La vida de Luca Prodan fue un caso resonante para la música argentina. Un italiano con buen pasar económico, educado en los mejores colegios de Europa, terminó por arribar a suelo argentino con el objetivo de combatir su adicción a la heroína. Se asentó en las sierras de Córdoba, pero en vez de hacerse estanciero o comprarse caballos, armó una banda de rock llamada Sumo y desplegó una rabia inusitada para la música de aquel momento. Durante su trayecto artístico (período que va desde 1981 hasta 1987), Sumo no recibió mucha atención del público ni de la prensa. Apenas un par de notas al pasar y alguna que otra mención que hacía referencia a su imagen.

Conocida es la anécdota en que el cantante calvo fue a un programa de televisión llamado Aerosol, en julio de 1986. Se lo ve sentado, ataviado con una campera de cuero, su clásico pañuelo árabe en el cuello y unos anteojos espejados. Al conductor se le ocurrió preguntarle qué opinaba de la imagen de reventado que tenía. “¿Qué reventado?”, respondió con rabia. “Yo fui al mejor colegio de Europa. Fui a la escuela con el príncipe Carlos de Inglaterra. Hablo castellano, francés, inglés e italiano. ¿Vos cuántos idiomas hablás? Yo hablo cuatro. ¿Y yo soy reventado de repente? ¿Qué pasa?”.

Aunque tiempo después tantísima gente diga que fue a ver a Sumo o cuente una anécdota con Luca, lo cierto es que cuando la banda empezó a tocar, y hasta un poco antes del final, los seguidores se podían contar con los dedos. Rolo Gutiérrez, fan temprano de Sumo, recuerda en el libro Libertad divino tesoro –magistral trabajo de Oscar Jalil publicado en 2015– un show en José C Paz en el que fue el único asistente. “Cuando llegué, lo único que había era un grupo de viejos jugando a las cartas y chupando. Un lugar calamitoso... De pronto lo vi a Superman [Alberto Troglio] y le pregunté: “Escuchame, ¿ustedes van a tocar acá?... Cuando empezaron a tocar me paré a un costado, con todo el grupo mirándome a mí porque era el único que estaba”.

Si uno se adentra en la historia puede ver que Sumo empezó su carrera discográfica con Corpiños en la madrugada, un demo grabado en 1983 del que se llegaron a imprimir 300 copias en casete y que terminaron vendiendo en sus shows. Luego intentaron forzar sus límites: en 1985, por CBS Records, publicaron Divididos por la felicidad, y empezó a aparecer la huella de toda la música que Luca había traído en la valija cuando llegó al país. Punk, reggae, rock crudo y una incipiente música electrónica. En 1986 –el 22 de mayo, precisamente– vería la luz Llegando los monos, y su música empezaría a ir en ascenso. La mayoría de las canciones incluidas en este trabajo pasarían, muchos años después y ya con el grupo disuelto, a ser clásicos.

“El ojo blindado” surge de un dije que le había regalado su novia, Mónica Stromp, a Luca. “Era una especie de monóculo hecho con un marco dorado, que no estaba vacío en el centro, sino que tenía un holograma blanco... Luca tenía ese colgante encima pero no se ponía el collar. ‘El ojo blindado que me has regalado’ viene de ahí’”, le contó ella a Jalil sobre este punk bien inglés que va al hueso. Le sigue “Estallando desde el océano”, una canción que nace de una línea de bajo a la que Arnedo, después, le termina agregando una parte que pasa por tres tonos, sobre la que Luca terminó armando la parte cantada. Continúa “TV caliente”, una canción que oficia de confesión explícita del amor que sentía Luca por la actriz italiana Virna Lisi. Sigue “Nextweek”, una canción que algunos creyeron que decía: ‘come on baby, dame nesquik’. De corte oscuro, con guitarras estridentes y un saxo metiéndose dentro de un manto sonoro que nunca te deja bajar del éxtasis.

“Los viejos vinagres”, compuesto en su mayoría por Roberto Pettinato, el saxofonista, fue el empuje que terminó de acercar al grupo a una popularidad mayor. “Yo escribí la letra de ese tema, puse los caños, con Germán [Daffunchio] hicimos la base. Es la canción que más tiene que ver con lo que hice dentro del grupo”, le dijo Pettinato al diario La Nación en 2003. Sigue “Heroin”, una versión que viene de Corpiños en la madrugada, con el Bocha [Alejandro] Sokol en batería. Nunca pudieron superar esa versión. Grabaron los coros la novia de Luca y la mujer de Daffunchio. Sigue “Que me pisen”: “Entendió muy bien el esnobismo y la falsedad que hay en tanta gente”, le dijo Alfredo Rosso a Jalil sobre esa canción. Y cierra el reprise de “Llegando los monos”. “En cuanto al significado de ‘Llegando los monos’, tiene tres sentidos. El primero hace alusión a la vuelta de los milicos (no tenés más que ver lo reiterativo de la historia argentina). El segundo habla de nosotros y el tercero es anecdótico. Resulta que estábamos en Villa Gesell y no teníamos un mango, porque la municipalidad nos había prohibido tocar a raíz de que yo había puteado a una vieja. Después la señora se volvió a Buenos Aires y pudimos tocar. Entonces salimos con un altavoz a la playa y nosotros mismos gritábamos: ‘No es una alucinación. Está Sumo en Villa Gesell... llegando los monos’”, le contó Luca a la revista Pelo.

