El “Candombe de la Aduana” sonaba hasta en la Clarín, y era divertido buscar conocidos en el video de la canción. Prendías la tele y estaban con Omar Gutiérrez; ponías la radio y te los encontrabas siempre, alguna vez de manera poco feliz, pero de eso ya se ha hablado bastante. Níquel fue parte del resurgimiento del rock uruguayo posdictadura, pero caminó más lento que sus compañeros de generación y, cuando vino el cimbronazo, tuvo pies pesados para mantenerse parado. La banda gestionó su música desde su propio sello, explotó su imagen y su presencia, y a partir de allí hizo lo que quiso a contrapelo de lo que estuviera de moda. Fue acústico, sinfónico y homenajeó a los padres fundadores del rock nacional de los 70 con De memoria (1991). Tenía hits y buenas canciones, que no siempre son lo mismo, y sonaba del carajo, además de tocar con Hugo Fattoruso, Skay Beilinson y Pappo. Así, cuando el rock local en retirada era secreteado en grupitos de enterados, Níquel era rock. Y, por primera vez, era rock popular.

El precio de esa jugada fue que el grupo se ganara una brigada minúscula pero militante de detractores. “Níquel es el enemigo”, gritábamos desde los fanzines. En cierta medida era cierto, por aquello de que no hay revolución sin guillotinas. Mientras, la banda recorría el país, llenaba salas, teatros y festivales, y vendía todos los discos que podía. Níquel nunca fue parricida, y esa fue una de las razones que le permitieron sobrevivir y crecer en el pantano de los 90, hasta su implosión con el cambio de milenio, cuando Jorge Nasser se probó el traje de milonguero y cancionista, que hoy descansa en el placard. Hubo otras, claro, pero de eso hablará la historia, mañana.

Ahora es ahora. Una tarde de sábado de temperatura agradable que se vuelve calor infernal en el galpón en el que ensaya Níquel, ahí en la frontera del barrio Pérez Castellano, a pocas cuadras del Hipódromo de Maroñas. Los tipos prueban voces. Hay chistes y camaradería, pero están laburando, no vaya a creer. Pablo Dana y Pablo Gómez pulen coros una y otra vez, y, cada tanto, Nasser les pide ponerlos en el microscopio. Donde iba una nota, irá otra. Capaz que no se nota, pero sí. “Prueba viviente”, “Hoy es uno de esos días”, “Lluvia de amor”, “Héroes porteños”. De a poco, van quitando el polvo del viejo cancionero. Sin mapas ni cuentas pendientes, 20 años después, vuelve Níquel. Porque sí.

Pasó menos tiempo desde el final de las bandas homenajeadas en De memoria, en 1991, que desde el último show de Níquel hasta estos reencuentros...

Eso te da la dimensión de la épica de esta vuelta, de la aventura maravillosa que hay. Esto es una cosa que no tiene antecedentes.

¿Es una revancha, una especie de Níquel Clearwater Revisited?

No, porque para ser Níquel Clearwater Revisited debería ser sin mí. Yo soy el songwriter, el frontman, el productor. Prácticamente hacía todo. Hacía los artes, las gacetillas...

Y entonces, ¿por qué dejar la grifa Nasser para volver con Níquel?

Porque, para mí, rockear era tocar con Níquel. Nunca tuve otra banda. Toqué sí con Jaime Roos, pero mi banda es Níquel. Tenía ganas de rockear, y decidí hacer esto. Pero no fue algo muy pensado. La idea fue ingresando en pequeñas dosis. No se trataba de una revancha. Níquel había hecho un buen laburo. Si terminaba donde terminó, estaba perfecto. Fue un final digno. Siempre decimos que el viejo B-52 llegó al hangar en buen estado. Y esto surgió así, de las ganas. ¿Para qué voy a tocar con cuatro guachos jóvenes? De repente me iba mejor, no sé. La de cajón era hacer un Promise of the Real, pero volvió Crazy Horse.

