En el verano de 1892 se publicó el primer cuento memorable de la literatura uruguaya. Con “El combate de la tapera”, Eduardo Acevedo Díaz fue capaz de retener la humanidad desgarrada de un grupo de orientales que huía de la batalla del Catalán, un duro enfrentamiento que marcó el quiebre de la invasión portuguesa y el comienzo del fin de la era artiguista. Con un magistral manejo del lenguaje y el habla popular, el narrador se hunde en el fragor del combate, en la modulación del silencio y el susurro agitado de los heridos. Son 15 hombres y dos mujeres-dragones de vincha y sable que avanzan al despuntar el día. La marcha es dura. Van desgarrados y maltratados, pero convencidos de la lucha. Cuando llegan los portugos, y ellos, pertrechados en una tapera, van cayendo de a uno, Catalina se rebela. Zigzagueando enfurecida entre el chircal, decide reparar el absurdo desigual. Plantar la estampa criolla, vengar la conquista.
En El accidente, la dupla del dramaturgo Gabriel Peveroni y la directora María Dodera homenajea este texto clave de la literatura nacional. En su obra, esa tierra manchada de sangre libertaria vuelve a escena, marcada por el atropello de la última dictadura y un ahora alucinado que se impone, un presente roto que “pretende borrarse a sí mismo”. “Sólo se consigue la libertad después de que ha corrido sangre”, se advierte, aunque se trate de una libertad “alucinada entre zombis, turistas, punks y un poeta rapero que recorre una ciudad desierta en estado de shock”.
Para María, la primera obra que compartieron (Sarajevo esquina Montevideo, 2003) fue un punto muy alto y difícil de alcanzar.
Gabriel Peveroni (GP): Esa fue mi primera obra en ser montada, y por eso fue una celebración y fue muy emocionante. Había hecho teatro en Juntacadáveres, y tenía un proyecto que era una versión de “El combate de la tapera”. Como Juntacadáveres cerró era imposible que lo llevara a cabo, pero también conspiraba todo lo que yo no tenía, que era lo formal. Así que seguí escribiendo mucho en esos años tan difíciles para el teatro de autor nacional.
¿Por qué era más difícil?
GP: Los directores en general estaban enfocados en textos de Heiner Müller, de [Bernard-Marie] Koltès. El teatro no tenía subsidios estatales, así que los apoyos eran de institutos europeos que condicionaban de algún modo con “tengo la traducción de esta obra al español”, “estamos difundiendo esta línea de teatro francés”, algo que estaba bueno pero que condicionaba, y para el teatro uruguayo todo era más difícil. Después entrevisté a María para la revista Posdata y le comenté que tenía una obra, que era El puente [Sarajevo esquina Montevideo].
¿Cómo creen que cambian las implicancias de las pesadillas patrióticas de 1993 a 2020?
GP: En mi caso, consideraba que era un texto de ese momento, y no me sentía muy afín a hacerlo, pero sí a destruirlo y reescribirlo. Lo que se mantuvo fue el centro conceptual: hacer una versión muy libre o una revisión de “El combate de la tapera”, que es un cuento que me atraviesa. Y María quería sostener ese texto porque le encontraba valores. Lo escribimos de una forma que no habíamos hecho nunca: lo hicimos en una especie de taller y lo estuvimos trabajando durante un año.
Mientras releían a Mark Fisher.
María Dodera (MD): Todo Mark Fisher, Franco Berardi... Y nos dejamos atravesar por otros temas. A “El combate...” lo accidentamos con el hoy, y jugamos con una realidad accidentada del presente, que justo es de lo que habla Mark Fisher: una realidad fragmentada, llena de intersticios entre los que abunda la nada, la amnesia. Ese fue un material que atravesó a Peve, y en ese taller compartimos otros materiales sin una planificación lógica hasta el final, cuando los bajamos a tierra, pensando en cómo orientarlos. Él era como una locomotora escribiendo y escribiendo. Y en ese recorrido Fisher fue una gran luz, porque te hace ver el presente de una manera muy potente y clara. Pensar que es alguien que se mató a los 48 años teniendo claras muchísimas cosas... Y otra de las cuestiones en las que coincidimos fue la música.
GP: Y la cultura pop, porque él reflexiona desde ahí sobre lo retro, sobre el tiempo dislocado. Por otro lado, yo estaba indagando en lecturas de Javier de Viana. Y si bien no soy fanático de David Lynch, hay una escena inicial que perseguía, de una película que comienza con un accidente nocturno, y hay una especie de zombis caminando en algo medio distópico, con una zombi ensangrentada que camina y pregunta: “¿Dónde dejé mi bolsa?”. Ese tipo de situaciones me habían quedado como residuales. Es algo estético, pero también un modo de fotografiar lo real que me gustó mucho, y quería trabajar sobre eso. El accidente pasa por ese cruce, con la sensación de qué pasa en un momento de combate. Hicimos varias relecturas de “El combate...” y me impresionó cómo cambió la lectura de hace unos años hacia la que hicimos el año pasado, cuando la escribimos. Ahora el centro eran Cata y cosas muy fuertes de Eduardo Acevedo Díaz que antes no se leían, sobre todo con el papel de la mujer.
“El accidente es el presente roto. Es una realidad política accidentada, una realidad existencial, cotidiana. Ahora, con la covid, estamos accidentados. El teatro está accidentado.” María Dodera
Me pasó lo mismo ahora, con la relectura: ella es quien desobedece las órdenes del sargento Sanabria y decide ajusticiar al enemigo.
