La historia de la literatura está atravesada por innumerables escenas de lectura. Lectores apasionados y evasivos, obsesivos y de paso; lectores que subrayan y que pliegan las páginas a modo de marcadores; lectores que plumerean los volúmenes, y lectores, como JG Ballard, que dejan que el polvo se asiente durante décadas en la biblioteca; lectores que piden libros prestados para nunca más devolver y lectores que no consideran siquiera la posibilidad de prestar un volumen por unas horas; lectores que leen y releen y lectores que se olvidan al toque de lo leído; lectores de un solo texto y lectores de varias obras a la vez; lectores de aeropuerto y lectores de claustro; lectores por obligación y lectores enfermos por la propia lectura; lectores transversales y lectores con lupa; lectores sentados, parados, acostados o descuajeringados en un sillón, al punto de que el propio cuerpo abandona las líneas pergeñadas por Natura para convertirse en un ensamble de formas determinadas por las diversas posturas adoptadas al leer.

Círculo de lectores, el nuevo libro del escritor argentino Eduardo Berti (1964), refiere, como el lector de esta paginilla habrá adivinado, a la práctica de la lectura, un artefacto destinado a llevar hasta el paroxismo, sin abandonar jamás el carácter lúdico, el objeto central de la escritura.

Oulipiano

Hace algunos años, Eduardo Berti se convirtió en el primer autor latinoamericano en integrar el Oulipo (acrónimo de Ouvroir de littérature potentielle), el taller de literatura potencial que el escritor Raymond Queneau y el matemático François Le Lionnais fundaron en París, en 1960, con el objetivo de buscar y explotar nuevas estructuras formales en la escritura. Círculo de lectores es un libro que encaja a pleno en el universo oulipiano, al hacer de la forma escritural su propio centro, para referir a una variadísima serie de historias de lectores.

Deudor del inconmensurable Ejercicios de estilo (1947), de Queneau, donde se narran 99 formas de abordar la misma anécdota trivial, y de la novela La desaparición (1969), de Georges Perec, un libro escrito sin la letra “e”, la vocal más usada en francés (antecesora de Les Revenentes, de 1972, novela en la que sólo se utiliza la “e”), la obra de Berti explora sus propios senderos narrativos y formales en una suerte de suma hacia la exasperación que no deja de ser, al mismo tiempo, un derroche de imaginación al servicio de las escenas de lectura.

Lectores

El Círculo de lectores de Eduardo Berti está conformado, en realidad, por varios círculos de lectores, en una especie de variación del epígrafe del libro, perteneciente a Método fácil y rápido para ser poeta, del colombiano Jaime Jaramillo Escobar: “El lector inspirado es aún más escaso que el autor inspirado”. La inspiración del lector ocupa, ya desde la primera entrada de esta colección de individuos que leen, el espacio central, a partir de la disposición física que adquieren las manos al sostener el libro. Ese gesto trivial, emprendido a diario por quienes manipulan material impreso, es desmenuzado por Berti en una suerte de entrada física y palpable –esa es la palabra– hacia las variadas ondas de su círculo.

Entre los lectores, como cabe esperarse, hay de todo: desde aquel que lee con una disposición numérica ante la cantidad de páginas del volumen, a quien sólo lee cuando viaja, desde la lectora de un libro de Dino Buzzati que interfiere en la ficción que está leyendo (en una finísima variación del cortazariano “Continuidad de los parques”, relato que aparece varias veces en sordina, y no tanto) al lector que en vez de libros colecciona lectores raros, extraños especímenes de la poblada fauna de las bibliotecas. A medida que el libro avanza –el de Berti, digo– el lector corre el riesgo de convertirse en uno de los tipos que se reseñan, o en un monstruo de Frankenstein conformado por varias partes, pues la variedad de posibilidades que reúne el autor desborda hacia una totalidad posible, si bien no única, del mundo consignado.

A la colección de lectores Berti suma otras formas de interrelación entre el universo leído y el universo del que lee, tal como una “Biblioteca breve” compuesta por diversas variaciones de cuentos (“Cuento lleno de lugares comunes”, “Cuento shakespeariano”, “Cuento lipogramático”, “Cuento obvio” y “Cuento de falacia patética”’, entre otros), en una interesante y comprimida puesta en escena de las rutinas de los talleres literarios, esos espacios que suelen ser a la escritura lo que un chaparrón para un libro olvidado a la intemperie.

Puestos a ir redondeando esta reseña sobre un libro de engañosa brevedad (224 páginas con un destacado tamaño de letra y generosos márgenes en blanco, con el consabido cuidado cuasi artesanal de la editorial Páginas de Espuma), conviene señalar otro apartado del volumen, conformado por una suerte de novela coral compuesta por noticias periodísticas, en la que se mezclan un presunto atentado contra un cuadro de un pintor belga, los pormenores de un tinglado electoral, los informes precisos del Servicio Meteorológico Nacional y una oscura trama pergeñada contra ciertas bibliotecas, en la que aparecen libros adulterados numéricamente desde el título, tales como Cinco mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, y El segundo hombre, de Graham Greene. En esta dinámica secuencia de Círculo de lectores ya no es el Perec de La desaparición el que late sino el de La vida instrucciones de uso.

En una época en la que se machaca con la desaparición del lector (o en la deformación del lector sistemático de libros en el lector de banalidades en las redes sociales), este libro de Eduardo Berti celebra, a través de su carácter lúdico, la supervivencia de la lectura como un acto de inteligencia, de conocimiento y de goce en sí mismo.

Círculo de lectores. De Eduardo Berti. Madrid, Editorial Páginas de Espuma, 2020. 224 páginas.