¿Por qué no está Pablo Faragó, el otro fundador de Níquel?

Pablo no quiso ser parte de esto, y eso te da la pauta de la fragilidad de la realidad. Hay gente que no está para calzarse una viola a los 50, 60 años, y ponerse a tocar en escenarios. Eso es para pocos. Si se da, la tenés que aprovechar. Acá, exceptuando a Pablo [Gómez, teclados], todos somos tipos que pasaron por Níquel en algún momento de la banda. Eso es maravilloso. Volver a tocar con Wil [Wilson Negreyra, percusión], Pato [Pablo Dana, bajo] y [Roberto] Rodino [batería], que me parecen súper bestias... Para mí son verdaderos rockstars uruguayos; yo los considero así. Mejores que ellos no voy a encontrar.

Por lo pronto, las versiones no son calcadas de las originales.

No, porque hace 19 años que nos separamos. Lo que pasa es que, básicamente, nuestro sonido tiene las mismas reglas de trabajo. Tocamos mejor, o no, pero es lo mismo. Laburamos sobre classic rock, los boosts, los niveles de distorsión, los pedales que usamos son prácticamente los mismos. Pero hay algo que no mencionamos sobre esta vuelta, que es el songbook, el libro de canciones que dejó Níquel. Eso era muy interesante, y por ahí revisitarlo con otra gente, estando mis compañeros vivos y disponibles, me parecía una falta de respeto. Y un desperdicio. Son pequeñas cosas que te van marcando. Como una pelota que rebota contra otra: va pegando, y vos vas viendo la jugada, construyendo sobre eso. Yo quería rockear, y estoy rockeando.

El último show de Níquel fue en 2001, año bisagra para la segunda gran explosión del rock uruguayo. Ustedes fueron parte de la primera, que quizá no fue tan grande, pero estuvo amplificada por El Día Pop y Orfeo, que tenía que vender los discos...

Bueno, la segunda la infló Pilsen. Pero sí había más gente, y había otro humor hacia el rock, un humor que habíamos forjado los grupos que estuvimos antes. Níquel fue una banda que jugó un papel bastante importante, junto con Buitres, el Cuarteto de Nos y La Abuela Coca, en forjar esa nueva etapa.

Níquel era un grupo que, en los 90, no tenía competencia.

Es cierto. Éramos convocantes. Lo que pasa es que la banda entró en el público que era ajeno al rock. Entró en el público femenino; era una banda mucho más inclusiva, en todo sentido. Interpretó mucho el espíritu de lo que tenía que venir a Uruguay. Apertura, libertad, que cualquiera, grande o chico, pudiera ir a un recital, que no se iba a romper todo, que no había que ir vestido de determinada forma. Era rock popular.

Y ahora sí tiene competencia en bandas que surgieron cuando ustedes se separaron. Tu hijo Fran, tecladista de No Te Va Gustar, es parte de una de ellas.

Para nosotros esto es una fiesta. No lo vemos en términos de competencia. Y no podríamos competir con nadie. Ves que somos una banda de barrio, de galpón, y pensamos mantenernos así. Somos unos veteranos que nos gusta tocar rock, y tenemos un montón de canciones que están buenísimas. Eso es seguro.

¿Y hay un proyecto de seguir construyendo ese cancionero del que hablabas o son una banda que hace covers de Níquel?

Me parece que tenemos que seguir la huella de lo que vinimos haciendo hasta ahora, que era nada. No hay un masterplan, sería una locura. Sería forzado. No somos cinco o seis guachos con un proyecto de laburo. Esto es una juntada de gente para tocar en una fecha porque, evidentemente, hay un público que nos extrañaba. Esa parte no la sabíamos, pero ahora vemos que existe, y hay muy buen ambiente para la vuelta de Níquel. Y hay un público que no nos conoce y no sabe nuestras canciones, y hay un público que no sabe que nos conoce. Creo que este regreso es una pieza del puzle que estaba faltando para entender qué fuimos.