MD: Claro, en cómo pone a la mujer y ubica a Ciriaca y a Cata. Además de que es una historia de amor en la guerra. Es algo romántico y revolucionario; por eso, cuando la leí pensé que había que hacer algo así. Pero cuando pensé en traducirlo a la escena, me enfrenté a un antitrama. En una de las reuniones decidimos que en el presente hubiera un accidente hiperrealista con Cata y otro personaje que chocan con un turista. Lo que se traduce en el aquí y ahora es el momento del choque, que es mucho más que el choque entre dos cosas –traducidas filosóficamente al hoy–: ese momento en el que revés toda tu vida, y vas a despertar o morir, se puede convertir en el tiempo en que será la escena, o la hora y 15 minutos de la obra. Ahí se da el entrecruce de todo lo demás: el combate se cuela después del choque, en el que ves todo de forma pesadillesca. De modo que, ya a nivel más filosófico, el accidente es el presente roto. Es una realidad política accidentada, una realidad existencial, cotidiana. Ahora, con la covid, estamos accidentados. El teatro está accidentado. Y utilizaremos una platea porque quiero que el teatro quede desnudo hacia atrás, atravesado por una carretera ensangrentada, porque el teatro también lo está. En esta antitrama está el cuentito, el choque, el arco que puede ser la muerte o el despertar después de ese choque. Pero, de nuevo, ese choque es mucho más que la coalición entre dos autos, dos cosas, porque el accidente produce esta matriz de intersticios en una realidad llena de poros, desastrosa, de horror.
Y conduce a otros mundos, como la dictadura.
MD: Sí, salpica otros mundos, como la dictadura, en esos momentos en los que reflexionás sobre toda tu vida. Esta mujer tenía una hermana, Ciriaca, que se llama igual que el personaje de “El combate…”, de modo que hay ciertas coincidencias, matices que suman en un antitrama que es muy potente y que se forma por tres núcleos narrativos: “El combate...” en versión totalmente libre, el accidente en el presente, y la dictadura. En la puesta en escena son tres niveles de estados actorales.
Centrados en el cuerpo del actor.
MD: Exacto, porque en el final de la pieza hay una escena muy bien lograda que escribió Peve, que es el monólogo de Cata, que se convierte en algo nodal que sintetiza la obra. En ese momento se unen las historias con un trabajo de ejecución de puesta y de ritmo casi a nivel del inconsciente, aunque trato de que el espectador encuentre la conciencia y una toda la historia.
“2019 fue un año muy duro; todo se iba cayendo a pedazos: me refiero a utopías, a pensamientos sociales, a determinados sueños que se iban haciendo añicos. Y esto era como un acto de rebeldía, de catarsis, que es un estado interesante para trabajar [...] Era como escribir en la derrota”. Gabriel Peveroni
Y el eco del presente: las protestas en Chile, Nueva York, los torturadores que están siendo procesados.
GP: Esta obra la escribimos el año pasado, en un momento de debacle existencial. 2019 fue un año muy duro; todo se iba cayendo a pedazos: me refiero a utopías, a pensamientos sociales, a determinados sueños que se iban haciendo añicos. Y esto era como un acto de rebeldía, de catarsis, que es un estado interesante para trabajar. Por eso lo de Chile también está muy fuerte, junto a todo lo que venía ocurriendo. Era como escribir en la derrota, y eso tenía que ver con el combate, que era una derrota anunciada. Una de las cosas que más me conmovían de volver a leerlo, además del papel de la mujer, era que Acevedo Díaz daba una indefinición. No te dice qué pasó. Ni siquiera expone el final, algo muy interesante para alguien que escribía en el siglo XIX. Ese no saber lo que pasa, en cierto modo, es lo que se respira en la obra. Cuando uno tiene un accidente, vive un momento zombi en el que no sabe lo que pasa. Puede ser durante los segundos que demorás en comprender que alguien le está robando a una persona, o está sucediendo un accidente. Imaginate la adrenalina que debe de ser estar en un combate.
MD: Para mí es maravilloso hacer todo este combo hoy.
Así como Sarajevo... marca un quiebre, ¿qué lugar dirían que ocupa El accidente?
MD: Creo que hay una puesta conceptual muy potente en el contexto actual. En lo personal, estoy en un momento más clásico, y me baso más en la palabra del autor y las acrobacias actorales. ¿Qué vas a ver en El accidente? Un texto muy bien hecho y defendido por actores muy potentes, una estética que acompaña ese desenlace y diferentes niveles interpretativos dentro de los estados, así como un nivel performático en el que entran el cuerpo y la danza contemporánea para alcanzar ese estado, que aunque siempre se mantiene debajo del iceberg, cuando emerge casi que se crea un combate, y el rapero canta. Rompo lo que es una teatralidad de interpretación y todo se vuelve una manifestación en la que se rompen los hilos dramáticos.
GP: Logramos mantener algo que siempre está presente, y es que lo sonoro y musical sea orgánico, que salga del montaje. No es un casete. Está Federico Deutsch [en vivo] como DJ de sus composiciones, algo que ya hizo en Groenlandia, Shanghai y Berlín. En cada nuevo proceso trato de escaparme de mi propia poética, de romperme, y en este viaje con “El combate de la tapera” se suma el hecho de tratar de recuperar el estado político de Sarajevo esquina Montevideo. Es como un camino imposible, porque es un lugar al que nunca vas a poder llegar de nuevo, pero es un camino, un ejercicio. Y quizás, en este último período de progresismo o ambiente confortable, uno estuviera más perdido.
El accidente (pesadillas patrióticas y otras creencias). Escrita por Gabriel Peveroni y dirigida por María Dodera. Con Adriana Ardoguein, Romina Capezzuto, Gabriela Pintado, Adrián Prego, Franco Rilla y Nicolás Suárez. Las funciones irán el 3, 4, 5, 6, 17, 18, 19 y 20 de noviembre, a las 21.00, en la sala Zavala Muniz.