Para grabar esta placa fueron al estudio Panda y llamaron a Mario Breuer, el ingeniero de sonido que también trabajó con Charly García, Fito Páez, Andrés Calamaro y Los Redonditos de Ricota, entre otros. El sonido de Sumo, entonces, daría una vuelta de tuerca, y lograrían plasmar la fuerza de lo que generaban cuando tocaban en vivo. “Me fui un par de veces a Hurlingham, a la sala de ellos, y me mostraron algunas maquetas que tenían... Todavía era la época en que a los grupos les costaba preocuparse por el sonido... Después de los ensayos nos metimos en el estudio a trabajar. Las mezclas se pusieron un poco caóticas porque en ese momento te sentabas a mezclar con todo el grupo alrededor y cada uno iba para su lado... Se trabajaba así porque no había conocimiento de prolijidad ni de producción”, recuerda Breuer en el libro de Jalil.

El ingeniero de sonido, que hoy luce barba candado tupida, pelo enrulado y canas, fue, además de quien los ayudó a solidificar la potencia sonora en el disco, el protagonista de la anécdota que aparece en el tema final: el famoso “¡Pará, Mario!” que dice Arnedo y que queda grabado. “Puse a grabar y me fui a la sala con el resto de la gente a hacer bardo. La idea era que el uhh-ahh fuera un loop que durase unos pocos minutos, pero, cuando fui a parar el grabador, el ambiente que se había generado estaba tan bueno que lo dejé seguir corriendo. Hasta que Diego Arnedo gritó desde adentro lo que se escucha al final”, cuenta en su libro de 2017, Rec & Roll. Una vida grabando el rock nacional.

Llegando los monos fue el disco bisagra de Sumo, el que terminó de darle una popularidad que le permitió ingresar a la casa de todos los argentinos. La etiqueta de “grupo de culto” empezó a perder terreno frente a la espectacularización que comenzaban a vivir.

El contrato con CBS, además de requerirles un hit, tenía un ítem que exigía ir a la televisión. Y fueron a Feliz domingo, el programa conducido por Silvio Soldán en el que un montón de colegios secundarios competían por un viaje a Bariloche. Todas las bandas invitadas, más allá de que la transmisión era en vivo, tenían que grabar su set. Por lo general los grupos optaban por hacer playback, pero Sumo no lo hizo. Amanecidos después de un show en la localidad de Quilmes, y justo el mismo día en que Argentina se coronó campeón del mundo, en 1986, los conducidos por Luca prendieron sus equipos a las 11 de la mañana y tocaron una versión rabiosa de “Los viejos vinagres”. Desde las tribunas, los jóvenes que soñaban con viajar a Bariloche terminaron coreando “¡Juventud, divino tesoro!” a viva voz.

La presentación de este disco, que tiene en su portada una imagen creada por el artista búlgaro Christo, tuvo lugar en agosto de 1986 en Obras Sanitarias: un show que grabaron en VHS y que hoy se puede ver por Youtube. Esa noche Luca dejó todo en la cancha. A pesar de estar muy flaco y bastante más sumergido en su adicción al alcohol, cantó con una vibración inédita y el show estuvo repleto de momentos que mantenían la lógica de banda under de bares. En “La rubia tarada” se subió Genniol (mimo y actor amigo de Luca) con una guitarra que enchufó al pantalón de Luca, y en pleno éxtasis fingía que tocaba rabiosamente. Después hizo su parte de “Un pseudo punkito, con el acento finito, quiere hacerse el chico malo. Tuerce la boca, se arregla el pelito, toma un trago y vuelve a Belgrano”.

Otro gran momento de aquel Obras fue cuando hicieron “Que me pisen” y Luca lo presentó como “Quiero a mi bandeja”. El calvo, en la parte del estribillo, le da ingreso al mozo José –“de Humahuaca y Gallo”, dice al presentarlo–, que se sube con una botella símil agua mineral y le sirve ginebra. En el primer sorbo, Luca mira a la cámara que lo estaba filmando y levanta las cejas aprobando el trago. “Después de Obras me acuerdo que estábamos haciendo la cuenta con Fernando Moya y en el primer show fue tremendo la plata que ganamos. Cinco mil personas por no sé cuánto que salía la entrada. Ganamos todo junto lo que nunca habíamos visto”, fue el testimonio de Timmy MacKern (mánager de Sumo y amigo de la infancia de Luca) en el libro de Jalil.

Tras ese primer Obras con buena acogida del público y cierta parte de la prensa, ese mismo año, a mediados de noviembre, hicieron otro, esta vez con Os Paralamas do Sucesso como invitados. Luego siguieron viaje hasta Uruguay y llegaron a tocar en el primer Montevideo Rock. Sonaron “Llegando los monos” y algunas otras canciones, y la crónica de Brecha suena impresionada por la actuación de los liderados por Luca. “Prodan es el rostro de la marginación. Aparece descalzo, enfundado en harapos...”, escribe Jorge Bonaldi, y concluye: “Se le recordará por mucho tiempo como uno de los más carismáticos intérpretes que por aquí han pasado”. Esa noche, en otro de sus gestos provocadores, Luca dedicaría “La rubia tarada”: “Es para todas esas que viven en Punta Gorda y Carrasco”.

Si bien se sabe cómo terminó la historia de Sumo, y principalmente la de Luca, sus canciones, lejos de ser olvidadas, tienen cada día más oyentes y nuevos fanáticos. Todos los 17 de mayo se lo recuerda por ser el día de su cumpleaños, nacen nuevas bandas que rinden tributo a su música, y en el cementerio de Avellaneda, donde descansan sus restos, hay un altar al que muchos fieles se acercan para llevarle desde púas hasta botellas de ginebra Bols. A 34 años de la salida de Llegando los monos, más que nunca, tal como rezan los grafitis de las paredes de cualquier ciudad argentina, se puede decir: Luca not dead.