Y estamos los que, entonces, éramos anti Níquel.

También eso. Y está bien. Para nosotros, esto es como comprarnos una Harley Davidson. Estamos grandes, y nos gusta. No podemos pensar mucho qué vamos a hacer. Tenemos ganas de hacer un espectáculo sinfónico, porque entendemos que, cuando lo hicimos en el 93, nos quedamos cortos artísticamente. Entonces, como fuimos de los pioneros, me parece que tenemos derecho, y me gustaría hacerlo otra vez. Una de las cosas que me parecen atractivas es jugar con las reglas del fútbol de ahora, que ganar vale tres puntos. Cuando estaba Níquel, ganar valía dos, era casi como empatar.

Y ahora hay VAR.

¡Ahí va! Sigue habiendo bar, aunque ahora es con ve corta.

¿Y entonces...?

El cielo es el límite. Estamos haciendo rock. Estoy copado con componer cosas en esta vena. En realidad, estoy retornando a lo mío. No estoy abordando ningún terreno nuevo. Eso fue lo que hice cuando me interné en las milongas e intenté aportar a ese cancionero. Pero yo empecé en el rock canción; estaba en Cemento [escenario porteño en el que tocaron Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y Sumo, entre otros] en los 80, soy prácticamente un Highlander de esa época. Los conozco a todos. Pero durante 15 años me dediqué a hacer ese experimento, que estuvo espectacular.

Y se te pasó el tiempo.

Porque me puse a trabajar en eso. En todos los proyectos musicales hay, básicamente, dos planos: uno interno y otro externo, y claramente son distintos. Inside y outside. Inside, las milongas; una investigación, un aporte a la música, porque sentía que, con Níquel, había hecho lo que se me cantaba, algo muy hedonista. Si bien tenía sus especulaciones, y a veces nos quisimos poner más trascendentales, no dejábamos de ser una banda que tomaba drogas, unos desarrapados que nos chupábamos y nos fumábamos todo.

Bueno, pero tenían canciones que apuntaban a algo más. Tampoco eran Leonard Cohen.

¡Claro! ¡Era una banda de rock! It’s only rock and roll but I like it. Teníamos ese espíritu rollinga, blusero. En cambio, las milongas tenían una cosa de aporte a la cultura, que me validaba más como artista. Yo quería hacer eso. Pero esto es mi casa, de acá no me sacan más.

Es cierto que el tiempo validó a Níquel como referencia, son vistos desde otra perspectiva, en primer lugar porque quienes iban a ver a la banda en los 90 hoy son los que toman las decisiones...

Sí, con el diario del miércoles es verdad. Volver tiene que ver con eso, con hacerles cosquillas a esas personas. “Ey, loco, ¿te acordás de cuando me ibas a ver? Bueno, vení ahora, que toco de nuevo”. Y vamos a ver qué sale. Estamos abiertos a todo, pero esto no es una reunión para hacer unos mangos. Eso no, seguro que no. Ni siquiera sabíamos si íbamos a hacer un mango, porque 19 años es demasiado tiempo para hacer una operación de márketing. Y, aparte, no nos apoya nadie. Estamos en la casa del Loncha [Daniel González, que, junto con Gonzalo de Lizarza en guitarras, completan la formación de la banda], que fue batero de Níquel y ahora toca la viola. Le dijimos: “Bo, ¿estás tocando la viola y cantando? Vení con nosotros”. Es más complicado que decir “Vuelve Níquel” y poner un aviso en la tele. Esto es súper real. Es el inside, y me hace sentir cómodo. Del outside, lo único que me interesa es ver si viene la gente, si se venden las entradas. Y vamos a dejar todo.

Níquel se presenta el 7 y 8 de noviembre en el Auditorio del SODRE. Quedan entradas para la segunda función en Tickantel.