Los thriller adolescentes que, desde hace tiempo, se instalaron en la estética de las series teen encontraron su versión castellana. Hemos hablado de series con estos puntos estéticos en particular, pero lo cierto es que las tiras para niñatos han tenido que agregar un poco de picante a sus líneas argumentales, y hace ya varios años que dejaron lejos la candidez y picaresca para introducir mojones bien definidos en sus tramas: asesinatos, escenas de sexo, disidencias. Una vez llegado el fin, y siempre con un pequeño atisbo de moral mediante, todas encuentran un cierre que, temporada a temporada, parece poner las cosas en su lugar, hasta ese último momento de un plano inquietante, en el que reaparece alguien que suponíamos desaparecido, un paneo del arma homicida u otro enjambre de recursos por el estilo.
En octubre de 2018 Netflix estrenó la primera temporada de Élite, una serie española de corte teen que tenía su génesis en la lucha de clases y la investigación de un asesinato.
El protagonista, Samuel, era un joven de clase trabajadora que, en la primera escena, miraba su viejo liceo público cerrado y a punto de ser demolido al pasar en bicicleta por una calle de su barrio. En seguida lo veíamos entrar a un megaedificio al que asistían chicos de su edad con un prolijísimo uniforme, y allí en la escalera se encontraba con Nadia, una chica palestina, y Cristian, un amigo de su hermano que, además del chico sexy de la primera temporada, era el alivio cómico. Al entrar, se enfrentaban con un mundo desconocido de niñatos pijos, como se les dice en España a los chetos. Una pelirroja de enormes ojos verdes y con el uniforme un poco más flojo les avisaba que, siendo “los nuevos”, iban a necesitar suerte. Fundamental chisporroteo entre las miradas de Marina –la pelirroja– y Samuel, para luego saber que la asesinada era la seductora piba “del rojo pelo mago, ciruelo y turbador”.
Adolescencia típica
Así se suceden las fórmulas tradicionales de este tipo de series: los jóvenes de clase trabajadora hostigados por los de clase alta, los jóvenes de clase alta tan seducidos como atormentados por la presencia de los pobres, las chicas ricas fascinadas sexualmente con los pobres, los ojos palestinos de Nadia haciendo estragos en la inquietud del primer villanito, el gay en problemas con su destino y condición, el moro gay exponiendo los sinsabores de la vida musulmana, la chica asesinada, la Policía detrás de los chicos. Lo típico de ser adolescente.
Hace un par de semanas, la serie lanzó su tercera temporada. Luego del impacto de la primera y los vericuetos argumentales de la segunda, esta tercera entrega se centra en el “castigo”: lo que recibe el asesino de Marina luego de haber sido descubierto en la primera y de no haber sido juzgado en la segunda. La tercera viene con un aire a destino trágico, a condena social, que le imprime una atmósfera oscura y cargada que va creciendo desde el inicio: en la primera temporada existían espacios de “alivio”, especialmente en la historia de amor de una pareja gay, en la comicidad de algunos personajes o en las escenas eróticas. Y, si algo no le falta a la serie, es hegemonía a patadas. Alguno de sus creadores se aseguró de que hasta el más insignificante de los extras responda a un parámetro de belleza vendible y deslumbrante.
Ahora aparecen algunos buenos personajes, y la coyuntura de Élite ya está formada: sabemos quién cumple cada rol, sabemos quién va hacia qué lado y los moldes de la trama se respetan, aunque ensombrecidos. Como disparador inicial se involucra a aquel primer crimen, aunque esta vez es el asesino de la adolescente quien aparece muerto, luego de haber caído del VIP de un exclusivo club nocturno al que acuden nuestros protagonistas. Así es que, de una manera algo naíf pero no por eso menos impactante, vemos los planos en los que cada uno de los jóvenes tuvo un impulso violento al verlo, o bien se acercó a una posible arma homicida, dejando en vilo lo sucedido. Si las formas de la narrativa están bien logradas o no, ese será otro asunto, pero cada impacto propuesto por la serie es eficaz, entrando y saliendo del carril de lo verosímil.
Élite es una versión más cercana a las tramas oscuras adolescentes, y quizá por eso tengamos más claro con qué reconocernos y con qué no. Sin embargo, no falta la osadía del suicidio, del vínculo poliamoroso o del cáncer en jóvenes, algo que parecía impensado en las narrativas tradicionales que involucran a adolescentes. Se trata de una entretenida forma de componer nuevos arquetipos a raíz de los viejos, una mirilla a unas costumbres desconocidas, una crónica incierta de la educación exclusiva en el tercer mundo y la forma que encuentra la rabia joven para echar todo por tierra.