En los años 60 del siglo XX no se hablaba de “apropiación cultural”, ni existían recursos de comunicación internacional en que ese concepto pudiera distorsionarse y exagerarse, sin comprender bien su significado. Por lo tanto, tampoco hubo una oleada de críticas cuando muchos jóvenes músicos de Reino Unido decidieron dedicarse al blues, fascinados por algunas visitas de artistas afroestadounidenses y por discos que, en su país de origen, no sólo eran menospreciados por gran parte de la población blanca, sino que además les parecían cosa de viejos a las nuevas generaciones negras.

Esos nuevos bluseros desempeñaron un papel clave para que en Estados Unidos se valorara a quienes los habían inspirado, y para que el género recobrara vitalidad y adeptos por todas partes, más o menos mezclado con el rock (que era en gran parte su descendiente directo) y con algunos cambios de importancia. Aquel primer blues “a la inglesa” fue, a menudo, más dramático y menos bailable que su modelo de referencia, sin captar lo agridulce en la obra de gente con vidas mucho más duras.

Hubo excepciones en este sentido, y una de las más notables fue el estupendo guitarrista Peter Allen Greenbaum, más conocido como Peter Green, alguien tan poco parecido a un negro estadounidense como puede serlo un muchacho de familia judía londinense (aunque en Estados Unidos también han brillado enormes bluesmen judíos y blancos como Mike Bloomfield o Harvey Mandel).

Green saltó a la fama cuando logró, a los 19 años, que John Mayall lo convocara para reemplazar en su banda –los legendarios Bluesbreakers– nada menos que a Eric Clapton, y pronto demostró que no sólo daba la talla, sino que además tenía una personalidad propia, mucho swing y la capacidad de ampliar su paleta más allá del blues.

Durante su período con los Bluesbreakers grabó joyas como el instrumental “The Supernatural”, que definió un estilo centrado en el tono y la melodía, con escaso interés en lucirse como velocista. En ese sentido, recogió y profundizó el magisterio de BB King, quien llegó a decir (como se ha recordado en más de un obituario reciente) que Green era el único guitarrista de blues que le había hecho correr un sudor frío. A la vez, su manera de cantar, como con desgano, resultaba muy eficaz y estaba más cerca del blues original que la emisión angustiada de Mayall.

En 1967 formó, con el guitarrista Jeremy Spencer, el bajista John McVie y el baterista Mick Fleetwood un grupo que decidió llamar Peter Green’s Fleetwood Mac (incorporando los apellidos de quienes formaban su base rítmica). Grandes composiciones de Green como “Albatross”, “Black Magic Woman” (que la gente suele recordar por la versión de Carlos Santana), “Man of the World” y “Oh Well” le valieron a esa banda un gran éxito en su país y en Estados Unidos, aunque no en la escala descomunal de una década después, ya sólo como Fleetwood Mac, con otra orientación musical y una formación en la que sólo quedaban McVie y Fleetwood.

El fundador se había ido en 1970, aunque volvió a tocar con sus viejos compañeros en más de una ocasión, incluso (de incógnito) en el disco Tusk, de 1979. El motivo de aquel alejamiento, y en general de que el guitarrista no se convirtiera en una gran estrella, no fue sólo que la pinta no lo ayudaba mucho, sino también –y sobre todo– que hace medio siglo no estaba tan claro como ahora que ciertas drogas, y en especial el LSD, potencian mucho los problemas mentales de algunas personas (tampoco lo sabía Syd Barrett, primer líder de una banda que también fue exitosa con él y muchísimo más sin él).

Hay muchas historias no confirmadas sobre las manifestaciones de la esquizofrenia que comenzó a padecer Green antes de dejar Fleetwood Mac, y que le fue diagnosticada luego (una de ellas es que amenazó con una escopeta a su contador cuando este quiso entregarle dinero que le correspondía por derechos de autor; otra, que trabajó un tiempo como sepulturero). El hecho es que tuvo crecientes dificultades para dedicarse a la música y su carrera anduvo a los tumbos, con álbumes solistas muy desparejos y alguna incursión desafortunada en la música disco. De todos modos, sus méritos siempre fueron reconocidos por otros grandes guitarristas, y tuvo una fuerte influencia sobre algunos muy destacados, como Gary Moore.

Con el apoyo de familiares y amigos, desde fines de los 90 hasta comienzos de este siglo reencauzó su producción al frente del Splinter Group, con muy buen nivel pero refugiado sobre todo en un regreso al blues, y considerablemente menos audaz que en su juventud. Falleció el sábado 25, mientras dormía.