¿Cómo se paga la deuda que tiene un país con su poeta mayor? Sobre todo cuando es un poeta expatriado. Un hijo no reconocido al que se ha condenado a ser expósito para siempre, obligado a fundar una tradición literaria en otra lengua. Nada es claro alrededor de la tríada Isidore Ducasse (autor), Conde de Lautréamont (seudónimo), Maldoror (personaje). Pero dentro de esa ausencia de claridad se cuelan algunos rayos de entendimiento: Ducasse, que vivió más de la mitad de su vida en Montevideo, a quien le decían El Montevideano en el liceo de provincia al que lo enviaron en Francia, el que tuvo que esperar que pasaran 150 años de su muerte para que su obra principal fuera editada completa por una editorial uruguaya (Hum, 2020), se sentía parte de esta comunidad imaginada cuando esta todavía no era nación, cuando apenas estaba comenzando a imaginarse.

El Premio Cezánne, cuya edición 2020 está centrada en “Lautréamont, el montevideano”, muestra que las artes plásticas son uno de los mejores caminos para desenredar esta opacidad. Hasta el domingo 29 de noviembre se puede ver en el Subte Municipal, de martes a domingos, de 12.00 a 18.45.

Se debe visitar en sentido antihorario. Se inicia así con La forma de la sombra, de Santiago Dieste. Intento de que el espectro del inasible logre encajar con ese otro espectro, el de los zapatos colgados de los cables de electricidad. Para hacerlo, Dieste usa su propia sombra. El espectro es, así, la identidad propia del que lee, desde donde sea que esté leyendo.

Hipnos Ex Machina, de Matías Nin, proyecta ajenidad sobre un nosotros ajeno. Hace el operativo inverso que el que ha venido realizando la filología más reciente. No busca lo nuestro que hay en el extraño (Lautréamont), sino que lo encuentra en otro punto de intersección: en aquel de la tradición europea que existe en los que buscamos a Ducasse.

Las Ilustraciones para Lautreámont, de Guillermo Stoll son, quizá, más clásicas; y por eso mismo más arriesgadas. Nos dan lo imposible: un rostro. Llega ahí después de radiografiar los fantasmas de un alma, en una figuración también impracticable, aunque evidentemente practicada.

La instalación de Camila Lacroze (Acta de defunción desde l’autre monde), además de ser una logradísima propuesta, prepara, en cierto modo, para el broche conceptual de la última obra.

Antes hay que obviar algunas resoluciones obvias en su búsqueda de alejarse de la obviedad (y que aquí obviamos). También hay que pasar por el impactante puzle tridimensional de Ventanas a Maldoror - Ostracismo, de Ana Agorio, abstracto en su figuración desencastrada, y detenerse un buen rato en la tesis que propone L’autre***, de Fabiana Puentes: una especie de “gabinete de curiosidades” acerca del conocimiento de lo incognoscible.

Al final, Nicolás Pereira Scayola, en un video performático y conceptual, busca negociar la deuda del comienzo. Ir hacia la tumba del padre (¿Francia?) y, en una acción a lo Wei Wei, quebrar la loza de ese pasado y así, en ese gesto, romper la deuda y romper las patrias, que es lo que hace el arte, o lo que debería hacer.