Una marea humana precedida de un enorme cartel con el rostro de Evita. En primera fila, bombos y trompetas. Un hombre acompaña la marcha con un medio tanque con rueditas; el carbón encendido y los chorizos abiertos en dos como una mariposa crujiente. Tras la multitud, otra idéntica. Así, cinco veces. Casi en silencio de no ser por la pequeña banda musical del comienzo. Son los colectivos “Barrios de pie”, los sectores más empobrecidos del conurbano bonaerense, que llegan a ocupar la plaza del Congreso para el discurso del presidente argentino Alberto Fernández ante los legisladores. Cuando lleguen se encontrarán con otras pequeñas multitudes bajo banderas aliadas, desde los mil fragmentos del bolchevismo porteño hasta las letras danzantes de La Cámpora, la juventud del kirchnerismo. En las veredas, vendedores de pañuelos verdes, de caretas de Cristina Fernández, de pegotines, de botellas de agua y de libros conspirativos. Parece que este domingo 1º de marzo, de Avenida de Mayo apenas queda libre un delgado hilo de asfalto. Suficiente para que una guardia de granaderos a caballo desfile por delante del automóvil presidencial. Todo es fiesta, bombo y humareda.

Sólo la esquizofrenia incunable (y quizás también incurable) del peronismo permite que se trate del mismo movimiento político que la noche anterior fue desnudado, con la precisión quirúrgica de la parodia, encima del escenario del teatro San Martín. La obra Happyland, escrita por Gonzalo Demaría y dirigida por el ya legendario Alfredo Arias, trata sobre la segunda esposa de Juan Domingo Perón. Si Eva Duarte –la heroína de los “descamisados” de Plaza de Mayo– había sido el símbolo del primer peronismo, el que va de 1946 a 1955, el que tuvo un rostro más transformador y puso los pelos de punta a los sectores más acomodados, la segunda esposa, Isabel Martínez, coincidió con la etapa final del caudillo, la pautada por sus vínculos más estrechos con el fascismo.

Todo es dual en el peronismo. No sólo dos esposas para los dos Perones, también dos caras en cada una de ellas. En Happyland hay dos “Isabelitas”. La joven que sedujo a Perón en un cabaret panameño, y la mujer envejecida que es derrocada de la presidencia en 1976 y retenida en un oscuro castillo al borde de un lago. La acidez del texto hace referencia al espiritismo y la necrofilia que trajo consigo la figura del Brujo José López Rega, creador de los escuadrones de la muerte conocidos como Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y figura de gran influencia sobre Perón e Isabel.

En la parte final de la obra también aparece en escena Evita. Es una presencia robótica, de ultratumba, interpretada por el actor Marcos Montes. Las actuaciones, la puesta en escena y el texto logran el equilibrio entre el clima irreal de lo inverosímil y la base histórica. El resultado es una radiografía lisérgica de una etapa siniestra, esperpéntica en la forma y criminal en muchos de sus actos, que contrastará siempre con el luminoso impulso de la multitud en la plaza.