El cuento que abre el libro Lontananza (publicado en 1997 como Historias del Lontananza) tiene como protagonista a un hombre que acaba de ser despedido de su trabajo y sabe que en el bar estarán esperándolo sus amigos y compañeros para beber a sus costillas, porque tiene el bolsillo lleno de la liquidación recién cobrada. El cuento –un prodigio del detalle, de la minuciosidad al servicio de la derrota– se llama “Bienvenido a casa” porque es un homenaje a “Bienvenido, Bob”, de Onetti, y podría considerarse el reverso de esta novela de 2002 que también tiene vínculos con nuestro país.

Miguel Pruneda recibe la noticia de que la empresa para la que trabaja le hará un homenaje por los 30 años de servicio que está a punto de cumplir. Y si para Amaro, el protagonista del cuento del que hablábamos, el despido era un momento de gloria que bien valía enfrentar temporales y soportar reproches domésticos, el homenaje por la lealtad y la constancia es, para Miguel, la más penosa de las humillaciones. Los 30 años como empleado lo confirman como un pusilánime, como alguien que dejó pasar cualquier oportunidad de aventura o de riesgo.

Ese es, básicamente, todo el asunto en Duelo por Miguel Pruneda. Lo demás son las idas y vueltas de Miguel para escapar de su destino, para esquivar el homenaje, para recuperar en algún punto el coraje y la fantasía con la que, de niño, se lanzaba a toda velocidad en su bicicleta Western Flyer o recorría, con su amigo Faustino, las tumbas del cementerio que está en la ladera del cerro y que esconde los secretos más terribles, como el del niño enterrado vivo por su propio padre o el de los huesos amontonados en una bolsa y que posiblemente hayan sostenido el cuerpo frágil de una niña muerta a manos de unos abusadores.

La muerte es el hilo conductor en la existencia de Miguel Pruneda, y no sólo porque el único parque de juegos que añora es el cementerio, sino porque conoció a su mujer a raíz de un accidente carretero en el que los padres de ambos perdieron la vida. Tal vez por eso cuando un vecino lo arrastra en un macabro procedimiento para conservar en formol al viejo del apartamento de al lado, el asunto no le parece del todo mal. Y tampoco le parece mal robarse restos humanos de un panteón abierto, o engañar a la anciana que, muchos años atrás, perdió a una hija adolescente que se fue al cine y nunca volvió.

Cuando estuvo en Montevideo, hace un año, David Toscana nos decía que le atraía de Onetti “este mundo de hombres que no tienen escapatoria, que sueñan con algo pero se tienen que conformar con la realidad”. Hablaba, claro, de una “influencia espiritual”, porque su escritura no se parece a la de Onetti, ni en la prosa, que es menos austera, ni en el tono, que es más cómico o más absurdo. Tampoco, rigurosamente hablando, se parecen los ambientes, porque aunque un bar siempre se parezca a otro, es la índole de sus parroquianos lo que los diferencia, y los bebedores de México no hablan como los del Río de la Plata, ni se visten igual ni ven las mismas escenas a través de las ventanas.

En aquella ocasión, Toscana, que para entonces sólo tenía un libro circulando en Uruguay, nos habló de esta novela en la que había puesto, dijo, a “un personaje que siente que ha desperdiciado su vida y piensa que si él viviera en Montevideo las cosas serían distintas”. ¿Que por qué en Montevideo? Por azares del diccionario. Porque Montevideo es la ciudad que aparece justo después de Monterrey en las enciclopedias, así que Miguel Pruneda, que de ese personaje hablaba Toscana, “empieza a imaginar Montevideo”, lo va conociendo a través de lo que lee en los libros, le contagia a su mujer la ilusión de un nuevo comienzo en una ciudad que, según la Enciclopedia Británica de 1947, tenía la reputación de estar “entre las ciudades más limpias del mundo” y contaba con una avenida –la 18 de Julio– considerada “una de las mejores de Sudamérica”.

La historia de Miguel Pruneda, de su fracaso, que consiste justamente en lo que muchos considerarían un éxito (haber conservado el mismo empleo y a la misma mujer durante toda la vida) no puede no leerse a la luz del particular vínculo que la cultura mexicana tiene con la muerte y con los muertos en un sentido festivo, lúdico. Pero es muy difícil no tener presente, también, el abrumador recuento de muertas que Roberto Bolaño hace en 2666, la monumental novela publicada dos años después de esta y en la que la naturalización de la violencia depredadora sobre las mujeres jóvenes llega al extremo de lo intolerable.

David Toscana, padre intelectual del nombre McOndo que daría lugar al manifiesto anti boom materializado en la antología de 1996 editada por Sergio Gómez y Alberto Fuguet, no es un escritor rupturista. Su literatura hunde sus raíces en la tradición y no reniega de ella. En esta novela un poco cómica, un poco amarga y un poco melancólica esa condición vuelve a quedar clara.

Duelo por Miguel Pruneda. De David Toscana. Montevideo, Banda Oriental, 2020. 155 páginas.