosas. De repente te citaba un autor que decías: “¿Y este cómo leyó este libro?”. Era como que recibía mucha información y la tenía ahí. Y sí, viste que usa palabras que no son comunes, cosas muy exquisitas. Estaba bravo el muchacho.
Producía mucho. Porque te daba letras a vos, pero él seguía con sus proyectos.
Lo que pasa es que él vivía para eso, su vida era hacer música, componer canciones y tocar, y nunca hizo otra cosa. Había épocas en que le iba bien y otras épocas en que le iba muy mal. Además, en las últimas épocas había hecho un salto de la música más accesible, por decirlo de alguna manera, a una cosa mucho más original, vanguardista. El primer espectáculo de La máquina del tiempo, que fue en el Anglo, los arreglos que hizo para ese espectáculo eran una cosa demencial, ahí lo crucificaron unos cuantos, decían que estaba terminado, y ahí recién empezaba con toda esa nueva cosa tan experimental.
Mateo se colgó mucho con Travesía.
Claro, después del disco nos llamó para grabar en su disco Cuerpo y alma, en “Un canto para Iemanjá”. Y después de eso también hicimos lo que en aquella época se llamó el circuito cultural municipal, que era una recorrida que hacían distintas artes –teatro, música, circo– por los alrededores de Montevideo. Había más de 20 escenarios, en clubes de barrios, por ejemplo. Entonces salían tres grupos: nosotras salíamos con Mateo y el grupo, un grupo de teatro y un mimo. Salíamos en la tarde de por donde hoy están las radios del SODRE, en Misiones y Sarandí, en un ómnibus con el sonido y todo, e íbamos, por ejemplo, al Club de Bochas Los Treinta y Tres. Ahí armábamos todo, mientras jugábamos a las bochas, al billar; fue una etapa bárbara, porque fueron meses con muchos shows. Y ahí aprendimos un montón, todo lo que pasaba en esos lugares. Pensábamos: “Qué va a pasar cuando vayamos con Mateo al club Holanda del Cerro”, con gente que nunca lo había escuchado. Y era bárbaro, nunca tuvimos un problema. Una vez fuimos a una escuela a Villa García y hubo apagón, y ¿qué hicimos?: Prendimos velas, cantamos así nomás, sin amplificación, y estuvo buenísimo, toda la gente contentísima. Ese fue un programa espectacular, después salí con Níquel en otra edición.
Travesía era una cosa rarísima para la época. Hoy un grupo de mujeres sería de lo más normal.
Ahora nos hubiera ido muy bien. Era muy raro, sí, un grupo sólo de mujeres que tocaban, cantaban, hacían los arreglos, era rarísimo, pero siempre nos fue bien. Ahora, escuchándolo con el tiempo, creo que era una cosa bastante original.
No había muchas referencias.
De antecedentes estaban Amalia [de la Vega], Vera Sienra. En esa época ya estaba Cristina Fernández, estaba Laura [Canoura], que cantaba con Rumbo, Sylvia Meyer. No había mucho más, éramos pocas. Igual no había muchos músicos en general.
Además de tu carrera solista siempre tenés algún proyecto colectivo, desde Travesía a, últimamente, tus colaboraciones con Fabián Marquisio o Florencia Núñez. ¿Qué encontrás ahí?
Está bueno eso, aprendés mucho, es como más aprendés, grabando y tocando con otra gente. Son mundos diferentes que se cruzan. Con Florencia, por ejemplo, aprendo pila, una generación mucho más reciente.
Te dejás llevar.
Yo voy a donde vayan, a no ser que toquen reggaetón [risas].
¿Y folclore?
A mí me gusta cada vez más el folclore, siempre me gustó, pero es como que cada vez encuentro más riqueza, se me ocurren más cosas folclóricas para componer. Creo que nosotros, los montevideanos, tenemos un gran debe con la música que hay en el interior, desconocemos totalmente lo que pasa. A veces escuchás cosas de las que no tenemos ni idea. En Salto, por ejemplo, hay un encuentro de acordeones que van como no sé cuántos, todos los acordeonistas del interior, y no nos llega nunca eso. Me parece que debe ser una cosa riquísima, lo mismo que la danza, vos ves que en los festivales la gente se pone a bailar, bailan polcas y yo que sé. Nosotros nos perdemos eso.
Pienso que los argentinos nos llevan ventaja en ese sentido, con el trabajo de Chango Farías Gómez, por ejemplo.
Los argentinos tienen mucho más mixturas. Tienen unos folclores impresionantes también, es riquísimo. Y de repente acá también: yo no sé bien que hay en Artigas. Mirá a Ernesto Díaz, que es tremendo músico... Él porque se vino a vivir a Montevideo, porque si no capaz que ni lo conocíamos. Me parece que con unas distancias tan cortas es increíble que no haya un conocimiento de todo lo que sucede en el país.
¿Qué hubiera dicho Mateo del disco?
Me parece que le hubiera gustado, la estética, esa cosa medio electrónica. En esta época no sé a dónde él hubiera llegado, porque alucinaba mucho con esa cosa electrónica, ya trabajaba con eso en los 80, tocaba con bases de baterías, y con todas las posibilidades tecnológicas que hay hoy le hubiera encantado. Me parece que le hubiera gustado, que se hubiera divertido bastante.
La última: ¿de qué hablan en las comidas familiares?
No hablamos de música [risas]. No, en general no, no más que otra gente.