“Aquella mañana, al despertar de un intranquilo sueño, Jim Sams, inteligente pero de ningún modo profundo, se vio convertido en una criatura gigante”. Así comienza la breve última novela del británico Ian McEwan, y si a alguien le recordó otro comienzo célebre no es por casualidad. Invirtiendo la escena del despertar de Gregorio Samsa convertido en un insecto gigante, McEwan dispara una delirante fábula protagonizada por una cucaracha que un mal día despierta transformada en un hombre blanco. No demoraremos mucho en descubrir que además se trata nada menos que del primer ministro británico, justamente el individuo que en las próximas horas tomará una decisión que afectará la vida de muchas personas, incluso más allá de las fronteras del reino.

Apoyado en el antecedente de la novela de Franz Kafka y aprovechando también el profuso imaginario cultural que nos ha habituado a historias de body snatchers, McEwan da curso a un ejercicio de sátira política inspirado en el brexit y muy atento a la actual profusión de nacionalismos y manifestaciones xenófobas. Pero si la idea podía parecer buena, justo es decir que su ejecución no llega a ser ni siquiera entretenida. Y no, tampoco es muy interesante.

El mejor momento del libro es, sin duda, el comienzo, en el que la anatomía humana, que por primera vez es experimentada por el protagonista, es repasada a contrapelo de la naturalización con que la asumimos los que llevamos años soportándola: “Durante un rato largo permaneció de espaldas [...] y miró con consternación sus lejanos pies y sus escasas extremidades. Solo cuatro, naturalmente, y del todo inmóviles. [...] Un órgano, un bloque de carne resbaladiza, yacía apoltronado y húmedo en su boca, y sintió asco, sobre todo cuando se movió por sí solo para explorar la amplia caverna de la boca y, según advirtió con callada alarma, se deslizó por una inmensa dentadura”. Pero claro, el truco de imaginar el extrañamiento con relación al propio cuerpo se agota rápidamente, y el personaje no tiene más alternativa que ponerse en movimiento y darle impulso a la acción.

En esta historia el conflicto no es la eventual salida de Reino Unido de la Unión Europea (aunque, claro, esa es la historia aludida en la fábula), sino una modificación radical en el flujo de la economía: en lugar de cobrar por trabajar, las personas deberán pagar por hacerlo. Como compensación, recibirán en efectivo el importe de cualquier producto que compren o de cualquier servicio que usen, de tal modo que las mercaderías se acabarán rápidamente, adquiridas por compradores ávidos de cosas y de dinero. Para poder seguir en el mercado los comercios deberán reponer sus existencias a toda velocidad, y eso a su vez les reportará grandes cantidades de dinero pagado por los proveedores. Los fabricantes de objetos, por su parte, gastarán mucho en la venta de sus productos pero se verán recompensados al tener que contratar más obreros que, para poder trabajar en sus fábricas, tendrán que abonar el salario correspondiente a los patrones. Este curioso procedimiento, contrario al normal fluir del dinero en el capitalismo, se llama, en la novela, “economía de flujo inverso”, y sus seguidores se llaman “reversionistas” (reversalists). Los oponentes del cambio, en tanto, se llaman “avantistas” (clockwisers en el original, y “continuistas” en otras traducciones), y concentran todo lo que normalmente se considera valioso en la cultura occidental: son sensatos, letrados y pulcros, a diferencia de los arrebatados e ignorantes reversionistas.

El primer ministro, por cierto, no es la única cucaracha encarnada en un cuerpo humano: prácticamente todo el gabinete ha sido sustituido por estos insectos que, aunque caminen provisoriamente sobre dos piernas, siguen respondiendo a un pensamiento de colmena, que en la novela se llama “inconsciente feromónico” (y no, claro que tampoco la idea de mente-colmena es una novedad; la ciencia ficción se ha valido repetidamente de ese recurso a la hora de imaginar especies alienígenas).

Reversionistas versus leavers

Como el lector podrá adivinar, el principal problema de esta sátira es su obviedad. Los reversionistas, que se corresponden con los leavers de la vida real, es decir, con los partidarios de salir de la Unión Europea, son, en primer lugar, los pobres y “los viejos de todas las clases sociales”, o sea, los que no tienen nada que perder y están deseosos de experimentar un cambio sin temor a las consecuencias. Ruidosos, embrutecidos y básicos, están nucleados en una agrupación llamada Un Solo País (evitaré aquí los chistes fáciles que podría disparar ese nombre leído en contexto uruguayo) y concentran todo el chauvinismo y la xenofobia propia de los sectores menos cultivados. En el contexto mundial, por otra parte, cuentan con el respaldo del presidente de Estados Unidos, Archie Tupper, un magnate hotelero caprichoso e ignorante que juega a “poner de rodillas a la vieja élite”.

La historia incluye una escaramuza entre la marina francesa y un pesquero inglés que pone en peligro las relaciones diplomáticas entre los dos países, varias maniobras políticas que aluden a prácticas rastreras habituales en la democracia, corridas en la bolsa y especulaciones financieras de todo tipo. Y a la prensa, claro, que recibe gozosamente la mercadería dañada que le entregan sus fuentes en el gobierno.

Tal vez sea innecesario decir que la novela es correcta, que su escritura es prolija y que, para quien esté familiarizado con la situación europea, o incluso con la política en general, y con las redes sociales, hay varios momentos de humor. Pero a no ilusionarse: acá no hay nada que pueda medirse con ficciones como Amor perdurable (1997), Expiación (2001) o Chesil Beach (2007). Es probable que McEwan se haya divertido escribiéndola. Según parece, se le ocurrió el primer capítulo y resolvió, junto con su editor, seguir adelante. Le sirvió para marcar su posición respecto de la salida de Reino Unido de la Unión Europea y, ya de paso, recordar el peligro de exacerbar los sentimientos nacionalistas. Pero si la permanencia de la novela como género está vinculada, como él mismo ha dicho alguna vez, al conflicto inherente al ser humano, no será La cucaracha el libro que la garantice.

La cucaracha. De Ian McEwan. Barcelona, Anagrama, 2020, 127 páginas.