Al anunciar la continuidad de la cuarentena, el presidente argentino Alberto Fernández apeló especialmente a la juventud, que al parecer se está dedicando a reunirse en fiestas electrónicas cerradas, clandestinas y a escondidas. Se dirigió a su público diciendo: “Chicos, chicas, chiques, les pido por favor, hagamos ese esfuerzo”.
El vocativo, esa expresión que un hablante utiliza para nombrar a su interlocutor, dice bastante de la relación entre ambos. No es lo mismo decirle a alguien señora que doña o che, María. En el primero de los casos, observamos un trato reverencial que decae en el segundo, quién sabe si respetuoso, hasta una confianza absoluta en el último de los ejemplos. Y, por cierto, no será lo mismo si quien dice che, María es una amiga suya o una persona cualquiera, como tampoco significará lo mismo si los interlocutores tienen asimetrías etarias. Estas maneras de referirse a quien escucha se encuentran reguladas en el uso, y el incumplimiento de las reglas es significativo. Además, las expresiones, a fuerza de ser repetidas y de existir siempre más o menos en los mismos contextos, se vuelven fórmulas. Señoras y señores, damas y caballeros, respetable público que viaja a bordo de este medio de comunicación, ustedes deben sentirse incluidos por la apertura de mi parlamento si quiero que me compren.
De las palabras pronunciadas en el discurso del mandatario argentino se puede deducir que existen determinadas necesidades comunicativas. En su país la forma más común de referirse a un niño o un joven es chico, mientras que pibe suena más familiar o coloquial y formas como chango o gurí se oyen más provincianas. Pero no iba a decir sólo chicos. Adaptó entonces el señoras y señores a la juventud de los destinatarios de su discurso. También tuvo la necesidad de agregar “chiques”, con lo que el político parece distinguir tres categorías de jóvenes.
Vocablos como chiques, todes o algunes son el fruto de la reflexión metalingüística de algunas personas que han considerado que chicos o todos invisibilizan la presencia de mujeres dentro de los colectivos nombrados, de modo que se intenta, mediante la invención, un significante -e que denote neutralidad, nombrar a todo el mundo sin que quede bajo el masculino no marcado. Es una de las manifestaciones del “lenguaje inclusivo” que, aquí en Uruguay, pretende desterrar el diputado Ope Pasquet con el proyecto de ley que ha presentado, además de olvidar reconocer que en nuestro territorio se hablan dialectos del portugués. Como todo lo que sucede en estas latitudes, se ha politizado y ha generado lecturas diversas, desde la adhesión militante al rechazo virulento.
Es importante para quien escucha ser nombrado como uno quiere, de modo que si alguien resuelve llamarme bo, idiota es bastante posible que no desarrolle muchas ganas de escuchar y menos de aceptar exhortaciones de parte del amable interlocutor. Fernández parece ser consciente de que hay que nombrar a sus oyentes de acuerdo a sus expectativas. Habrá quienes acepten un mero chicos, una parte del colectivo necesitará el chicos y chicas, mientras que otra se sentirá más contemplada si le dicen “chiques”, término que probablemente habrá sido rechazado por buena parte de los demás. El político necesita dirigirse a la mayor cantidad de jóvenes posible y parece categorizar a sus oyentes como varones, mujeres y otro conjunto de gente. Cabe preguntarse si ese tercer grupo está compuesto por jóvenes de diversas orientaciones sexuales, por militantes más o menos politizados que se identifican a sí mismos mediante ese símbolo o bien por una intersección de ambos conjuntos. Lo que sí queda claro es que, en la percepción del jerarca, “chiques” no será sentido como inclusivo por una importante porción de la gente a la que quiere exhortar a respetar las disposiciones sanitarias. Le importa mucho llegarle a toda la población de juerguistas, desesperación que lo lleva a demostrar el reanálisis semántico que la comunidad ha hecho del chiques o el todes, con el que se quería nombrar a la totalidad pero que sólo logra nombrar a una fracción.
Eso sí, una vez que se hubo asegurado de captar la atención de su teleaudiencia juvenil, se relajó. Entonces soltó, suelto de cuerpo, expresiones como “no se dan cuenta muchos”, “todos fuimos jóvenes”, “muchos aún queremos”, “todos sabemos”, “los amigos”, “mis amigos”, “los jóvenes”, “los que mejor sobrellevan”, “un adulto”, “el joven” y “los adultos mayores”. No dijo “todos, todas y todes”, “muchos, muchas y muches”, “los amigos, las amigas y les amigues” y, menos aún, “los adultos, las adultas y les adultes”. Esto puede deberse a que difícilmente exista hablante, por competente que sea, capaz de desplegar la energía disponible para controlar la morfología y la sintaxis de su lengua más allá de algunos momentos muy señalados del discurso. Y porque, con toda seguridad, nadie está reparando en el fenómeno y se le está entendiendo lo que quiere decir.
A falta de los campeonatos de fútbol, resulta interesante observar el devenir de otras batallas apasionantes. Política y población, propuesta y reacción, intención y realidad. Vale la pena ir tomando nota del camino recorrido y constatar, dentro de unas décadas, qué equilibrio adopta el sistema. ¿Qué destino le dará el mar de gente a la gota del chiques? Tal vez abandone su significado, como la fórmula de despedida adiós, que empleamos sin pensar en absoluto en su valor religioso original, aunque sabemos bien que nunca se usa para cerrar una nota en un diario.